Razón y teórica y razón práctica son las dos vertientes de la razón pura. La misma razón pero con dos funciones diferentes: conocer y actuar. Pero entre el conocer y el actuar hay una diferencia fundamental, y es que aquí no se pregunta Kant qué hacemos sino qué debemos hacer, cómo debemos actuar. Si nos preguntaramos qué hacemos lo que buscaríamos sería describir el modo real de nuestra conducta. pero la cuestión no es cómo actuamos sino como debemos hacerlo. No se trata de conocer cómo es de hecho nuestra conducta, sino como debe serlo. Así pues, si la razón teórica se ocupa del ser, de la realidad, la razón práctica lo hará del deber ser.

Para conocer mejor la naturaleza de la ética kantiana volvamos a la diferencia entre lo ideal y lo real. Decíamos que lo ideal se caracteriza por su no realización, pues de lo contrario sería real. ¿Cuál es entonces su función? La explicación es clara, mientras que lo real existe en la experiencia, es algo fáctico, lo ideal no existe en la experiencia, sino que su lugar es el pensamiento, lo ideal es guía o modelo para la experiencia. Por ejemplo, la casa ideal y la casa real son muy diferentes (como el amor ideal y el real). Entre ambas hay una diferencia cualitativa, pero la casa-idea sirve de modelo y guía para la casa-cosa. Y esta es precisamente la naturaleza de los principios morales. Las ideas morales son ideales, es decir, modelos al que debemos ajustar nuestra conducta. Por se decíamos que el problema de la moralidad no es el de la realidad de nuestra conducta, la que de hecho es, sino la que debe ser.

Para la razón pura lo único siempre bueno es el querer hacer el bien (la buena voluntad).

Sabemos que toda ética se interroga siempre por el bien y también lo hace la ética kantiana, considerando que aunque podemos hablar -como decía Aristóteles- de muchos significados de la palabra bueno. Para la razón pura lo único que siempre es bueno es la buena voluntad, el querer hacer el bien, la disposición racional y voluntaria a realizarlo siempre. Y una voluntad que quiere hacer el bien, una buena voluntad es aquella que obra no sólo conforme al deber, sino por respeto al deber mismo.

 

La buena voluntad obra conforme al deber y por respeto al deber

Kant distingue entre acciones realizadas de acuerdo con el deber (acciones legales) y acciones que además están realizadas por respeto a la ley (acciones morales). Así, por ejemplo, un comerciante puede ser honrado con sus clientes y abstenerse de toda extorsión por razones comerciales, para aumentar su clientela o porque está convencido que es su obligación. Lo primero le llevaría a ser un fiel cumplidor del derecho, lo segundo lo convertiría en un hombre moral. De igual manera, yo puedo mantenerme en este mundo porque me agrada la vida y me siento inclinado a vivir en ella todo el tiempo que sea posible. Pero también cabe la posibilidad de que a pesar de los sinsabores que me proporciona la existencia, a pesar de que a veces deseara la muerte, decida permanecer en este mundo y no suicidarme porque crea que es mi obligación. La primera actitud ante la vida no me convierte en un ser moral, la segunda sí.

Y este punto de vista conduce a la extraña conclusión de que cuanto más odiemos cumplir nuestro deber, tanto mejores seremos moralmente, siempre que lo cumplamos. O lo que es lo mismo: cuanto más tengamos que dominarnos para cumplir con nuestras obligaciones, tanto más morales seríamos. En realidad, quizás el interés central de Kant en este tema es mostrar que en el obrar por respeto al deber y no por inclinación se muestra, con mucha más claridad, el valor moral del hombre.

Las leyes de la buena voluntad: los imperativos

Sabemos que para Kant la bondad absoluta reside en la voluntad buena, en la voluntad que quiere hacer el bien; sabemos que una buena voluntad es aquella que no sólo cumple la ley sino que lo hace por respeto a la ley. Pero, ¿cómo han de ser las leyes o normas de la buena voluntad? Hemos dicho que a Kant no le interesaba explicitar el contenido de las normas, pues éste puede ser particular y variable, sino la forma lógica e invariable de las normas que la voluntad se ha de dar, para que sean normas morales. A las normas que la voluntad se da a sí misma les llama Kant imperativos. Y las características que tiene que tener un imperativo para que sea moral son:

 

Características que tiene que tener un imperativo para que sea moral

Autónomo

Ha de ser la voluntad la que se obligue a sí misma: los imperativos han de ser autónomos. Obrar bien por inclinación, por miedo, por seguir los dictados de otro, aunque sea el mismo Dios, no es obrar de forma moral. La heteronomía es cosa del Derecho, la autonomía de la moral.

Universalizable

La voluntad no puede darse a sí misma cualquier imperativo o norma, que solo valga para ella, sino que los imperativos han de poder valer para todos los hombres, han de poder ser universalizables. Este es el sentido de una de las formulaciones que ofrece Kant del imperativo moral: "he de obrar siempre de tal modo que pueda querer que mi máxima sea ley universal".

Kant ofrece un ejemplo que muestra la necesidad de la coincidencia entre la máxima y la ley universal. Imaginemos -nos dice- a un hombre en una situación difícil y comprometida, de la que sólo puede librarse formulando una promesa, que no tiene la intención de cumplir. Nos preguntaríamos: ¿le es lícito hacerlo? Si obra de ese modo, su máxima dirá que tiene derecho a formular una promesa sin intención de cumplirla, si sólo por ese medio puede salir airoso de una situación muy problemática. La pregunta que este hombre tendría que hacerse sería: ¿Puedo querer que dicha máxima se convierta en ley universal? Si así fuera todo el mundo estaría legitimado para mentir cuando se encuentre en apuros. Según Kant, es imposible querer esa universalización, pues eso equivaldría a querer que el mentir se convierta en ley universal y la mentira universal haría imposible la buena fe en las relaciones humanas y todo tipo de negocios entre los hombres. La voluntad se ha de dar, pues, a sí misma máximas que puedan convertirse en leyes universales.

Absoluto

Los imperativos que la voluntad se ha de dar a sí misma no sólo han de ser universalizables, sino también se han de formular de forma absoluta e incondicionada. Han de ser imperativos categóricos. El imperativo moral tiene que ordenar acciones no como medios para alcanzar un fin, sino acciones que sean buenas en sí mismas. "Debes hacer el bien ", tal es la fórmula del imperativo categórico. ¿Por qué? Porque es tu deber.

Esto significa que la moralidad radica en el sujeto, en la voluntad, no la acción a realizar: es el sujeto es que es moral o inmoral. Si una persona realiza un acción porque cree que debe de hacerlo obrará de acuerdo a la ley moral; de lo contrario, no lo hará (por ejemplo, ayudar a alguien porque crees que debes hacerlo es una acción moral; pero si se hace esperando esperando obtener algún tipo de beneficio, aunque no sea material, es inmoral). Las acciones no son ni buenas ni malas, es el sujeto.

Si nos fijamos estamos en la misma situación que en el caso del conocimiento, de la razón teórica. Allí lo que estudiaba eran las condiciones que hacían posible el conocimiento, y en la razón práctica el objetivo es el de analizar las condiciones que hacen posible la moralidad.

Las máximas de la moral

Kant expresó las condiciones de la moralidad en unas máximas. La primera dice lo siguiente: "Obra de tal modo que puedas siempre querer que la máxima de tu acción sea ley universal". Formula de carácter universal aplicable a cualquier ética. Lo importante es que nuestro comportamiento esté guiado por la perspectiva de universalidad y generalización (por ejemplo, cuando haces una cosa, hazte la pregunta de qué pasaría si todo el mundo hiciera lo mismo).

Otra formulación de su moralidad es esta: "Obra de tal modo que emplees la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro siempre como fin y nunca como medio". Nunca debemos utilizar a otros para beneficiarnos nosotros. No debemos utilizar al prójimo como instrumento para nuestros intereses. De lo contrario, deja de ser persona para convertirse en cosa; deja de ser sujeto para convertirse en objeto. Si la primera aludía a la universalidad de las acciones, ésta lo hace a la finalidad en las mismas.

Los postulados de la razón práctica

Finalmente, piensa Kant, todas estas consideraciones sobre la vida moral sólo son posibles a condición de que admitamos una serie de postulados prácticos, que de por sí son indemostrables teóricamente, pero sin los cuales carecería de sentido la moralidad.

Libertad

Concretamente, no podemos obrar moralmente, por respeto al deber, más que si somos libres, e igualmente sólo si somos libres podemos considerarnos hacedores de leyes universales. Sabemos desde el punto de vista de un análisis realizado desde la razón teórica, que el hombre es un ser fenoménico, sujeto a las mismas condiciones que cualquier otra realidad fenoménica, a las coordenadas espacio-temporales y a los determinismos causales. Sin embargo, podemos hablar, desde el punto de vista de la razón práctica de la dimensión inteligible o nouménica del hombre, que es la que le capacita para darse a sí mismo leyes, que se funden exclusivamente en la razón. Es por ello que, aunque no podamos demostrar que el hombre sea libre, la libertad es una exigencia, un postulado de la razón práctica.

Inmortalidad del alma

El segundo postulado de la razón práctica es la inmortalidad del alma, que la razón teórica se ha visto incapaz de demostrar, pero que aparece ahora como una exigencia práctica para que tenga sentido pleno la vida moral. Sabemos, nos dice Kant, que el bien en términos absolutos o la virtud suprema es la voluntad de obrar conforme al deber y por amor al deber. Pero también la razón práctica nos dice que hay una perfección mayor, que se alcanza cuando la virtud o el obrar bien van acompañados de felicidad. No se trata de que nosotros tengamos que ser buenos para ser felices (postura heterónoma, rechazada por Kant), sino que tenemos que ser buenos sin más, porque es nuestro deber y que como efecto no buscado de esa práctica del bien, la razón práctica nos dice que obtendremos la felicidad. Para la razón práctica, la virtud debe ser causa eficiente de felicidad. Sin embargo, eso que nos dice la razón práctica, lo niega continuamente la evidencia sensible, pues nuestra experiencia en este mundo nos dice que la práctica de la virtud no siempre va acompañada de felicidad y que la desgracia no es siempre compañera del malvado. Hay demasiados buenos que son infelices y muchos malvados satisfechos. La afirmación de que la virtud produce felicidad es falsa, sólo si consideramos que la única existencia del hombre es la que transcurre en la tierra. Si admitimos la posibilidad de una vida futura, si admitimos la inmortalidad del alma, la realización del bien supremo sería posible. Es por ello que la inmortalidad del alma es un postulado de la razón práctica, que hace que la vida moral tenga sentido pleno.

La existencia de Dios

Y el segundo postulado de la razón práctica nos conduce al tercero: la existencia de Dios. La felicidad que la razón práctica nos señala como posible y consecuente a la realización de la virtud, es descrita como "el estado de un ser racional en el mundo, tal que en la totalidad de su existencia todo procede según su deseo y su voluntad". Quiere esto decir que la felicidad dependería de la armonía entre la naturaleza del hombre, sus deseos y su voluntad, que funcionarían de manera equilibrada. Pero, evidentemente, el hombre no es el autor del mundo, ni puede gobernar la naturaleza de tal manera que exista esa relación proporcionada y armónica entre virtud y felicidad. La razón práctica nos dice que debe existir Dios, como un ser capaz de proporcionar felicidad a los seres racionales, de la forma justa y proporcional a como haya sido su práctica de la virtud. Para la razón práctica, Dios es el ser capaz de proporcionarnos la felicidad a que nos hemos hecho merecedores siendo buenos. La conclusión que parece derivarse de esta última reflexión de Kant es que la moralidad no presupone la religión, pues el hombre no necesita la idea de Dios para ser capaz de reconocer su deber, y el motivo último de la acción moral es el deber por el deber mismo y no la obediencia a los mandamientos divinos. Pero, por otra parte, la moral conduce a la religión, pues sólo por la mediación de un Ser Supremo se puede alcanzar el ideal de identificación entre virtud y felicidad.

¿Es Kant un filósofo agnóstico?

Si atendemos a las conclusiones de la razón teórica, el agnosticismo kantiano es evidente, pero las últimas reflexiones de la razón práctica dividen a los estudiosos de Kant. Para algunos conocedores de la filosofía kantiana, con estos tres postulados Kant quiere sólo decir que es moralmente beneficioso obrar como si fuéramos libres, como si tuviéramos alma inmortal y como si Dios existiera. Para otros no es posible olvidar que aunque la razón teórica ha mostrado la imposibilidad de demostrar la existencia de Dios, Kant siempre señaló la primacía de la razón práctica sobre la razón teórica, de manera que a través de estos tres postulados Kant estaría anunciando la muerte de la metafísica clásica y el nacimiento de una metafísica de nuevo cuño, basada en el análisis de la vida moral.

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