Atrincherada detrás de un muro cerrado de
cuatro kilómetros de largo y cuatro metros de altura, la
tercera cumbre de presidentes "de las Américas"
abolió en Quebec todas las amenazas a la intangibilidad
de los privilegios imperiales.
Liberales, conservadores y fascistas celebraron
en Quebec una concordancia fraternal: el terror a la lucha para
abrir las puertas del futuro y la indiferencia a los cambios que
a gritos pidió la disgregación de un orden económico
duro y frágil como nunca.
La cumbre más antidemocrática de todas
las cumbres, desacreditó las exigencias inevitables de
toda construcción nueva. No hay otro camino salvo el mal
llamado "libre comercio". No hay otro camino salvo el
de la democracia conservadora de occidente. La Gran Resignación
a cambio de la Gran Promesa.
Ironías y sarcasmos de la historia humana: la igualdad
democrática significa que pueblos enteros mueran de hambre
para que una casta mínima engorde en el ocio y se solace
con los tropos retóricos de la libertad farisaica, predicada
por aquella secta judía que simulaba rigor y austeridad
para eludir los preceptos y espíritu de la ley.
Si en Cien años de soledad, los personajes
de García Márquez perciben como circular un tiempo,
que en realidad es lineal, los politólogos de la "democracia
fantástica" perciben como ascendente un movimiento
que es perfectamente circular. Tomemos por ejemplo el caso de
Venezuela hace un siglo, cuando en el lugar que hoy ocupa Hugo
Chávez gobernaba el presidente Cipriano Castro.
A fines de 1902, Cipriano Castro ordenó la
suspensión de pagos de la deuda externa. Inglaterra y Alemania
entregaron un ultimátum sobre pago de deudas e indemnizaciones
y bloquearon los puertos a más de apresar varios barcos
venezolanos, hechos que llevaron a una guerra civil que causó
40 mil muertos.
Igualmente, comparemos puntos más, puntos menos, la intervención
del presidente George W. Bush en Quebec. ¿No fueron calco
y copia del Mensaje al Congreso de Theodore Roosevelt el 6 de
diciembre de 1904?
"Todo lo que esta nación desea --dijo
el creador de El Gran Garrote-- es ver el establecimiento de las
naciones lindantes, reglamentarias y prósperas. Todo pueblo
que es bien conducido puede contar con nuestra amistad desinteresada.
Si una nación muestra que sabe cómo actuar con eficiencia
razonable y decencia, en asuntos sociales y políticos,
si conserva el orden y paga sus obligaciones, no deberá
temer interferencia de los Estados Unidos".
Respecto al "libre comercio", Roosevelt
expresó: "...Nuestros intereses y aquéllos
de nuestros vecinos del sur, son en realidad idénticos.
Ellos tienen grandes riquezas naturales y, si dentro de sus límites
se obtiene el reinado de la ley y la justicia, es seguro que les
llegará la prosperidad. Mientras ellos obedezcan las leyes
primarias de la sociedad civilizada, pueden estar seguros que
serán tratados por nosotros con un espíritu de cordialidad
y simpatía".
Y frente al intervencionismo con dedicatoria explícita
añadió: "Los casos en los cuales podamos interferir
por la fuerza de las armas, como interferimos para poner punto
final a las condiciones intolerables en Cuba, son necesariamente
muy pocos".
Los gobernantes latinoamericanos suponen que a partir
del 2005 nuestras economías estarán regidas por
el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), suscrito
en la ciudad canadiense. ¿Cuán seguros están
de ello? Frente a las calamidades de hoy, cuando los diques constitucionales
son ya demasiado estrechos y los pueblos sienten que si no los
rompen pueden morir de asfixia, el Congreso de Estados Unidos
ya tomó partido: no por el ALCA, sino a favor del Plan
Colombia y la guerra contra los pueblos de América del
Sur.
¿Qué vamos a celebrar entonces: la entrada en vigor
del ALCA o el centenario de que el Departamento de Estado ordenó
a sus misiones diplomáticas añadir a Estados Unidos
el nombre "de América" porque a su juicio había
"dignidad y sencillez en el término"?
Enterado de aquella ominosa disposición,
el escritor y diplomático Federico Gamboa (1864-1939),
embajador de México en Washington, escribió en Mi
diario el 17 de junio de 1904: "...¡es el principio
del fin! Ahora es el despojo de un nombre que a todos pertenece.
¡Mañana será el despojo de la tierra!".
Pero ya no hay diplomáticos como Gamboa.
La política se parece, cada vez más, a una ya irrespirable
cortina de humo que esconde o desfigura la realidad, la esencia
del hombre y la vida. Y los gobiernos, y los funcionarios que
rigen nuestros destinos, se han adherido plenamente a los discursos
que buscan el asesinato moral de nuestros pueblos, una vez que
ya no les resulta tan fácil el asesinato físico
o político.
El ALCA nos anuncia el ingreso al reino de Tribnia,
diáfanamente presentido por Jonathan Swift: "... habitado
en su mayor parte por testigos, delatores, acusadores, fiscales,
declarantes, juradores". Sobre el abismo al que nos arrojó
la Cumbre de Quebec, toquemos campanas a rebato.
José Steinsleger
La Jornada
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