QUÉBEC, abril 2001: Campanas a rebato
 

 

Atrincherada detrás de un muro cerrado de cuatro kilómetros de largo y cuatro metros de altura, la tercera cumbre de presidentes "de las Américas" abolió en Quebec todas las amenazas a la intangibilidad de los privilegios imperiales.

Liberales, conservadores y fascistas celebraron en Quebec una concordancia fraternal: el terror a la lucha para abrir las puertas del futuro y la indiferencia a los cambios que a gritos pidió la disgregación de un orden económico duro y frágil como nunca.

La cumbre más antidemocrática de todas las cumbres, desacreditó las exigencias inevitables de toda construcción nueva. No hay otro camino salvo el mal llamado "libre comercio". No hay otro camino salvo el de la democracia conservadora de occidente. La Gran Resignación a cambio de la Gran Promesa.
Ironías y sarcasmos de la historia humana: la igualdad democrática significa que pueblos enteros mueran de hambre para que una casta mínima engorde en el ocio y se solace con los tropos retóricos de la libertad farisaica, predicada por aquella secta judía que simulaba rigor y austeridad para eludir los preceptos y espíritu de la ley.

Si en Cien años de soledad, los personajes de García Márquez perciben como circular un tiempo, que en realidad es lineal, los politólogos de la "democracia fantástica" perciben como ascendente un movimiento que es perfectamente circular. Tomemos por ejemplo el caso de Venezuela hace un siglo, cuando en el lugar que hoy ocupa Hugo Chávez gobernaba el presidente Cipriano Castro.

A fines de 1902, Cipriano Castro ordenó la suspensión de pagos de la deuda externa. Inglaterra y Alemania entregaron un ultimátum sobre pago de deudas e indemnizaciones y bloquearon los puertos a más de apresar varios barcos venezolanos, hechos que llevaron a una guerra civil que causó 40 mil muertos.
Igualmente, comparemos puntos más, puntos menos, la intervención del presidente George W. Bush en Quebec. ¿No fueron calco y copia del Mensaje al Congreso de Theodore Roosevelt el 6 de diciembre de 1904?

"Todo lo que esta nación desea --dijo el creador de El Gran Garrote-- es ver el establecimiento de las naciones lindantes, reglamentarias y prósperas. Todo pueblo que es bien conducido puede contar con nuestra amistad desinteresada. Si una nación muestra que sabe cómo actuar con eficiencia razonable y decencia, en asuntos sociales y políticos, si conserva el orden y paga sus obligaciones, no deberá temer interferencia de los Estados Unidos".

Respecto al "libre comercio", Roosevelt expresó: "...Nuestros intereses y aquéllos de nuestros vecinos del sur, son en realidad idénticos. Ellos tienen grandes riquezas naturales y, si dentro de sus límites se obtiene el reinado de la ley y la justicia, es seguro que les llegará la prosperidad. Mientras ellos obedezcan las leyes primarias de la sociedad civilizada, pueden estar seguros que serán tratados por nosotros con un espíritu de cordialidad y simpatía".

Y frente al intervencionismo con dedicatoria explícita añadió: "Los casos en los cuales podamos interferir por la fuerza de las armas, como interferimos para poner punto final a las condiciones intolerables en Cuba, son necesariamente muy pocos".

Los gobernantes latinoamericanos suponen que a partir del 2005 nuestras economías estarán regidas por el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), suscrito en la ciudad canadiense. ¿Cuán seguros están de ello? Frente a las calamidades de hoy, cuando los diques constitucionales son ya demasiado estrechos y los pueblos sienten que si no los rompen pueden morir de asfixia, el Congreso de Estados Unidos ya tomó partido: no por el ALCA, sino a favor del Plan Colombia y la guerra contra los pueblos de América del Sur.
¿Qué vamos a celebrar entonces: la entrada en vigor del ALCA o el centenario de que el Departamento de Estado ordenó a sus misiones diplomáticas añadir a Estados Unidos el nombre "de América" porque a su juicio había "dignidad y sencillez en el término"?

Enterado de aquella ominosa disposición, el escritor y diplomático Federico Gamboa (1864-1939), embajador de México en Washington, escribió en Mi diario el 17 de junio de 1904: "...¡es el principio del fin! Ahora es el despojo de un nombre que a todos pertenece. ¡Mañana será el despojo de la tierra!".

Pero ya no hay diplomáticos como Gamboa. La política se parece, cada vez más, a una ya irrespirable cortina de humo que esconde o desfigura la realidad, la esencia del hombre y la vida. Y los gobiernos, y los funcionarios que rigen nuestros destinos, se han adherido plenamente a los discursos que buscan el asesinato moral de nuestros pueblos, una vez que ya no les resulta tan fácil el asesinato físico o político.

El ALCA nos anuncia el ingreso al reino de Tribnia, diáfanamente presentido por Jonathan Swift: "... habitado en su mayor parte por testigos, delatores, acusadores, fiscales, declarantes, juradores". Sobre el abismo al que nos arrojó la Cumbre de Quebec, toquemos campanas a rebato.

José Steinsleger
La Jornada

 




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