Los centros sociales italianos son el terreno
fértil de una creciente militancia, lista para actuar cuando
el G8 se reúna en Génova el próximo mes
Los centros sociales italianos son más que
el mejor lugar para estar un sábado por la noche. También
son el terreno fértil de una creciente militancia, lista
para actuar cuando el G8 se reúna en Génova el próximo
mes. En estos lugares, la cultura y la política se mezclan
con facilidad: un debate sobre acción directa se vuelve
una enorme fiesta al aire libre, un rave se lleva a cabo al lado
de una reunión sobre la sindicalización de los trabajadores
de la industria de la comida rápida. Los militantes de
los centros se habían caracterizado por su rechazo a la
política partidista, pero ahora comienzan a entrarle a
las elecciones locales, y a ganar...
Una mujer con largo cabello castaño y voz de fumadora tiene
una pregunta. "¿Qué te parece este lugar? -me
interroga con la ayuda de un traductor- ¿Un feo ghetto
o algo más hermoso?" No es una pregunta fácil.
Estamos sentadas en una derruida casa-okupa en uno de los suburbios
menos pintorescos de Roma. Las paredes del edificio están
cubiertas de graffiti, el suelo lodoso, y alrededor de nosotras
sólo hay voluminosos y amenazantes proyectos de vivienda.
Si alguno de los 20 millones de turistas que llegaron
a Roma el año pasado hubiera dado una vuelta a la esquina
equivocada y terminado aquí, inmediatamente hubiera corrido
por su Fodor's (una popular guía para turistas) y huido
hacia algún lugar con techos altos, fuentes y pinturas.
Pero mientras los restos de uno de los más
poderosos y centralizados imperios de la historia están
impecablemente preservados en el centro de Roma, es aquí,
en los miserables suburbios de la ciudad, donde alcancé
a tener un vistazo de una nueva y viva manera de hacer política.
Y está lo más lejos posible de los emperadores y
los ejércitos romanos.
La casa-okupa en cuestión se llama Corto
Ciccuito, es uno de los muchos "centros sociales" italianos.
Los centros sociales son edificios abandonados -almacenes, fábricas,
fortalezas militares, escuelas- que han sido tomados por okupas
y transformados en centros políticos y culturales, explícitamente
libres tanto del mercado como del control estatal. Algunos calculan
que hay como 150 centros sociales en Italia.
El más grande y más viejo -Leoncavallo
en Milán- fue clausurado por la policía y reabierto
muchas veces. Hoy es prácticamente una ciudad autocontenida,
con varios restaurantes, jardines, una librería, una sala
de cine, una rampa de patineta, y un club tan grande que pudo
ser anfitrión del grupo Public Enemy cuando estuvieron
en la ciudad. Estos son los escasos lugares bohemios en un mundo
que rápidamente envejece, un dato que llevó al periódico
francés Le Monde a describir la intrincada red de ocupas
como "la joya cultural italiana".
Pero los centros sociales son más que el
mejor lugar para estar un sábado por la noche, también
son terreno fértil de una creciente militancia política
en Italia, lista para actuar en el escenario mundial cuando el
G8 se reúna en Génova el próximo mes. En
los centros, la cultura y la política se mezclan con facilidad:
un debate sobre acción directa se convierte en una enorme
fiesta al aire libre, un rave tiene lugar al lado de una reunión
sobre la sindicalización de los trabajadores en la industria
de la comida rápida.
En Italia, esta cultura surgió de la necesidad.
Con políticos tanto de la izquierda como de la derecha
inmiscuidos en escándalos de corrupción, es comprensible
que muchos jóvenes italianos hayan llegado a la conclusión
de que el poder es el que corrompe.
La red de los centros sociales es una esfera política
paralela que, en vez de tratar de obtener el poder del Estado,
provee de servicios estatales alternativos -como las estancias
infantiles y la defensoría para refugiados-, al tiempo
que enfrenta al Estado con la acción directa.
Por ejemplo, la noche que estuve en el Corto Ciccuito
romano, la cena comunitaria de lasagna y ensalada caprese recibió
una recepción particularmente entusiasta, porque fue preparada
por un chef que acababa de ser liberado de la cárcel tras
ser arrestado en una marcha contra el fascismo. Dos días
antes, en el centro Leoncavallo en Milán, me topé
con varios miembros de Tute Bianche (los overoles blancos) que
estaban ensimismados mirando unos mapas digitales de Génova,
en preparación para el G8. El grupo de acción directa
-cuyo nombre proviene del uniforme que utilizan sus miembros durante
las protestas- lanzó una "declaración de guerra"
a la reunión en Génova. Ha jurado que cruzará
las barreras de la policía y la semana pasada hizo una
demostración pública de las armas defensivas que
planea usar (incluyendo trajes acolchonados con hule espuma y
llantas).
Pero las declaraciones de guerra no son las cosas
más impresionantes que suceden en los centros sociales
estos días. Más asombroso es el hecho de que en
los últimos años, estos militantes antiautoritarios,
que se caracterizan por su rechazo a la política partidista,
han comenzado a entrarle a las elecciones, y han ganado.
En Venecia, Roma y Milán, activistas destacados de centros
sociales, incluso dirigentes de Tute Bianche, son ahora consejeros
locales. Algunos dicen que la tendencia es simplemente una medida
defensiva: con la Forza Italia de derecha de Silvio Berlusconi
en el poder, necesitan protegerse de los que podrían cerrar
los centros. Pero otros -incluso Beppe Caccia, un miembro de Tute
Bianche y consejero local de Venecia- dicen que el paso a la política
municipal es una evolución natural en la teoría
de los centros sociales.
El Estado nación está en crisis -argumentan-,
debilitado por los poderes globales y corrompido por los empresariales.
Mientras tanto, en Italia, los fuertes sentimientos regionales
a favor de una descentralización han sido acaparados por
la derecha, muchas veces con tintes fascistas. Dado este clima,
Caccia propone una estrategia doble: enfrentar los poderes globales
no representativos y sin rendición de cuentas (por ejemplo,
el G8) y a la vez reconstruir uno nuevo, con rendición
de cuentas y participación política local (es aquí
donde el centro social se encuentra con el ayuntamiento). Lo cual
me remite a la pregunta hecha en los suburbios del momificado
imperio romano. Aunque sea difícil percibirlo al principio,
los centros sociales no son ghettos, son ventanas, no sólo
hacia otra manera de vivir, desenganchado del Estado, sino también
hacia una nueva política comprometida.
Y sí, es algo quizá hermoso.
Naomi Klein - Rebelion
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