GÉNOVA, julio 2001: Una escuela de política y fiesta
 

 

Los centros sociales italianos son el terreno fértil de una creciente militancia, lista para actuar cuando el G8 se reúna en Génova el próximo mes

Los centros sociales italianos son más que el mejor lugar para estar un sábado por la noche. También son el terreno fértil de una creciente militancia, lista para actuar cuando el G8 se reúna en Génova el próximo mes. En estos lugares, la cultura y la política se mezclan con facilidad: un debate sobre acción directa se vuelve una enorme fiesta al aire libre, un rave se lleva a cabo al lado de una reunión sobre la sindicalización de los trabajadores de la industria de la comida rápida. Los militantes de los centros se habían caracterizado por su rechazo a la política partidista, pero ahora comienzan a entrarle a las elecciones locales, y a ganar...
Una mujer con largo cabello castaño y voz de fumadora tiene una pregunta. "¿Qué te parece este lugar? -me interroga con la ayuda de un traductor- ¿Un feo ghetto o algo más hermoso?" No es una pregunta fácil.
Estamos sentadas en una derruida casa-okupa en uno de los suburbios menos pintorescos de Roma. Las paredes del edificio están cubiertas de graffiti, el suelo lodoso, y alrededor de nosotras sólo hay voluminosos y amenazantes proyectos de vivienda.

Si alguno de los 20 millones de turistas que llegaron a Roma el año pasado hubiera dado una vuelta a la esquina equivocada y terminado aquí, inmediatamente hubiera corrido por su Fodor's (una popular guía para turistas) y huido hacia algún lugar con techos altos, fuentes y pinturas.

Pero mientras los restos de uno de los más poderosos y centralizados imperios de la historia están impecablemente preservados en el centro de Roma, es aquí, en los miserables suburbios de la ciudad, donde alcancé a tener un vistazo de una nueva y viva manera de hacer política. Y está lo más lejos posible de los emperadores y los ejércitos romanos.

La casa-okupa en cuestión se llama Corto Ciccuito, es uno de los muchos "centros sociales" italianos. Los centros sociales son edificios abandonados -almacenes, fábricas, fortalezas militares, escuelas- que han sido tomados por okupas y transformados en centros políticos y culturales, explícitamente libres tanto del mercado como del control estatal. Algunos calculan que hay como 150 centros sociales en Italia.

El más grande y más viejo -Leoncavallo en Milán- fue clausurado por la policía y reabierto muchas veces. Hoy es prácticamente una ciudad autocontenida, con varios restaurantes, jardines, una librería, una sala de cine, una rampa de patineta, y un club tan grande que pudo ser anfitrión del grupo Public Enemy cuando estuvieron en la ciudad. Estos son los escasos lugares bohemios en un mundo que rápidamente envejece, un dato que llevó al periódico francés Le Monde a describir la intrincada red de ocupas como "la joya cultural italiana".

Pero los centros sociales son más que el mejor lugar para estar un sábado por la noche, también son terreno fértil de una creciente militancia política en Italia, lista para actuar en el escenario mundial cuando el G8 se reúna en Génova el próximo mes. En los centros, la cultura y la política se mezclan con facilidad: un debate sobre acción directa se convierte en una enorme fiesta al aire libre, un rave tiene lugar al lado de una reunión sobre la sindicalización de los trabajadores en la industria de la comida rápida.

En Italia, esta cultura surgió de la necesidad. Con políticos tanto de la izquierda como de la derecha inmiscuidos en escándalos de corrupción, es comprensible que muchos jóvenes italianos hayan llegado a la conclusión de que el poder es el que corrompe.

La red de los centros sociales es una esfera política paralela que, en vez de tratar de obtener el poder del Estado, provee de servicios estatales alternativos -como las estancias infantiles y la defensoría para refugiados-, al tiempo que enfrenta al Estado con la acción directa.

Por ejemplo, la noche que estuve en el Corto Ciccuito romano, la cena comunitaria de lasagna y ensalada caprese recibió una recepción particularmente entusiasta, porque fue preparada por un chef que acababa de ser liberado de la cárcel tras ser arrestado en una marcha contra el fascismo. Dos días antes, en el centro Leoncavallo en Milán, me topé con varios miembros de Tute Bianche (los overoles blancos) que estaban ensimismados mirando unos mapas digitales de Génova, en preparación para el G8. El grupo de acción directa -cuyo nombre proviene del uniforme que utilizan sus miembros durante las protestas- lanzó una "declaración de guerra" a la reunión en Génova. Ha jurado que cruzará las barreras de la policía y la semana pasada hizo una demostración pública de las armas defensivas que planea usar (incluyendo trajes acolchonados con hule espuma y llantas).

Pero las declaraciones de guerra no son las cosas más impresionantes que suceden en los centros sociales estos días. Más asombroso es el hecho de que en los últimos años, estos militantes antiautoritarios, que se caracterizan por su rechazo a la política partidista, han comenzado a entrarle a las elecciones, y han ganado.
En Venecia, Roma y Milán, activistas destacados de centros sociales, incluso dirigentes de Tute Bianche, son ahora consejeros locales. Algunos dicen que la tendencia es simplemente una medida defensiva: con la Forza Italia de derecha de Silvio Berlusconi en el poder, necesitan protegerse de los que podrían cerrar los centros. Pero otros -incluso Beppe Caccia, un miembro de Tute Bianche y consejero local de Venecia- dicen que el paso a la política municipal es una evolución natural en la teoría de los centros sociales.

El Estado nación está en crisis -argumentan-, debilitado por los poderes globales y corrompido por los empresariales. Mientras tanto, en Italia, los fuertes sentimientos regionales a favor de una descentralización han sido acaparados por la derecha, muchas veces con tintes fascistas. Dado este clima, Caccia propone una estrategia doble: enfrentar los poderes globales no representativos y sin rendición de cuentas (por ejemplo, el G8) y a la vez reconstruir uno nuevo, con rendición de cuentas y participación política local (es aquí donde el centro social se encuentra con el ayuntamiento). Lo cual me remite a la pregunta hecha en los suburbios del momificado imperio romano. Aunque sea difícil percibirlo al principio, los centros sociales no son ghettos, son ventanas, no sólo hacia otra manera de vivir, desenganchado del Estado, sino también hacia una nueva política comprometida.

Y sí, es algo quizá hermoso.

Naomi Klein - Rebelion

 




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