Con cierta discreción, desde hace más de doce
años, una coalición de izquierdas que lidera el
Partido de los trabajadores (PT), en Porto Alegre, capital del
estado de Rio Grande do Sul, en Brasil, lleva a cabo una experiencia
política singular: el presupuesto participativo. Los
ciudadanos intervienen directamente en la elaboración
del presupuesto del municipio. En cada barrio, un comité
democráticamente elegido, decide soberanamente a qué
sector debe ir el financiamiento comunal. No sólo decide
sino que supervisa todo el proceso de contratación de
empresas, de realización de las obras y de verificación
de pagos, lo que suprime toda posibilidad de corrupción.
Resultado: en doce años esa ciudad de millón y
medio de habitantes ha conocido una espectacular transformación:
escuelas, hospitales, pavimentación, alcantarillado,
transporte, recogida de basura, museos, parques y jardines,
restauración del casco antiguo, seguridad, etcétera.
Es hoy día, en opinión general, una de las ciudades
de América Latina mejor administradas y de mayor calidad
de vida. La satisfacción de los ciudadanos se manifiesta
en los comicios locales: en noviembre 2000, una vez más
el candidato a alcalde del PT, Tarso Genro, fue elegido con
más del 60% de los votos... Todo esto en una atmósfera
de debate democrático abierto, pues existe una oposición
de derechas muy activa y el PT no controla ninguno de los grandes
medios de comunicación de masas, ni la prensa, ni la
radio y menos aún la televisión.
No resulta pues extraño que a la hora de escoger un
lugar simbólico como sede del primer Foro Social Mundial
se designase a Porto Alegre.
Pero, ¿por qué organizar un Foro Social Mundial?
Para comprenderlo hay que remontarse a la caída del muro
de Berlín en 1989, y a la implosión de la Unión
Soviética en 1991. Estos dos mega-acontecimientos, por
razones no fáciles de explicar, provocaron un adormecimiento
momentáneo de lo que podríamos llamar el pensamiento
crítico. La aplastante victoria del campo occidental
en la guerra fría y la del capitalismo sobre el comunismo
de tipo soviético favorecieron una irresistible expansión
de las tesis neoliberales y de la dinámica de la globalización.
Hasta mediados de los años noventa, estas tesis triunfaron
de manera arrolladora sin encontrar apenas resistencia. Fueron
años en los que el principal esfuerzo de los oponentes
críticos a estas corrientes se consagró esencialmente
a identificar, describir y comprender estos fenómenos
(¿Qué es el neoliberalismo? ¿Cómo
funciona la globalización?).
Fue la época en la que propusimos, como concepto de
identificación crítico, aquello del "pensamiento
único". Una manera de designar al adversario y su
ambición hegemónica. Una forma también
de decir que donde algunos -los ultraliberales- afirmaban que
nos hallábamos ante una pura realidad técnica
y científica, otros veíamos concretamente de lo
que se trataba: sencillamente de una ideología. La ideología
del mercado. El mercado y sus leyes como solución total
a los problemas de la sociedad. Y como mecanismo totalitario
con vocación de sustituir al Estado y a todos los organismos
colectivos. El mercado contra el Estado, lo privado contra lo
público.
En el curso de esta primera fase de observación, de
reflexión y de comprensión, se identificaron también
los principales actores de la globalización. Se desenmascaró
al " gobierno oculto" del planeta, constituido por
cuatro organismos centrales: el Fondo monetario internacional
(FMI), el Banco Mundial, la Organización de Cooperación
y Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización
Mundial del Comercio (OMC). En el seno de estos cuatro "ministerios"
se elaboran los marcos políticos (el "ajuste estructural")
que luego los gobiernos locales tienen que imponer a sus sociedades,
pervirtiéndose así el sentido de la democracia
y el contrato social.
Con estupor descubrimos además que la aplicación
sistemática en la mayoría de las regiones de planeta
de estas políticas neoliberales, había agravado
las desigualdades. Que si en 1960 el 20% de la población
rica tenía unos recursos 30 veces superiores a los del
20% de los más pobres, en 1995 los recursos de los ricos
¡eran 82 veces superiores! Que en más de 70 países
la renta per cápita era inferior a la de hace veinte
años... Que a escala planetaria, 3 mil millones de personas
-¡la mitad de la humanidad!- vivían con menos de
2 dólares diarios. Finalmente, estimaciones recientes
de la ONU muestran que las 225 personas de mayor fortuna del
planeta poseen un patrimonio equivalente a la renta anual acumulada
de 2.500 millones de personas (o sea, ¡el 40% de la población
mundial !). Y que la fortuna de las 15 personas más ricas
es superior al PIB total del conjunto de los países del
África subsahariana...
Ante estas escandalosas revelaciones comenzó una segunda
fase de protesta e insurrección.
Simbólicamente, podemos decir que empieza el día
uno de enero de 1994, cuando irrumpen en la escena internacional
el subcomandante Marcos y su movimiento zapatista. Marcos teoriza
la articulación entre globalización planetaria
y marginalización de los pobres del Sur. Se produce después
una ola de protestas de gran envergadura que alcanza a los países
desarrollados, como el movimiento social francés de noviembre
1995. Esta fase de protesta contra las injusticias de la globalización
propone nuevos héroes emblemáticos -como el propio
subcomandante Marcos o el campesino francés José
Bové-, organizaciones combativas de nuevo tipo -como
ATTAC- y batallas insólitas, ampliamente mediatizadas:
Seattle, Washington, Praga, Okinawa, Niza...
A estas dos primeras fases, de análisis y de protesta,
debía inevitablemente suceder una tercera etapa de proposiciones.
Fin de la rebelión en contra y principio de una acción
en favor. Pero, ¿en favor de qué? Aquí
aparece el sentido del Foro Social Mundial de Porto Alegre.
Concebido como la antítesis del Foro Económico
Mundial de Davos. Si éste se instaló en el Norte,
el de Porto Alegre se sitúa en el Sur. Si en Davos se
reúnen los nuevos amos del mundo (empresarios, banqueros,
gobernantes), en Porto Alegre se reunirán los ciudadanos
y los pueblos del planeta. Lo único en común,
por razones de eficacia mediática, las fechas: del 25
al 30 de enero en los dos casos.
Mientras un Davos fortificado y militarizado apareció
sumido en la mala conciencia y en la culpabilidad, el éxito
festivo de Porto Alegre salta a la vista. Unos 12.000 participantes
(sólo se esperaba a 5.000), 120 países representados,
1.600 periodistas acreditados, más de 800 ONGs, 400 talleres
de reflexión, decenas de intelectuales de talla internacional
(de Samir Amin a Armand Mattelart, de Eduardo Galeano a Walden
Bello, de Ariel Dorfman a Tarek Ali...).
El nuevo siglo empezó efectivamente en Porto Alegre.
Y los fanáticos de la globalización saben que
las cosas probablemente ya no serán como antes. Porque
se ha comenzado a entrever que otro mundo es posible. Un mundo
en el que se suprimiría la deuda externa; en el que los
países pobres del Sur jugarían un papel más
importante; en el que se pondría fin a los ajustes estructurales;
en el que aplicaría la tasa Tobin en los mercados de
divisas; en el que suprimirían los paraísos fiscales;
en el que se aumentaría la ayuda al desarrollo y en el
que éste no adoptaría el modelo del Norte ecológicamente
insostenible; en el que se invertiría masivamente en
escuelas, alojamiento y sanidad; en el que se favorecería
el acceso al agua potable de la que carecen 1.400 millones de
personas; en el que se obraría seriamente por la emancipación
de la mujer; en el que se aplicaría el principio de precaución
contra todas las manipulaciones genéticas y en el que
se frenaría la actual privatización de la vida.
En suma, un mundo en el que el "consenso de Washington"
sería por fin sustituido por este nuevo consenso de Porto
Alegre.
Ignacio Ramonet
El País
Ignacio Ramonet es director de Le Monde Diplomatique, fundador
de ATTAC y uno de los promotores del Foro Social Mundial de
Porto Alegre.