Cuando la joven mujer canadiense me entregó modestamente
su libro, con la dedicatoria "A Walden, con respeto y solidaridad",
poco sabía yo que estaba recibiendo un cartucho de dinamita.
Antes de nuestro encuentro en el Foro Social de Porto Alegre,
en Brasil, hace unas semanas, había oído por supuesto,
hablar de Naomi Klein y leído en alguna parte que su
"No Logo" se estaba convirtiendo en el himno del movimiento
antiglobalización, pero nada me había preparado
para la vertiginosa experiencia intelectual de adentrarse en
el libro.
"No Logo" es convincente, pero no es una lectura
fácil. Leer a Klein es como servir junto a un comandante
habilidoso, que sondea las muchas defensas del enemigo y las
expone para así localizar mejor el principal punto de
vulnerabilidad. El sondeo es incesante, y justo cuando el lector
piensa que el autor ha identificado la clave para la defensa,
ella revela que esto es sólo un episodio del desenmarañamiento
de las dinámicas del capitalismo contemporáneo.
Ella sigue adelante con el reconocimiento pero tú sólo
puedes asimilar hasta ahí de una sentada. Esto es escritura
analítica de la mejor, el producto de una mente incansable
de primera clase, que no se contenta con presentar un vistazo
o dos con su material, sino un tren de ellos.
Al análisis de Klein no le faltan sus defectos, y estos
no son insignificantes, pero antes de señalarlos, uno
debe mostrar las gemas, porque su valor es incalculable.
LA ERA DE LA MARCA
El punto esencial de Klein es que el capitalismo en la edad
de la globalización es la era de la marca, el logotipo.
Los logos están por todas partes, mirándote durante
tus operaciones más privadas en el reservado; invadiendo
espacios públicos que estuvieron una vez claramente marcados
y delineados como las escuelas; convirtiéndose, como
el trazo de Nike, en la pieza central de espectáculos
culturales y atléticos. Vivimos en un "mundo marcado"
donde el gusto, los estándares culturales y últimamente
incluso los valores están siendo definidos cada vez más
por mega-marcas como Nike, cuyo trazo ha venido a ser en el
presente lo último en estilo deportivo y cuyo eslogan
"Simplemente hazlo" lo identificó con la afirmación
de la individualidad.
La Edad de la Marca asiste a la evolución de una nueva
relación entre el productor y su producto. Mientras que
las marcas estaban originalmente pensadas para asegurar la calidad
del producto, hoy la marca se ha desprendido del producto para
convertirse en su lugar en el punto de venta. Klein destila
esta perspectiva en una piedra preciosa de párrafo que
merece ser citado en su totalidad:
"Muchas multinacionales con nombre de marca están
en el proceso de trascender la necesidad de identificarse con
sus productos terrenales. Sueñan, en lugar de ello, con
los significados profundos interiores de su marca- el modo en
que capturan el espíritu de la individualidad, atletismo,
naturaleza salvaje o comunidad. En este contexto de pavoneo
sobre sustancia, los departamentos de marketing encargados del
manejo de la identidad de las marcas han comenzado a ver su
trabajo como algo que ocurre no en conjunción con la
producción de la fábrica sino en competición
directa con ello. "Los productos están hechos en
la fábrica" dice Walter Landor, presidente de la
agencia de marcas Landor, "pero las marcas están
hechas en la mente." Peter Schweitzer, presidente de la
gigante publicitaria J. Walter Thompson, reitera el mismo pensamiento:
"La diferencia entre productos y marcas es fundamental.
Un producto es algo que está hecho en una fábrica;
una marca es algo que es comprado por el cliente." Las
agencias de anuncios Savvy se han alejado de la idea de que
están vendiendo productos hechos por alguien más,
y han venido a considerarse en cambio como fábricas de
marcas, dando lugar a lo que es de verdadero valor: la idea
del estilo de vida, la actitud. Los constructores de marcas
son los nuevos productores primarios en nuestra llamada economía
del saber."
Marca tras marca son descompuestas profusamente: Levi Strauss,
Starbucks, Pepsi, McDonalds, Wal Marts, MTV, Tommy Hilfiger,
por nombrar sólo unas pocas. Es, comoquiera, Nike, la
bestia negra del libro y el director ejecutivo de Nike, Phil
Knight quien emerge como su antihéroe.
NIKE: LA MARCA TOMA LA PISTA CENTRAL
Nike comenzó como una firma identificada con un deportivo
de alta tecnología, que arribó a la locura americana
por trotar de los sesenta y setenta. Fue, de todas formas, a
mitad de los ochenta cuando la manía de trotar declinó
y Reebok se fjió en el mercado de deportivos para aeróbic
de moda que Phil Knight promovió la transición
de Nike de ser un productor de deportivos a ser promotor de
un estilo de vida, a ser la "esencia del deporte."
Nike firmó a Michael Jordan para personificar el espíritu
Nike, en las habilidades baloncestísticas de Jordan para
convertirse en una supermarca mientras simultáneamente
convertían a Jordan en una superestrella global con una
impactante campaña publicitaria. Entonces Nike continuó
así hasta convertirse en una fuerza del deporte profesional,
comprando el Tour de golf de Ben Hogan y redenominándolo
el Tour Nike, creando una agencia deportiva de su propiedad
para representar a atletas en negociaciones contractuales no
sólo con los dueños de los equipos sino también
con otras posibles compañías patrocinadoras, e
incluso creando el primer equipo olímpico de esquí
africano para los Juegos de Invierno de 1998 en Nagano. El tercer
paso fue "marcar como locos", lo que quiere decir
estampar el trazo de Nike en todas las ropas conectadas con
el deporte: chandals, camisetas, trajes de baño, calcetines.
¿Y el objetivo de todo esto? "Al hacer equivaler
la compañía con deportistas y el deporte a un
nivel tan primario", afirma Klein, "Nike dejó
de vestir simplemente el juego y comenzó a jugarlo. Y
una vez Nike estaba en el juego con sus atletas podría
tener fanáticos 'fans' del deporte en lugar de clientes."
Habiendo identificado a Nike con el deporte, Knight se mueve
para llevar el trazo a nuevas fronteras, como el entretenimiento,
donde está a punto de lanzar un barco crucero "trazado".
La última doctrina de marketing que motiva a Nike y otras
marcas exitosas es que el beneficio yace en crear "sinergia".
Dominar simplemente una industria ya no es suficiente: la marca
debe expandirse lateralmente hacía otras dimensiones
de existencia, del deporte al entretenimiento, a la escuela
y la cultura. "Si la música, porqué no la
comida, pregunta Puff Daddy. Si ropa, porqué no venta
al por menor, pregunta Tommy Hilfiger. Si venta al por menor,
porqué no música, pregunta Gap. Si casas de café,
porqué no publicar, pregunta Starbucks. Si parques temáticos,
porqué no ciudades, pregunta Disney."
No era sólo el tamaño lo que motivó las
megafusiones de los 90, dice Klein. La fusión de America
Online con Time, Viacom con CBS, la compra de ABC por Disney-
todo esto y más estaban motivadas por el deseo de encerrar
la vida del consumidor en la marca. Con la marca yendo de denotar
un producto a denotar un estilo de vida, el objetivo se ha convertido
nada menos que en llevar al consumidor a creer que "puedes
vivir toda tu vida en su interior." Y por tanto las luchas
más encarnizadas ya no tienen lugar entre productos en
guerra sino "entre campos de marcas en guerra que están
constantemente redibujando las fronteras en torno a sus enclaves,
ensanchando las fronteras para incluir más conjuntos
de estilos de vidas."
"SECUESTRANDO LO 'COOL'"
El salto de vender un producto a vender un estilo de vida asociado
con una marca tiene lugar en un mercado que está dominado
por la "demografía juvenil". Por ello la importancia
de estar asociado con lo que es "cool". Y Nike y Tommy
Hilfiger descubrieron que "cool" se encontraba en
el gueto negro. Las megamarcas clonaron vestimenta de gueto,
probaron su comercialización entre los jóvenes
negros pobres del centro de las ciudades americanas y luego
las revolucionaron entre el mercado de la juventud blanca de
clase media. Lo que los publicistas ven como marketing innovador,
Klein lo ve como una relación esencialmente parasitaria.
Y lo que las marcas hicieron a las expresiones culturales de
la alienación juvenil y el revolt-punk, hip-hop, fetichismo
y retro; también lo hicieron al feminismo, la liberación
gay, y el multiculturalismo. Esto es, convertir temas antisistema
en éxitos promocionales para las marcas, como el "Simplemente
Hazlo" de Nike. Ni siquiera los enemigos más fieros
de las corporaciones se libraron de ser una copia potencial
para su publicidad. Nike ofreció a Ralph Nader 25.000
dólares por mostrar un deportivo Air 120 mientras decía
"Otro desvergonzado intento de Nike por vender zapatos".
Nader se negó.
HUYENDO DE LA FÁBRICA
El salto de publicitar el producto a publicitar la marca ha
relegado la manufactura a un papel subordinado en el capitalismo
contemporáneo. Contratando externamente la producción
con fabricantes sin nombre sujetados con cuerda tensa, los innovadores
de las megamarcas encontraron que podían ahorrar dinero
que podría entonces ser reinvertido en publicidad de
la marca. "Viajar Ligero" se puso de moda, significando
mudar tus propias fábricas, rebajando tu fuerza laboral
, y pasándole la sucia tarea de producir a operadores
Coreanos o Taiwaneses moviéndose de una zona de proceso
de exportaciones a otra en Asia.
Algunas de las páginas más puntillosas del libro
son sobre la vida de la fuerza de trabajo que es paradigma en
la globalización: no sindicados, terriblemente infrarremunerados,
permanentes trabajadoras femeninas "temporales" en
la zona de proceso de exportaciones en Rosario, Cavite, en Filipinas.
Aquí la ilusión de los beneficios de la inversión
extranjera para los países en desarrollo es rota en pedazos
por la realidad de vidas jóvenes malgastadas en fábricas
que son más bien como prisiones, de salarios que son
tan bajos que la mayoría de la paga del trabajador se
gasta en habitaciones compartidas, transporte y sustento básico,
de los gestores de la administración pública tan
asustados de que los inversores se vayan de Vietnam o China
que ofrecen a empresas subcontratantes sin garantías
todo tipo de incentivos fiscales y no se atreven a permitir
el sindicalismo.
Como en otros temas, Nike abrió camino. Mudando sus
fábricas en el Norte, Nike transfirió su producción
a subcontratas, quienes procedieron al sucio trabajo de exprimir
los salarios, institucionalizar horas extras forzosas, y evitar
la organización de sindicatos. Que las mismas subcontratas
en ocasiones produjeran deportivos de Nike junto con los de
Adidas y Reebok no era extraño. Cuando se enfrentaban
a acusaciones de explotar a los trabajadores, Nike, Adidas y
Reebok se lavaban las manos, diciendo que eso era un problema
entre los trabajadores y la subcontrata.
Lo que va viene, y lo que Nike y otras megamarcas hicieron
a los trabajadores en el Sur, también se lo hicieron
a los trabajadores jóvenes que vendían sus productos
en el Norte: eliminar empleo permanente, suprimir los beneficios,
pagarles el salario mínimo, mantenerles a media jornada,
y romper el último lazo no contractual contratándoles
a través de Empresas de Trabajo Temporal (ETT). Muchas
funciones que fueron una vez llevadas a cabo dentro de la casa
por empleados permanentes han sido ahora contratadas totalmente
afuera a ETTs que "se han convertido en completos departamentos
de recursos humanos para todas tus necesidades de personal sin
compromiso, incluyendo la contabilidad, archivo, manufactura
y servicios informáticos." El nuevo mantra para
el Consejero Delegado de moda viene de Tom Peters: "Eres
un maldito tonto si lo posees." Y la apoteosis de esta
era es el Consejero Delegado de alquiler, como Al Dunlap el
"Motosierra", un individuo al que se le pagan millones
en salario y "stock options" para devolver una corporación
a números negros, cuyo primer acto en el cargo era casi
invariablemente recortar la fuerza laboral.
El resultado era exceso de alcance empresarial. Cualquier estudiante
de los movimientos sociales podría haberle dicho a los
estupendos chicos del capitalismo de marcas que la combinación
de publicidad agresiva, piratería cultural, precarización
de la fuerza laboral y desertización de las comunidades
crearía resistencia, y que espolearía una reacción
incluso entre la misma gente cuyo gusto, estilo y valores las
megamarcas habían trabajado tanto para moldear: los jóvenes.
En una serie de bien publicitados enfrentamientos David contra
Goliath en los 90, la opinión pública inclinó
la balanza hacia los Davids. Nike se enfrentó a la campaña
global anti-Nike y se tambaleó. Shell y Greenpeace lucharon
sin cuartel en el Brent Spar del Mar del Norte, y Shell se retiró.
McDonalds denunció a dos ecologistas en Londres por calumnias
y acabó pillándose los dedos. A final de los 90
estas campañas y otras se estaban fusionando en un auténtico
movimiento global anticorporación, que era intensamente
político pero, al contrario que la vieja izquierda, descentralizado,
pluralista, no jerárquico, intensamente entrelazado a
través de Internet (gracias a hombres como Steve Case
de AOL y Bill Gates) y sin compromiso.
"Cuando comencé este libro", escribe Klein,
"no sabía honestamente si estaba cubriendo escenas
marginales atomizadas de resistencia o el nacimiento de un movimiento
potencial de amplia base. Pero a medida que pasó el tiempo,
lo que vi claramente era un movimiento formándose ante
a mis ojos." Escrito antes del levantamiento de Seattle
que hundió el Ministerial de la OMC en Diciembre de 1999,
No Logo fue profético.
PERO LA PRODUCCIÓN IMPORTA
No Logo es brillante pero defectuoso. A cada oportunidad, Klein
nos recuerda que en el capitalismo de hoy día, fabricar
ha cedido el puesto de honor al marketing. Esto es, sin embargo,
llevar un análisis demasiado lejos. La descentralización
en la fabricación puede muy bien ser el caso en las industrias
del calzado y la ropa, en los servicios, o en el entretenimiento,
donde el input de tecnología es bajo en relación
a otros sectores de la economía. Pero definitivamente
no es el caso en aquellos sectores que conducen el resto de
la economía, como la industria electrónica.
Intel, por ejemplo, funciona como una marca al viejo estilo.
No denota un estilo de vida distintivo como el trazo de Nike;
señala que estás usando un chip en cierto estado
de avance. Del mismo modo, el logotipo de Cisco Systems sólo
denota una cosa a los miles de negocios "punto.com"
que confían en ella para los componentes clave del hardware
y software que hacen Internet posible: que estos productos fabricados
son indispensables. La marca de Microsoft Windows puede denotar
todo tipo de cosas, pero si las capacidades del software de
la compañía y productos de Internet caen por debajo
de la competencia, ni siquiera la más hábil campaña
de marca podrá proteger la línea de fondo de Microsoft.
El marketing diferencia de otro modo, productos similares en
los sectores de la industria ligera, la venta al por menor y
los servicios. La fabricación importa una vez que te
introduces en los sectores intensivos en tecnología.
Como en anteriores eras del capitalismo, la punta de producción
hoy día es proporcionada por recursos superiores de capital,
monopolio sobre alta tecnología y control sobre los mercados.
La dominación del mercado no está simplemente
en función del buen marketing. Depende de generar los
recursos de capital que le darían a uno la clave en tecnología
punta que puede traducirse en un producto superior. Por supuesto,
la industria ligera, las ventas al por menor y el entretenimiento
son sectores críticos de la economía, pero bailan
al son de las revoluciones en el sector de la fabricación
tecnológica.
De hecho, incluso en la industria ligera, el enfocarse en el
marketing en lugar de en la producción es en realidad
un movimiento defensivo que surge de desarrollos a nivel de
producción. El paso de apoyar la producción a
vender la marca vino después de que los productores asiáticos
comenzaran a atiborrar el mercado estadounidense con importaciones
que eran no sólo baratas sino muy buenas.
Moverse arriba en el mercado y dejar la parte inferior a los
asiáticos y otros productores de países en vías
de desarrollo proveyó solamente un alivio temporal ya
que era sólo una cuestión de tiempo que los asiáticos
pudieran alcanzar a las firmas del norte en diseño y
calidad, como demostraron los productores basados en Hong-Kong
Bossini y Giordano. Al contrario que las empresas textiles y
de prendas de vestir que trataron de salvarse llevando a sus
gobiernos a limitar las importaciones asiáticas vía
cuotas, las megamarcas, viendo que esta era una solución
sin salida, eligieron una defensa innovadora: subcontratar tu
producción a los brutalmente eficientes en costes productores
asiáticos, mientras se les mantiene a raya apretando
en los "derechos de propiedad intelectual", asegurando
así la instauración de una draconiana legislación
internacional protegiendo a la marca.
EL USO DE TRIPs (Derechos de Propiedad Intelectual)
Por ello la importancia del Acuerdo sobre Derechos de Propiedad
Intelectual relacionados con el comercio (TRIPs, por sus siglas
en inglés), el cual es la pieza central del conocido
Acuerdo General sobre Comercio y Aduanas/Organización
Mundial del Comercio (GATT/OMC). La sección de TRIPs
sobre la protección de marcas podría fácilmente
haber sido redactada por abogados de Levi Strauss o Nike, y
lo sorprendente es que, mientras que Klein esparce comentarios,
en ocasiones de gran intuición, sobre las leyes de Derehos
de Autor, falla en examinar sistemáticamente la relación
entre las necesidades emergentes de las megamarcas y el empuje
del gobierno estadounidenses a la incorporación de los
TRIPs en el acuerdo de la OMC.
Pero no es la sección sobre marcas la parte más
crítica de los TRIPs. Es la sección sobre patentes,
especialmente patentes en tecnologías de procesamiento
que están en el corazón de la fabricación
de alta tecnología. El régimen de TRIPs proporciona
una protección mínima de patente generalizada
de 20 años. Incrementa radicalmente la duración
de la protección para semiconductores o chips informáticos.
Instituye regulaciones de frontera draconianas contra productos
juzgados como violadores de los derechos de propiedad intelectual.
Y pone la carga de prueba en el presunto violador de las patentes
de proceso- un interesante reverso del principio legal de presunción
de inocencia hasta demostrarse la culpabilidad.
Los TRIPs tenían el objetivo de proteger a los Nike y
Tommy Hilfigers de baja tecnología, pero estaba intencionado
más que nada para los Microsoft, los Pfizers y los Monsantos.
Estos fabricantes intensivos en conocimiento son los conductores
de la economía estadounidense. El monopolio es su juego,
y los acuerdos TRIPs de la OMC es su medio. La innovación
en el sector productivo intensivo en conocimiento (en software
y hardware electrónico, biotecnología, láser,
optoelectrónica, tecnología de cristal líquido,
por nombrar sólo unas pocas industrias) ha llegado a
ser el determinante central del poder económico en nuestro
tiempo. Y cuando cualquier compañía en Asia y
otras partes del mundo en desarrollo desea innovar, por ejemplo
en diseño de chips o software, tiene necesariamente que
integrar varios diseños y procesos patentados, la mayoría
de ellos de gigantes de la electrónica de hardware y
software como Microsoft, Intel y Texas Instruments. Como los
coreanos han aprendido amargamente, pagos exorbitados de derechos
a lo que ha sido llamado la "mafia de alta tecnología"
estadounidense mantiene los márgenes de beneficios de
uno bajos mientras reduce los incentivos para la innovación
local.
El resultado esperado de todo esto es que los fabricantes asiáticos
de alta tecnología como Samsung o incluso Acer seguirán
el camino de sus antecesores de baja tecnología en textiles
y ropa, y subcontratarán la producción de los
Suns, los Apples, y los Intels. Los TRIPs permiten al líder
tecnológico, en este caso los Estados Unidos, influenciar
enormemente, si no determinar, el paso del desarrollo tecnológico
e industrial en países industrializados rivales, los
nuevos países industrializados y el mundo en desarrollo.
La fabricación importa, y en esta era de producción
globalizada, el monopolio de tecnología proporciona el
filo crítico.
DEFECTO I: LA CRISIS DE SOBREPRODUCCIÓN
El enfoque de Klein sobre el marketing en lugar de la fabricación
también lleva a formulaciones cuasi-metafísicas
como la de la fuerza conductora de las corporaciones de hoy
en día es la necesidad "de trascender la necesidad
de identificarse con productos terrenales." Si el marketing
ha llegado a ser tan fiero e innovador es por la exacerbación,
debido a la globalización, de la vieja contradicción
que marcó el capitalismo desde su nacimiento: la crisis
de sobreproducción o infraconsumo.
El capitalismo está marcado por ciclos de expansión
y contracción. En la fase expansiva, las expectativas
de beneficio continuado causan que las empresas inviertan en
capacidad. El resultado es sobreinversión o exceso de
capacidad, llevando a una crisis de beneficios. En el ciclo
actual, los beneficios dejaron de crecer en 1997. Con una capacidad
tremenda por todas partes, las empresas intentaron contrarrestar
la caída de la rentabilidad reduciendo la competencia.
La "sinergia" puede haber sido la motivación
en algunos casos, como defiende Klein, pero fue la eliminación
de la competencia lo que era el objetivo de las más importantes
megafusiones y mega-"alianzas" de los últimos
años (la unión Daimler Benz-Chrysler-Mitsubishi,
la absorción de Nissan por Renault, la fusión
Mobil-Exxon, el acuerdo BP-Amoco-Arco, y la "Alianza Estrella"
de gigantes en la industria aérea.)
La capacidad de la industria informática estadounidense
está creciendo a un 40% anual, muy por encima de los
incrementos esperados de la demanda. En la industria automovilística,
la oferta mundial se espera que alcance 80 millones en el período
1998-2002, mientras la demanda aumentará a sólo
un 75% del total. La consolidación de la industria automovilística
global en menos de 20 participantes principales es esencialmente
un impulso para reducir la capacidad de una industria inmensamente
productiva. Como lo pone el economista Gary Shillings, hay "exceso
de oferta de casi todo." La sobreproducción o el
infraconsumo es una función de la demanda del consumidor,
y cuanto más tratan de incrementar las corporaciones
sus beneficios limitando la competencia, más profundamente
crece la crisis ya que limitar la competencia se traduce en
despidos y la transformación de la fuerza de trabajo
en trabajadores a media jornada, temporales, autónomos,
y desde casa. Esto quiere decir cortar la misma demanda de consumidor
que se necesita para estimular la producción.
La distribución de la renta es otro factor que limita
la demanda e induce el exceso de capacidad. Mientras la economía
estadounidense era expansiva en los 90, había muchas
noticias sobre lo ajustado que estaba el mercado de trabajo
y cómo el desempleo había bajado a niveles récord
en los EE.UU. Pero fue sólo alrededor de 1997 cuando
los salarios reales registraron una ligera subida tras años
de declinación o estancamiento. como ha señalado
Robert Brenner, la reestructuración masiva para recuperar
rentabilidad que marcó el período de 16 años
entre 1979 y 1995 forzó al 60% más bajo de la
fuerza laboral estadounidense a trabajar por salarios progresivamente
menores, de forma que para el final del período, los
salarios eran un 10% más bajos de lo que lo eran al principio.
La reestructuración que se supone que ha hecho a la economía
estadounidense supercompetitiva ha combinado el desarrollo de
una tremenda capacidad con la peor distribución de la
renta entre los países más avanzados. Esto es
una contradicción deslumbrante, suprimida durante un
tiempo por la hiperactividad del mercado financiero, que se
ha afianzado en la recesión que se propagaba.
Además de limitar la competencia, otros mecanismos utilizados
por las corporaciones para aliviar la crisis de sobreproducción
y rentabilidad es abrir nuevos mercados. Este empuje se ha intensificado
en las últimas dos décadas, que han visto una
liberalización del comercio y financiera impuesta sobre
las economías del Sur por el Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional y la Organización Mundial del
Comercio. Pero, mientras la liberalización ha permitido
a las compañías transnacionales penetrar en mercados
limitados de elites y clase media, ha denegado estas ganancias
creando mayor empobrecimiento y desigualdad en el mercado de
masas.
La brecha entre la tremenda capacidad productiva del capitalismo
y el limitado poder adquisitivo de la mayor parte de los participantes
en este sistema es todavía más severa a nivel
global. El número de gente viviendo bajo el umbral de
la pobreza se incrementó globalmente de 1.100 millones
en 1985 a 1.200 millones en 1.998, y se espera que alcance 1.300
millones este año. Si excluímos China, donde las
estadísticas no son fiables, la proporción de
la población del mundo en desarrollo clasificada como
pobre había permanecido en general constante desde 1.987,
según el informe del Instituto Mundial de Investigación
sobre Economía del Desarrollo de la Universidad de Naciones
Unidas. Basado en la proporción de población que
vive en pobreza extrema, hay ahora 48 países clasificados
como países menos desarrollados (PMD)- tres más
que hace una década. Si uno va de la pobreza a la desigualdad
de renta como indicador del poder adquisitivo, la imagen es
aún más clara. Un estudio de 124 países
representando el 94% de la población mundial muestra
que el 20% más rico de la población mundial incrementó
su parte del ingreso global mundial de un 69% a un 83%. Una
gran riqueza entre los pocos de arriba, una gran pobreza entre
los miles de millones de abajo, y un estrato medio cuyos ingresos
se están deteriorando o están estancados- esta
es la contradicción culpable de la sobreproducción,
exceso de capacidad e infraconsumo que está hundiendo
la economía global dominada por EE.UU.
Las instituciones de Bretton Woods y la OMC, que han jugado
un papel tan crítico en este proceso de empobrecimiento
global, difícilmente pueden imaginarse en la galería
de villanos de Klein. Pero, incluso más que las compañías
individuales, estas instituciones ocupan un lugar especial en
el panteón de objetivos del movimiento antiglobalización.
Son vistos como los que hacen cumplir las reglas globales que
benefician a las transnacionales, y los activistas tienen razón
en que deslegitimándoles exitosamente se traducirá
en una menor pronosticabilidad y una tremenda incertidumbre
para todas las transnacionales operando en el Sur.
DEFECTO II: EL PAPEL DE LAS FINANZAS
El que Klein obvie las dinámicas de producción
en la era del capitalismo global es un punto negro que también
la lleva a obviar el papel central del capital especulativo
en esta era. En ninguna parte del libro hace aparición
George Soros, uno de los dos capitalistas paradigmáticos
de nuestra era (siendo el otro Bill Gates). Alan Greespan, la
crisis financiera asiática, el evasivo fondo de inversión
"Long Term Capital", la fusión del Citigroup,
Robert Rubin, el "complejo de Tesorero de Wall Street"...
estos actores y hechos están ausentes o son mencionados
de pasada.
Pero, debido a la crisis de sobreproducción y rentabilidad,
la economía estadounidense y la economía global
son cada vez más conducidas por las finanzas, por la
actividad especulativa, como han señalado analistas como
Doug Henwood. Rendimientos decrecientes en industrias clave
han llevado a que el capital se desplace cada vez más
de la economía real a exprimir "valor" de valores
ya creados en el sector financiero. Han conducido también
la liberalización de los mercados financieros para permitir
la libre circulación de capitales de un mercado de capitales
a otro en busca de crecientes ventajas insignificantes. Y a
este respecto, el papel del Fondo Monetario internacional (FMI)
(otro actor global clave sobre el que Klein tiene poco que decir)
ha sido central en la eliminación de las restricciones
a los movimientos de capital en las economías asiáticas
y otras economías en desarrollo.
Lo que se sucedió fue esencialmente un juego de arbitraje
global, jugado principalmente por los operadores financieros
estadounidenses. El Capital se movió de un mercado financiero
a otro buscando hacer beneficio de la explotación de
las imperfecciones de los mercados globalizados a través
de arbitrajes entre diferenciales de tipos de interés.
Los fondos evasivos hacían transacciones simultáneas
en varios mercados, buscando beneficiarse de las diferencias
entre los valores normales de las divisas y los valores "reales"
de las divisas. Los gestores de fondos entraron en un mercado
para dedicarse a la venta de acciones a crédito, es decir,
tomar prestadas acciones para inflar artificialmente el valor
de las acciones, y entonces vender histéricamente como
el jugador proverbial de Natchez. Atraídos por altos
tipos de interés y tipos de cambios fijos, los inversores
especulativos trajeron sus miles de millones para inflar las
burbujas de los mercados de inmuebles y acciones que explotaron
con la debacle financiera asiática de 1997 y las crisis
financieras de Rusia y Brasil de 1998.
La interacción entre el capital especulativo y las compañías
de fabricación de alta tecnología es otra dinámica
clave de la era del capitalismo dirigido por las finanzas, y
una que Klein difícilmente menciona. Cada vez más,
la relación entre Wall Street y el complejo de Sillicon
Valley/Seattle se alejó de las dinámicas de la
economía real. A medida que la sobreproducción
eliminó la rentabilidad en la llamada "Vieja Economía",
el listo grupo especulativo migró a las acciones en alta
tecnología, y aquí el capitalismo virtual se instaló,
basado en las expectativas de rentabilidad futura más
que en rentabilidad real, una dinámica ejemplificada
por el rápido aumento en los valores de las acciones
de compañías de Internet como Amazon.com que todavía
no han proporcionado ningún beneficio. Una vez que la
rentabilidad futura más que la actuación real
llegó a ser la fuerza dirigente de las decisiones de
inversión, entonces las operaciones de Wall Street se
hicieron indistinguibles de los grandes jugadores apostando
en Las Vegas.
La Nueva Economía era esencialmente una burbuja especulativa
que se alejaba de la Economía Real, con casi todos los
participantes sabiendo que la burbuja explotaría en algún
punto, pero que de algún modo, al contrario que el resto
del rebaño, uno conseguiría evitarla retirándose,
habiendo liquidado a última hora. No muy Nueva Economía,
pero tampoco muy Vieja, los Nikes, Starbucks, y Barnes y Nobles
fueron también absorbidos por la mentalidad de casino,
siendo su dirección cada vez más dirigida por
indicadores místicos creados para dar alguna cobertura
científica al comportamiento ludópata, como "valor
del accionista" y "ganancias por acción."
La burbuja finalmente explotó en los últimos
meses, eliminando 4´6 trillones de dólares en riqueza
inversora, un suma que, como señala Business Week, es
la mitad del PIB de EE.UU. y cuatro veces la riqueza desaparecida
en la crisis de 1987. Más importante, la habilidad del
sector financiero para absorber la inversión que no podía
generar beneficios en el sector productivo ha sido destrozada.
Prevenida por la actividad especulativa de unos cuatro años,
la contracción (parece ser que una grande) se ha puesto
finalmente a la altura de la economía capitalista global.
Naomi Klein dibuja un retrato sin paralelo de la cultura del
capitalismo en la era de la globalización. También
nos provee con el mejor análisis hasta el momento del
surgimiento del movimiento antiglobalización. Es más,
ha escrito un trabajo muy intuitivo de las dinámicas
de la manufactura ligera, donde la venta del producto ha dejado
lugar al establecimiento de la hegemonía de la marca
en el estilo de vida total del consumidor. Pero el retrato es
incompleto, y unidimensional. Nike y Tommy Hilfiger no son de
la misma clase que Intel, Microsoft, Long Term Capital, Cisco
Systems y el Citigroup, los gigantes de la tecnología
y financieros que impulsan el resto de la economía. De
hecho, Nike y Adidas y Walt Disney bailan últimamente
al son de Wall Street y del complejo de Silicon Valley. En la
economía total, no es la "sinergia" o el imperialismo
de las marcas el que sirve como motor último del cambio
sino la clásica crisis de exceso de capacidad de producción
que lleva a la hegemonía del capital financiero. En suma
este libro es tan brillante como defectuoso. Pero ¿qué
gran libro no lo es?
Walden Bello
Director ejecutivo de Focus on the Global South