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LA
PLAZA TIENE UNA TORRE
La
plaza tiene una torre,
la torre tiene un
balcón,
el balcón
tiene una dama,
la dama una blanca
flor.
Ha pasado un
caballero.
¿Quién
sabe por quién pasó?
Y se ha llevado la
plaza,
con su torre y su
balcón,
con su balcón
y su dama,
su dama y su blanca
flor.
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RETRATO
Mi infancia
son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor
Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de
sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la
moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas
de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico
o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que
siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo;
debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del
último vïaje,
y esté al partir la
nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a
bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos
de la mar.
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PEGASOS
Tournez,
tournez, chevaux de bois
VERLAINE
Pegasos,
lindos pegasos,
caballitos de madera.
........................................................
Yo
conocí siendo niño,
la alegría de dar
vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento
chispeaban las
candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de
estrellas.
¡Alegrías
infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!
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PROVERBIOS
Y CANTARES
I
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de
los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me
gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo
azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
IV
Nuestras
horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando
sabemos
lo que se puede aprender.
V
Ni
vale nada el fruto
cogido sin sazón...
Ni aunque te
elogie un bruto
ha de tener razón.
VIII
En
preguntar
lo que sabes
el tiempo no has de perder...
Y a preguntas sin
respuesta
¿quién te podrá responder?
X
La
envidia
de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a
Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.
XXI
Ayer
soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después
soñé que soñaba.
XXIII
No
extrañéis, dulces amigos,
que esté mi frente
arrugada:
yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis
entrañas.
XXVI
Poned
sobre los campos
un carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis
cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa...
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.
Llevadlos al teatro
y sólo el carbonero no bosteza.
Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa,
canta o sueña.
El carbonero tiene
llena de fantasías
la cabeza.
XXIX
Caminante,
son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no
hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el
camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que
nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino
estelas en la mar.
XXXVII
¿Dices
que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra,
haz una copa
para que beba tu hermano.
XXXVIII
¿Dices
que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa y no
te importe
si no puedes hacer barro.
XLI
Bueno
es
saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo malo es que no
sabemos
para qué sirve la sed.
XLII
¿Dices
que nada se pierde?
Si esta copa de cristal
se me rompe,
nunca en ella
beberé, nunca jamás.
XLIII
Dices
que nada se pierde
y acaso dices verdad,
pero todo lo
perdemos
y todo nos perderá.
XLIV
Todo
pasa y
todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
L
—Nuestro
español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño?
¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago
vacío?
—El vacío es más bien en la cabeza.
LII
Discutiendo
están dos mozos
si a la fiesta del lugar
irán
por la carretera
o campo traviesa irán.
Discutiendo y
disputando
empiezan a pelear.
Ya con las trancas de pino
furiosos golpes se dan;
ya se tiran de las barbas,
ya se
las quieren pelar.
Ha pasado un carretero,
que va cantando un
cantar:
«Romero, para ir a Roma,
lo que importa es
caminar;
a Roma por todas partes,
por todas partes se va».
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APUNTES
I
Desde
mi ventana
¡campo de Baeza,
a la luna clara!
¡Montes
de Cazorla,
Aznaitín y Mágina!
¡De luna y
de piedra
también los cachorros
de Sierra Morena!
II
Sobre
el olivar,
se vio a la lechuza
volar y volar.
Campo, campo,
campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina
negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.
III
Por
un ventanal
entró la lechuza
en la catedral.
San
Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del
velón de aceite
de Santa María.
La Virgen
habló:
—Déjala que beba,
San Cristobalón.
IV
Sobre
el olivar,
se vio a la lechuza
volar y volar.
A Santa
María
un ramito verde
volando traía.
¡Campo
de Baeza,
soñaré contigo
cuando no te vea!
IX
Los olivos grises,
los caminos blancos.
El sol ha sorbido
la calor del campo;
y hasta tu recuerdo
me lo va secando
este alma de polvo
de los días malos.
-
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YO VOY SOÑANDO CAMINOS
Yo voy
soñando
caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes
pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde
el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo
del sendero...
—La tarde cayendo está—.
En el
corazón
tenía
la espina de una pasión;
logré
arrancármela un día;
ya no siento el corazón.
Y todo el
campo un
momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el
viento
en los álamos del río.
La tarde
más
se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente
blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar
vuelve a
plañir:
Aguda espina dorada,
quién te
volviera a sentir
en el corazón clavada.
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MARIPOSA
DE LA SIERRA
-
A Juan Ramón
Jiménez, por su libro Platero y yo
¿No eres tú, mariposa, el alma de estas sierras solitarias, de sus barrancos hondos y de sus cumbres agrias? Para que tú nacieras, con su varita mágica a las tormentas de la piedra, un día, mandó callar un hada, y encadenó los montes para que tú volaras. Anaranjada y negra, morenita y dorada, mariposa montés, sobre el romero plegadas las alillas o, voltarias, jugando con el sol, o sobre un rayo de sol crucificadas. ¡Mariposa montés y campesina, mariposa serrana, nadie ha pintado tu color; tú vives tu color y tus alas en el aire, en el sol, sobre el romero, tan libre, tan salada! ... Que Juan Ramón Jiménez pulse por ti su líra francíscana. Sierra de Cazorla, 28 de mayo de 1915
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Yo, para todo viaje
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro
a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este
placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan
lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el
tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi
olvidamos
el jamelgo que montamos.
¡Oh, el pollino
que
sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde
todos nos bajamos?
¡Frente a mí va una monjita
tan
bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da
una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu
rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
—esas
rosas amarillas—
fueron rosadas, y, luego,
ardió en
tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres
luz, y sólo luz...
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a
encerrarse!...
¡Y la niña que yo quiero,
ay,
preferirá casarse
con un mocito barbero!
El tren
camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos
ferina.
¡Vamos en una centella!
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PARÁBOLAS
Era un
niño
que soñaba
un caballo de
cartón.
Abrió
los ojos el niño
y el caballito
no vio.
Con un
caballito blanco
el niño
volvió a soñar;
y
por la crin lo cogía...
¡Ahora no
te escaparás!
Apenas lo hubo
cogido,
el niño
se despertó.
Tenía el
puño cerrado.
¡El
caballito
voló!
Quedóse
el niño muy serio
pensando
que no es verdad
un caballito
soñado.
Y ya no
volvió
a soñar.
Pero el
niño se hizo mozo
y el mozo
tuvo un amor,
y a su amada le
decía:
¿Tú
eres de verdad o no?
Cuando el mozo
se hizo viejo
pensaba:
Todo es soñar,
el caballito
soñado
y el caballo
de verdad.
Y cuando vino la
muerte,
el viejo a su
corazón
preguntaba:
¿Tú eres sueño?
¡Quién
sabe si despertó!
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A
UN OLMO SECO
Al olmo
viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las
lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han
salido.
¡El
olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo
amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco
carcomido y polvoriento.
No será,
cual los álamos cantores
que guardan el camino y la
ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército
de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus
entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te
derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el
carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro
o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las
sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi
cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón
espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro
milagro de la primavera.
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ABRIL FLORECÍA
Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas
blancas
de un balcón florido,
vi las dos hermanas.
La
menor cosía,
la mayor hilaba ...
Entre los jazmines
y
las rosas blancas,
la más pequeñita,
risueña
y rosada
—su aguja en el aire—,
miró a mi ventana.
La mayor seguía
silenciosa y pálida,
el huso en su rueca
que el
lino enroscaba.
Abril florecía
frente a mi ventana.
Una clara tarde
la
mayor lloraba,
entre los jazmines
y las rosas blancas,
y
ante el blanco lino
que en su rueca hilaba.
—¿Qué
tienes —le dije—
silenciosa pálida?
Señaló
el vestido
que empezó la hermana.
En la negra túnica
la aguja brillaba;
sobre el velo blanco,
el dedal
de plata.
Señaló a la tarde
de abril que
soñaba,
mientras que se oía
tañer de
campanas.
Y en la clara tarde
me enseñó sus
lágrimas...
Abril florecía
frente a mi ventana.
Fue otro abril
alegre
y otra tarde plácida.
El balcón florido
solitario estaba...
Ni la pequeñita
risueña
y rosada,
ni la hermana triste,
silenciosa y pálida,
ni la negra túnica,
ni la toca blanca...
Tan sólo
en el huso
el lino giraba
por mano invisible,
y en la
oscura sala
la luna del limpio
espejo brillaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas
del balcón
florido,
me miré en la clara
luna del espejo
que
lejos soñaba...
Abril florecía
frente a mi
ventana.
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 |
HE ANDADO MUCHOS
CAMINOS
He andado muchos
caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien
mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he
visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al
paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no
beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que
camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes
he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a
un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan,
cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la
prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino,
beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes
que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día
como tantos,
descansan bajo la tierra.
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 |
DEL
PASADO EFÍMERO
Este
hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por
melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza,
sino algo
más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su
cabeza.
Aún luce de
corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un
cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres
veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha
enviudado.
Sólo se
anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o
al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o
si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o
la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política
banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que
vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña
al campanario.
Un poco labrador,
del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando
en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia
tarda.
Lo demás,
taciturno, hipocondriaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas
sombras en su frente.
Este hombre no es
de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de
aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy
tiene la cabeza cana.
|

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 |
CAMINOS
De la ciudad
moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde
silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río
va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises
olivares,
por los alegres campos de Baeza
Tienen las
vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y
espejea.
Lejos, los
montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño,
maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en
esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y
violeta.
El viento ha
sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en
rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está
subiendo
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LOS
OLIVOS
A
Manolo Ayuso
I
¡Viejos
olivos sedientos
bajo el claro sol del día,
olivares
polvorientos
del campo de Andalucía!
¡El campo
andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
soleadas,
anchas
lomas, lueñes sierras
de olivares recamadas.
Mil
senderos. Con sus machos,
abrumados de capachos,
van gañanes
y arrieros.
¡De la venta del camino
a la puerta, soplan
vino
trabucaires bandoleros!
¡Olivares y olivares
de
loma en loma prendidos
cual bordados alamares!
¡Olivares
coloridos
de una tarde anaranjada;
olivares rebruñidos
bajo la luna argentada!
¡Olivares centellados
en
las tardes cenicientas,
bajo los cielos preñados
de
tormentas!...
Olivares, Dios os dé
los eneros
de
aguaceros,
los agostos de agua al pie,
los vientos
primaverales,
vuestras flores racimadas;
y las lluvias
otoñales
vuestras olivas moradas.
Olivar, por cien
caminos,
tus olivitas irán
caminando a cien molinos.
Ya darán
trabajo en las alquerías
a gañanes
y braceros,
¡oh buenas frentes sombrías
bajo los
anchos sombreros!...
¡Olivar y olivareros,
bosque y
raza,
campo y plaza
de los fieles al terruño
y al
arado y al molino,
de los que muestran el puño
al
destino,
los benditos labradores,
los bandidos caballeros,
los señores
devotos y matuteros!...
¡Ciudades
y caseríos
en la margen de los ríos,
en los
pliegues de la sierra!...
¡Venga Dios a los hogares
y a
las almas de esta tierra
de olivares y olivares!
II
A dos leguas
de Úbeda, la Torre
de Pero Gil, bajo este sol de fuego,
triste burgo de España. El coche rueda
entre grises
olivos polvorientos.
Allá, el castillo heroico.
En la
plaza, mendigos y chicuelos:
una orgía de harapos...
Pasamos frente al atrio del convento
de la Misericordia.
¡Los blancos muros, los cipreses negros!
¡Agria
melancolía
como asperón de hierro
que raspa el
corazón! ¡Amurallada
piedad, erguida en este
basurero!...
Esta casa de Dios, decid hermanos,
esta casa de
Dios, ¿qué guarda dentro?
Y ese pálido
joven,
asombrado y atento,
que parece mirarnos con la boca,
será el loco del pueblo,
de quien se dice: es Lucas,
Blas o Ginés, el tonto que tenemos.
Seguimos.
Olivares. Los olivos
están en flor. El carricoche lento,
al paso de dos pencos matalones,
camina hacia Peal. Campos
ubérrimos.
La tierra da lo suyo; el sol trabaja;
el
hombre es para el suelo:
genera, siembra y labra
y su fatiga
unce la tierra al cielo.
Nosotros enturbiamos
la fuente de la
vida, el sol primero,
con nuestros ojos tristes,
con nuestro
amargo rezo,
con nuestra mano ociosa,
con nuestro pensamiento
—se engendra en el pecado,
se vive en el dolor. ¡Dios
está lejos!—.
Esta piedad erguida
sobre este burgo
sórdido, sobre este basurero,
esta casa de Dios, decid, oh
santos
cañones de von Kluck, ¿qué guarda
dentro?
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POEMA
DE UN DÍA.
MEDITACIONES RURALES
Heme
aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de
gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo
y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y
manchego.
Invierno. Cerca del
fuego.
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en
neblina,
ora se torna aguanieve.
Fantástico
labrador,
pienso en los campos.¡Señor
qué
bien haces! Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos
y olivares.
Te bendecirán
conmigo
los sembradores del trigo;
los que viven de coger
la
aceituna;
los que esperan la fortuna
de comer;
los que
hogaño,
como antaño,
tienen toda su moneda
en
la rueda,
traidora rueda del año.
¡Llueve,
llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en
agua fina!
¡Llueve,
Señor, llueve, llueve!
En mi
estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris
tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y
medito.
Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic-tic, olvidado
por
repetido, golpea.
Tic-tic, tic-tic...
Ya te he oído.
Tic-tic, tic-tic... Siempre igual,
monótono y aburrido.
Tic-tic, tic-tic,
el latido
de un corazón de metal.
En estos pueblos,
¿se escucha
el latir del tiempo? No.
En estos pueblos se
lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.
Pero ¿tu
hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?
(Tic-tic,
tic-tic...) Era un día
(Tic-tic, tic-tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.
Lejos suena
un clamoreo
de campanas...
Arrecia el
repiqueteo
de la lluvia en las ventanas.
Fantástico
labrador,
vuelvo a mis campos. ¡Señor,
cuánto
te bendecirán
los sembradores del pan!
Señor, ¿no
es tu lluvia ley,
en los campos que ara el buey,
y en los
palacios del rey?
¡Oh, agua
buena, deja vida
en tu huida!
¡Oh, tú,
que vas gota a gota,
fuente a fuente y río a río,
como este tiempo de hastío
corriendo a la mar remota,
en cuanto quiere nacer,
cuanto espera
florecer
al sol
de la primavera,
sé piadosa,
que mañana
serás
espiga temprana,
prado verde, carne rosa,
y más: razón
y locura
y amargura
de querer y no poder
creer, creer y
creer!
Anochece;
el hilo de la bombilla
se enrojece,
luego brilla,
resplandece
poco más que una cerilla.
Dios sabe dónde
andarán
mis gafas... entre librotes
revistas y
papelotes,
¿quién las encuentra?... Aquí
están.
Libros nuevos. Abro
uno
de Unamuno.
¡Oh, el
dilecto,
predilecto
de esta España que se agita,
porque nace o resucita!
Siempre te ha sido,
¡oh Rector
de Salamanca!, leal
este humilde profesor
de un instituto rural.
Esa tu filosofía
que llamas diletantesca,
voltaria y funambulesca,
gran
don Miguel, es la mía.
Agua del buen
manantial,
siempre viva,
fugitiva;
poesía, cosa
cordial.
¿Constructora?
—No hay cimiento
ni en el alma ni en el viento—.
Bogadora,
marinera,
hacia la mar sin ribera.
Enrique Bergson: Los datos
inmediatos
de la conciencia. ¿Esto es
otro embeleco francés?
Este Bergson es un
tuno;
¿verdad, maestro Unamuno?
Bergson no da como
aquel
Immanuel
el volatín inmortal;
este
endiablado judío
ha hallado el libre albedrío
dentro de su mechinal.
No está mal;
cada sabio, su problema,
y cada loco, su tema.
Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos
seamos:
mas, si vamos
a la mar,
lo mismo nos ha de dar.
¡Oh, estos
pueblos! Reflexiones,
lecturas y acotaciones
pronto dan
en lo que son:
bostezos de Salomón.
¿Todo es
soledad de soledades.
vanidad de vanidades,
que dijo el
Eciesiastés?
Mi paraguas, mi
sombrero,
mi gabán...El aguacero
amaina...Vámonos,
pues.
Es de noche.
Se platica
al fondo de una botica.
—Yo no sé,
don José,
cómo son los liberales
tan
perros, tan inmorales.
—¡Oh,
tranquilícese usté!
Pasados los carnavales,
vendrán los conservadores,
buenos administradores
de
su casa.
Todo llega y todo
pasa.
Nada eterno:
ni gobierno
que perdure,
ni mal
que cien años dure.
—Tras estos
tiempos vendrán
otros tiempos y otros y otros,
y lo
mismo que nosotros
otros se jorobarán.
Así es la
vida, don Juan.
—Es verdad, así
es la vida.
—La cebada está crecida.
—Con estas
lluvias...
Y van
las habas que es un primor.
—Cierto;
para marzo, en flor.
Pero la escarcha, los hielos...
—Y,
además, los olivares
están pidiendo a los cielos
aguas a torrentes.
—A mares.
¡Las fatigas,
los sudores
que pasan los labradores!
En otro tiempo...
Llovía
también cuando Dios quería.
—Hasta mañana,
señores.
Tic-tic, tic-tic... Ya pasó
un
día como otro día,
dice la monotonía
del
reloj.
Sobre mi
mesa Los datos
de la conciencia, inmediatos.
No está mal
este yo
fundamental,
contingente y
libre, a ratos,
creativo,
original;
este yo que vive
y siente
dentro la carne
mortal
¡ay! por
saltar impaciente
las bardas de su
corral.
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LLANTO
DE LAS VIRTUDES Y COPLAS
POR LA MUERTE DE DON GUIDO
Al
fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él:
¡din-dan!
Murió
don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán
y algo torero;
de viejo, gran rezador.
Dicen
que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era
diestro
en manejar el caballo
y un maestro
en refrescar
manzanilla.
Cuando
mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que
pensar debía
en asentar la cabeza.
Y
asentóla
de una manera española,
que fue
casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus
blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
escándalos
y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.
Gran
pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el
Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
—¡aquel
trueno!—,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que
han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.
Buen
don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás...
Alguien
dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué
llevaste
al mundo donde hoy estás?
¿Tu
amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre
de los toros
y al humo de los altares?
Buen
don Guido y equipaje,
¡buen viaje!...
El acá
y
el allá,
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo
infinito:
cero, cero.
¡Oh
las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de
cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!
¡Oh
fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el
pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz.
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A
JOSÉ MARÍA PALACIO
Palacio, buen
amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las
ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y
dulce cuando llega!...
¿Tienen los
viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las
acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las
sierras.
¡Oh mole del
Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón,
tan bella!
¿Hay zarzas
florecidas
entré las grises peñas,
y blancas
margaritas
entre la fina hierba?
Por esos
campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá
trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y
labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de
abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay
ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores,
los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no
faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya
ruiseñores las riberas?
Con los primeros
lirios
y las primeras
rosas de las huertas,
en una tarde
azul, sube al Espino,
al alto Espino
donde está su
tierra...
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NOVIEMBRE
1913
Un año
más. El sembrador va echando
la semilla en los surcos de
la tierra.
Dos lentas yuntas aran,
mientras pasan la nubes
cenicientas
ensombreciendo el campo,
las pardas sementeras,
los grises olivares. Por el fondo
del valle del río
el agua turbia lleva.
Tiene Cazorla nieve,
y Mágina,
tormenta,
su montera, Aznaitín. Hacia Granada,
montes
con sol, montes de sol y piedra.
|

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-
VIEJAS CANCIONES
I A la hora del rocío, de la niebla salen sierra blanca y prado verde. ¡El sol en los encinares! Hasta borrarse en el cielo, suben las alondras. ¿Quién puso plumas al campo? ¿Quién hizo alas de tierra loca? Al viento sobre la sierra, tiene el águila dorada las anchas alas abiertas. Sobre la picota donde nace el río, sobre el lago de turquesa y los barrancos de verdes pinos; sobre veinte aldeas, sobre cien caminos... Por los senderos del aire, señora águila, ¿dónde vais a todo vuelo tan de mañana?
II Ya había un albor de luna en el cielo azul. ¡La luna en los espartales, cerca de Alicún! Redonda sobre el alcor, y rota en las turbias aguas del Guadiana menor. Entre Úbeda y Baeza —loma de las dos hermanas: Baeza, pobre y señora; Úbeda, reina y gitana—. Y en el encinar, ¡luna redonda y beata, siempre conmigo a la par!
III Cerca de Úbeda la grande, cuyos cerros nadie verá, me iba siguiendo la luna sobre el olivar. Una luna jadeante, siempre conmigo a la par. Yo pensaba: ¡bandoleros de mi tierra!, al caminar en mi caballo ligero. ¡Alguno conmigo irá! Que esta luna me conoce y, con el miedo, me da el orgullo de haber sido alguna vez capitán.
IV En la sierra de Quesada hay un águila gigante, verdosa, negra y dorada, siempre las alas abiertas. Es de piedra y no se cansa. Pasado Puerto Lorente, entre las nubes galopa el caballo de los montes. Nunca se cansa: es de roca. En el hondón del barranco se ve al jinete caído, que alza los brazos al cielo. Los brazos son de granito. Y allí donde nadie sube, hay una virgen risueña con un río azul en brazos. Es la Virgen de la Sierra.
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APUNTES PARA UNA
GEOGRAFÍA EMOTIVA DE ESPAÑA
I ¡Torreperogil! ¡Quién fuera una una torre, torre del campo del Guadalquivir! II Sol en los montes de Baza. Mágina y su nube negra. En el Aznaitín afila su cuchillo la tormenta. III En Garciez hay más sed que agua; en Jimena, más agua que sed. IV ¡Que bien los nombres ponía quien puso Sierra Morena a esta serranía! V En Alicún se cantaba: “Si la luna sale, mejor entre los olivos que en los espartales.” VI Y en la sierra de Quesada: “Vivo en pecado mortal: no te debiera querer; por eso te quiero más” VII Tiene una boca de fuego Y una cintura de azogue. Nadie la bese. Nadie la toque. Cuando el látigo del viento Suena en el campo: ¡amapola! (como llama que se apaga o beso que no se logra) su nombre pasa y se olvida. Por eso nadie la nombra. Lejos, por los espartales, más allá de los olivos, hacia las adelfas y los tarayes de río, Con esta luna de la madrugada, ¡amazona gentil del campo frío!...
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- COPLAS
MUNDANAS
Poeta ayer,
hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en
monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
Sin placer y
sin fortuna,
pasó como una quimera
mi juventud, la
primera...
la sola, no hay más que una:
la de dentro
es la de fuera.
Pasó
como un torbellino,
bohemia y aborrascada,
harta de coplas y
vino,
mi juventud bien amada.
Y hoy miro a
las galerías
del recuerdo, para hacer
aleluyas de
elegías
desconsoladas de ayer.
¡Adiós,
lágrimas cantoras,
lágrimas que alegremente
brotabais, como en la fuente
las limpias aguas sonoras!
¡Buenas
lágrimas vertidas
por un amor juvenil,
cual frescas
lluvias caídas
sobre los campos de abril!
No canta ya
el ruiseñor
de cierta noche serena;
sanamos del mal de
amor
que sabe llorar sin pena.
Poeta ayer,
hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en
monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
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 |
¡OH GUADALQUIVIR!
"!Oh Guadalquivir! Te vi en Cazorla nacer; hoy, en Sanlucar, morir. Un borbollón de agua clara debajo de un pino verde eras tú. !Que bien sonabas! Como yo, cerca del mar, río de barro salobre, ¿sueñas con tu manantial?"
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ANOCHE CUANDO DORMÍA
Anoche
cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes
hasta mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé,
¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban
fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca
cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un
ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era
ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque
alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita
ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de
mi corazón.
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SUEÑO
Desgarrada
la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un fanal
de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté.
¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi
sueño?
Mi corazón latía
atónito y
disperso.
...¡El limonar florido,
el
cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris!
¡el agua en tus cabellos!...
Y todo en la memoria se
perdía
como una pompa de jabón al viento
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EL
MAÑANA EFÍMERO
A
Roberto Castrovido.
La España de
charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de
Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y
alma inquieta,
ha de tener su marmol y su día,
su
infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará
un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será
un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de
bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París
pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio
al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y
bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa
España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la
cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes
de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras
calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y
católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un
lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el
vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea
de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de
heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana
estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas
otra España nace,
la España del cincel y de la
maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo
de la raza.
Una España implacable y redentora,
España
que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España
de la rabia y de la idea.
|
|
 |
EL SOL ES UN GLOBO DE FUEGO
El
sol es un globo de fuego,
la luna es disco morado.
Una blanca
paloma se posa
en el alto ciprés centenario.
Los cuadros
de mirtos parecen
de marchito velludo empolvado.
¡El
jardín y la tarde tranquila!...
Suena el agua en la fuente
de mármol.
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|
 |
EN
ABRIL, LAS AGUAS MIL
Son
de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre
nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
zigzaguea
una centella amarilla.
La lluvia da en
la ventana
y el cristal repiqueteo.
A
través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se
divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra
gris se pierde.
Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en
el remanso del Duero.
Lloviendo está
en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los
encinares,
charcos por las carreteras.
Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí
un cerro desparece,
allá surge una colina.
Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
Hacia la sierra
plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.
|
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GUITARRA DEL MESÓN
Guitarra
del mesón que hoy suenas jota,
mañana petenera,
según quien llega y tañe
las empolvadas
cuerdas.
Guitarra
del mesón de los caminos,
no fuiste nunca, ni serás,
poeta.
Tú
eres alma que dice su armonía
solitaria a las almas
pasajeras...
Y siempre que te
escucha el caminante
sueña escuchar un aire de su tierra.
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|
 |
INVENTARIO
GALANTE
Tus ojos me
recuerdan
las noches de verano
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del
cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de
verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el
suspirar de fuego
de los maduros campos.
Tu hermana es clara
y débil
como los juncos lánguidos,
como los
sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un
lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre los pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en
el azul lejano.
De tu morena
gracia,
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de
cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar
salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Para tu linda
hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a
los almendros blancos,
en un tranquilo y triste
alborear de
marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los
ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu
linda hermana
yo haré un ramito blanco.
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 |
LA
NORIA
La
tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la
noria lenta.
Soñaba la mula
¡pobre
mula vieja!,
al compás de sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y
polvorienta.
Yo no sé qué
noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la
eterna rueda
la dulce armonía
del
agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre
mula vieja!...
Mas sé que fue un
noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de
ciencia.
|

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 |
LA PRIMAVERA BESABA
La
primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo
brotaba
como una verde humareda.
Las
nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las
hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—,
yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud
nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
|

|
 |
OTRO
VIAJE
Ya en
los campos de Jaén,
amanece. Corre
el tren
por sus
brillantes rieles,
devorando
matorrales,
alcaceles,
terraplenes,
pedregales,
olivares,
caseríos,
praderas
y cardizales,
montes y valles
sombríos.
Tras la turbia
ventanilla,
pasa la
devanadera
del campo de
primavera.
La
luz en el techo brilla
de mi
vagón de tercera.
Entre
nubarrones blancos,
oro y grana;
la niebla de la
mañana
huyendo por los
barrancos.
¡Este
insomne sueño
mío!
¡Este
frío
de un amanecer
en
vela!...
Resonante,
jadeante,
marcha el tren.
El campo
vuela.
Enfrente de
mí, un señor
sobre su manta
dormido;
un fraile y un
cazador
—el perro a sus
pies
tendido—.
Yo contemplo mi
equipaje,
mi viejo saco de
cuero;
y recuerdo otro
viaje
hacia las
tierras del Duero.
Otro
viaje de ayer
por la tierra
castellana
—¡pinos
del
amanecer
entre
Almazán y Quintana!—
¡Y
alegría
de un viajar en
compañía!
¡Y la
unión
que ha roto la
muerte un día!
¡Mano
fría
que aprietas mi
corazón!
Tren, camina,
silba, humea,
acarrea
tu
ejército de vagones,
ajetrea
maletas
y corazones.
Soledad,
sequedad.
Tan pobre me
estoy
quedando
que ya ni
siquiera estoy
conmigo, ni
sé si
voy
conmigo a solas
viajando.
¡Mano
fría
que aprietas mi corazón!
Tren, camina, silba, humea,
acarrea
tu ejército de vagones,
ajetrea
maletas
y corazones.
Soledad,
sequedad.
Tan pobre me estoy
quedando
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si
voy
conmigo a solas viajando.
|
|
 |
UNA NOCHE DE VERANO
Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su
lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy
finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin
mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí.
¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi
niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los
dos!.
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|
 |
LA
SAETA
¿
Quién me presta una escalera
para subir al
madero,
para
quitarle los clavos
a Jesús
el Nazareno?
¡Oh, la
saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre
en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del
pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo
escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra
mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi
cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús
del madero,
sino al que anduvo en el mar!
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|
 |
LAS
MOSCAS
Vosotras, las
familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas
moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del
primer hastío
en el salón familiar,
las claras
tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida
escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor
de lo que vuela,
—que todo es
volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días
otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y
adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda
inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre...
Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis
digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete
encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables
golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis
cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras,
amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
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RECUERDO
INFANTIL
Una
tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian.
Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es
la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo,
y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con
timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal
vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y
todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil
veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una
tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian.
Monotonía
de la lluvia en los cristales.
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 |
VERDES JARDINILLOS
¡Verdes
jardinillos,
claras plazoletas,
fuente verdinosa
donde el
agua sueña,
donde el agua muda
resbala en la
piedra!...
Las hojas de un
verde
mustio, casi negras
de la acacia, el viento
de
septiembre besa,
y se lleva algunas
amarillas, secas,
jugando, entre el polvo
blanco de la tierra.
Linda doncellita
que el cántaro llenas
de agua transparente,
tú,
al verme, no llevas
a los negros bucles
de tu cabellera,
distraídamente,
la mano morena,
ni, luego, en el
limpio
cristal te contemplas...
Tú miras al
aire
de la tarde bella,
mientras de agua clara
el cántaro
llenas.
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EL
CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA
1.
El crimen
Se
le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir
al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón
de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los
ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó
Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre
Granada!—, en su Granada.
2. El
poeta y la muerte
Se
le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya
el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y
yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la
muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso,
compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y
diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de
plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que
te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los
rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte
mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires
de Granada, ¡mi Granada!»
3.
Se
le vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño
en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente
donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en
Granada, ¡en su Granada!
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YO ESCUCHO LOS CANTOS
Yo
escucho los cantos
de viejas cadencias
que los niños
cantan
cuando en corro juegan,
y vierten en coro
sus
almas, que suenan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de
piedra:
con monotonías
de risas eternas
que no son
alegres,
con lágrimas viejas
que no son amargas
y
dicen tristezas,
tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En
los labios niños,
las canciones llevan
confusa la
historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su
conseja
de viejos amores
que nunca se cuentan.
Jugando,
a la sombra
de una plaza vieja,
los niños cantaban...
La
fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban
los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y
que nunca llega:
la historia confusa
y clara la pena.
Seguía
su cuento
la fuente serena;
borrada la historia,
contaba
la pena.
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