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Mayo 2011

UNA CRÓNICA SOBRE LAS EXEQUIAS A LA MUERTE DE FERNANDO VI (1759)

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Código de referencia: AGA, Fondo Saavedra. Caja 3717.10
Título: Las exequias a la muerte de Fernando VI
Fecha: 14 de agosto de 1759. Madrid
Características físicas: Manuscrito. Papapel, 7 hojas en cuarto
 
 
Fernando VI (1712-1759)
 
Nace en Madrid en 1712, hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya. En 1729 contrae matrimonio con Bárbara de Braganza, proclamándose rey de España en 1746, tras la muerte de su padre.
 
Durante su reinado impulsó una política de neutralidad y paz en el exterior, a la vez que se llevaron a cabo una serie de reformas internas propugnadas por el marqués de la Ensenada.
 
Gracias a su política se estimularon las artes, la industria y la ganadería, reflejo de ello es la fundación de la Academia de San Fernando de Bellas Artes en 1752.
 
En agosto de 1758, tras el fallecimiento de la Reina en el palacio de Aranjuez, Fernando VI decide marchar al castillo de Villaviciosa de Odón, para hallar sosiego ante el profundo dolor que sentía por la pérdida de su esposa. En este lugar se rodeó de una pequeña corte, entre cuyos miembros merecen especial mención el infante Luis Antonio de Borbón y Farnesio y su entrañable amigo Farinelli. Pronto la salud física y mental del monarca se fue deteriorando de forma alarmante, dejando de lado los asuntos de gobierno y avivando el recuerdo de la reina muerta. Las manías hicieron su aparición, llegando al extremo de encerrarse en una pequeña habitación de la primera planta del castillo, en la que fallecía el día 10 de agosto de 1759.
 
Sus restos fueron depositados, por expreso mandato del monarca, en la iglesia de la Visitación del convento de las Salesas Reales, junto a los de la Reina.
 
 
Las exequias del Monarca
 
Apenas fallecido Fernando VI, el duque de Béjar, sumiller de Corps, dispone el velatorio del cadáver en el dormitorio real, acompañado por dos ayudas de cámara, dos religiosos de san Pedro de Alcántara y dos médicos de cámara, e instalando tres altares en los que decir misa ininterrumpidamente.
 
Una vez amortajado el difunto por el sumiller y dos ayudas de cámara, el cuerpo es introducido en una caja de plomo, colocada dentro de otra de madera, cubierta de seda y oro y cerrada con tres llaves. El féretro es conducido al salón grande del palacio y dispuesto sobre un catafalco, coronado por un dosel o baldaquino. Seguidamente, el cuerpo es entregado de manera formal al duque de Alba, mayordomo mayor, y posteriormente a la Guardia de los Monteros de Espinosa, quienes flanquean las cuatro esquinas del catafalco. En esta estancia es oficiada una misa de pontifical por el obispo de Palencia. Al día siguiente, reunidos los caballeros de la Orden del Toisón de Oro, procedieron a quitar al monarca el collar, entregándoselo al guarda joyas real, como era la costumbre.
 
Posteriormente, reconocido el cadáver a través del cristal colocado sobre la caja de plomo, es colocado en el carruaje fúnebre o “estufa” y conducido en solemne procesión al convento de La Visitación de Madrid para ser enterrado junto al sepulcro de su mujer Bárbara de Braganza.
 
Abren la fúnebre comitiva, al paso de sordos toques de clarines y timbales, dos escuadrones de Guardias de Corps y la Real Guardia de Alabarderos, a pié, seguidos por los Alguaciles de Casa y Corte, a caballo, y cuarenta y ocho religiosos con teas encendidas. Le siguen la Real Caballeriza, al son de ensordecidos retoques de clarines y timbales, precedidos por los gentiles hombres de cata y boca, y en medio de ellos el guión real, portado por el paje más antiguo, y la cruz, flanqueada por dos pajes del rey. A continuación los individuos de la Real Capilla y veinticuatro lacayos con antorchas encendidas, así como los grandes de España, a caballo precediendo la real carroza, flanqueada por dos Monteros de Espinosa, uno a la derecha y el otro a la izquierda, y ocho pajes, todos a caballo. Cerrando la comitiva, detrás del carruaje, el duque de Alba, mayordomo mayor, el capitán de Guardias de Corps y el obispo de Palencia, seguidos de un sin fin de sirvientes al cuidado de otra carroza o “estufa de respeto del cadáver” así como de carruajes vacíos para el personal ilustre del séquito.
 
La comitiva entró en Madrid por la Puerta de Recoletos en donde se apostaba el Cuerpo de Inválidos y el mando Militar de Madrid, dirigiéndose al convento de la Visitación por la calle de san José, flanqueada por dos filas de los Batallones de Guardias Españolas y Valonas hasta el pórtico de la iglesia, en la que aguardaba un cuerpo de Guardias de Corps, y en la puerta otro cuerpo de alabarderos.
 
Los caballerizos de Campo reales bajaron el cuerpo del carruaje. Tomándolo los gentiles hombres de boca y casa, lo transportaron hasta la entrada de la iglesia para entregarlo a los grandes y mayordomos, quienes lo depositaron sobre un túmulo preparado al efecto, al son de una descarga general de la tropa de Guardias de Corps, la Infantería Española y Valona y de Inválidos. Una vez dentro, rodeado de todo el séquito, el obispo de Santander ofició la misa pontifical acompañada por los músicos de la real capilla.
 
Terminados los actos religiosos, los grandes de España y mayordomos transportaron el cadáver hasta el coro de las monjas, en donde el duque de Alba lo entregó a la priora del convento, después de abierta la caja para reconocer el cuerpo, y vuelta a cerrar en presencia de toda la comunidad.
 
De todo ello dio fe el marqués de Campo Villar, Secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, como Notario Mayor de los Reinos.
 
El presente relato apareció impreso en La Gaceta de 14 de agosto de 1759, de donde posiblemente lo copió el cronista.

 

 

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