El Archivo Histórico Provincial de Sevilla se suma otro año más a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Se han seleccionado para esta ocasión un conjunto de documentos, del fondo de la Fábrica de Tabacos de Sevilla y del periodo comprendido entre fines del siglo XIX y principios del XX, que reflejan la situación laboral de estas incansables trabajadoras, que obtuvieron, con la perseverante lucha por sus derechos, unas buenas condiciones laborales, impensables para las mujeres de su época.
La Fábrica de Tabacos de Sevilla, primera establecida en Europa, fue quizá la más emblemática de todas las creadas en nuestro país, tanto por la antigüedad de su fundación, en 1620, como por ser la de mayores dimensiones. A finales del siglo XVII fue instalada en diferentes casas frente a la Iglesia de San Pedro, trasladándose en 1758 a la que fuera su segunda sede, un gran edificio fabril en la calle San Fernando, actual emplazamiento del Rectorado y varias facultades de la Universidad Hispalense.
Durante prácticamente los dos primeros siglos de la industria tabacalera la mano de obra fue exclusivamente masculina, debido a las necesidades impuestas por la demanda de la producción del tabaco en polvo, que requería de una gran fuerza física. Ahora bien, desde la última década del siglo XVIII hubo una demanda creciente del tabaco de humo (cigarros y cigarrillos), en detrimento de aquél, que trajo consigo una mayor exigencia de calidad por parte de los consumidores. Éstos por entonces protestaban por considerarlo más caro y de peor calidad que los importados de Cuba o los elaborados por las gaditanas. En consecuencia, las labores fabriles fueron suspendidas en 1811 y se despidieron a bastantes operarios.
Una vez reanudada la actividad fabril en 1812, se optó por la presencia de las mujeres, debido a los óptimos resultados obtenidos en las fábricas francesas y en otras del resto del país. En febrero de ese mismo año se creó el denominado Establecimiento de mujeres, encargado de la enseñanza de las futuras operarias por un reducido grupo de expertas laborantas venidas de la Fábrica de Tabacos de Cádiz, creada en 1741, y pionera en la contratación de mano de obra femenina.
Las primeras cigarreras sevillanas se incorporaron entre fines de 1812 e inicio de 1813. Desde un principio se dedicaron a la producción manual del cigarro y del cigarrillo, sujeta al régimen de destajo (salario calculado por trabajo realizado, sin tener en cuenta el tiempo dedicado), labores éstas que precisaban de mayor esmero y habilidad, a un menor coste de producción, puesto que percibían salarios más bajos. Durante el siguiente primer trienio abordaron en exclusiva el trabajo fabril. Posteriormente algunos operarios fueron readmitidos para transmitirles sus conocimientos y reactivar la producción, tan resentida decido al cierre temporal durante la Guerra de la Independencia. Finalmente, en 1829 la Administración se decantó definitivamente por la presencia de las mujeres en estos trabajos, progresivamente en aumento, hasta desbancar a sus rivales y convertirse en el colectivo más numeroso de la Fábrica en la Sevilla decimonónica.
A partir de 1887 las fábricas de tabaco de nuestro país dejaron de ser responsabilidad directa de la Hacienda Pública, pasando a ser asumida por una empresa concesionaria, la Compañía Arrendataria de Tabacos (en adelante CAT) que hasta mediados del siglo XX, las gestionaría, introduciendo un sistema de producción dotado de un mayor control del personal o una progresiva mecanización.
En cuanto a la provisión de puestos de trabajo, tradicionalmente fue una constante en las tabacaleras que las aprendizas fuesen hijas o nietas de cigarreras, existiendo una continuidad en el empleo de generación en generación. Normalmente se hacía mediante petición o también en bastantes ocasiones, y ante las dificultades de ingreso, recurrieron al sistema de recomendación. Eran trabajadoras autónomas, que tenían la obligación de aportar enseres propios para las labores fabriles, tales como sillas, tijeras, paños para tapar y conservar las hojas de tabaco, etc.
A partir de 1887 la CAT dispuso que las admisiones fueran congeladas, cubriéndose las vacantes de los talleres con el personal de otros. Sólo se permitieron puntualmente en los talleres mecánicos hasta la primera década del siglo XX. En su mayor parte eran analfabetas (a fines del siglo XIX un 88% no sabía leer ni escribir). Finalmente, en 1921, se determinó el sistema de sorteo entre todas las hijas de operarias que cumpliesen los requisitos de ingreso, haciéndose extensiva al año siguiente a las de sus compañeros (90% mujeres y 10% varones). En 1923, cuando ya no quedaban ingresos pendientes de hijas o nietas de las trabajadoras, se establecieron nuevos requisitos: además de la edad, -entre 14 y 21 años, se exigía la alfabetización de las candidatas y la superación de un examen.
El trabajo en la Fábrica estaba claramente jerarquizado y reglamentado, organizado en talleres. Todos ellos se organizaban igual, lo que favorecía la flexibilidad y movilidad de las operarias. Inicialmente en plantilla había porteras, maestras, amas de rancho o capatazas y aprendizas. Las aprendizas, que normalmente accedían con 13 años, se iniciaban realizando tareas menores, despalillando las hojas (quitar los tallitos o venas) hasta que, bajo la supervisión de otra operaria experta -que recibía en compensación una tercera parte del salario obtenido por su pupila- adquirían la destreza necesaria para liar cigarros y cigarrillos. Se les enseñaba a hacer el niño, es decir, liar un puro ejecutándolo con la misma precisión y delicadeza con que una matrona experta envuelve en pañales y refajo a un recién nacido. Esta labor era considerada todo un arte: sólo aquellas cigarreras con mayor habilidad manual alcanzaban una categoría profesional más alta, estando en condiciones de llegar a ser maestra. Ésta debía ser mayor de 25 años, saber leer y escribir y tener experiencia de seis años como operaria de la Fábrica. Estaba dedicada a la inspección, enseñanza y supervisión de las labores. Además, dirigían las operaciones y ostentaba atribuciones disciplinarias.
Cada taller, bajo el cuidado y control de una maestra, se organizaba en partidos y éstos, a su vez, estaban constituidos por varios ranchos, con un número variable de operarias - entre 6 y 12-, en torno a una mesa, que trabajaban bajo la supervisión permanente de dos amas de rancho, que eran responsables de las labores realizadas por sus integrantes y gestionaban las rentas de su rancho, que funcionaba como unidad de producción.
La mecanización de los talleres se hizo gradualmente, amortizando las plazas de las cigarreras y cambiando a un personal menos especializado (obreras mecánicas admitidas a partir de 1909), en los inicios el sistema fue mixto, con parte de las labores mecanizadas y otras no. Al concluir el siglo XIX llegan las nuevas máquinas picadoras, desvenadoras, tiruleras, liadoras y prensas modernas, modificando poco a poco el trabajo de las empleadas. Por una parte, se reduce sensiblemente su número; por otra, se inicia, aunque a ritmo muy moderado, un nuevo aumento de los operarios a los que se va encomendando el mantenimiento de los nuevos ingenios.
Inicialmente, la asistencia en caso de enfermedad o vejez corrió a cuenta de las mismas trabajadoras, de particulares o de sociedades benéficas hasta que en 1901 se creó la Caja de Auxilios.
La Hermandad del Socorro fue constituida por las cigarreras en 1834 como una institución de tipo benéfico que, a través de un fondo común, pagaba los subsidios por enfermedad, medicamentos y asistencia médica tanto fuera como dentro de la Fábrica, así como los días de baja por maternidad y la asistencia a las ancianas que ya por su avanzada edad no podían realizar sus labores. Con posterioridad, en 1875, a iniciativa de una serie de médicos, la Sociedad Curativa, con la que las cigarreras obtenían servicios médicos y farmacéuticos por la cantidad de 24 reales anuales. Dos décadas después, la Hermandad de la Virgen de la Victoria organizó una Asociación del socorro a la que contribuían las cigarreras con 20 céntimos mensuales que les daba cobertura, en caso de fallecimiento, de un día de quinario y el pago a la familia de 60 pesetas para el entierro y sepultura. Finalmente, en 1901 fue creada la Caja de Auxilio de los obreros y obreras de las fábricas de tabacos, institución benéfica pionera de Previsión Social de estas trabajadoras, que tenía por objetivos socorrer en caso de enfermedad, derecho a visita médica y productos farmacéuticos mediante contratos con farmacias privadas de la ciudad. Además, a las cigarreras se les abría una cartilla como previsión de incapacidad, enfermedad o vejez, cuyos fondos se retiraban cuando cesaban en la fábrica, por la cantidad de 50 céntimos mensuales.
En 1916 se creará el Socorro al personal obrero, al que se acogerán todos los operarios en caso de enfermedad – anticipos a cuenta del jornal, hasta 30 días- y entierro, quedando excluido el servicio médico de la Caja de Auxilio. Desde el año siguiente, dos médicos facultativos atenderán las necesidades médicas de los trabajadores de la Fábrica, así como las visitas domiciliarias. En 1920 se aumentarán a 3, ante la insistencia de mayor dotación médica del sindicato de las cigarreras. Pese a todos los esfuerzos, estos servicios médicos no resultaban del todo eficientes, por lo que, a partir de 1921, en ocasiones se recurrió hasta a la beneficencia municipal.
Por lo que respecta a la conciliación laboral y familiar de las cigarreras, huelga decir que también fueron pioneras en la consecución de ciertos derechos de los que otras trabajadoras coetáneas no disfrutaban: la posibilidad de flexibilidad horaria, el régimen a destajo o por objetivos y el empleo hereditario les permitía compatibilizar su empleo con el cumplimiento de sus obligaciones familiares y domésticas. También podían ocuparse ellas mismas de la crianza de sus hijos pequeños, sin dejarlos a cargo de niñeras u otro personal fuera de la Fábrica, etc. Si bien en principio solían ser solteras, progresivamente, y gracias a unas ventajosas condiciones laborales (junto a las citadas, también eran readmitidas tras casarse, como ocurrió en muchas ocasiones en 1918 y 1919), fueron predominando las mujeres casadas entre las operarias sevillanas.
Las cigarreras sevillanas tenían por costumbre llevarse a sus hijos pequeños a la Fábrica, e incluso permitirles tener niñeras a su cuidado, aún con posterioridad a su prohibición en 1882 –sólo a niños de pecho y a sus niñeras-. Dicha situación se mantuvo durante las primeras décadas del siglo XX. Con la creación de los talleres mecánicos, donde estaba tajantemente prohibido el acceso a los niños, se iría finalizando con esta costumbre tan enraizada entre las madres operarias.
Las mujeres solían dejar a sus hijos con sus abuelas en los talleres manuales y pasaban a darles el pecho varias veces por media hora y las hijas acompañaban a las madres para cuidar a los niños de pecho. La guardería no se inauguró hasta 1943. Según José Luis Ortiz de Lanzagorta, periodista y sociólogo español, la cuna se inventó en la Fábrica de Tabacos Sevilla. Se utilizaban los cajones de la Fábrica rellenos de vegetales y dispuestos para ser mecidos, con los pies. Fueron proveídas por la fábrica tener cerca a sus bebés y poder amamantarlos -la sala de lactancia se creó en 1930- la sala de lactancia , en detrimento del grave perjuicio que causaba en la salud infantil, puesto que muchos enfermaban de intoxicación nicotínica aguda y crónica - lo que se denominaba emborracharse-, sufrían náuseas, vómitos o diarreas.
Como ya se ha comentado, el trabajo de las cigarreras era a destajo (también denominado a premio, premios o cómputos) por los cuales se estipulaba el salario en razón de la producción. Los premios dependían de la calidad del tabaco y de las labores efectuadas. Además del salario a destajo, existían algo más de una docena de mujeres que tenían un salario fijo, como la portera, las maestras operarias y encargadas del taller de faenas auxiliares.
Por lo general, las cigarreras sevillanas recibían salarios más altos que el conjunto de la población activa femenina, fruto de las luchas y reivindicaciones de este colectivo durante fines del siglo XIX. En 1909 las que cobraban los mayores sueldos eran las empaquetadoras de cigarrillos, que correspondían a amas de rancho. A ello se dedicaban un centenar de mujeres. Los sueldos más bajos los ostentaban las mujeres que se dedicaban a encajonar los paquetes de cigarrillos (una decena de mujeres), cuyo salario se encontraba en el 20% del salario de las empaquetadoras. Hacia la década 1920 progresivamente se fue produciendo un acercamiento salarial entre las operarias.
La jornada laboral habitual en la Fábrica era de 12 a 14 horas diarias, pese a que en 1900 se estableciera el máximo de 11 horas de trabajo a mujeres y niños. La Ley de 13 de febrero de ese año también prohibió el trabajo de éstos en domingo y festivos. En octubre de 1919 se implantó la jornada de 8 horas (más 2 horas de presencia para cambio de ropa y aseo). Se cumplió en mayor medida en los talleres mecánicos, no tanto en los manuales, excusándose en la avanzada edad de las cigarreras en éstos.
Se comenzaba el trabajo, de octubre a febrero, a las 7:30 y de marzo a septiembre media hora antes. Las cigarreras sevillanas podían entrar de 8 a 10, y salir en los primeros registros o a ultima hora. Previo a su acceso, se hacían requisas comprobación de talleres. En caso de tener que aumentar la producción, hacían horas extraordinarias y, en no pocas ocasiones, aprovechaban sus horas de descanso para ganar así mayor salario. Para evitar el absentismo – entre 1900-1935 el índice de absentismo era de un 15-20%-, cuyas causas principales eran enfermedad, permiso para recibir a familiares, mudanza, etc., y llevar un mayor control de las obreras, a fines del siglo XIX se estableció un registro de movimientos, donde se incluían datos de bajas, ausencias, número de filiación, etc. Se comenzó a controlar más el horario, siendo considerada una falta grave 8 días de ausencia sin justificar.
A partir de 1917 la CAT comenzó a tomar medidas contra absentismo: con el objeto de aumentar la productividad en ese periodo bélico, y antes la necesidad de mano de obra manual en los talleres mecánicos, se potenció el trabajo, no por vía coercitiva, sino con subvenciones: con la asistencia las cigarreras recibían, además de su salario, una prima por ese motivo.
Las cigarreras de mayor edad generalmente no eran despedidas (fruto de la solidaridad reinante entre las trabajadoras y dirección y para evitar el amotinamiento de éstas), sino que cuando perdían habilidad para la elaboración del tabaco eran destinadas – donde se recogían a modo de asilo- a los talleres de faenas auxiliares, creados en 1907 – no existía jubilación en la Fábrica), que no implicaban un gran cuidado, como repaso de vena (fuente secundaria de financiación, era exportada a Hamburgo para fabricación de rapé o como sustancia tintórea), hechura de sacos, cerones, etc. siendo frecuente que terminaran sus días en ellos. Cobraban menores premios que el resto de sus compañeras y un salario, aún sin hacer algo considerado productivo, que inicialmente se estableció en 1,50 céntimos diarios para las encargadas y de 0,72 para las operarias.
En definitiva, las cigarreras, trabajadoras pioneras que dejaron huella en el arte, la literatura o la sociedad sevillana. En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla se conservan los diferentes fondos relativos a esta manufactura, la del Tabaco: la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, CAT, Tabacalera y finalmente Altadis, que dejaron una significativa impronta en nuestra ciudad desde el siglo XVII hasta el siglo XXI.
Selección de documentos expuestos en la vitrina del patio del AHPSE:
-Petición de empleo para las primeras cigarreras, 1812. FT534
-Certificado de Matilde Vaquet y lista de aprendizas (17 de noviembre de 1925) extraídos del Expediente de sorteo de ingreso de aprendizas (1923/1925). FT328 (761)
-Reglamento de la Hermandad de la Hermandad del Socorro (1834). FT619
-Recibo del pago de la cuota de la Hermandad (1834). FT618
-Reglas administrativas sobre las operarias de las Fábricas de Tabacos (1887). Impreso. FT 3030 (689)
-Libreta de identidad. Seguro de maternidad (1938). Impreso. FT 3030 (689)
-Libro registro de horas de lactancia (1925/1927). FT 547
-Fotografía de grupo de trabajadoras con niños (1890, aproximada). FT3134_24
-Relación de operarias correspondiente al tercer trimestre de 1929 que por su estado de inutilidad para la elaboración se propone su pase al taller de faenas auxiliares y Solicitud de jubilación de -Enriqueta Basusaga extraídos del Expediente de traslado de operarias al taller de faena auxiliares (1923). FT 322 (755)
-Fotografía de grupo de trabajadoras ancianas, sf. FT3134_29
Más documentos :
-Borrador de informe sobre las peticiones de las obreras (1920). FT3133/12
-Libro de actas de la Caja de Auxilio en beneficio del personal obrero de las Fábricas de Tabacos (1901). FT644 (498)
-Plano de distribución del servicio médico (con indicación de la línea de tranvías ) (1920). FT3131
-Expediente de nombramiento de sangrador de la Hermandad (1838). Indica la división por barrios. FT618
-Reglamento de la Sociedad Curativa de la Fábrica de Tabacos de Sevilla (1875). FT619
-Relación de operarias que perciben subsidio de maternidad (1924). FT 799 (366)
-Relación de operarias que han dado a luz (1924). FT 799 (366)
Para saber más:
[Disponible en línea: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-tribuna--0/html/fedc0e56-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html]
[Disponible en línea: https://archive.org/details/HCa029058]
Bibliografía consultada: