Uno viaja y normalmente lo hace en avión, sobre todo para trayectos internacionales, pero luego se pone a pensar y se da cuenta de que en verdad un viaje en avión se diferencia de otro en los uniformes de la tripulación, si es que uno es capaz de recordar dicho detalle, pues tampoco son diferencias esenciales: si al menos usaran los trajes típicos del país donde está matriculada la aeronave.
Considero por ello que la gran epopeya de los viajes se vive en los trayectos por superficie, aunque no sea nada más que un pequeño recorrido de una localidad a otra, y dentro de estos periplos sobre la cara del mal llamado planeta Tierra permitidme que declare mi veneración por el agua, puesto que el mar en su más amplia acepción es el espacio natural para la aventura, pero también para la evocación intimista. El mar es fuente de vida en el sentido de la evolución biológica, pero también, el eje de la subsistencia cotidiana. En el caso particular del Mediterráneo, ya sabemos todos lo que el mar significa. El mar imprime carácter a las personas que viven junto a él, porque el mar es cada día un nuevo mundo ante nosotros: el mar como nostalgia, el mar como bálsamo, el mar como ironía, el mar como lucha, el mar como leyenda. Pero no veremos rayas, porque, de verdad, ¡qué mal le sientan las rayas al mar!
El mar, en definitiva, es lo que nos une y no lo que nos separa y eso es exactamente lo que el generoso lector encontrará en este libro.
 

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