La lectura y la escritura forman parte central de los hábitos personales y las prácticas sociales. La vida comunitaria se sustenta en textos que se presentan en los más diversos formatos -libros, periódicos, revistas, hojas informativas, folletos, informes, carteles, letreros, prospectos, pantallas…- y cuyo manejo exige una gran competencia. Aprender a leer y escribir es ahora una labor más compleja (5) que nunca. La lectura y la escritura no sirven solo para desenvolverse y progresar en la escuela, sino para integrarse y participar en la sociedad en la que cada cual está inmerso. Y de la misma manera que esos aprendizajes no son útiles únicamente para la escuela, los espacios públicos y privados pueden considerarse también lugares de aprendizaje.
Conferencia de Emilia Ferreiro
Si las escuelas del siglo XXI no pueden ser igualadas con las de hace un siglo, lo mismo podemos decir de los hogares. La transformación ha sido radical, no sólo en cuanto a comodidad sino en cuanto a contenidos. Raro es el hogar contemporáneo (hablamos siempre de las sociedades desarrolladas) donde no existe una pequeña biblioteca, donde no se manejan revistas o periódicos, donde no entran textos de información administrativa o comercial, donde no se manejan documentos o materiales escritos. Y, en consecuencia, raro es el hogar donde no se realizan habitualmente actividades (4), por precarias que sean, de lectura y escritura.
Aprender a leer en una sociedad en la que los textos inundan los espacios públicos y privados (3) no se realiza de la misma manera que en aquellos lugares en los que la escritura es una excepción. Y esa diferencia poco tiene que ver con los métodos pedagógicos o la organización escolar, sino con el ambiente y los estímulos. Un niño nacido en una ciudad europea, por ejemplo, no va a tener las mismas relaciones con la escritura que otro nacido en una aldea remota de Burkina-Faso o Pakistán. Ni los significados ni las oportunidades ni las motivaciones serán las mismas y en consecuencia los modos de aprender no pueden ser equiparados. La omnipresencia de textos escritos en las sociedades desarrolladas afecta de manera directa a los aprendizajes, pues los reclamos e incentivos que un niño recibe en una gran ciudad mientras pasea o va al colegio serán siempre superiores a los que puede recibir un niño en un entorno en el que la escritura apenas está presente.
Uno de los más antiguos y perjudiciales malentendidos en relación con la lectura tiene que ver con la idea de que enseñar a leer y escribir es competencia básica, si no exclusiva, de la escuela. Se piensa que los aprendizajes necesarios para ser un lector competente se realizan solo en las aulas y bajo la dirección de un maestro cualificado. Pudo ser así en el pasado (1), cuando prácticamente el primer contacto con las letras se realizaba en la escuela, y todavía hoy lo es en aquellos lugares donde la escritura apenas tiene presencia social (2) y sólo un lector experto, sea o no profesional, puede iniciar a los niños en esas destrezas. Es erróneo pensar, sin embargo, que ocurre lo mismo en sociedades ampliamente alfabetizadas y culturalmente desarrolladas, en las que los niños, desde su nacimiento, se ven inmersos en un universo de escritura que ineludiblemente los involucra y los reclama.