IMA 2017. Informe de Medio Ambiente en Andalucía
364 En ambientes mediterráneos este proceso no es algo nuevo. Inicialmente comenzó con el establecimiento, durante el Holoceno, de unas condiciones climáticas de aridez con el consiguiente descenso del potencial biológico de los suelos. A estas alteraciones naturales se ha unido un continuo manejo milenario de los ecosistemas, que ha ido incrementando la presión sobre el medio (roturaciones de tierras para el cultivo, el pastoreo, la explotación maderera, etc.) de forma paralela a los incrementos demográficos. Pero no es hasta el siglo XX cuando se pone de manifiesto la capacidad de impacto y sobreexplotación de los recursos naturales que el desarrollo tecnológico reciente ha puesto al alcance del hombre. No sólo le ha capacitado para devastar la cobertura vegetal de extensas zonas o para destruir o contaminar el suelo a ritmo acelerado, o para degradar y desecar amplias zonas húmedas, sino que le ha hecho capaz de inducir cambios en el equilibrio climático planetario de consecuencias imprevisibles. La percepción de este problema medioambiental se comenzó a poner de relieve en el último cuarto del siglo pasado. Así, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre la Desertificación celebrada en Nairobi en 1977, España se señaló como el único país de Europa Occidental con importantes zonas sometidas a graves procesos de desertificación, concretamente las provincias de Almería, Granada, Málaga y el litoral Levantino. Con objeto de atender las recomendaciones del Plan de Acción Contra la Desertificación de las Naciones Unidas, establecido en la Conferencia de Nairobi, se inició en 1981 en España el proyecto LUCDEME (Lucha contra la Desertificación en el Mediterráneo). Éste tenía por finalidad determinar las causas y los procesos de la desertificación, explorar sistemas de indicadores y facilitar posibles formas de restauración. En 1986, en Andalucía, se elabora su homónimo,
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