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Un paisaje hecho en la historia

Todo acto de creación es, en primer lugar,

un acto de destrucción.

Pablo Picasso

Estas palabras del genio malagueño son directamente

aplicables al paisaje en el que se asienta la ciudad que

le vio nacer. Un paisaje construido por la Naturaleza,

con la ayuda a veces directa, otras involuntaria, del

hombre durante los últimos tres mil años.

Se puede afirmar que una gran parte de la ciudad

que hoy disfrutamos se levanta sobre las ruinas de los

Montes que configuran su medio horizonte, ya que la

otra mitad la conforma el sempiterno mar, aquel que

guarda las claves de su génesis e historia. Los Montes,

que hace miles de años eran línea de costa, se abrieron

para acoger ríos impetuosos que herían sus entrañas

trasportando las tierras erosionadas con sus aguas

hasta el mar cercano, de camino daban sustento a los

numerosos peces que allí se desarrollaban y generaban

lentamente un cordón de playa que poco a poco iba

ganándole terreno al mar.

De entre los numerosos arroyos y escotaduras que

rompían ese frente montuoso casi insalvable dos desta-

caban por su importancia entre los demás, los actuales

Guadalhorce y Guadalmedina. Por ellos entraba el

mar intentando alcanzar sus niveles primitivos, lo que

proporcionaba refugio a quienes allí se cobijaban fren-

te a las tempestades, a la vez que aseguraba la aguada

a las embarcaciones.

A la hora de escoger entre los dos puertos naturales

ganó la partida el más pequeño debido a la menor

carga de sedimentos que transportaba. Este hecho

dilató la inevitable colmatación del estuario que ya

empezaba a quedar inutilizado para la navegación el

correspondiente al Guadalhorce. A la mejor navega-

bilidad del Guadalmedina se le añadía la presencia de

un promontorio de importancia que servía de refugio

frente a los peligros procedentes tanto de la mar como

del interior. La presencia de una población estable

impulsó la colonización de los montes próximos para

obtener no sólo alimentos sino los siempre valiosos

metales, lo que ocasionó la pérdida de la cubierta vege-

tal que protegía los frágiles suelos y con ella se aceleró

el proceso de colmatación de los estuarios.

A la vez que se gana espacio para la edificación y los

cultivos en la exigua planicie costera se pierde calado

en los puertos y se acentúa la precariedad de la ciudad

ante las avenidas cada vez más torrenciales y destruc-

tivas. De nuevo el ciclo destrucción-construcción. Se

tienen que canalizar o duplicar las desembocaduras

de los ahora ríos, hay que levantar grandes presas que

retengan las aguas antes de su salida al mar, hay que

construir nuevas defensas, ya en mar abierto, para

ofrecer refugio a los navíos, y mientras tanto la ciudad

se extiende ocupando la estrecha franja del litoral con

nuevos edificios y actividades.

El proceso del ascenso del nivel del mar provocado por

el llamado cambio climático no es más que un nuevo

factor en juego del sistema siempre dinámico que es la

Naturaleza, en el que el hombre se ha convertido en

un agente de primer orden.

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MÁ L A G A I N D U S T R I A L Y P O R T U A R I A . 1 8 8 0 [

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