Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles
11 de Octubre del 2022 - 05 de Marzo del 2023

De 10:00 h. a 20:00 h.

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Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles

 Artistas:

Hippolyte Boulenger, Constantin Meunier, Jan Toorop, Théo Van Rysselberghe, Émile Claus, Anna Boch, James Ensor, Fernand Khnopff, Félicien Rops, Léon Spilliaert, Jos Albert, Jean Brusselmans, Gustave de Smet, René Magritte, Paul Delvaux, entre otros muchos.


Del realismo al paisaje moderno

A través de más de setenta obras, procedentes del Musée d’Ixelles de Bruselas, esta exposición ofrece un completo y singular panorama que permite indagar en las principales tendencias plásticas desarrolladas en Bélgica desde el fin-de-siècle hasta los años cuarenta del siglo XX. En este período de intensa búsqueda de modernidad, el arte belga presenta influencias internacionales y características específicamente locales, y se significa sobre todo por sus propuestas avanzadas, el atrevimiento creativo y la tensión entre el profundo apego a la realidad y la propensión a la imaginación desbordante.

El arte belga de finales del siglo XIX reflejó las contradicciones y el cambio de paradigmas de un joven país en pleno auge industrial. La fascinación por el mundo moderno coexistió, así, con el deseo de huir de él para volver a lo esencial: lo humano y la naturaleza.

Sobre una tradición local de apego a lo real, la influencia de Gustave Courbet y la escuela de Barbizon, y de su revolucionaria pintura naturalista, estimuló un arte belga centrado en temáticas de la vida moderna, urbana y campesina, que derivará hacia un realismo social a finales de la centuria (Constantin Meunier, Charles Degroux, Eugène Laermans).

Junto a ello, el paisajismo buscó el regreso a una naturaleza en calma, a la vez que se erigía en un espacio de nuevas experiencias estéticas modernistas. Bajo la influencia de John Constable, William Turner o la citada escuela de Barbizon, los belgas apostaron por la libre percepción e interpretación de la naturaleza (Hippolyte Boulenger y Louis Artan). Explorando paisajes y captando variaciones atmosféricas, sus cuadros fueron adquiriendo una mayor libertad en el manejo de la luz y del color, y en unas técnicas pictóricas más sueltas, flexibles y espontáneas.


El impresionismo y sus derivaciones

En Bélgica, el desarrollo del impresionismo se entrelaza de forma natural con las aportaciones del realismo y del paisaje renovado, con las que establece una continuidad directa. A partir de la década de 1880, en respuesta a los experimentos franceses, los impresionistas belgas se entregaron a la pintura del natural, la investigación de las fugaces variaciones de la luz y el color debidas al carácter cambiante de la naturaleza, la emancipación de la pincelada y la libre elección del tema. Cada artista desarrolló un estilo propio, siempre a partir de las aspiraciones comunes de la nueva corriente, pero destaca una especial tendencia a los empastes generosos, que pone de manifiesto la materialidad de la pintura.

Desde las investigaciones de James Ensor, fogosas, expresivas e impactantes, hasta la delicadeza y voluptuosidad de Guillaume Van Strydonck, pasando por las vibraciones luminosas y sutiles de Théo Van Rysselberghe, la pincelada firme y empastada de Willy Finch o las palpitantes vibraciones de Rodolphe Wystman, el impresionismo belga llama la atención por su riqueza y variedad. Esta corriente culmina en la primera década del siglo XX con la obra luminista de Émile Claus, cuyos juegos de color y luz desembocan en una vibración e irradiación de una ejemplar intensidad.


Del simbolismo a las vanguardias

A finales de la década de 1880 surgió la corriente simbolista, que, frente a la «vida moderna», daba prioridad al repliegue en el yo, el mundo del alma y el retorno a un paraíso perdido, oponiéndose de modo explícito al realismo y el materialismo dominantes, para expresar la duda o la desazón suscitada por los cambios de la sociedad. Este movimiento, que apareció en primer lugar en los ambientes literarios, se propagó al conjunto de las expresiones artísticas y su principio básico fue el rechazo de la descripción objetiva de la realidad, en favor del símbolo, la metáfora, la elipsis, la analogía o la sugestión (Fernand Khnopff, Félicien Rops, Jean Delville, Léon Spilliaert).

Por su lado, siguiendo los pasos del impresionismo, el fauvismo propuso una nueva apuesta por el color, la luz y la pincelada. Influidos por los fauvistas franceses, artistas belgas como Rik Wouters, Louis Thévenet o Willem Paerels reforzaron estas tendencias coloristas entre 1905 y 1914, al tiempo que afirmaban la autenticidad artística de sus temas con una pincelada firme y amplia. Este radicalismo y estas ansias de originalidad tuvieron su prolongación en los experimentos expresionistas de entreguerras, con figuras entre las que destacan, en el caso de Flandes, Gustave De Smet o Frits Van den Berghe, y en el de Valonia, dentro de un estilo más sosegado, Anto Carte o Louis Buisseret.


Surrealismo

Estimulada, en su predilección por la imaginación, por el simbolismo y los experimentos revolucionarios del movimiento Dada, la aventura surrealista se desplegó internacionalmente alrededor del manifiesto escrito por André Breton en 1924, que definió sus grandes ejes y su principal filosofía. El surrealismo se basa ante todo en la expresión real del pensamiento en bruto, desligado del control de la razón y de cualquier precepto estético y moral. Dentro de este marco, lo imaginario, el sueño, la locura y el inconsciente constituyen los terrenos más propicios para una serie de juegos creativos en los que se deja libre curso a lo extraño, lo ilógico y lo irracional. En este contexto, Bélgica ocupa un lugar de primer orden, sobre todo alrededor de dos figuras principales: René Magritte y Paul Delvaux.

A diferencia de los surrealistas de otros países, que daban preeminencia a una trasposición libre del inconsciente, los belgas siguieron apegados a la realidad. La opacidad y la magia del universo creado por Magritte o Delvaux no se basaba tanto en investigaciones plásticas como en la extrañeza de un sistema figurativo ilusionista cuyas claves de descodificación e interpretación se nos escapan.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el surrealismo belga, cuyos ecos internacionales se han mantenido hasta hoy, cedió el testigo a nuevas experimentaciones creativas, como la abstracción.

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