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Exposición de piratas en el Pabellón de la Navegación Sevilla

Evento finalizado
¿DÓNDE?
Sevilla. Pabellón de la Navegación , Sevilla
Camino de los Descubrimientos, 2. 41092 Sevilla
¿CUÁNDO?
1 de septiembre - 2 de noviembre de 2020

Horario: consultar

¿CUÁNTO?
Entre 5 y 9 euros

Exposición "Piratas. Los Ladrones del Mar" en el Pabellón de la Navegación

La piratería está ligada estrechamente al desarrollo de la navegación, desde los tiempos del surgimiento del comercio. Existe desde el mundo clásico, en el Mediterráneo, hasta nuestros días, en los mares que rodean Filipinas, Indonesia, la costa de Somalia y otras muchas zonas del planeta…

La muestra pretende repasar la historia de la piratería a través de objetos originales procedentes de excavaciones subacuáticas, así como réplicas y reproducciones que permitirán un acercamiento al mundo fascinante de la piratería. Se pueden definir tres etapas clave en su historia:

Etapa I: La piratería en el mundo clásico
Desde los inicios del comercio hasta el siglo XIV. La piratería se desarrolla básicamente en el Mediterráneo. El épico Aquiles, héroe de la Ilíada, se llamaba a sí mismo “pirata”. Pero el más célebre de la antigüedad clásica fue Polícrates, tirano de Samos (600 a.c.). Llegó a poseer cien naves de guerra, con las cuales extendió su dominio por las aguas del Egeo; al mismo tiempo que se erigía soberano de toda la costa de Asia Menor.

Los Fenicios extendieron su comercio por todo el Mediterráneo; fundaron colonias en África del Norte, en la Península Ibérica, en Francia… que se convirtieron con el tiempo en mercados siempre abiertos a su especulación. Las naves fenicias, cargadas de los más preciosos productos, ofrecían a la rapiña de los bandidos del Egeo un botín muy codiciado. Este auge del comercio conllevó, a su vez, al desarrollo de la piratería; que se incrementó en el tiempo.


II Etapa: La Edad de Oro de la piratería. Está enmarcada entre los siglos XV – XVIII. Los robos y ataques de los piratas se concentran en el mar Caribe y también en el océano Índico:

Piratas Bizantinos y de la Edad Media
El Imperio Bizantino gozó de una época de grandeza que perduró casi un milenio, sobreviviendo a las invasiones bárbaras, las Cruzadas, y a las intrigas de las principados y naciones vecinas; hasta que sucumbió bajo la conquista Turca en 1543. Durante su ajetreado devenir histórico, fue testigo de los piratas persas y turcos, de los corsarios italianos, portugueses y españoles. Al ser la llave del comercio con Oriente, sus rutas comerciales eran acechadas por los menos favorecidos del occidente europeo.

En otras latitudes, los Vikingos han pasado a la posteridad por ser hábiles marinos y unos piratas intrépidos, conquistaron las Islas Británicas y fueron descendiendo del norte hasta el Mediterráneo. Sus correrías fueron tristemente celebres, lamentablemente eclipsaron sus descubrimientos de nuevas rutas marítimas, y los hizo ocupar el peldaño siniestro de los bandidos.

Piratas del Norte de África
El Renacimiento fue, sin duda, el marco idóneo para el desarrollo de los viajes de los grandes descubrimientos. Las monarquías de Portugal y España, dieron soporte a osados navegantes para tales fines. El objetivo era abrir nuevas rutas comerciales, ya que el Mediterráneo oriental desde 1453, con la caída de Constantinopla, estaba bajo la égida de la Media Luna: los turcos y berberiscos ostentaban la hegemonía del comercio con Oriente.

En aquella época la Corona española tuvo que mandar expediciones militares al norte de África, con el fin de establecer plazas fuertes a lo largo de la costa. Así se pretendía desbaratar las acciones ofensivas de los piratas berberiscos antes de que éstos se hicieran a la mar.

El Mediterráneo se convirtió en un mar altamente peligroso para la navegación; el tráfico marítimo-comercial, además, era continuamente interrumpido por las acciones continuadas de los piratas berberiscos. Por todo esto se hizo necesario encontrar nuevas rutas de navegación. España y Portugal, países estratégicamente situados en el extremo sur-Oeste de Europa, a orillas del océano Atlántico, se obstinaron en encontrar rutas alternativas para llegar a las “Indias Orientales”, evitando el Mediterráneo.

Piratas del Caribe
La conquista y colonización de América, convierte a las coronas de España y Portugal en las protagonistas de una nueva red de tráfico comercial. El Tratado de Tordesillas, de 1494, confiere a ambos países la hegemonía sobre todas las tierras descubiertas por sus naves. Los españoles cerraron sus puertos y persiguieron el contrabando, el monopolio del comercio lo ostentaba en exclusiva la Casa de Contratación de Indias, con sede en Sevilla.

Inglaterra, país de religión protestante, jamás reconoció ni acepto dicho Tratado, acordado con la bendición del Papa y la Iglesia católica. Rápidamente la propia Corona británica financió expediciones corsarias con el fin de arrebatar a los españoles parte de las riquezas que, en exclusiva, éstos obtenían de América. Automáticamente las actividades de los corsarios se establecen firmemente en el comercio clandestino. Los desheredados de la conquista americana, sólo hallarían un modo de resolución: tomar por la fuerza lo que anhelaban.

Poco después, la prosperidad de las colonias españolas, con el consiguiente desarrollo de su comercio marítimo, excitó la codicia de numerosos aventureros, procedentes en su mayoría de Francia y Gran Bretaña, quienes simplemente actuaron al margen de las directrices e intereses de sus propios países, convirtiéndose en temibles piratas, actuando solamente bajo su propia bandera.

El Mar de las Antillas se convirtió en el cuartel general de franceses, ingleses y holandeses, de renegados, de buscadores de fortuna y contrabandistas. Los piratas buscaron el favor de las latitudes caribeñas: las islas antillanas eran un laberinto donde encontraron puertos abrigados y seguros. En las islas encontraron abundancia de provisiones: agua potable, aves marinas, pescados, tortugas y mariscos. El gran comercio que se desarrollaba en América, y el paso obligado por esas rutas, daba la certeza de unas presas cargadas de vituallas, pertrechos navales, etc.… además de joyas, oro y plata.

En todas las ciudades portuarias de la América se levantaron estructuras defensivas, para prevenir ataques y proteger a las poblaciones y al comercio marítimo. Cartagena de Indias, La Habana, San Juan de Puerto Rico, o Veracruz eran verdaderos bastiones fortificados. Proteger las ciudades y las flotas mercantes se convirtió en la mayor obsesión de la Corona española en aquellos siglos. Ninguna de estas ciudades se salvó de repetidos ataques y saqueos por parte de corsarios y piratas. En aquellos años, la vida en las colonias españolas, estuvo marcada permanentemente por el peligro de ataques, asaltos y destrucción, pues no sólo los piratas acechaban a barcos y flotas enteras, sino que además asaltaban regularmente cualquier asentamiento costero y hasta ciudades importantes y bien defendidas, como Panamá o incluso La Habana.

Los siglos XVI, XVII y la primera mitad del XVIII, fueron la época dorada de la piratería antillana y americana. Con la firma del Tratado de Utrecht, donde se comprometen las naciones entre sí a respetar la libertad de comercio, comienza a declinar la piratería y sobretodo, las actividades corsarias.

Los barcos piratas
Los barcos utilizados en la piratería respondían al tipo de embarcaciones ligeras y de fácil maniobra. Poco armados, en comparación con los galeones españoles y portugueses; pero con mayor velocidad. En caso de problemas, podían huir y navegar hacia aguas poco profundas, donde los grandes galeones no lograban acceder.

Los piratas planeaban ataques relámpago, muy rápidos y por sorpresa, intentando el abordaje inmediato a la nave atacada y la lucha en cubierta, cuerpo a cuerpo. Los barcos piratas apenas utilizaban la artillería, que, en cualquier caso, siempre era de menor calibre que la usada por los galeones.

Armamento
Hasta la optimización de las armas de fuego portátiles, la imposibilidad de realizar disparos consecutivos en corto espacio de tiempo, limitaba su utilidad en la lucha cuerpo a cuerpo. Entre las armas de fuego se pueden destacar los mosquetes, los trabucos y los arcabucillos, sin olvidar los grandes cañones, y otros de dimensiones reducidas, como la culebrina o el falconete, mortales para el asalto y abordaje de navíos. Otra arma de fuego muy utilizada en los abordajes por los pitaras era la granada: un cilindro o esfera metálica hueca y rellena de pólvora prensada y perdigones, con una mecha empapada con brea.

También se utilizaban recipientes de barro rellenos de alquitrán y trapos, que funcionaban a modo de bomba incendiaria, formando una espesa cortina de humo.
El arma blanca más utilizada era la espada, en sus diferentes variantes: machete, sable de abordaje, daga, etc... En los abordajes, para trepar por los costados del barco asaltado y también en las peleas sobre cubierta, el arma por excelencia era el hacha de abordaje.

Disparar un cañón con eficacia exigía una rígida disciplina: hasta los equipos artilleros mejor entrenados precisaban entre dos y cinco minutos para volver a cargar y disparar.

Hundir un barco a cañonazos era muy difícil y, en cualquier caso, no era el objetivo de los piratas, puesto que nada podía robarse de un barco hundido. Con los disparos de cañón se perseguían otros fines: el impacto de las bolas de hierro dentro de los cascos de un barco creaba un torbellino de astillas mortales. Había también las balas de cadena o encadenadas, esto es dos balas unidas por una cadena y lanzadas hacia arriba. Estos proyectiles eran capaces de romper velas y mástiles y así impedir la huída del barco atacado.

Debido a su ligereza y tamaño, la pistola era el arma de fuego favorita de los piratas para el abordaje. Sin embargo, el ambiente marino a veces humedecía la pólvora: la pistola fallaba con frecuencia y la mayoría de las veces servia sólo para realizar un único disparo. Volver a cargarla era tan lento que nadie lo intentaba y, tras el primer disparo, utilizaban la dura culata a modo de porra.
Para disparos a mayor distancia, justo antes de un abordaje, se utilizaba el trabuco, de dimensiones algo mayores, pero con una potencia de fuego y alcance muy superior al de una pistola.

La Bandera Pirata
A inicios el siglo XVIII, los piratas comenzaron a utilizar pabellones característicos con los que identificarse. Las banderas más antiguas solían ser de color rojo o negro. Los símbolos del terror como calaveras, huesos, armas, etc. eran para infringir terror en las víctimas. El objetivo era causar tanto miedo que obtuvieran la rendición sin entablar combate.

A las banderas piratas se le conocía con el nombre de “Jolly Roger”, el origen de este nombre puede ser francés: “Joli Rouge”, que significa bonito rojo, en referencia a las primeras banderas que solían ser de color sangre, y que terminó degenerando en inglés en Jolly Roger. Aquel estandarte sangriento indicaba que los piratas no iban a tener piedad en la batalla que se avecinaba.

Costumbres y Vida Cotidiana
Para su dieta eran primordiales las carnes, generalmente de res y cerdo, que solían preparar los bucaneros, expertos cazadores y ahumadores. Los piratas preferían las comidas pesadas, como el ragout de buey o el cerdo salvaje y el salmigondis, estofado de una mezcla de carnes y verduras, muy condimentado. Para las largas travesías se alimentaban de carne de tortuga, que mantenían vivas en los barcos, colocándolas patas arriba y regándolas frecuentemente con agua de mar.

La bebida habitual del pirata era el ron, que en muchas ocasiones rebajaban con agua y lo denominaban grog. Las bebidas como la cerveza, el brandy o el ron las conseguían mediante intercambios de su botín con cargamentos de barcos que comerciaban con ellos, especialmente en la isla de La Tortuga.

El pirata es, paradójicamente un hombre creyente. Como narra Exquemelin, ilustre científico-médico holandés que se enroló en una nave pirata, se reza siempre al empezar las comidas. Antes del combate, los piratas suelen pedirle a Dios éxito en su empresa, aunque otros, como Barbanegra, afirmaban haber realizado un pacto con el Diablo.

En los combates, luchaban salvajemente, sabiendo que sí eran hechos prisioneros su fin sería la horca. Portaban armas contundentes y pesadas: sables, picas, hachas y otras; provocando con su uso verdaderas carnicerías. Los piratas heridos en combate eran atendidos por un cirujano-barbero, que tenía toda tripulación; sus heridas eran desinfectadas con alcohol y los miembros amenazados por la gangrena eran amputados con una sierra de carpintero.

La mayoría de las veces la romántica aventura de los piratas solía terminar muy pronto, con la mutilación, la muerte o la pobreza.

Su aspecto y vestimenta
No se puede plantear un canon preciso para la indumentaria de los piratas. Por lo general usaban jubón, camisa y calzas; las botas les llegaban a medio muslo y todo este estalaje era acompañado por armas, muy abundantes y heterogéneas: la espada, un mosquete cruzado en bandolera, dos pistolas y puñal al cinto. Usualmente los piratas usaban la ropa, calzado y demás vestimenta que robaban a sus víctimas

No es de extrañar que en zona tórrida, como los ambientes tropicales, fuesen casi desnudos. Generalizándose el uso de pañuelos, al cuello y en la cabeza, para paliar el sudor. El sombrero era de uso generalizado.

El ocaso de la piratería
Tras la firma del Tratado de Utrecht, las acciones de los filibusteros, bucaneros, corsarios y piratas se ven declinar paulatinamente, aunque nunca desaparecen del todo de los mares del mundo.
A partir de este momento, la edad de oro de la piratería llega a su fin. Las naciones poderosas ya no conceden “patentes de corso” y así los corsarios se convierten en meros ladrones del mar. Ahora serán perseguidos por todos los gobiernos y estarán marcados por las masacres. Serán censurados por todos los países y estados.

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Entradas ya disponibles en https://www.pirataslaexposicion.com/

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