Esta propuesta es la manifestación pública del amor que la artista siente por una tierra en la que, a finales del XIX, germinó una estética bailaora que a ella la cautivó a muy temprana edad y que la indujo a hacer las maletas rumbo a su sueño. He aquí, pues, la forma de las emociones en la pulcra figura de la bailaora, en las pupilas, en sus manos, en sus vestiduras, en sus zapateados y escobillas, en su lenguaje... El mismo que modeló Milagros Mengíbar y que ahora su fiel discípula danzará sin temor a los tópicos.

Antonio Ortega