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Opinión

La evolución de las TIC en la BECREA: dudas y retos. Una reflexión desde el ámbito educativo

La evolución de las TIC en la BECREA: dudas y retos. Una reflexión desde el ámbito educativo

Antonio Fernández Vidal de Torres. Docente. Coordinador de la línea 3 de la Red Profesional de Bibliotecas Escolares de Sevilla.


 

La aparición de las TIC, las siglas de las amadas/odiadas Tecnologías de la Información y Comunicación, vino a significar a finales del siglo XX un choque, al principio, y una revolución, finalmente, en el enfoque tradicional de las bibliotecas. Hasta ese momento, nuestro objetivo era colmar las estanterías de nuestras salas de lectura con volúmenes sobre los que se asentaría, como si fueran los sillares de una catedral gótica, todo el conocimiento para el buen uso de las generaciones presentes y futuras. En cada centro educativo, a la manera de nuestros prestigiosos predecesores,  teníamos que construir un templo del saber, la Biblioteca, con el que luchar contra la ignorancia, la desigualdad y las injusticias del pasado. 

Templo del saber

Evolución de las TIC en la BECREA

Los primeros ordenadores vinieron a ayudarnos en la contención del caos, convirtiendo en catálogos de obras y autores lo que hasta entonces, a duras penas, eran listas de títulos y nombres.

Después esos primeros ordenadores, dispersos, se interconectaron a través de Internet (cuando todavía se escribía con mayúscula) esa mágica Red virtual que te permitía conocer de qué fondos disponía la biblioteca de alguna afamada universidad alemana, y si había posibilidades de pedir en préstamo aquella rara tesis doctoral que necesitabas. La información no solo estaba ya ordenada, sino que empezaba a fluir. Primero los datos, después les siguieron las palabras. Fue solo cuestión de tiempo que llegaran las imágenes, los sonidos: una verdadera reproducción virtual de la vida.

Mientras tanto, los libros seguían ocupando un espacio real y simbólico en la vida de los centros escolares. Solo que, casi sin darnos cuenta, aquella mole gris que ocupaba prácticamente toda la mesa del responsable de biblioteca pasó a desempeñar un papel destacado en su funcionamiento. Porque los libros seguían ahí, con su aroma de siempre, y el leve crujido de sus páginas al pasar. Coincidió, además, que llegaron años de bonanza en los que no era difícil que entraran fondos económicos para potenciar nuestras bibliotecas. Fue la época del Plan LyB. Una parte de lo más granado de nuestras colecciones se adquirió precisamente por aquellas fechas.

Pero el mundo de las TIC ya no tenía freno y seguía un desarrollo paralelo, haciéndose cada vez más indispensable en nuestras vidas. Sobre todo a partir del momento en que la telefonía móvil dio un salto de calidad al añadir funciones que hasta entonces solo habíamos visto en nuestros rudimentarios PC. No solo era ya muy fácil acceder a la información que ponían en liza fuentes acreditadas. También lo era participar en la creación de contenidos, cada vez con mayor enjundia y creatividad por parte de todos. Además todo ese festín era gratis, o casi. Fue el paso de la web 1.0 a la web 2.0, la denominada web social. Nuestros hogares y también las escuelas se vieron pobladas por un sinfín de versátiles dispositivos de creciente capacidad y autonomía, y precio y tamaño decrecientes.

Cambiaron también los hábitos de lectura, compartiendo el protagonismo con el papel pantallas cada vez más grandes, o con mejor resolución, y que hacían la lectura más cómoda en una sociedad que pasa buena parte de su tiempo en un ir y venir en transportes públicos. Además la gratuidad de los contenidos le asestaba una herida más, y no precisamente superficial,  a las tambaleante industria cultural, sacudida ya anteriormente por la crisis económica profunda que todavía vivimos desde hace un decenio ya.

Ya había llegado la crisis, y todos pensábamos que, para salir de ella, había que cambiar el modelo productivo y, por ende, de funcionamiento… de todo. Era la época de la cibercultura y de la inteligencia colectiva. El libro seguía siendo un referente, claro, pero ya no el único. Había otros de igual valor, aunque sin el prestigio de la obra escrita y publicada por una voz reconocida. Ya por entonces apenas entraba dinero ni para libros ni para casi nada, la verdad. Los centros se veían obligados a sobrevivir, asegurando su funcionalidad social. Ante la falta de recursos, las bibliotecas escolares encuentran la oportunidad ideal para pasar a BECREA (Biblioteca Escolar como Centro de Recursos para la Enseñanza y el Aprendizaje) aprovechando el torrente de creatividad de la comunidad educativa.

Hemos participado, pues,  en el proceso de democratizar la cultura, y más específicamente la lectura al hacer que nuevas prácticas lectoras formen parte de las actividades cotidianas de nuestros centros educativos. Nuestros jóvenes leen más que nunca, al menos eso dicen las estadísticas. Es fácil ver cómo en el quehacer habitual de nuestras bibliotecas, además de las tradicionales prácticas de conservación de los depósitos, se han introducido numerosas actividades en las que tienen peso la edición de fotografías, de audio y vídeo que son exhibidas después en blogs y muros virtuales que llegan inmediatamente a los seguidores de nuestra comunidad educativa gracias a la difusión de las redes sociales. Nuestras BECREA se han convertido en una ventana al mundo desde la que enseñar al mundo que nuestro alumnado no solo lee, también es capaz de debatir sobre lo que lee, y de diseñar y compartir lo que ha aprendido con creatividad.

Ventana al mundo

 
Hasta aquí he intentado condensar en unas pocas líneas algunas experiencias de las bibliotecas escolares desde la óptica de las TIC. 
 
Dudas y retos

A mi modo de ver, este relato plantea algunas dudas, cada una con su correspondiente reto. ¿Es real esta democratización? ¿Por qué, si es tan fácil y tan barato el acceso a la cultura, tiene tan poca trascendencia en la experiencia vital de nuestros jóvenes? ¿Por qué nos seguimos encontrando con tantos chicos y chicas que no saben leer en profundidad un texto extenso? ¿Por qué sigue siendo tan arduo el paso de lo banal a lo formal? Evidentemente, no podemos sustraernos al signo de nuestros tiempos.

Vamos ahora con nuestro primer reto: las BECREA están obligadas a diseñar actividades con vistas a mejorar estrategias en la curación de contenidos y la selección de recursos. Ante la enorme variedad y cantidad de inputs que reciben nuestros jóvenes, deberíamos ayudar a nuestras comunidades educativas a establecer prioridades en función del contexto social en que se inserten y que sean coherentes con el proyecto educativo. En resumen, tenemos que ayudar a filtrar y seleccionar primero lo que entra, para, después, diseñar y planificar el producto que va a elaborar nuestro alumnado a través de las BECREA.

Por otra parte, ¿hasta qué punto la carencia de recursos económicos afecta a nuestra operatividad? ¿Pueden actuar las TIC como bálsamo contra estas carencias? La respuesta a esta última cuestión es sí: sí pueden y sí deben. Pero el aluvión de creatividad que ha supuesto su irrupción en la vida de las bibliotecas quizás no debe ser el único recurso con el que combatir la carencia de financiación. Una biblioteca siempre va a necesitar libros. Libros en papel o  electrónicos, de los que hablar y debatir. Referentes culturales y artísticos con los que aprender a empatizar con los demás, con los que abrir nuestras mentes a nuevas experiencias vitales y creativas. Entendemos las dificultades, pero sería deseable que las administraciones, empezando por las directivas de nuestros propios centros, se hicieran cargo de esta necesidad de las BECREA e implementaran los recursos para ello. Ese es nuestro reto, convencer a las instancias oportunas para que nos ayuden a cumplir en condiciones de operatividad la función que desempeñamos.

Y ya, por último, ya no podemos separar las TIC de las nuestras bibliotecas escolares. Pero si no nos llegan dispositivos nuevos, y sobre todo funcionales y operativos, no vamos a poder afrontar estos retos que se nos plantean. Buena parte de los dispositivos actuales con que contamos están obsoletos o carecen de funcionalidad. Por mucho entusiasmo que podamos poner en nuestro trabajo, necesitamos contar en nuestras BECREA con herramientas útiles para que  sea el alumnado, una vez más, quien tome un papel activo y sea protagonista de su propio aprendizaje.

Hace años hablábamos de la “brecha digital”. La popularización de los dispositivos y la extensión de internet nos ha hecho creer que el problema quedaba resuelto. No es exactamente así, como hemos podido ver. Las bibliotecas escolares tienen que recibir el apoyo necesario para no perder esta carrera. Lo contrario puede significar un regreso a la casilla de inicio, a hace treinta años cuando los ordenadores solo se utilizaban para gestionar simples bases de datos.

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