Sevilla (marzo de 2007). En el II Congreso Nacional de Biodiversidad, celebrado del 21 al 23 de mayo en Sevilla, bajo la organización de la revista Natura y el patrocinio de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, no podía faltar una referencia a la Reserva de la Biosfera Intercontinental del Mediterráneo, ejemplo no solo de la conservación de los hábitats naturales, en este caso entre dos continentes, sino también del respeto a la ancestral relación del hombre con la naturaleza, basada en una forma de aprovechamiento de los recursos que han contribuido a la supervivencia de los paisajes naturales.
Para hablar de ello acudieron el rector de la Universidad Internacional de Andalucía y presidente del Comité MaB de la Unesco en Andalucía, Juan Manuel Suárez Japón; el presidente del Comité MaB de la Unesco en Marruecos, Driss Fassi; y el embajador en Misión Especial para Asuntos Relacionados con el Medio Ambiente y las Nuevas Tecnologías (Ministerio de Asuntos Exteriores), José Cuenca Anaya.
Desde la expresión más humana a la más literaria, pasando por detalles puramente geográficos y científicos, los tres ponentes esbozaron un panorama de dos realidades sociales diferentes, Andalucía y Marruecos, que en materia medioambiental se funden en una sola: la Reserva de la Biosfera Intercontinental del Mediterráneo, ejemplo de colaboración entre países para conservar unos hábitats con asombrosos parecidos y desarrollar unos núcleos de población desde la sostenibilidad; porque, como recordaba Suárez Japón, "los paisajes son síntesis formal de la alianza entre lo natural y lo cultural".
A esta filosofía responden las acciones de la ONU a través del Programa MaB de la Unesco y las reservas de la biosfera, esto es, a considerar la cultura como ingrediente indispensable en las medidas de conservación de la biodiversidad.
Así, antes las consecuencias del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el avance de la desertificación y el desarrollo insostenible, Cuenca Anaya reclamaba un respeto por la naturaleza que se traduce en la elección de unas prioridades, en el diseño de unos programas y, sobre todo, en la pedagogía, en la cultura del medio ambiente, en el establecimiento de unas directrices para un uso responsable de los recursos; porque la productividad solo se puede garantizar desde los postulados del desarrollo sostenible.
Recordando la desaparición del esturión en el Guadalquivir, las salinas de la Bahía de Cádiz y el peligro que corre actualmente la existencia del atún rojo, Cuenca concluyó su intervención aludiendo a la filosofía que defendían sus compañeros de mesa: "La pérdida de la biodiversidad encierra también un drama humano, a la vez que constituye un trágico atentado cultural".