Página 117 - Granada

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maño de su vega lo que ha significado de forma natural
su protección, pues fue esto lo que estructuró el creci-
miento de la ciudad de Granada hacia las zonas llanas
del Genil. Es en el encuentro hacia este punto donde se
producen sus casi únicas transformaciones: tras la Ca-
rrera del Darro se cubrió el río en Plaza Nueva en 1510,
en Puerta Real hacia 1791, en Reyes Católicos en 1833
y en la Acera del Darro en 1936. El punto de reflexión
actual quizás sea comprender el alcance territorial de
sus riberas para preservar hoy su cualidad de cordón
umbilical de la ciudad con sus territorios inalterados.
Hay que remarcar que la ocupación intensa y conti-
nuada del valle del Darro a lo largo de los siglos se ha
producido sin alterar sus elementos y recursos fun-
damentales. Este equilibrio se pone de manifiesto al
comparar el territorio del Darro con la transformación
sufrida con otras fórmulas de ocupación, por ejemplo
en la vega del Genil. Esta planificación no inteligente,
de la que el valle del Darro permanece por el momen-
to al margen, es el principal factor de riesgo que podría
conducir a su transformación. Por ello, nos enfrenta-
mos a un ecosistema caracterizado por su fragilidad
pero también por la posibilidad de su preservación.
En el valle del Darro el referente obligado es el agua. A
la herencia nazarí le debemos el modo de aprovecha-
miento y la puesta en valor de este recurso gracias a una
red de acequias con sus tomaderos de agua, compuer-
tas y presas, partidores, albercas, caños y rebosaderos,
aljibes, pilares y fuentes. El elemento más destacado en
la configuración de este espacio irrigado es el tándem
que forma el río Darro y la acequia de Aynadamar, que
partiendo desde la Fuente Grande de Alfacar suministró
agua al alto Albayzín y al Sacromonte, en aquellas cotas
no alcanzables por el sistema de riego que producían las
canalizaciones del Darro. Toda actuación a realizar so-
bre el valle del Darro tiene necesariamente que conducir
a fomentar modos de uso y ocupación compatibles con
sus características territoriales y a facilitar la explotación
racional de sus recursos naturales evitando su degrada-
ción y tendiendo a mantener sus valores.
Asegurar el agua desde las cimas hacia las laderas del
valle es uno de los medios que tienden a hacer com-
patibles los usos con las características territoriales y a
garantizar la preservación y mantenimiento de valores
naturales y culturales. El agua es aquí la razón de ser,
el punto de partida. Su recorrido, almacenamiento y
distribución deben ser los responsables de la estructura
espacial de estas laderas: itinerarios, secuencias vegeta-
les y lugares de encuentro y de contemplación estable-
cerán los distintos grados de comunicación visual para
el entendimiento de este lugar.
Es fundamental, por tanto, evitar urbanizar. Evitar
infraestructuras viarias que cercenen este paisaje y
amplifiquen la tensión urbana sobre su contexto. Una
posible vía de protección de este entorno consiste en
humanizar este lugar, entendiéndolo como tal, como
un paisaje vegetal habitado. No urbanizar, ni siquie-
ra ruralizar. Más bien humanizar este paisaje como
punto estratégico para la comprensión de la ciudad en
la estructura montañosa que la determina. El valle del
Darro es, sin duda, el gran desconocido de la ciudad
de Granada. Un espacio que debemos preservar inalte-
rado con el convencimiento de que el mero hecho de
su conservación, tan sólo a medio plazo, hará posible
que su extraordinario valor provoque la toma de con-
ciencia colectiva en las generaciones próximas.
Al hilo
del Darro
Valle del Darro hacia el Sacromonte.
Fotografía de J. Laurent, hacia 1880
.
)
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