Página 17 - Granada

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Un paisaje hecho en la historia
En un paisaje dominado por los abruptos relieves de
Sierra Nevada todo se presta a la idea de quietud, de
permanencia, de inmutabilidad. Pareciera que al ser
humano solo le queda la adaptación sumisa a este
marco físico que, por su potencia, casi todo lo deter-
mina. Nada más lejos de la realidad. Si ampliamos la
ventana temporal de estudio se comprueba la existen-
cia de cambios radicales en la configuración de este te-
rritorio originados tanto por procesos naturales, como
inducidos directa o indirectamente por sus pobladores.
El principio desencadenante es el relieve generado por
fuerzas que levantan y hunden bloques de la corteza
terrestre provocando desniveles de miles de metros de
altitud entre zonas muy próximas. Estas diferencias
de altura se traducen en condiciones climáticas muy
contrastadas: ambientes fríos, asimilables a los actuales
en latitudes polares y otros cálidos más propios del tró-
pico comprimidos en poco más de 40 km de distancia.
Y sobre todo ello la tensión permanente de la fuerza
de gravedad que impulsa hacia abajo todo lo que está
por encima.
Y el agua…
Porque el agua es el principal vehículo del que se sirve
la naturaleza no solo para ese transporte, sino para la
rotura, disgregación y disolución de la materia rocosa
de las cimas y su acumulación y relleno de las zonas
deprimidas. Durante miles de años el agua mordió
los flancos de las sierras abriendo valles, encajando
ríos y arroyos en sus heridas, arrancando tierras para
depositarlas en el gran lago que ocupaba la depresión
interior, que de esta manera fue perdiendo su carácter
acuático para convertirse paulatinamente en una zona
pantanosa y posteriormente emerger como Vega, con
fértiles tierras aptas para el cultivo.
Se puede afirmar sin temor al equívoco o a la exage-
ración que en la Vega granadina yacen sepultados los
negativos de los valles del Genil, Monachil, Darro,
Beiro, Cacín, y los de sus cientos de afluentes.
La presencia estable y permanente del humano en este
paisaje, esto es, cuando nace la Historia, alcanza a ver
la etapa final de este proceso de relleno. La Vega aún
conservaba señales inequívocas de su pasado acuático,
había extensos humedales y los ríos procedentes de las
sierras, al llegar a ella, se perdían y enredaban en un
dédalo de cauces antes de encontrar la definitiva salida
natural en el portillo de la actual Loja.
Y es en estas condiciones en las que la actuación hu-
mana cobra relevancia actuando como acelerador del
proceso natural. Con la ocupación de las faldas y fondos
de los valles, la tala de bosques de sus laderas, la explo-
tación minera, etc. se acentúan los procesos erosivos y
con ellos el aporte de materia a la cubeta. En la fecha de
la lámina, principios del XVII, la Vega de Granada era
aún un lugar fértil pero insalubre por la presencia no
controlada de agua. La falta de pendiente dificultaba el
drenaje y evacuación de los caudales invernales de los
ríos, mientras que la descarga de los acuíferos adya-
centes mantenía el nivel de las aguas subterráneas tan
cerca de la superficie que en algunos lugares afloraban
como aguas libres. No será hasta bien entrado el siglo
XX cuando se logre canalizar y fijar los cursos de los
ríos para impedir los anegamientos de la llanura. Con la
definitiva regulación de las aguas corrientes superficiales
y la explotación de las subterráneas, el ciclo hidrológico
natural quedó en gran medida intervenido y domeñado.
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U N PA I S A J E H E CHO E N L A H I S T O R I A [
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