De la nieve al trigo
la regulación del agua en Granada
gos. En épocas más recientes, a media y baja montaña se
hicieron presas y derivaciones de mayor envergadura, en
algún caso auténticos canales colgantes para fábricas de
luz y otros ingenios. Se llegó a construir incluso un canal
desde el río Aguas Blancas para el lavado y aprovecha-
miento del mítico oro de la colina roja de la Alhambra.
Pero fue en el llano donde el hombre entró a domesticar
más eficazmente todas las aguas, las de la nieve y las de
las fuentes. La Ciudad y la Vega se convirtieron así en un
laberinto de presas, azudes, canales, partidores, acequias
y ramales, un espacio amable, azul y verde, permanente-
mente húmedo y frondoso. Un territorio fértil, respon-
sable del esplendor, y prosperidad económica y agrícola
que siempre tuvo esta ciudad y su espléndida vega.
Mientras tanto, buena parte de esas tumultuosas aguas
del deshielo prestadas al terreno por ríos, acequias,
careos y riegos eran devueltas más abajo de nuevo al
río Genil, generosamente apaciguadas y templadas, a
través de las surgencias de Santa Fe y Fuente Vaque-
ros. Nacimientos que daban lugar entonces a extensos
humedales, hoy desecados, y a un buen río de verano
para el riego de las vegas más bajas de Huétor Tájar y
de la Baja Andalucía.
Pero la verdadera regulación natural del agua de
Granada era la que procedía del deshielo tardío de ese
gran embalse sin paredes de Sierra Nevada, que tanto
embrujó al hombre en todos los tiempos. El deshielo
generaba impetuosos caudales primaverales del río
Genil y de sus tributarios Monachil y Dílar, cuyos des-
bordamientos en poblado y abierto provocaban impor-
tantes pérdidas en haciendas y cultivos. Para domeñar
estas aguas y aprovecharlas mejor, especialmente en la
agricultura, los árabes idearon un sistema similar al de
las acequias de la Alpujarra, la afable y soleada vertien-
te sur de Sierra Nevada, al igual que otras civilizaciones
hicieron en los Himalayas o los Andes. El artificio con-
sistía básicamente en derivar las aguas de los ríos para
entretenerlas en laderas, simas y cultivos. Con ello se
dulcificaban los ríos, se aminoraban los efectos torren-
ciales, se generaba energía y se hidrataban laderas para
pastos, vegas para cultivos y fuentes para la bebida en
el verano, cuando más necesarias eran las aguas.
Pero en la montaña que mira a Granada, demasiado
abrupta y umbría, el hombre no pudo ni quiso hacer
grandes esfuerzos. A pesar de ello, desde las lagunas y
borreguiles cimeros, hasta los arroyos más bajos, quedó
la huella de derivaciones, acequias, balsas, careos y rie-
Vista panorámica de la Vega ante Granada, con Sierra Nevada en último término.
Foto C. Cassillas.
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