“La ciudad es una dama cuyo marido es el monte.
Está ceñida por el cinturón del río, y las flores
sonríen como alhajas en su garganta…
Mira las arboledas rodeadas por los arroyos:
son como invitados a quienes escancian las acequias…”
Ibn Zamrak, [Ante la Alhambra], siglo XIV.
E
sta quinta entrega de la serie “Agua, Territorio y Ciudad” corresponde a Granada, ciudad identificada
universalmente con el agua. Un hecho en apariencia paradójico, pues al contrario que otras capitales
andaluzas es una población de interior sin mar en el que proyectarse. Aunque cobijada por el escenario
grandioso de Sierra Nevada —un mar de nieve— no se mira, como Córdoba o Sevilla, al espejo de un ancho
y dilatado río. Y sin embargo es, fuera de toda duda, la ciudad andaluza donde el agua cobra auténtica carta
de naturaleza para formar parte consustancial de su imagen y esencia. En pocos lugares como en Granada se
percibe con mayor intensidad el sentimiento del agua en el alma de la ciudad.
Porque el vínculo del agua con Granada no se sustenta en aspectos tangibles de cantidad y abundancia sino, más
bien al contrario, es el modo de expresarse, con una elegante simplicidad formal, en la armoniosa integración
con el resto de elementos compositivos, en la cuidada dosificación de su uso… Es una cuestión sensitiva, de
percepción, de emoción contenida, en la que se potencian al máximo sus capacidades estéticas hasta impregnar
el ambiente de la ciudad de una sutil omnipresencia que todo lo cala. Gaston Bachelard sostenía la entidad total
del agua: tiene cuerpo, alma y voz y, más que ningún otro elemento, resulta una realidad poética completa. Así
ocurre en Granada.
Para el desarrollo de los contenidos ilustrados de la lámina se ha escogido el horizonte cronológico de 1600, a
fines del XVI y comienzos del XVII, un periodo crucial en la construcción de la imagen de Granada consolidada
en los siglos posteriores. En esta época tuvo lugar la amalgama de la herencia hispano musulmana, con toda su
cultura del agua, con las nuevas corrientes renacentistas traídas por los castellanos. Un fértil mestizaje entre dos
mundos en el que la esencia del pasado se incorpora al nuevo para enriquecerlo. Así, a la ciudad de las acequias
y jardines cerrados, pletórica de aljibes, estanques y surtidores, se le añaden monumentales fuentes blasonadas,
pobladas de tritones y ninfas. El agua se proyecta al espacio público trocando la imagen islámica del paraíso por
el
locus amoenus
clásico, propicio para el gozo contemplativo.
Desde su fundación, Granada supo organizarse al amparo del agua, generando una cultura que ha desempeñado
un importantísimo papel como elemento articulador de la sociedad. Y ello a pesar —o precisamente por
eso— de los frecuentes conflictos y pugnas por su control y posesión. La sabiduría de sus habitantes hizo de la
necesidad virtud, viendo en el desacuerdo un principio propiciatorio para el entendimiento. Este hecho debiera
seguir manteniendo su vigencia en nuestros días. Granada nos recuerda la importancia que tiene para los
pueblos el conocimiento de su historia, a fin de evitar errores del pasado y buscar vías de futuro. En ello nos va el
agua, que es la vida.
Luis Planas Puchades
Consejero de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente
(