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Intervención del presidente de la Junta en el acto de homenaje a José Saramago

17/01/2011
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Para mí es un privilegio compartir con Pilar y con ustedes este tiempo que nos hemos regalado hoy para mirar el mundo a través de los ojos y la voz de José Saramago. Esta noche vamos a recordar a José, porque -la voluntad de recordar, tal y como él nos dijo- es la que perpetúa la vida.

Por eso creo, Pilar, que la palabra homenaje no describe totalmente lo que hoy pretendemos hacer aquí. Es algo más. También queremos conocer mejor al escritor, al agitador de conciencias que fue José, a través de sus palabras, de las escenas de su vida y su trabajo, contadas por un joven narrador como es Miguel Gonçalves Mendes.

El empeño constante de Saramago por humanizar la vida, su defensa de una responsabilidad cívica, su batalla contra la indiferencia y la resignación son algunas de las razones que nos acercan a él. Saramago, como autor y como ciudadano, fue un militante de las causas mejores, que son las más difíciles. Fue irreductible e implacable con las injusticias; luchó contra todas las formas de dominación desde el profundo respeto a los hombres y a la tierra que practicaba.

Muchas veces me he preguntado por qué un escritor como él, tan profundo y a veces difícil, es tan leído. Creo que la clave está en que Saramago sabía expresar la profundidad que todos llevamos dentro y que casi nunca dejamos aflorar.

Un personaje de Ricardo Piglia dice que pensaba cuando leía, porque en la lectura encontraba los pensamientos que aún no había tenido, pero que eran sus pensamientos. Eso ocurre con José Saramago.

Por eso, su mirada es universal. En sus libros, se adentraba en los problemas fundamentales que nos preocupan a todos. Y lo hacía, además, yendo más allá de la superficie, confrontándonos con ese yo desconocido que todos llevamos dentro. Su extensa obra es una invitación a mirarnos para descubrirnos a nosotros mismos y con nosotros a los demás. Si no llegamos a saber quienes somos, ¿cómo podremos saber quiénes son los otros?, se preguntaba.

Y en esa búsqueda de la propia identidad y la comprensión de los otros José acude a las raíces. A su aldea del Alentejo, a sus antepasados, a su familia. Otra cosa sobresale en José: Amó a su país con una fuerza y una entrega contagiosas. Lo amaba con ese iberismo que hacía compatible su pasión por su tierra con un gran cariño por España.

Portugal y España tienen una historia compartida que muchas veces hemos vivido de espaldas en vez de hacerlo unidos. Una historia que Saramago trató siempre de hacer compatible y mutuamente solidaria. Para él, Portugal y el conjunto de los pueblos españoles comparten una cultura común, con un carácter fuerte y propio.

Andalucía fue también su casa. No es mi tierra, pero es tierra mía, dijo en este mismo escenario al ser recibido como Hijo Predilecto de esta tierra. Fue viajero andaluz y, acompañado siempre por Pilar, recorrió toda nuestra tierra e hizo amigos en todos los sitios por los que pasó y que hoy lo recuerdan con cariño.

En Granada encontró una nueva familia y se enamoró de sus paisajes que hacían que el tiempo tuviese otro sentido. Ante las aguas del río Castril encontró una naturaleza que él definió como un instante de eternidad en la atroz brevedad de la duración humana.

También pasó tiempo por tierras sevillanas. Pilar cuenta que se perdía en el Museo de Bellas Artes de Sevilla buscando en el barroco andaluz posibles explicaciones de muchas cosas. Estuvo a punto de quedarse en Andalucía, pero al final fue la andaluza la que se marchó a Lisboa. Fue precisamente en esta ciudad, en mayo de 1987, según ha contaba él mismo, donde surgió la idea de escribir El Evangelio según Jesucristo.

Al pasar por un quiosco de periódicos de la calle Sierpes, creyó leer el título de un libro en portugués titulado como luego se llamaría su obra. Pero fue sólo una ilusión óptica. De éste golpe de azar nació un trabajo literario que marca un antes y un después en su obra. Su lucha contra el pensamiento único y los fundamentalismos se hace más rotunda si cabe.

Saramago fue un escritor genial y profundamente humano. Una humanidad que respira cada uno de sus personajes. No retrató héroes. Su mundo estaba a veces tejido por los sueños, pero siempre habitado por seres humanos en su dimensión más cercana. Su compromiso fue por los excluidos, contra las fuerzas poderosas que desean dominarlos y silenciarlos.

Su obra, como su vida, fue un combate incansable contra el silencio que nos deshumaniza, contra la injusticia, contra la dominación de los hombres sobre los hombres.

No es cierto que Saramago fuese una persona sin esperanza. Creía en el futuro. A sus esperanzas les pondría, seguramente, el nombre de una mujer. Porque, según dijo en alguna ocasión: La mujer es la parte de la humanidad en la que todavía tengo esperanzas. Pilar sabe muy bien que no era un hermoso cumplido, sino una declaración de fe.

La mujer que retrata Saramago profundiza; ve a través de la piel; ve lo que otros verían si no fuesen ciegos, o mejor, si no se negaran a ver. Pero sus personajes femeninos no son ideales. Son mujeres auténticas y generosas. Un heroísmo discreto, sin artificios. En sus personajes femeninos depositaba los méritos que más valoraba para la humanidad: madurez, lucidez, sabiduría.

Porque su obra rebosa todo esto, es por lo que, sin haber pasado por la universidad, fue investido Honoris Causa por más de cincuenta sedes, dirigió cursos y dictó multitud de conferencias. Es una referencia universal de las letras y un faro para la sociedad del siglo XXI. Sólo los intransigentes, los que no dudan en convertir en dogmas sus creencias; los que no admiten aquello que les desmiente, lo rechazaron en vida y lo ofendieron en su muerte.

La obra del Premio Nóbel es hoy objeto de debates científicos. Con cada uno de sus libros inventaba tiempos, mundos, espacios... Era un artesano de la ironía, de lo absurdo, sus mejores herramientas para combatir lo que no le gustaba. Era su modo genuino y original de interpretar la realidad: dar conciencia a todo lo que le rodeaba.

Toda vida es viaje y José Saramago trazó su recorrido por este mundo –como dice Pilar– utilizando carreteras secundarias, caminos vecinales y todos los desvíos que le llevaran al interior de las cosas. Saramago fue y será un agitador de conciencias necesario, profundamente realista. Por eso cuenta tanto su recuerdo.

Por eso para muchos, para muchísimos, no será el tiempo pasado que el vivió lo que añoremos sino el que ha de venir sin encontrarnos con él.