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Discursos

Intervención de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, en el Foro de Europa Press

29/10/2014
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Gracias a Europa Press por darme la oportunidad de expresar aquí mis puntos de vista sobre la situación política, económica y social que atraviesa nuestro país y sobre cómo veo las perspectivas de salida.

Hace justo un año, apenas un mes después de ser investida presidenta de la Junta de Andalucía, explicaba aquí en Madrid cómo entendía el nuevo tiempo para Andalucía. Un nuevo tiempo que estaba convencida de que pasaba por la recuperación de la confianza en mi partido, un cambio que diera respuesta a las exigencias de los ciudadanos y un gobierno transparente, con las puertas y ventanas abiertas de par en par.

Honestamente, y pese a las dificultades que no puedo obviar y son evidentes, creo que he hecho lo que tengo que hacer lo que tengo que hacer. Durante este año, en estos ya 13 meses, he cumplido mi palabra atendiendo a mi compromiso en torno a las tres grandes prioridades de mi Gobierno.

En primer lugar, un compromiso claro de combatir la corrupción con la aprobación de la Ley de Transparencia más exigente de España. Pero no conforme con eso, al mismo tiempo hemos puesto en marcha todos y cada uno de los controles sugeridos por la Intervención para impedir fraudes en las subvenciones.

Saben que hace sólo unos días he tomado una decisión sin precedentes, inédita, en España, que es publicar en la web todas y cada una de las actas de los llamados consejillos, las sesiones preparatorias de los Consejos de Gobierno, de los últimos doce años. Las actas de los propios consejos de Gobierno ya son públicas desde hace meses. Pero no es suficiente con que todo lo que han trabajado los gobiernos de la Junta de Andalucía esté a la vista de la opinión pública.

Tampoco tiene precedentes, y será también inédito en España, lo que va a suceder en el primer trimestre del año próximo: que se publiquen en Internet todos y cada uno de los contratos, todas y cada una de las subvenciones que realice la Junta de Andalucía para que la ciudadanía los conozca. Con el clic del ratón del ordenador, cada ciudadano va a poder conocer dónde va hasta el último euro de las arcas públicas.

Son medidas sin precedentes, propias de un Gobierno Abierto que propugna la máxima transparencia y comprometido a combatir la corrupción hasta el final, caiga quien caiga. Sí, caiga quien caiga.

Seamos claros: si sólo nos mostramos escandalizados cuando los casos de corrupción afectan al adversario político y sin embargo metemos la cabeza debajo del ala cuando afectan a nuestras filas, nunca vamos a recuperar la confianza de los ciudadanos en nuestro sistema democrático.

En un contexto muy diferente, una vez Adolfo Suárez, el gran presidente de la Transición, dijo que no podíamos permitir que la democracia fuera sólo un paréntesis en la historia de España. No lo permitamos nosotros ahora, no permitamos que se socaven los pilares de nuestras instituciones democráticas y que se ponga en cuestión ese techo que nos cobija a todos y que es nuestra propia democracia. No lo consintamos.

En segundo lugar, me comprometí a blindar los servicios públicos del Estado del Bienestar. Y hoy puedo decir que en Andalucía, la sanidad es gratuita y universal; que los libros de texto son gratis en Andalucía, que las becas al comedor y al transporte escolar se han mantenido, que tenemos las tasas universitarias más bajas de toda España, y que en Andalucía estamos manteniendo las becas y  compensado las eliminadas por el Ministerio.

Hace algunos meses, garantizamos que todos los niños y niñas en Andalucía que lo necesitaran recibirían las tres comidas al día en sus centros educativos. Recordarán que se nos dijo de todo. Prácticamente, se calificó a Andalucía como una región tercermundista.

Unos meses después, el Gobierno británico anunció una medida similar y puso rostro a un drama, el de la malnutrición de nuestros niños, que asola a Europa y también a España.

No espero ningún reconocimiento de aquella medida, ninguno; lo que sí espero y pido es que el debate sobre ciertos asuntos que son importantes esté siempre presidido por el respeto y por la altura de miras.

En todo caso, soy plenamente consciente de que hacer sostenible nuestra Sociedad del Bienestar exige tejer una nueva alianza con las más amplias capas de la sociedad, especialmente las clases medias. Los ciudadanos necesitan servicios públicos eficientes, necesitan tener la tranquilidad de que cuando son atendidos en estos servicios, éstos son una garantía de esta calidad.

Una garantía en la sanidad, que es la terminal más sensible que tiene el Estado del Bienestar, que nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos. O la educación, que es la palanca de cambio y de movilidad social, el ascensor social, y siempre tiene que ser una garantía de calidad y eficiencia.

Si no queremos dejar el campo libre a aquellos que hablan del fracaso de la democracia construida a partir de la Constitución de 1978, no consintamos pasos atrás ni permitamos que se abra la brecha de la desigualdad.

La democracia no puede ser sinónimo de resignación, sino de avance y de progreso para todos, y estoy convencida de que hay un gran margen para este consenso en estos aspectos de las políticas sociales.

Y, desde luego, es imprescindible que no nos resignemos ante problemas como el desempleo, que es la principal obsesión de mi Gobierno, la prioridad absoluta que tiene el Gobierno de Andalucía.

Seamos claros. Quien diga que Andalucía, con un 35% de desempleo, tiene un grave problema, cuenta con mi anuencia. Pero quien no quiera ver que España, con cinco millones y medio de parados y con un diferencial crónico con la Unión Europea también tiene un grave problema, se equivoca de medio a medio.

Si esto es así, vemos que la situación se está agravando porque hay un deterioro vertiginoso de las relaciones laborales, que ha situado a España ya en el tercer país de la Unión Europea en número de trabajadores pobres; es decir, detrás de Rumanía y de Grecia, está España con un 12,3% de trabajadores pobres.

Esto significa que uno de cada ocho trabajadores de nuestro país son pobres pese a contar con un puesto de trabajo, un empleo que es lo que tiene que dar dignidad a las personas y lo que tiene que hacernos iguales. Y creo, y lo compartirán conmigo, que estamos en un escenario desesperanzador.

Yo no voy a cansarles con todas las iniciativas que ha tomado el Gobierno de Andalucía en un año para combatir el desempleo; porque soy consciente de que al problema del desempleo no se le puede hacer frente autónomamente, solo desde mi Gobierno. No es un problema que vayamos a resolver nosotros solos; debemos de colaborar, ayudar y poner todos los recursos que tenemos en este momento al servicio de dar ese gran salto que necesitamos.

Estamos ante un problema que requiere soluciones urgentes, profundas y duraderas. Soluciones que tienen que pasar por la reorientación de nuestro modelo productivo. Necesitamos aumentar el tamaño de nuestras empresas, especialmente en Andalucía.  Necesitamos que gocen de financiación suficiente. No es posible que no fluya el crédito a las pymes y empresas de este país con el esfuerzo colectivo que estamos haciendo todos.

Tenemos que mejorar su capital humano, tenemos que tomar en serio la voluntad de cambio en formación en nuestro país, de forma que dotemos a nuestras empresas de ese capital humano con talento que requieren. Tenemos que apostar por la industria, y lo dice la presidenta de un territorio donde en crisis como ésta se produce un diferencial de diez puntos en el desempleo a causa de la falta de industria.

Necesitamos intensificar el apoyo a la I+D+i y a la economía digital, pero de manera trasversal, en todos los sectores productivos.

Y necesitamos, cómo no, un sector público que mejore también su eficiencia, que asegure servicios públicos de calidad y, junto a ello, una regulación que facilite la creación y el desenvolvimiento de nuestras empresas.

Como les decía, sabemos que todo esto no lo podemos hacer solos. Pero yo voy a tomar la iniciativa. Ha llegado la hora de soluciones de verdad, y en ese sentido me voy a dirigir al Gobierno de España y a la Unión Europea. Porque estoy convencida de que esas soluciones son posibles. Es probable, o seguro, que habrá otras regiones en España e incluso en Europa que tengan el mismo drama de desempleo y las mismas necesidades. Pues si esto es así, hagamos un esfuerzo, y hagámoslo de verdad.

Los recursos existen o pueden existir. Y de la misma manera que, cuando hay una crisis alimentaria en Europa, por ejemplo la ocurrida con la enfermedad de las vacas locas, se movilizan ingentes recursos europeos, o de la misma manera que cuando Alemania tuvo que hacer frente a su reunificación con la incorporación de las antiguas regiones de la RDA también se hizo un esfuerzo por parte de la Unión Europea, yo creo que ahora necesitamos una gran movilización de recursos que permitan esa inversión pública en Europa que necesitamos y estamos demandando.

Lo diré como lo pienso: para Europa era importante que la reunificación alemana fuera satisfactoria. Pues para Europa tiene que ser también importante la reunificación social, que se acorten distancias entre el Norte y el Sur. Que esa tasa de desempleo tan brutal y esa desigualdad que sufrimos la gente del Sur se achique.

Creo, además, que en Europa se está abriendo camino a esa postura. Felicito al ya hoy presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, que ha anunciado la posibilidad de realizar una inversión de 300.000 millones de euros en los próximos tres años, porque creo que ahí cabe esa propuesta de gran inversión pública en las regiones del Sur, que vengo demandando.

Nosotros vamos a presentar un Plan, con todos sus componentes. Y vamos a pelearlo, en España y en Europa, y me entenderán por qué. Andalucía tiene más población que 13 de los 28 países de la UE y un PIB más alto que el de once países de esos países, entre ellos, por ejemplo, Irlanda. Andalucía tiene que jugar ese papel.

Yo creo que este esfuerzo inversor es imprescindible. Y, si se me permite, diría que no sólo para Andalucía, creo que es imprescindible también que España cambie el paso desde el punto de vista económico y que aborde con seriedad y de una vez  por todas el drama del desempleo que asola a nuestras familias.

Se lo debemos a los ciudadanos, a los que no podemos seguir hablándoles de una recuperación de cartón piedra, en la que los ciudadanos se han convertido en meros figurantes en un decorado de una recuperación que no sienten y que no llega a sus hogares.

Y junto a esos objetivos, que son tan ambiciosos como legítimos, estoy convencida de que tenemos que trabajar día a día, y ayudar como Gobierno de Andalucía en una recuperación que, todavía hoy, es débil y frágil. Vamos a arrimar el hombro y vamos a seguir colaborando, ayudando.

Ayer mismo, mi Gobierno aprobó el proyecto de Presupuestos para el próximo año. El proyecto de Presupuestos en Andalucía que crece en inversión real en más de un 19%, casi un 20%. Eso nos va a situar en la comunidad más inversora de España, pero al mismo tiempo va a ser compatible eso con seguir siendo un escudo frente al aumento de las desigualdades.

Pero estos presupuestos son, además, el ejemplo de la estabilidad de Andalucía. Porque yo estoy convencida de que no seremos nosotros, no será Andalucía, quien genere más incertidumbre a la que ya está viviendo el conjunto de España.

Y es que si, como afirmaba hace un año, España atravesaba tres crisis, económica, política y territorial, un año después no se puede decir que las cosas hayan mejorado. Al contrario, no solo no han mejorado, sino que amenazan con seguir empeorado.

En el terreno económico, junto al drama del paro que les acabo de mencionar, nos enfrentamos  a la posibilidad de que Europa entre en una tercera recesión, con las consecuencias que eso tendría, porque tendríamos que añadirla al sufrimiento, al desempleo y al aumento de la desigualdad que se ha producido en los años que llevamos arrastrando la crisis.

Todo un fracaso, sin duda, para el Gobierno que nos dijo ser el que nos sacaría de la crisis y que tenía la receta para crear el empleo que hacía falta. Porque pese a la propaganda, la gente no está sintiendo la recuperación. Pero ni siquiera, si uno mira a la bolsa, la ven los mercados, que tienen la misma sensación.

Tampoco vamos nada bien en lo que se refiere a la crisis de la desafección política.

Los ciudadanos rechazan, con toda razón, cualquier forma de abuso de sus representantes públicos; condenan la corrupción y exigen responsabilidades, castigo a los culpables y reparación; repudian la mentira y la doble moral, que hay bastante en la vida pública; exigen claridad, transparencia y rendición de cuentas; y quieren unas instituciones cercanas en las que la ejemplaridad sea la norma.

Les seré sincera: creo que la gente ya no cree en la palabra de los políticos. Ya no basta pedir perdón, ya no basta hablar de pactos, porque les suena a la gente como una manera, no de querer acabar con la corrupción, sino de querer escurrir el bulto de nuestras propias responsabilidades. Lo que la gente necesita son hechos, combatir la corrupción en todos los frentes, y eso significa combatirla cueste lo que cueste. Eso es lo que esperan los ciudadanos de nosotros.

Y si alguien cree que estamos ante una especie de sarpullido que cuando la situación económica mejore y algunas de las secuelas sociales que en estos momentos tenemos vayan minorando, se equivoca de medio a medio.

Nuestra Constitución, y en realidad todas las Constituciones democráticas del mundo, establece que los partidos políticos expresan el pluralismo de la sociedad y son instrumento fundamental para la participación política. Esto constituye uno de los fundamentos de la democracia.

Podemos criticar todo lo necesario sobre el sistema de funcionamiento de nuestros partidos; podemos y debemos reformarlo, podemos hacerlo más cercano y más transparente. Pero lo que no debemos hacer es acabar con un modelo, el modelo que hace dignas a las democracias en todos los lugares del mundo. Sin partidos políticos, sin la expresión institucional de la voluntad ciudadana, no existe democracia.

De la misma manera, cuando se habla de la quiebra del sistema nacido de la Constitución, es necesario no olvidar dos cosas.

Primero, que con todas las limitaciones, defectos, todas las aberraciones que han existido y de hecho existen, la Constitución nos ha permitido el mayor período de paz, libertad y prosperidad de nuestra historia. Este país es mucho mejor, en todos los sentidos, del que teníamos hace cuarenta años.

Y yo no voy a aceptar que se diga que el origen de nuestros problemas fue cómo se hizo en su momento la Transición y la propia Constitución. Eso no es verdad y, además, es una forma de tirarnos piedras, como les decía al principio, sobre nuestro propio tejado. El tejado que nos cobija, el tejado de nuestro sistema democrático.

Y la segunda cuestión que me gustaría subrayar es que los árboles no nos deben impedir ver el bosque. Si esto que está pasando, si los ciudadanos en este país se levantan abochornados, atónitos, sonrojados, indignados por lo que está pasando, por los casos de corrupción que se desayunan cada día, es porque hay un sistema que funciona, que los aflora y los saca a la luz.

Son la policía, los fiscales, nuestros jueces y, también, los medios de comunicación que son un instrumento imprescindible en la transparencia, los que ayudan a que esa corrupción aflore.

Lo que quiero decir con esto es que hay, sin duda, una necesidad imperiosa de reformar el sistema, pero esa necesidad no puede confundirse con tirar por la borda los fundamentos de nuestra democracia.

Sé que mi partido, como un partido que ha jugado un papel importante en todos estos años, también tiene responsabilidad en el estado actual de las cosas. De lo bueno y de lo malo, no voy a escurrir el bulto, pero yo me niego a aceptar que haya que hacer tabla rasa de lo que hemos conseguido en estos años de democracia.

Es una tentación recurrente en nuestra historia, en la que las Constituciones no se reforman, sino que se cambian unas por otras. Yo creo que esos bandazos lo que generan es incertidumbre, discordia y enfrentamiento entre los ciudadanos.

Ahora hay quien se presenta como la alternativa a los partidos que hemos gobernado durante años en este país. Me refiero, claro está, a Podemos, una formación respetable que tiene que empezar a acostumbrarse a oír críticas, sin que al escucharlas las devuelvan con una  descalificación global y absoluta siempre del adversario.

He dicho en otras ocasiones que me siento muy lejos de esta formación, porque yo soy de izquierdas, y quien dice que no es de izquierdas ni de derechas a mí me recuerda a otra etapa de la historia, afortunadamente superada. Además me parece que es un subterfugio para eludir decir la verdad.

Eso puede ser rentable para alcanzar el poder, pero me parece muy poco democrático y muy poco transparente.

No voy a negar que estas formaciones surgen del malestar, del desencanto, del desasosiego de los ciudadanos. Surgen aquí en España pero también en otros países de Europa. Y surgen de la misma manera, con las mismas bases socioculturales, entre ellas una que se hace cada vez más visible: un cesarismo incompatible con esa gran participación de la que hacen gala.

Pero lo que necesita España no es que nadie haga un catálogo de sus problemas para que todo el mundo lo vea y se sienta representado en ese inventario. Lo que necesita España son soluciones y no veo por ningún lado qué soluciones exponen o plantean algunos para acabar con los problemas que tenemos. No sé si no las dicen porque no las tienen, lo que sería preocupante, o no las dicen porque no las quieren decir, cosa que, además, me parecería inquietante.

En todo caso, los socialistas tenemos nuestro proyecto, que creo es necesario y que es el único que da una respuesta cabal a los problemas que tienen los ciudadanos.

Creo, sinceramente, que el principal partido de la oposición, mi partido, el PSOE, está haciendo sus deberes. Nos llevamos un severo varapalo en las últimas elecciones europeas, del que aprendimos. Nos renovamos en la figura y en el liderazgo de Pedro Sánchez, dimos un ejemplo de participación y nos estamos convirtiendo en el partido más transparente de España. Ahora tenemos el reto y la obligación urgente de ser la alternativa de izquierdas que España necesita y que tenemos la obligación de ofrecer.

Un proyecto que pasa por una auténtica regeneración política e institucional.

Es lamentable, la falta de capacidad de reacción ante casos de corrupción que escandalizan al conjunto de la opinión pública. Como subrayaba hace unos días el editorial de un conocido medio de comunicación que no tiene veleidades socialistas como es ABC: si nos quedamos cruzados de brazos, si no tomamos la iniciativa desde el punto de vista ético, la sociedad nos pasará por encima.

Si eso sucede, si los partidos y las instituciones que han levantado la democracia en España se quedan atrás, será una mala noticia para nuestro país y el presagio de un futuro cargado de nubarrones para España.

Y, lamentablemente, las cosas tampoco han ido a mejor en lo que se refiere a la crisis de nuestro modelo territorial.

En relación con el conflicto abierto con Cataluña, debo decirles con claridad algo que creo que saben: que yo no soy equidistante. No lo he sido en ningún momento. No soy equidistante en el fondo: creo en la unidad de España y pienso que no se puede dilapidar con querellas vanas entre unos y otros.

Pero tampoco muestro ningún tipo de equidistancia ni de tibieza en lo que se refiere a lo formal, a las leyes. Porque creo que las leyes democráticas y su respeto constituyen una garantía de libertad. Si no nos gustan, podemos cambiarlas, pero situarnos fuera de ella es un camino que solo conduce a la barbarie.

Ahora, fracasada la aventura del referéndum, el señor Mas se ha embarcado en una especie de sucedáneo, que es cualquier cosa menos serio, con lo que estamos pasando en este país y en Cataluña. Algunas veces, y créanme que digo esto desde el respeto, tengo la sensación de que  al frente del Palau de la Generalitat lo que hay es el interés y el tacticismo electoral por cómo arañar un puñado de votos. Y eso no lo merece Cataluña ni España.

Ya es hora de que se acaben los engaños y que el señor Mas se siente a dialogar una salida razonable y democrática a este embrollo al que nos han conducido.

Y es hora de que el señor Rajoy asuma el liderazgo que le corresponde por el cargo que ocupa, que deje de hacer el Don Tancredo. Tiene la obligación y la faena de garantizar la unidad y la cohesión de España, porque está entre sus funciones constitucionales. La obligación de un jefe de gobierno es decirles a los ciudadanos que tenemos un problema, pero que inmediatamente después vamos a solucionarlo, y lo vamos a hacer bien. Ésa es la obligación de un presidente del Gobierno.

Porque pese a las apariencias que puedan en algunos momentos visualizarse, estoy convencida de que somos más, en España y también en Cataluña, los que creemos que hay otras vías para intentar solucionar este conflicto. Es, probablemente, la vía más difícil y, al mismo tiempo, la única posible.

Es necesario dar la batalla de los argumentos. Porque es cierto que ha habido una tenaz y sostenida campaña basada en la ensoñación de que los problemas de Cataluña se iban a arreglar cuando se produjera la separación de España.

Pero no es menos cierto que, por otro lado, ha habido una incomparecencia de quienes pensamos que a Cataluña y a España les puede ir mejor estando juntos y eso ha podido provocar en los ciudadanos la impresión de que aquí no se trataba de convencer, sino de vencer.

No quiero que España venza a Cataluña, porque eso sería como vencerse a sí misma y todos saldríamos perdiendo.

Yo quiero que expliquemos, con razones, por qué queremos que Cataluña siga formando parte de España, por qué pensamos que es lo mejor para todos: para Cataluña y para España. Y hay muchas razones -históricas, afectivas, sentimentales, culturales, institucionales, económicas- sobre la mesa.

Ése debería ser el centro del debate: todo lo que nos une, que es mucho más que lo que nos separa, y todo lo que podemos hacer juntos en el futuro. Porque en estos momentos lo que nos debería importar es ganar los sentimientos de la gente, los sentimientos de los catalanes, y no tanto quién ha ganado o perdido en este dramático devenir histórico de la España que todos defendemos y queremos.

Y, junto a eso, hay que esclarecer y explicar que sí, que hay una tercera vía, hay alternativa entre la ruptura de la unidad de España y el inmovilismo, y que esa vía, inevitablemente, es la de la reforma constitucional.

Una reforma constitucional que dé solución a tres desafíos que tiene en este momento la sociedad española: la crisis territorial; la regeneración democrática que nos demandan los ciudadanos y el blindaje del Estado del Bienestar.

Yo sí valoro todo lo que la Constitución ha aportado al progreso de España y a la convivencia entre los españoles.

Dicho esto, la verdad es que, cuando se redactó la Constitución de 1978 no estábamos en la Unión Europea, ni existía internet, no nos habíamos convertido aún en una sociedad de inmigración, nuestra economía no estaba globalizada, no existía el euro, ni había crisis financiera global como a la que estamos haciendo frente, ni siquiera se habían universalizado la sanidad y la educación. La sociedad del Bienestar estaba por construir y el propio Estado de las Autonomías era un reto que estaba también por desarrollar.

Lo que quiero decir, en definitiva, es que hay razones suficientes para renovar el pacto constitucional; para reformar el sistema político, social y territorial y, lo que para mí es más importante, construir la democracia del siglo XXI.

Y entretanto se abre el necesario y urgente debate en el seno de la ponencia constitucional del Congreso, hay dos cuestiones que no pueden esperar:

La primera, la financiación de las comunidades autónomas. No es posible que sigamos todavía con un sistema caducado como el actual, que no hagamos frente a una realidad, que hay comunidades autónomas que se permiten extravagancias, como cuantificar la dignidad de la memoria histórica en este país, y hay otras comunidades autónomas que no tenemos ni para pagar las farmacias. Eso no es posible. Urge esa reforma del sistema de financiación.

Y en segundo lugar el cese inmediato de la vulneración de las competencias de las comunidades autónomas que se está llevando a cabo de manera abusiva por el Gobierno de España a través de la legislación básica.

Aclaremos qué competencias tiene cada institución y, una vez que eso se aclare, que se respete, con lealtad. No podemos estar continuamente recurriendo al Tribunal Constitucional y convirtiéndolo en un órgano de apelación política.

Como les decía, esa renovación del pacto constitucional es, sinceramente, la única solución que podemos imaginar para darle respuesta a los problemas y, sobre todo al ajuste de nuestro modelo territorial. ¿O de verdad alguien piensa que de esta situación vamos a salir quedándonos tal cual y sin movernos?

Es tiempo, pues, de responsabilidad, de altura de miras y de liderazgo. Tiempo de devolver la política a los ciudadanos.

Aquí estamos ante problemas complejos que no tienen soluciones milagrosas. El fenómeno de la globalización, nuestra estructura territorial, el propio concepto de soberanía, que cambia en el contexto de nuestra incorporación a la UE y a otros organismos transnacionales, son asuntos muy complejos.

Y, si tiene cierta lógica que muchos ciudadanos, en tiempos difíciles y agobiantes como estos, tiendan a buscar respuestas simples para problemas complejos, lo que no tiene sentido es que los que tenemos responsabilidades públicas no cumplamos con nuestro trabajo.

Y nuestra obligación es buscar soluciones reales, efectivas y posibles y no poner excusas para que los problemas sigan agravándose.

España es un país que tiene futuro y yo creo en el futuro de España. Somos, es cierto, una potencia media, pero con una proyección en Latinoamérica y en el Mediterráneo que no estamos sabiendo aprovechar.

Creo que a todos nos duele que las señales que estamos emitiendo al mundo sean las de un país enfermo, un país que en estos momentos es fruto de querellas territoriales y que está desmoralizado y atrapado por los casos de corrupción.

Es urgente acabar con ese estado de cosas. La crisis actual, a la que ya han visto que no pongo paños calientes, no puede impedirnos valorar cabalmente todo lo que podemos hacer juntos, todo lo que hemos avanzado hasta aquí, todos los logros y conquistas sociales y nuestra voluntad de mantener una convivencia pacífica basada en el respeto y en nuestras libertades.

Quiero terminar estas palabras apelando, precisamente a esa insobornable voluntad y determinación por solucionar los problemas, reconstruir entre todos una España mejor y abrir un horizonte de esperanza. Los españoles no merecen que les sigamos pidiendo confianza, tenemos que dársela nosotros, y decirles que sí, que vamos a superar los enormes retos que tenemos por delante.

Concluyo. Me gustaría que quien me haya escuchado hoy, y a todos los que les lleguen mis palabras, les alcanzara la misma convicción que a mí: que España tiene arreglo y la solución la tenemos que buscar entre todos y si lo hacemos entre todos esa solución será mejor para el conjunto de los españoles.

Muchas gracias.