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« Previous Page Table of Contents Next Page »Un paisaje hecho en la historia
El lugar no era el mejor para vivir fundamentalmente por la falta de agua para beber, pero su posición privi-legiada en la costa hacía palidecer todos los posibles in-convenientes. En efecto, se trataba del extremo de un espolón que se adentraba en el mar partiéndolo en dos grandes entrantes, al final de los cuales desembocaban dos importantes ríos. Sus aguas, al mezclarse con las marinas, propiciaban el desarrollo de densas poblacio-nes de peces y de otras, no menos abundantes, de mo-luscos y crustáceos en las orillas, fáciles de recolectar y por ello garantes de un alimento siempre disponible que ahuyentaba el temido fantasma del hambre. Pero ¡ay! no había ríos ni arroyos cerca, los manantiales de agua dulce quedaban muy al interior, lejos de la costa. Sin embargo, esa posición adelantada aseguraba el acceso al mar y facilitaba el control de las relaciones comerciales con otros asentamientos costeros a veces muy distantes, y las modestas embarcaciones veían satisfechas sus necesidades portuarias en esa amplia y doble escotadura bien defendida de los temporales.
Una vez establecida esta primera ocupación en el territorio, se reproducen otras iniciativas similares en los bordes de este doble estuario que, con el tiempo, darán lugar a poblaciones como Gibraleón, Moguer, Niebla… Pero la tendencia natural de cambio va en contra de los primeros pobladores, la transformación que se produce en el interior como consecuencia de la minería y de la eliminación de la cubierta vegetal, desencadena la erosión y el movimiento de centenares de miles de toneladas de suelo que terminan siendo
arrastradas por los ríos al mar. Las antiguas rías se aterran, los enclaves portuarios se desconectan de la línea de costa, el mar se retira lenta pero regularmente a causa de la continua sedimentación.
Sólo Huelva, el asentamiento pionero, ha sabido, ha podido movilizar todos los recursos necesarios para seguir disfrutando de un acceso al mar. El puerto, obligado por las exigencias técnicas derivadas del incremento en el tamaño de los buques y el tráfico de mercancías, va alejándose de la ciudad a la que dio origen, buscando a la vez terrenos para crecer y vías marítimas de mayor profundidad, y cuando no lo consigue, modifica la realidad con diques y dragados. El resto de los núcleos urbanos se ven forzados a una inevitable reconversión de las labores marineras a las agrícolas. De ese proceso quedan, en algunos casos, ecos lejanos en sus nombres, como Lucena del Puerto o San Juan del Puerto.
La actividad minera y su industria asociada, concentra-da en el frente portuario, ha generado también enormes cantidades de residuos que se han arrojado a las maris-mas circundantes. La mayores exigencias ambientales y el conocimiento cierto de las consecuencias negativas de estos residuos en el ser humano y en la naturaleza han obligado a confinarlos en extensas zonas de las marismas cubriéndolos con tierra vegetal para impedir su movilización. Una operación con la que se cierra el círculo y se marca el destino final al que se aboca este territorio: lo que fue mar es hoy tierra firme.
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U N PA I S A J E H E CHO E N L A H I S T O R I A [ 1 5 ]
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