RESEÑA HISTORICA
Actualmente quedan pocas casas de madera de la antigua ciudad de Panamá, aquella anterior a 1900. Los ejemplos más significativos, entre los que se encuentra la Casa Boyacá, se concentran en la llamada “Manzana 52”, cada uno con su propia historia debido a que los propietarios que a fines del XIX la adquirieron la habilitaron sin buscar cohesión en el conjunto.
Construida hacia 1890, la Casa Boyacá, ubicada en el Barrio de San Felipe entre la Avenida A y las calles 11 Oeste y Pedro Díaz, constituye uno de los ejemplos más llamativos del recorrido de la muralla que definió hacia 1672 el Baluarte Mano de Tigre. Su característica forma de cuña se debe a que inicialmente la contraescarpa de la muralla constituía su pared trasera.
Cuando a comienzos del siglo XX se desarrollan las obras que le dieron su configuración actual a la manzana, emergió, del foso que quedaba por debajo del terraplén del baluarte Mano de Tigre, esa proa de barco cañonero que recordaba al famoso buque colombiano de la época de la Guerra de los Mil Días y en recuerdo del cual comenzó a recibir ese nombre.
En 1997, después de que ya el gobierno panameño hubiese incluido aquellos lugares antiguos que mostraban un paisaje arquitectónico y urbanístico de interés, y entre ellos la “Manzana 52”, en el Conjunto Monumental del Casco Antiguo de la ciudad de Panamá, la UNESCO incluye en la lista de Patrimonio Mundial dicho conjunto.
EL EDIFICIO Y LA INTERVENCION
El edificio originalmente era utilizado como cuartos para alquiler y depósitos, y estaba compuesto de una larga hilera de salas con puerta, ventana y franja de ventilación, dispuestos en doble planta de altura considerable. Su deficiencia de instalaciones quedaba acentuada por el carácter comunitario de las pocas que existían para aseo y el pésimo estado de conservación generalizado del edificio, la prueba de ello quedaba de manifiesto en el pino tea destartalado y desteñido de su madera importada de Estados Unidos y su mampostería que resistían a duras penas el paso de los años.
Las dependencias originales, de unos seis metros de profundidad y una altura de cinco metros permitían la construcción de altillos que aumentaran la habitabilidad de cada futura vivienda. Estudiado el conjunto, era posible disponer de 26 apartamentos con una distribución en sala-comedor, dormitorio, cocina y baño.
Sin alterar sustancialmente la organización original de la edificación, la intervención ha tratado de acomodarla al programa de necesidades básico de viviendas sociales para núcleos familiares de cuatro personas. Con la acomodación al uso de vivienda, la intervención ha pretendido mantener el sentido de la edificación apoyándose en la idea de mantener vivo el centro histórico de la ciudad, haciendo de él un área que da cobijo a una gran diversidad de usos, haciendo hincapié con especial relevancia en el uso más consustancial al concepto de ciudad.
Asimismo, la intervención ha pretendido ser respetuosa con la cualificación del edificio como “de interés histórico y arquitectónico” sin dejar de atender a las necesidades y costumbres de la sociedad actual potenciando el deslinde entre lo público y lo privado.