Según ha explicado la directora del IAM, Silvia Oñate, “la vida virtual, que forma parte indisoluble de la vida real de la juventud”, multiplica “las posibilidades de comunicación y relación con otras personas”, por lo que “incorporan también nuevos rasgos específicos propios de su uso cuando se sufre violencia de género”. En este sentido, Oñate ha detallado algunos, como: la multiplicación de los efectos de la violencia por la viralidad de las redes; el mayor anonimato del agresor, que favorece la sensación de impunidad y la indefensión de la víctima; la posibilidad de que se dé una suma de maltratadores o un maltrato a todo el entorno de la víctima; la continuidad en el tiempo, que potencia las consecuencias psicológicas de la violencia; la exhibición de la intimidad ante infinitas personas; la imposibilidad del apagón digital para cortar las relaciones y dar solución al problema; la facilidad para el control permanente (geolocalizadores, control de estado online o conexiones, etc)) o el riesgo de suplantar fácilmente la personalidad de la víctima.
Por ello, la directora ha destacado la importancia de elaborar “un plan de intervención global” para incorporar medidas de actuación desde todos los ámbitos institucionales y sociales. Junto a ello, Oñate ha adelantado la puesta en marcha por parte del IAM de una investigación para analizar los riesgos psicológicos específicos para las víctimas y proponer un protocolo de intervención para el personal que las atiende.
Junto a ello, el Instituto prepara una guía de orientación para madres y padres de víctimas adolescentes de violencia machista y desarrolla durante este otoño unos foros provinciales para asociaciones de mujeres para ofrecer formación sobre las claves para prevenir, detectar y actuar ante la nueva dimensión de la violencia en las redes.