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1492 la convirtieron en cabecera del comercio, llenando
su bahía de numerosas embarcaciones. Cada vez más col-
matada por los aportes sedimentarios del río Guadalete y
de las corrientes marinas, así como de las dunas móviles
reactivadas por el clima cálido y seco dominante en aquel
momento, la dársena natural del que fuera puerto fenicio
y romano se fue reduciendo considerablemente. El
comercio con el Nuevo Mundo aportó grandes riquezas
a la ciudad, pero también la puso en el punto de mira de
piratas y corsarios. Diversos ataques berberiscos e ingle-
ses se sucedieron a lo largo del siglo XVI, lo que empujó a
la Corona a diseñar un sistema para su defensa. La cons-
trucción de fortines y baluartes en puntos estratégicos y,
posteriormente, de un gran recinto amurallado rodeando
la ciudad, contribuyeron a modificar y fosilizar en gran
medida el paisaje costero de la ciudad para el futuro.
Durante la Ilustración se continuaron las obras de
defensa, así como otras actuaciones en la Bahía. Se
inutilizó artificialmente la desembocadura meridional
del río Guadalete, que pasó a funcionar como un caño
mareal –actual río San Pedro–, con el objeto de aumen-
tar el calado del canal principal y propiciar el desarrollo
de las explotaciones salineras de la zona norte de la
bahía. No obstante, por estas fechas la ciudad de Cádiz,
lo mismo que el resto de la costa de la provincia, sufrió
los devastadores efectos del famoso tsunami que tuvo
lugar el 1 de noviembre de 1755: varias olas de más
de 10 m de altura, desencadenadas por un fortísimo
terremoto –que entre otras cosas destruyó la ciudad de
Lisboa–, inundaron el barrio de la Viña, dañando parte
de sus murallas, y arrasaron la flecha arenosa entre
Cádiz y San Fernando, que se recompondría de forma
natural posteriormente. La catástrofe ocasionó cientos
de muertos y supuso un mazazo para la economía,
comunicaciones y desarrollo de la ciudad y su bahía.
Durante el siglo XIX, las sucesivas desamortizaciones
diseñadas para compensar los desastres de las guerras que
asolaron nuestro país fomentaron nuevas roturaciones
y deforestaciones en la región. Estas prácticas, unidas
a un mayor caudal de los ríos asociado a un clima más
húmedo y frío que el actual, aceleraron la acumulación
sedimentaria en las marismas de la Bahía. Si la actividad
salinera había comenzado ya en época antigua, en el siglo
XIX alcanzó su máxima expansión en forma de explota-
ciones familiares que se desarrollaban con facilidad en
una bahía casi colmatada de sedimentos. Esta situación se
continuó sin muchos cambios hasta finales del siglo XX.
En las últimas décadas las comunicaciones, la expan-
sión urbanística y la creciente actividad portuaria han
producido acusadas transformaciones en los ambientes
costeros. La proliferación de embalses en la cuenca del
río Guadalete ha llevado a una retención de sedimentos
que en la costa se ha traducido en una clara tendencia a
la erosión costera y a la pérdida de playas, puntualmente
acentuada por diques, espigones, paseos marítimos, etc.
Mientras, las marismas, transformadas casi en su totali-
dad en salinas hoy abandonadas, reciben unos aportes se-
dimentarios que, si bien inferiores a los de otras épocas,
colaboran al aterramiento final de la Bahía, un proceso
puntualmente acelerado por la actividad humana.
Ortofotografía digital de la ciudad de Cádiz y el área inmediata
de la Bahía a finales del Siglo XX.
Instituto de Cartografía de Andalucía.
El
cambiante paisaje
de la
bahía gaditana
C Á D I Z D E L A CON S T I T U C I ÓN . 1 8 1 2 [
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