Los documentos consultados nos desvelan que había
repartidos por la ciudad, en los años inmediatamente
anteriores al asedio, 273 pozos, de los que solo 35 po-
dían considerarse de agua potable, aunque entre todos
ellos, ya en estas fechas, no se encontraba, por haberse
agotado su caudal, el más famoso de todos, el denomi-
nado pozo de la Jara, que, situado en la actual plaza de
San Antonio, abasteció durante los siglos anteriores las
necesidades de la ciudad.
De los aljibes sabemos que había en todas las casas,
y que en su conjunto eran capaces de acumular 300
millones de litros de agua al año. Con todo, el agua
almacenada en los aljibes solo era apta para las ne-
cesidades domésticas y casi nunca para el consumo
humano, aunque, cuando la necesidad apretaba, y éste
era el caso durante el sitio de Cádiz, también se bebía,
sobre todo si el único agua potable de garantías que
en tiempos del bloqueo podía comprarse era la que se
traía de los manantiales de la Casería de Ossio, en la
Isla de León, pagándose por ella el triple de lo que se
pagaba por el agua portuense.
A la complejidad del abastecimiento de agua, que no
tendrá solución definitiva hasta mediados el siglo XX,
se unen las dificultades derivadas del saneamiento y de
la limpieza urbana, uno de los caballos de batalla a los
que el Cabildo Gaditano deberá enfrentarse a lo largo
del siglo XVIII. Así, a los continuos requerimientos
ciudadanos en demanda de solución a los problemas
de vertidos, el Ayuntamiento contesta con remedios
parciales que no son más que parches en una ciudad
necesitada, por su especial configuración geográfica,
de una solución definitiva y duradera.
Cádiz obtendrá el visto bueno del gobierno para la eje-
cución de una red de saneamiento urbano en diciem-
bre de 1773. Se trataba de realizar algo casi descono-
cido en aquellos tiempos y que no tendrá continuidad
hasta bien entrado el siglo XIX, y solo en las naciones
más desarrolladas de la época. Con la ejecución del
proyecto de alcantarillado, nuestra ciudad desarrolló
un servicio ciudadano prácticamente desconocido y
que causaba la sorpresa y admiración de cuantos viaje-
ros la visitan en aquella época: “La ciudad está minada
de conductos subterráneos por los cuales se da salida
al agua pluvial y a las inmundicias”. Ejecutado por
el ingeniero Juan Caballero y el arquitecto Torcuato
Benjumeda, el nuevo sistema de saneamiento, unido
a la pavimentación de las calles, el alumbrado de las
mismas mediante farolas de aceite y otras medidas de
vías y obras, dará a la capital gaditana un singular as-
pecto de aseo y limpieza. Una fisonomía muy alejada,
casi opuesta, a la que en aquellos tiempos ofrecían las
ciudades del resto del mundo.
El sitio de Cádiz por los franceses durante la Guerra
de Independencia, en una ingenua ilustración italiana
inmediatamente posterior a los sucesos.
El abastecimiento de agua
en Cádiz hacia 1812
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C Á D I Z D E L A CON S T I T U C I ÓN . 1 8 1 2 [
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