Con una superficie de 6.616 ha y situado en la ladera norte de la sierra almeriense de Los Filabres, este espacio comprende una serie de enclaves calizos y dolomíticos de alta y media montaña, localmente conocidos como “calares”, que se presentan como auténticas islas geológicas en un dominio de materiales siliceos (pizarras, cuarcitas y micaesquistos). La Tetica (2.080 m.s.n.m.) en la parte oriental y el Alto del Calar del Gallinero (2.050 m.s.n.m) en la occidental son las cumbres con mayor altitud.


La permeabilidad y la capacidad de dilución de estos materiales carbonatados favorecen la aparición de procesos erosivos conocidos como fenómenos kársticos, que modelan cavidades y permiten aflorar manantiales. Estas surgencias han influido de manera determinante en la ocupación histórica del territorio, pudiendo observarse restos de antiguas cortijadas y yacimientos arqueológicos junto a afloramientos de agua. Pero además, estos materiales albergan importantes yacimientos minerales (plomo y hierro principalmente) que fueron intensamente explotados durante los siglos XIX y XX.


La actividad minera conllevó una transformación del modelo tradicional que tuvo efectos económicos, culturales y sociales, pero también conllevó un elevado coste ambiental, ya que requirió la deforestación del monte. Durante la segunda mitad del siglo XX, tras abandonarse la actividad minera, se realizó un esfuerzo por recuperar la masa forestal, hasta tal punto que la Sierra de Los Filabres alberga actualmente la principal masa arbórea de la provincia de Almería y una de las principales de Andalucía. Junto al pinar de repoblación aún podemos encontar restos del pinar original de pino laricio o salgareño, así como algunos queijares y encinares. Destaca la población relicta de pino laricio o salgareño del Calar del Gallinero, que cuenta con decenas de ejemplares, algunos de los cuales tienen más de tres siglos de edad.


Menos conspicuos que las masas arboladas, pero más representativos del espacio en cuanto a su extensión, son los pastizales y los matorrales. Algunos de estos pastizales, como los presentes en la alta montaña, comprenden comunidades vegetales de gran interés ecológico que constituyen el soporte fundamental para especies tan singulares como la mariposa Parnassius apollo subsp. filabricus.


Las cavidades naturales y las cortijadas abandonadas dan refugio a diferentes especies de murciélagos cuya conservación es una prioridad en la ZEC. En las charcas y embalses ligados a manantiales, así como en los prados húmedos de régimen temporal y en los arroyos, destacan por su parte las comunidades de anfibios, con especies como el sapo partero bético, considerado el anfibio más amenazado de Andalucía, y el sapillo pintojo. La presencia de rapaces es otro elemento característico de la fauna de este espacio natural. Entre otras, se presentan el águila real, el águila perdicera, el halcón peregrino, el azor común o el gavilán.