03/03/2020

La ciencia que vino tras el 28F

En estos 40 años, el Sistema Andaluz del Conocimiento tiene también rostros, los de las generaciones que han hecho de la ciencia andaluza un motor de progreso

Amelina Correa entró en la Alcazaba de Almería antes del amanecer. Fue durante la primavera de 1988, mientras cursaba su tercer año de Filología Hispánica. En la puerta, una chica ofrecía ramilletes de jazmines y, al fondo, su madre recitaba poemas olvidados varios siglos atrás, escritos en la corte de Al-Mutasim Ibn Sumadih. La ciencia nace de la vocación por ir más allá y la vocación se alienta con referentes capaces de inspirar. Aquella joven, años después, se convirtió en la primera mujer catedrática de Literatura Española de la Universidad de Granada (UGR). Y, como su madre, Amelina Ramón devuelve a la memoria colectiva tesoros extraviados del patrimonio literario.

Amelina Ramón y Amelina Correa, madre e hija.

Este 28 de febrero la consulta sobre la autonomía andaluza ha cumplido cuarenta años, una efeméride que invita a hacer balance y tomar consciencia del proyecto de sociedad que construyen, día tras día, ocho millones y medio de personas. Ciudades inteligentes, robótica, sostenibilidad, Big Data… Estos conceptos son el futuro (y el presente) de la comunidad. Tan importantes como rescatar, conservar y aprender de esas huellas del pasado que nos dan perspectiva del progreso. Que definen nuestra identidad, de dónde venimos. Pero si hablar de ello se hace cotidiano es gracias a la luz que arroja una comunidad científica en expansión durante las últimas décadas.

Andalucía fue en 1984 pionera en plantear un programa propio de política científica. En los inicios de la autonomía existían menos de 800 grupos de I+D. Hoy, la región alberga 2.350. En ellos trabajan algo más de 28.500 personas, en su mayoría (65%), doctoras. Su producción científica alcanza los 17.000 artículos al año, una cifra que supera en cinco veces la registrada a comienzos de siglo. Es la tercera comunidad española por gasto bruto en investigación (ronda los 1.400 millones al año, frente a los 130 millones de 1988) y la segunda que más patentes nacionales registra.

Investigación en Doñana.

El Sistema Andaluz del Conocimiento ha crecido al compás de los tiempos, adaptándose a las demandas de la sociedad. Pero los cambios van más allá de su volumen o de la inversión. Toca aspectos fundamentales en lo cotidiano, como la conexión internacional o la competencia por labrarse una carrera académica. Algo que requiere de una mirada íntima que no ofrecen los números, solo las personas, concretamente cuatro mujeres, madres e hijas que han podido vivir y compartir los cambios en primera línea.

«En la Facultad de Letras había más mujeres que hombres, pero pocas se dedicaron a la investigación. De mi promoción, solo yo», recuerda Amelina Ramón Guerrero. Esta doctora en Filología Semítica terminó su carrera en 1964 en la Universidad de Granada, donde ejerció hasta su jubilación en 2007. Su especialidad es el periodo árabe andalusí, pasión que comparte con su hermano Rafael, catedrático emérito de la Complutense de Madrid y uno de los mayores expertos mundiales en filosofía árabe.

«En mis inicios encontré discriminación hacia la mujer», comenta María del Carmen Carrión Pérez, primera catedrática de Física Aplicada y primera decana de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, que añade que se encontraba con gente que preguntaba «con ironía cosas como cuántos hijos piensas tener». «No solo a mí, también a muchas investigadoras que me rodeaban», añade.

El equilibrio de género en la comunidad científica sigue siendo una asignatura pendiente en Andalucía, como en el resto del mundo. Cerca del 80% del cuerpo de catedráticos son hombres. Apenas uno de cada cuatro grupos de investigación cuenta con una mujer al frente, con diferencias que se agudizan en las ramas técnicas y experimentales. Esto contrasta con las etapas previas de la vida académica, donde ellas suponen una amplia mayoría que se desploma al alcanzar la escala de Profesorado Titular.

 

Tarea de observación de aves en Doñana.

Otra faceta que ambas científicas tienen en común fue su inicio en la I+D, poco después de concluir su tesina. «Comencé mi etapa en la investigación en octubre de 1979», señala con exactitud María del Carmen Carrión, especialista en electromagnetismo, que indica que pertenece «a la segunda promoción de físicos de la UGR y sus departamentos necesitaban incorporar personal».

Ana Jiménez del Barco y su madre, María del Carmen Carrión.

Aunque Andalucía contaba con cinco universidades antes de obtener la autonomía, en los últimos cuarenta años la Educación Superior ha vivido un fuerte auge. Desde 1980 se han creado otras cinco instituciones públicas (Huelva, Jaén, Almería, Pablo de Olavide e Internacional de Andalucía) y una privada (Loyola), para atender la demanda de formación especializada. Esto ha permitido que 1,2 millones de personas hayan completado sus estudios universitarios desde aquel 28F. Hoy por hoy, la comunidad universitaria andaluza es la más numerosa del sistema público.

«Ahora mismo la competencia es brutal en todos sitios. Hay mucha gente que se introduce en la investigación, pero los recursos no son suficientes. Hacer el doctorado sin recibir ningún dinero se ha vuelto algo común». Habla Ana Jiménez del Barco Carrión, ingeniera de Caminos e hija de María del Carmen Carrión. Su especialidad es el desarrollo de carreteras sostenibles, recurriendo para ello a materiales renovables. Dio sus primeros pasos en la I+D en 2011, con una beca propia de la UGR de iniciación a la investigación. Su tesis doctoral la hizo en Reino Unido con una ayuda del programa europeo Marie Skłodowska-Curie y acaba de volver a Andalucía, gracias al programa Athenea3i cofinanciado por el Consejo Europeo de Investigación (ERC) y la Universidad de Granada. Es, precisamente, la apertura al exterior, las mejores conexiones con grupos y centros de investigación y documentación de otras regiones, donde reside el gran cambio experimentado por la comunidad científica andaluza para estas investigadoras.

María del Carmen Carrión, por el contrario, relata que hizo «una estancia predoctoral de tres meses en Turín con una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano, ni siquiera el español. Ahora las relaciones internacionales son mucho más fáciles. Tenemos doctorandos en Texas, en Edimburgo o en Cambridge. El último ha solicitado irse al Instituto Tecnológico de Massachusetts».

«Cuando terminé mis estudios, lo único que tenía a mi alcance era el material de Granada», afirma Amelina Ramón, catedrática de Literatura Española. «En aquellos tiempos era una joven sin apenas libertad para irse fuera. Incluso moverse aquí mismo, en España, era difícil». Durante estos 40 años, sin embargo, los cambios han sido progresivos. «En la era de internet, el trabajo es más fácil con la disponibilidad de los fondos digitalizados. Pero durante mis primeros años como investigadora, si las obras de determinado escritor se encontraban en alguna biblioteca, te veías obligado a desplazarte físicamente», evoca su hija, Amelina Correa, que lamenta que «había que recorrerse bibliotecas, hemerotecas y archivos, muchas veces en vano».

Más investigación y más presente

Con la perspectiva que abarca los últimos cuarenta años de ciencia andaluza, y algunos más, las cuatro investigadoras coinciden en admitir que se hace más investigación. También en que ésta llega mejor a la sociedad, aunque aún persisten estereotipos muy ligados a la bata blanca y al laboratorio.

«A través de los Café con Ciencia o La Noche Europea de los Investigadores se conoce mejor lo que hacemos en la universidad», defiende Ana Jiménez del Barco, que añade, sin embargo, que «cuando digo que investigo en carreteras la gente no lo entiende. ¡Es algo que ya está inventado! No toda la ciencia viene de la probeta, hacemos otras muchas cosas que sirven para mejorar la sociedad».

«Sigue dominando la idea de que la ciencia es algo en exclusiva de lo que se puede estudiar en laboratorios. A mucha gente le sorprende que se pueda investigar en Humanidades», apostilla Amelina Correa.

«En ocasiones te encuentras que la gente te ve. Sí que te conoce», añade con cierta sorpresa María del Carmen Carrión, que defiende que «cualquiera con inquietud puede tener información sobre lo que hacen los investigadores andaluces, pero no es algo generalizado. Tenemos que hacer mucha más tarea divulgativa para despertar el gusanillo de la ciencia».

Avivar las vocaciones científicas es una de los aspectos donde más se viene insistiendo en el sistema universitario andaluz durante los últimos años. En especial dentro de las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), por su peso específico en el desarrollo social y productivo, con especial énfasis en las mujeres. Tanto Amelina Correa como Ana Jiménez del Barco reconocen que influyó mucho en su decisión de hacer ciencia los referentes familiares. Pero consultadas sobre cuál es el elemento clave para alentar a las nuevas generaciones, ambas no dudan en afirmar lo mismo: la satisfacción de alcanzar la meta. «Se trata de una carrera de fondo, pero, igual que se sufre mucho, la satisfacción de contribuir a cualquier avance, por pequeño que sea, es también muy grande», señala con una sonrisa Jiménez del Barco, que finaliza señalando que lo más importante es trabajar «con ilusión de que sea por lo que le gusta. Sacar fuerza y seguir adelante. Para mí es lo más bonito que se puede hacer».

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