Los ojos de los fornecos

Eladio Orta

El caño de la Mojarra está infectado de fornecos, le comentó señor Nemesio. Y prosiguió risueño, Esos bichos se tragan todo lo que caiga en su boca. La expedición se encaminó hacia los territorios desconocidos del fango con zapatos viejos reforzados por amarraduras de cuerdas en los pies, para protegerlos de las cáscaras afiladas de los meriñaques. A Martinito lo dejaban sentado en la zapata del caño. El personal nativo, sabedor de las trampas suicidas de los fornecos, guiaba al zahorí a los ojos abiertos de los manantiales que brotaban desenfadados y a la deriva en los territorios salinos. En el caño de la Mojarra, los ojos de agua más peligrosos -sumideros capaces de tragarse el cuerpo entero de un toro cebado de cinco años- se encontraban en las lagunas o pozas que descubría la bajamar en el estero principal, frente a la hacendilla de la tía Angustias el Ferrol. A pie del milagro sonoro del agua, y sin acercarse al remolino pantanoso, el Poeta del Agua anotó en su cuaderno de campo las profundidades de los diferentes ríos subterráneos que mezclaban sus aguas en la sal para el disfrute de los habitantes de las marismas.

Baile del Sol
Narrativa
Adulto

Eladio Orta