Los cimientos sobre los que asienta este texto teatral son los de la farsa y el extrañamiento, lo que supone un aspecto capital a tener en cuenta —servirse de ellos rara vez no resulta arriesgado, le invito a que haga memoria—; así que, tiene usted un pequeño problema, porque, tratándose de una decisión irrevocable, solo le queda la posibilidad de confiar y abandonarse. No se preocupe, le aseguro que tardará poco en darse cuenta del terreno que se pisa.

Sería justo reconocer que el autor ha pretendido en todo momento crear una comedia, pero los personajes se han enfrentado a él repetidamente para impedírselo. Aun así ha luchado con fiereza, pero ha acabado claudicando, como ocurre siempre.

Esta obra trata la eterna dicotomía del alter ego, su perversa ambivalencia, usando para ello los recursos del drama policíaco en un juego de espejos deformantes, casi esperpénticos. También habla de tragedia: la del hombre y su incapacidad para ser feliz, para conformarse con lo que le es dado.

Humanizar una bestia no es algo nuevo: Ionesco lo hizo, también Kafka, Quiroga, Cortázar o Tomeo, por nombrar algunos. ¿Qué obtenemos cuando practicamos este tipo de injerencias? Fusionar el instinto y la razón y ponerlos al servicio de la historia. ¿Quién saldrá vencedor?

Trascender la realidad para explicar el destino del hombre parece un sinsentido, pero a veces resulta necesario mirarse desde fuera para comprender. Es por eso que nacen el OSO y el INSPECTOR: ambos, caras de una misma moneda.

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Gonzalo Campos Suárez