Andalucía, 28 de Febrero de 2008
Conmemoramos hoy el 28 de Febrero, una fiesta que se celebra en toda la geografía de nuestra Comunidad y que ha de servir para reafirmar nuestra identidad, para realzar los valores que dieron sentido a aquella fecha que está indeleblemente marcada en la Historia de Andalucía y, también, para reflexionar sobre los retos que nos aguardan en el horizonte inmediato.
Se trata, en efecto, de un día festivo, un motivo para la celebración, en el que ha de brillar con luz propia y sin sombras, nuestro orgullo de ser andaluces, y, al mismo tiempo, para mirar resueltamente hacia delante porque la consciencia de los avances registrados no puede impulsarnos de ninguna manera a la autocomplacencia, siempre estéril, sino que nos ha de servir para darnos cuenta de la capacidad que, como sociedad, hemos alcanzado y, en consecuencia, estimularnos en el trabajo que tenemos por delante, a la hora de afrontar los desafíos del nuevo tiempo en el que nos estamos adentrando.
Un día, pues, para la alegría, para reforzar nuestra autoestima, para afianzar nuestro sentido de la realidad, y la confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad como pueblo, en nuestro potencial como sociedad que está más viva y activa que en cualquier otro momento histórico. Y este acto de entrega de distinciones es un buen ejemplo de esa capacidad y de ese potencial.
Acabamos de conceder las medallas de Andalucía y de nombrar Hijo Predilecto de la Comunidad. Una amplia, diversa y representativa nómina de andaluces y andaluzas acaba de ver reconocidos sus méritos, al igual que lo hemos hecho con la persona del Profesor Mayor Zaragoza. Todos ellos representan lo mejor de nosotros mismos y su trayectoria ejemplar nos ayuda a reconocer mejor nuestros rasgos más destacables, nuestros esfuerzos y compromisos con Andalucía.
Al agradecer la brillante intervención del Sr. Mayor Zaragoza, no quiero dejar pasar la oportunidad de subrayar la importancia de la cultura andaluza a la que él se ha referido, una cultura que, para todos nosotros, es, por un lado, un antiguo, apreciable y venerado legado de inspiración y de creación y, por otro, un elemento constituyente de la Andalucía de hoy que se proyecta con fuerza hacia el futuro.
La inmensa riqueza cultural de nuestra Comunidad sirve para casi todo. Para conocerla y valorarla, como deber de formación y ciudadanía; para conservarla, por ser fuente de educación y seña de nuestra identidad; para ponerla en valor, como un bien de todos, del que podamos disfrutar los andaluces y ofrecer a los que nos visitan; para convertirla en un activo, capaz de generar riqueza y nuevas iniciativas emprendedoras.
Pero soy de la opinión de que la cultura andaluza que ha tenido siempre una vocación universalista nos ha de ayudar también a abordar el papel de nuestra Comunidad en la nueva época en la que todo el mundo está entrando.
Porque esa herencia cultural que va de la Córdoba Califal a la Cádiz puerto de América; de la Huelva descubridora del Nuevo Mundo al Jaén de las ciudades renacentistas; de la Alcazaba almeriense de Abderramán a la Granada de García Lorca; de la Sevilla de Velázquez a la Málaga de Picasso, todo ese extraordinario caudal de inteligencia, de creatividad, de apertura al mundo que ha caracterizado nuestra historia y nuestra cultura, se ha convertido en un gran sustrato que nos permite hoy a los andaluces tener más capacidad para ver las cosas con una mirada abierta y cosmopolita a partir de la cual tomar conciencia de la multiplicidad de interdependencias que configuran la nueva realidad del mundo en que vivimos.
Un mundo en el que o se toma la iniciativa o te arrastra la historia. En el que se necesita imaginación, capacidad de innovación para encontrar nuevas respuestas, y audacia para llevarlas adelante.
La interdependencia es el elemento central del escenario en que nos desenvolvemos, el de la globalización, fenómeno que, inevitablemente, supera los ámbitos de actuación y aplicación regionales y nacionales y cuyas manifestaciones son de lo más variadas: desde las migraciones o el comercio y el tráfico de capitales hasta el turismo, la moda, la publicidad o las ideas.
Y, en este contexto, la cuestión clave es cómo conseguimos que Andalucía se sitúe en una posición ventajosa en este escenario, y también, cómo, desde Andalucía, hacemos nuestra propia aportación positiva a la solución de los problemas globales.
La mejor manera de conseguir ambos objetivos es enfrentar esta nueva situación considerándola en toda su dimensión, es decir, un tiempo en el que se producen cambios y, en consecuencia, algunas incertidumbres, pero también, y sobre todo, como una etapa fascinante que constituye, simultáneamente, un desafío y una gran oportunidad.
Hoy, ningún Estado, ninguna Comunidad Autónoma puede desarrollar por sí mismo y en solitario las funciones que tradicionalmente le competían. Hoy sólo pueden llevar a cabo sus fines a través de una continua apertura hacia fuera de sus fronteras y cooperando intensamente con los otros actores protagonistas de este nuevo mundo. Y esto no es una opción entre otras, es una realidad obvia en momentos de interdependencia creciente.
Porque la globalización no puede ser reducida exclusivamente a su dimensión económica. Por muy importante que ésta sea, no podemos dejar fuera todo un conjunto de valores que son tremendamente importantes para la constitución de un nuevo orden global. Probablemente, hoy sea más cierto que nunca ese aserto que es, también, toda una proclamación de principios, de que "nihil humanum alienum me est" (nada humano me es ajeno).
Ésa es la realidad, que nuestra "común humanidad" nos exige mantener un compromiso global en favor del respeto de las bases de dignidad y consideración de los seres humanos.
Un compromiso que requiere la intensificación radical de la lucha contra la pobreza, el mantenimiento de la paz, la prevención de conflictos, la lucha contra el terrorismo o el asegurar una educación para todos, la prevención frente a enfermedades infecciosas globales, la superación de la brecha digital o, en fin, la prevención y mitigación de los desastres naturales y la lucha contra el cambio climático.
En ese sentido, es necesario considerar la diversidad, el intercambio, la apertura al otro, como valores que estimulen la cooperación y que nos enriquezcan a todos y no como armas arrojadizas que se utilicen para la confrontación. Desde Andalucía venimos apoyando con entusiasmo la Alianza de Civilizaciones, una iniciativa de largo alcance que busca gestionar de forma pacífica y provechosa la diversidad de culturas, de religiones y de civilizaciones.
Porque construir un futuro mejor requiere que hagamos los esfuerzos necesarios para sumar y no para restar; para construir y no para derribar; por el respeto frente a la intolerancia y por el diálogo frente a la imposición.
Un diálogo a través del cual se puedan encontrar los elementos y valores comunes a las distintas civilizaciones y culturas.
En este terreno, Andalucía quiere jugar un papel importante. No debemos olvidarnos de que, para nosotros, la paz y la estabilidad, especialmente en el Mediterráneo, son cuestiones vitales y que tenemos una historia y una tradición que nos motiva y nos anima a trabajar en esta dirección.
¿Por qué, si fue posible hace siglos lo que ha sido llamado el milagro andaluz, de Al-Andalus, que permitió la convivencia pacífica y provechosa de las tres religiones del Libro, por qué no va a ser posible ahora?.
Por eso, al mismo tiempo, desde Andalucía miramos muy favorablemente y respaldamos plenamente la iniciativa de la Unión Mediterránea, porque necesitamos una Europa que se proyecte hacia el Sur, porque la nueva Europa no puede entenderse aislada de sus vecinos del Sur. Nuestra prosperidad tiene que ser parte de la suya. Tenemos que hacerles llegar nuestra voz y escuchar la suya, para entablar juntos un diálogo fructífero.
Nos jugamos mucho en nuestras relaciones con los países de la orilla sur del Mediterráneo. Entre otras cosas, por nuestra condición de tierra fronteriza, que nos convierte en el lugar de contacto entre dos mundos que no pueden darse la espalda.
Tenemos el ejemplo de las migraciones desordenadas, porque, frente a esa injusticia estructural, millones de personas optan por una solución individual, emigrar. Se trata de una de esas cuestiones que nos afectan a todos y que, como ocurre con otros aspectos de la globalización, exigen el compromiso de todos y la acción concertada de políticas regionales como la andaluza, de políticas nacionales y la de organizaciones internacionales y, especialmente, una fuerte implicación de la Unión Europea.
En este sentido, una de las tareas fundamentales de nuestro tiempo es incidir en la lucha contra las desigualdades. A pesar de que se ha producido un crecimiento innegable de la economía mundial en las dos últimas décadas, no menos cierto es que la brecha entre los países más ricos y los más pobres es cada vez mayor y resulta moralmente alarmante y socialmente insostenible. 11 millones de niños y niñas mueren cada año antes de cumplir los cinco años de edad, por malnutrición o enfermedades totalmente prevenibles.
Tenemos que asumir que la suerte de todas estas personas es también nuestra suerte. Y ello, no sólo por una consideración ética y solidaria, sino porque, además, la perpetuación de las desigualdades es un germen continuo de inestabilidad. Por ello, debemos seguir esforzándonos por reforzar, ampliar y mejorar la cooperación al desarrollo.
Hay otra cuestión fundamental que exige esa acción común y que, al mismo tiempo, es emblemática de los cambios que, en un plazo breve, se han producido en el mundo. Un mundo que intentamos interpretar con palabras que hace unos años ni tan siquiera habríamos comprendido, pero que hoy son habituales en los cuatro puntos cardinales del planeta. Expresiones como calentamiento global, efecto invernadero, deshielo de los polos, pérdida de biodiversidad, desarrollo sostenible y cambio climático son términos que hoy se declinan en todas las latitudes de esta aldea global en que se ha convertido la tierra.
Son palabras de ese nuevo lenguaje que nos debe ayudar a entendernos, a tomar conciencia y a actuar conjuntamente para dar solución a un problema que es global. Porque ni la contaminación de los mares, ni los gases de efecto invernadero, ni el aumento de temperaturas o la subida del nivel del mar se detienen en las fronteras de ningún país o de ninguna Comunidad.
Si hablamos de Andalucía en particular, es ya evidente que fenómenos como la sequía, la elevación de temperaturas, el avance de la desertización, los incendios, y otros, nos afectan de forma directísima.
En este campo, trabajar unidos, más unidos que nunca, nos es una alternativa, es una exigencia ineludible.
Así pues, es claro que los procesos económicos y sociales de la globalización, la injusticia, los desequilibrios, los movimientos masivos de las poblaciones, la violencia en todas sus manifestaciones y el cambio climático adquieren una dimensión que supera el marco de una Comunidad Autónoma o de un Estado.
Exigen una respuesta europea concertada y para que esta respuesta sea posible debemos contar con instituciones y políticas que nos permitan actuar. De esto se trata en esta encrucijada. El nuevo Tratado nos ha permitido salir del impasse y ahora se trata de avanzar más rápidamente para alcanzar los objetivos que necesitamos.
Andalucía y España necesitan una Europa más fuerte para ser más segura; más avanzada tecnológicamente para ser más próspera. Necesitamos una Europa más solidaria para proyectar mejor la estabilidad entre nuestros vecinos y para contribuir con mayor energía a la lucha contra la pobreza y las desigualdades en el mundo. Necesitamos una Europa más integrada para influir más en la escena internacional.
En ese exigente escenario de cambios, quizás lo más importante que podamos decir es que Andalucía, hoy, está mejor preparada que nunca para hacer frente a los nuevos desafíos.
Este año conmemoraremos el treinta aniversario de la Constitución Española. Y creo coincidir con una opinión prácticamente unánime al afirmar que este período, bajo el amparo de la Constitución de todos y del Estatuto de Autonomía que surgió de ella, ha sido uno de los más brillantes y fructíferos de nuestra Historia.
Andalucía, con el esfuerzo y la aportación de todos, ha sabido aprovechar estos años. Se ha producido un cambio sustancial de nuestra economía, se han resuelto problemas estructurales que parecían endémicos en el terreno de las infraestructuras, de los equipamientos y de los servicios y, por primera vez en siglos, empezamos a asomarnos a la vanguardia en iniciativas científicas y tecnológicas de futuro, como la investigación biomédica o las energías renovables.
Podríamos decir que Andalucía ha dejado de ser diferente en el sentido peyorativo y despectivo que durante demasiado tiempo tuvo esa expresión. Se ha producido tal cambio económico, social y cultural que los andaluces de hoy miramos ya como reliquias del pasado tópicos y estereotipos como el fatalismo, el complejo y el agravio.
Y es que los cambios más importantes de todos estos años tienen que ver, sobre todo, con nuestras gentes, con los hombres y las mujeres de Andalucía, con las transformaciones en la actitud o el talante de la ciudadanía.
Hoy es posible reconocer entre nosotros el aprecio a los valores de la innovación, la investigación y la curiosidad intelectual; la búsqueda de la excelencia, el reconocimiento del valor del esfuerzo, del emprendimiento y el riesgo empresarial; la apertura al exterior; la necesidad de la formación continua y del aprendizaje a lo largo de toda la vida. Hoy, muchas de las pautas de comportamiento y los estándares dominantes en nuestra sociedad son coincidentes con los de nuestro entorno europeo.
Hoy ya nuestra Comunidad no es la región aislada y marginada de otras épocas. Gracias al esfuerzo de los ciudadanos, a su trabajo y a su creatividad, Andalucía se ha convertido en una tierra moderna y que aspira a integrarse plenamente en el nuevo escenario al que me he venido refiriendo.
Para ello, Andalucía debe basarse en un modelo que tenga el conocimiento y la innovación como factores claves de progreso, crecimiento y competitividad. Un modelo que requiere de recursos humanos bien formados; basado en la sostenibilidad y que esté integrado en las grandes redes de comunicación y que apueste por la cohesión social y territorial. Éstas son las características que necesitamos si queremos que Andalucía se sitúe con éxito en ese escenario de la globalización.
Y sin que, al mismo tiempo, pueda mermarse en lo más mínimo el que ha sido siempre un elemento fundamental de nuestra trayectoria autonómica: la solidaridad, la cohesión social, el intentar avanzar todos juntos, nuestra voluntad de que nadie se quede al margen del progreso general.
Y, en este sentido, quisiera decir que si hay una desigualdad radical es aquella que afecta o pone en riesgo la vida y la integridad física de las personas y por eso tenemos que levantar de nuevo nuestra voz para rechazar con la máxima contundencia la lacra de la violencia de género, una lacra que no cesa a pesar de la gran movilización social e institucional en contra de ella.
Somos conscientes de que combatir este fenómeno requiere de la combinación de múltiples esfuerzos de distinta índole, en el terreno legal, en el policial, en el judicial, en el de la asistencia y apoyo a las víctimas. Pero necesitamos, junto a todo ello, una gran renovación cultural en esta materia. La lucha contra la violencia de género debe ser inseparable de nuestro compromiso por la igualdad, porque debemos ser conscientes de que, en cualquier discriminación a una mujer por el hecho de serlo, en cualquier discriminación laboral, salarial, familiar, profesional, anida un germen de violencia, porque, al final, se trata de la consideración de las mujeres como sujetos con menos derechos y más obligaciones.
Debemos saber que combatir la desigualdad y sus profunda raíces económicas, sociales y culturales será también la única forma de erradicar esta violencia de género que, no por el hecho de ser un fenómeno extendido en muchos países, debe dejar de avergonzarnos, como individuos libres y como miembros de una sociedad democrática.
Hoy, 28 de febrero, es un día para mirar hacia delante, hacia un nuevo horizonte de progreso y bienestar.
Andalucía ha roto fronteras y derribado barreras y, al contrario que en otros momentos históricos, está en disposición de situarse en pie de igualdad con las regiones más avanzadas de nuestro entorno europeo.
Para ello contamos con un poderoso instrumento, el nuevo Estatuto de Autonomía, del que, en 20 días, celebraremos su primer aniversario. Un estatuto hecho con un amplio consenso, cuyos frutos, que ya estamos empezando a recoger, beneficiarán a toda la sociedad andaluza y que, en síntesis, representa más capacidad de autogobierno, más posibilidades de desarrollo y más derechos para los ciudadanos y ciudadanas de nuestra tierra.
Su elaboración y aprobación supuso, también, una importante contribución de Andalucía al desarrollo del Estado de las Autonomías, en el marco democrático y comúnmente aceptado de la Constitución. Hoy, como ocurrió el 28 de febrero de 1980, la aportación andaluza al Estado de las Autonomías ha sido fundamental para garantizar un modelo de equilibrio e igualdad, de respeto a todas las singularidades que caracterizan a nuestro país, al tiempo que de cohesión y solidaridad.
En definitiva, con este nuevo instrumento, con la fortaleza que nos dan nuestras raíces históricas y los logros alcanzados en estos años, Andalucía nos convoca a todos en la gran tarea de seguir construyendo, desde el diálogo y la concertación, un proyecto ilusionante e integrador, un proyecto de todos y para todos que nos impulsa a seguir avanzando hacia un futuro que deseamos siempre mejor.
Gracias