Page 42 - Cadiz1812

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En cuanto a lo primero, la población refugiada en
la ciudad se encontró con una ciudad moderna, casi
pudiéramos decir de nueva construcción. Desde la se-
gunda mitad del siglo XVIII la actuación de los gober-
nadores, en especial el conde de O’Reilly y Joaquín de
Fondesviela, y el Ayuntamiento habían transformado
la ciudad con la construcción y urbanización de nuevas
zonas –el barrio de San Carlos, por ejemplo–, existían
buenas ordenanzas de policía urbana, contra incen-
dios, alcantarillado… El ser una ciudad de paso para
los que iban para América la dotó de una capacidad
añadida para albergar un alto número de transeún-
tes: las casas de los ricos comerciantes eran amplias y
dotadas de todas las comodidades –Iribarren, Sebastián
Martínez, Colarte…–; los propios conventos tenían
hospicios para alojar a frailes en espera de encontrar
barcos que los llevaran a sus destinos, y el número
de fondas y casas de huéspedes era más alto que en
muchas otras ciudades españolas. No es tarea fácil
calcular el número de refugiados que llegaron a Cádiz
a partir de 1810; frente a ese inmigración temporal,
hubo también una pérdida importante de población,
pues la colonia francesa, bastante numerosa, hubo de
dejar la ciudad por razones obvias.
Pero había otros motivos que la hacían mucho más in-
teresante y cómoda para los refugiados. De un lado, su
relativa seguridad en el frente de guerra, pues, aunque
es cierto que estaba sitiada y que en ocasiones caían en
sus calles algún que otro proyectil, no existía la sensa-
ción de que se corriese un inminente peligro, como
sucedía cuando las Cortes estaban en la vecina Isla de
León, o de que el sitio derivase en una batalla cruenta
como ocurrió en Badajoz, Zaragoza o Gerona. En
segundo lugar, lo que parecía una ciudad sitiada no era
en verdad tal, pues la libertad de navegar hizo que en
ningún momento quedase desabastecida, pues el tráfico
marítimo siguió existiendo con Europa –en especial con
el sur de Portugal–, el norte de África y América.
Por último, una ciudad rica como en aquel momento
era todavía Cádiz ofrecía la posibilidad de una vida
relativamente entretenida, dadas las circunstancias:
los teatros siguieron funcionando con normalidad, las
casas de juegos y los cafés se convirtieron en lugares
de encuentro y discusión, las imprentas no dejaron
de publicar toda clase de libros, folletos, periódicos y
hojas volanderas; en fin, las numerosas tabernas nunca
estuvieron desabastecidas…
Qué duda cabe que lejos de Madrid pocas ciudades es-
pañolas como Cádiz ofrecían las ventajas estratégicas,
económicas, militares, políticas y de toda índole, para
que “en” ella se instalara la Corte.
Manuel Ravina Martín
Archivo Histórico Provincial de Cádiz
Pormenor de una vista
de Cádiz a mediados
del siglo XIX.
Cortesía de Luis de
Mora-Figueroa.
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] A GU A , T E R R I T O R I O Y C I U D A D