Página 100-101 - Granada

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] A GU A , T E R R I T O R I O Y C I U D A D
G R A N A D A N A Z A R Í Y R E N A C E N T I S TA . 1 6 0 0 [
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,
paisaje del agua
Las acequias surten a los campos, pero
su agua también es usada para otros
menesteres como el lavado de la ropa.
Incluso se pueden echar las nasas y llevarse
para la cena un golpe de cangrejos de río,
que aún medran en las orillas.
Las lindes de las parcelas son ocupadas
a menudo por árboles como los almeces
o los olmos que suministran madera y
forraje. También son un buen lugar para los
frutales, que con generosidad ofrecen peras,
manzanas, ciruelas, membrillos, granadas,
cerezas, acerolas, nísporas o melocotones.
El cultivo ha de dejar espacio para el
descanso de la tierra y la alimentación del
ganado de labor. A mediados del siglo XX
comienza a extenderse el uso de fertilizantes
químicos y de tractores para la labor, pero
aún se mantienen los viejos ciclos de labor
que permiten restituir la fertilidad de modo
natural al suelo.
El agua parece brotar del interior de un
molino. Sin gastarse, sólo liberando la
energía acumulada, ha puesto en marcha los
rodeznos que a su vez permiten el roce de la
piedra corredera sobre la solera y, con ello, la
molienda del trigo que, después de cernido,
se convertirá en blanca harina.
Una acequia principal deriva agua a las
hijuelas o acequias secundarias. Portillos
y compuertas permiten la regulación del
cauce, dando paso a las regueras de las
hazas o conduciendo el caudal hacia otros
pagos que esperan su turno de reparto.
La vera de las acequias, pero también las
orillas de los caminos y los ribazos, están
frecuentemente delimitados por setos de
saúco, zarzas y cañaverales, que aportan
sombra y material de uso diverso para la
labranza.
Acaba el invierno. Se prepara la tierra para acoger a los cultivos que estarán en sazón entrado el verano: papas, maíces,
ajos, tabaco… En otras hojas, el trigo verdea; algunas hazas están aparentemente vacías: tal vez en barbecho o aguardan-
do a las cebollas, las lechugas o los tomates. Los trabajos y los días en la Vega de Granada, que aparece representada en
esta imagen hacia la década de 1930, en su madurez como paisaje del agua. Un singular espacio productivo minuciosa-
mente modelado a partir del manejo de los recursos hídricos, fruto de una evolución secular, iniciada en época romana,
consolidada en la etapa andalusí y continuada hasta fechas recientes.
(
)
La nieve cubre la Sierra. Desde el Pico
del Veleta hasta el Cerro del Caballo,
el agua permanece a la espera,
blanqueando el horizonte que cierra
la Vega por el sur, esperando la llegada
de los primeros calores de abril para
derramarse fértil por los ríos de Granada.
Las choperas ponen una nota de colorido
vertical que contrasta con el paisaje
horizontal de los cultivos herbáceos.
Verdes en primavera y verano, amarillas
en otoño, blancas en invierno, ocupan
los terrenos más bajos y encharcadizos,
próximos al río.
Un labrador guía la mula entre los surcos.
Está tableando, preparando la tierra para la
nascencia de las semillas. Si son dos mulas las
que están aparejadas para realizar el araíjo y
otras labores, se denomina una yunta; cuando
sólo trabaja una bestia, se llama ganga.
La silueta alargada de la chimenea
delata a la vieja fábrica azucarera. La
remolacha significó una auténtica
revolución económica y social para la
Vega entre finales del siglo XIX y las
primeras décadas del XX. La vega de la
remolacha, que había sustituido a la del
lino y el cáñamo, finalizó en la campaña
1983-1984 con el cierre de la última
fábrica, la de San Isidro.
Para que el agua de riego fecunde
a una mayor superficie y los
vegetales se beneficien de ella
sin asfixiarse, la tierra de labor se
dispone en surcos y caballones
delicadamente trazados por los
labradores.
El cultivo del tabaco se extendió en
la Vega de Granada en la década de
1920. Su auge posterior permitió
superar, en parte, el declive de la
remolacha, y dio origen a uno de los
elementos más singulares del paisaje
de la Vega: los secaderos de tabaco.