José Ramón Guzmán Álvarez
Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente
C
ontemplar un paisaje pretérito es una
empresa arriesgada. Pero en el caso de
Granada entre los siglos XIV y XVII, las
fuentes, relativamente abundantes, pa-
recen haberse puesto de acuerdo y nos animan a que
nos atrevamos a imaginarla con una representación
que, en otro contexto, en otro lugar, calificaríamos
como una visión excesivamente idealizada de belleza
en un espacio rural.
Porque es bastante posible que las crónicas no exage-
ren en sus descripciones y la ciudad y su vega respon-
dieran a un cierto arquetipo de
locus amoenus
. Como
esa Damasco de Occidente que Ibn al-Jatib reflejara a
mitad del siglo XIV, haciendo suyos los elogios de los
autores árabes que le precedían:
“Dicen que está situada deliciosamente
en medio de un inmenso jardín, que tal nombre
merece su amenísima vega de cuarenta libras de
extensión, donde las viñas y las plantas aromáticas
alternan y se enlazan con las fructíferas arboledas”.
Un territorio feraz, labrado con primor hasta la ma-
ravilla, como anotó el viajero alemán Münzer que
visitó Granada en 1494, apenas recién conquistada:
“Hacia el mediodía, norte y poniente
tiene una extensa y hermosísima llanura [que]
puede regarse por todas partes y tiene un suelo
tan fecundo y rico, que produce dos cosechas al
año. (...) tiene casi en una milla muchos huertos
y frondosidades que se pueden regar por canales
de agua; huertos, repito, llenos de casas y torres,
habitados durante el verano, que, viéndolos en
conjunto y desde lejos los creerías una populosa y
fantástica ciudad. Principalmente hacia el noroes-
te, en una legua larga o más, contemplamos estos
huertos, y no hay nada más admirable”.
Mármol Carvajal, el soldado escritor, en los años del
levantamiento de los moriscos de 1568, también la
percibió engalanada y amena:
“Se extiende largamente por un espa-
cioso llano a la parte de poniente, donde está
una hermosísima vega llana y cuadrada, llena de
muchas arboledas y frescuras, entre las cuales hay
muchas alcarias pobladas de labradores y gente
del campo”.
Y muchos años después, en la Granada plenamente
barroca del siglo XVII, el cronista Henríquez de Jor-
quera coincidió en el retrato de un territorio ubérri-
mo, desprendido:
“Comenzando desde la parte oriental
del Dauro se juzga desde sus cumbres un hermo-
sísimo país de cármenes, casas de recreación y
molinos entre diversas arboledas, hasta Jesús del
Valle o Val de Paraíso (...) Y revolviendo al norte
por la salida de Fajalauza es menos poblada de
cármenes y jardines la famosa Ynadamar; Cartuja
vieja y laderón del Fargue hacen otra población
vistosa, algo dilatada, y bajando a lo llano por los
Cármenes del Beiro, caminando al poniente se
juzga desde la ciudad una grande población de
copiosas heredades con bizarras y hermosas casas
con torres que se miran unas a otras… con tantas
y extendidas huertas que sus numerosas casas se
esconden entre sus emboscados árboles, abrazán-
dose con la ciudad hasta los raudales del Genil”.
El paisaje aljamiado:
Granada y su Vega entre el siglo XVI y el XVII
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] A GU A , T E R R I T O R I O Y C I U D A D
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