Cecilia Böhl de Faber desde el Patio de Banderas

El Archivo Histórico Provincial de Sevilla destaca, como “Documento del mes” del presente marzo, uno de los documentos notariales más relevantes en la biografía de la célebre escritora Cecilia Böhl de Faber y Larrea, más conocida en el ámbito literario como Fernán Caballero. Se trata del poder para testar que Böhl de Faber otorgó el 25 de febrero de 1869 a su sobrino don Tomás Osborne y Böhl de Faber (1836-1890), hijo de Thomas Osborne Mann y de Aurora Böhl de Faber, la hermana menor de Cecilia.
Contaba la escritora en esas fechas 73 años, y para entonces era «una viejecita pequeña, que no conservaba más restos de la espléndida hermosura de su juventud, que una boca roja y fresca, cual si tuviera quince años», como apuntaría décadas después el padre Luis Coloma, autor de una de las primeras biografías de Fernán Caballero. No estaba pasando por un buen momento. Diez años antes había quedado viuda por tercera vez (aunque en su poder para testar, obviara su primer matrimonio con el militar Antonio Planells Bardají, fallecido en 1817), sumiéndola en una difícil situación económica, en la que se negó a recibir ayuda tanto de su familia como del Estado. Atrás quedaron los felices años de su matrimonio con Francisco Ruiz del Arco (1791-1835), III marqués del Arco-Hermoso, cuando nace en ella ese hondo interés por las costumbres y tradiciones del campesinado sevillano (especialmente, de los habitantes de Dos Hermanas, localidad donde pasó largas temporadas Fernán Caballero entre 1824 y 1835), que posteriormente plasmaría en sus obras, especialmente en “La Familia de Alvareda”.
A pesar de las estrecheces, en una casa del patio de las Banderas que generosamente le había cedido Isabel II, Fernán Caballero vivió tranquila. Santiago Montoto, uno de sus más preclaros biógrafos, anotó que «Cecilia, meditando en su drama, se retrajo en su casa, dejando la vida social y la literaria». Incluso, por su cabeza pasó el ingresar en un convento, no cediendo a las súplicas y consejos de su familia para desistir en tal idea. En noviembre de 1867, tras el visto bueno de los curas de la cercana parroquia del Sagrario, se le concedió autorización para ello, pero nunca haría uso de tal licencia y continuó su apacible vida en su “retiro alcazareño”, con su soledad y su literatura.
En estas, estalla la revolución de 1868 que destrona a Isabel II, y llegó a incluirse a Fernán Caballero entre los amigos conspiradores de los duques de Montpensier, lo que molestó, y mucho, a la escritora. Comienzan a venderse las casas del patio de Banderas y se ordena el desalojo de todas las casas que en ese punto fueron propiedad de la Corona. Fernán Caballero debe salir de allí.
Y es en los últimos momentos de su estancia en el patio de Banderas, cuando la escritora acude a la notaría de Antonio Abril para otorgar poder para testar estando «en el uso de sus facultades intelectuales». La misma Cecilia Böhl de Faber nos indica las razones por las que otorga este poder y no formaliza personalmente su testamento: «porque sus negocios no los tiene en disposición de hacerlo como deseara». Lo que estaba detrás deesa decisión, en realidad, era su precaria situación económica. El elegido para ser su apoderado fue su sobrino Tomás Osborne, afincado en el Puerto de Santa María, con quien mantenía una muy buena relación, al igual que con su hermano Juan Nicolás Osborne y la madre de éstos, Aurora Böhl de Faber. Con él mantuvo una cuantiosa correspondencia epistolar que denotaba la confianza y cariño que le profesaba. En una de esas cartas pone de manifiesto además una de sus costumbres que nunca ocultó: su gusto por el tabaco. «Más te valiera desearme narices pocas, para no tener la molestia de traer más tabaco de Inglaterra. ¡Pero qué pena al leer que el barco se ha perdido, y pensar que desde las sardinas hasta las ballenas estarán disfrutando de ese elixir y estornudando, y yo me quedaba sin él!». Pasan los años, y crecen los achaques y enfermedades. A pesar de ello, Cecilia Böhl de Faber conserva su buen humor, su cordialidad y su simpatía. Ya no vive en el patio Banderas, sino en la calle Juan de Burgos (hoy rotulada con su nombre). Postrada en la cama, hace suyas las palabras: «Ni temo a la vida, ni temo a la muerte». Viendo llegar su fin, pidió se le administrasen los últimos sacramentos el 2 de marzo de 1877, y a las diez de la mañana del 7 de abril de ese año, falleció en la casa n.º 14 de la calle Juan de Burgos. Como se llegó a escribir, «murió la mujer, que después de Santa Teresa dio más gloria a la España literaria». Su sobrino, haciendo uso del poder para testar de 1869, el 30 de agosto de 1877 compareció ante Esteban Paullada y Moreno, notario de la localidad gaditana del Puerto de Santa María para otorgar el testamento de su tía materna. Documento que se conserva en la actualidad en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz.
Con este último acto se puso fin a una azarosa y “novelable” vida de una de las escritoras más importantes del no menos azaroso siglo XIX, y cuyos restos descansan no muy lejos de este Archivo Histórico Provincial de Sevilla.