Las mil y una historias de Pericón de Cádiz

Las mil y una historias de Pericón de Cádiz

Prólogo de Fernando Quiñones para el libro firmado por José Luis Ortiz Nuevo sobre el genial cantaor gaditano

19/03/2020

INTRODUCCIÓN, por Aida R. Agraso.

En primer lugar, mostrar un enorme agradecimiento tanto a la familia de Fernando Quiñones como a José Luis Ortiz Nuevo su generosidad por permitir la reproducción de este texto.

Pericón de Cádiz es el nombre por el que se conocía artísticamente a Juan Martínez Vílchez, cantaor gaditano, uno de los grandes maestros de los cantes de Cádiz. Ganador de premios como el de la Cátedra de Flamencología de Jerez por su maestría, o del primer premio del organizado en el Circo Price en 1936 -cantando por soleá y seguiriyas- admirado y venerado, comenzó a cantar a los cinco años pese a no tener en su familia ningún antecedente flamenco. Con el tiempo actuó en el Olimpia de Sevilla, con la compañía de Pepe Marchena o la de Conchita Piquer, en el Villa Rosa o el Tablao Zambra, y participó en la reconocida Antología del Cante Flamenco de Hispavox. 

A esta importante trayectoria profesional sumaba un importante aspecto personal: la gracia. Una gracia gaditana que desgranaba tal y como era él, sin aspavientos, con una seriedad y rigor que alimentaban, a aquellos que lo escuchaban, la sensación de estar oyendo algo único. Cuanta en Cádiz con una placa en su casa natal, en la calle Vea Murgía, 5, y se da la circunstancia de que cuando la pusieron improvisó unos cantes en plena calle acompañado por Paco de Lucía. Cuenta también con una calle en el Barrio de la Viña.

Escribe su prólogo el recordado Fernando Quiñones, chiclanero afincado en Cádiz desde muy niño, quien contaba en su trayectoria literaria con el accésit del premio Adonais, con el Premio Literario del diario La Nación de Buenos Aires, el Premio de Prosa de las XII Fiestas de la Vendimia de Jerez, dos veces finalista del premio Planeta, el Premio Internacina  de Poesía Ciudad de Melilla, el Café Gijón, el Jaime Gil de Biedma.... Era doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz, ciudad en la que fue un importantísimo impulsor cultural. Entre sus iniciativas se cuentan la creación de Alcances -antes multidisciplinar, hoy dedicado al género del cortometraje- o impulsor de la fundación de la Peña Flamenca Enrique El Mellizo. Gran flamencólogo, dirigió entre 1974 y 1977 el programa 'Flamenco' En TVE2.

Y es autor del libro José Luis Ortiz Nuevo, escritor, investigador y flamencólogo, nacido en Archidona (Málaga) y autor de una amplia e interesantísima obra dedicada al flamenco, en la que ha retratado no solo a Pericón sino a Pepe el de la Matrona, Tío Borrico, Enrique el Cojo, Tía Anica la Periñaca... Cuenta igualmente con libros dedicados a la presencia del flamenco en la prensa sevillana, a la Feria de Sevilla, a Antonio Mairena -al cumplirse el 25 aniversario del concurso III LLAve de Oro del Cante-, a las letras flamencas, etcétera. Fue uno de los fundadores de la Bienal de Sevilla, que dirigió durante 15 años, y también dirigió la Bienal Málaga en Flamenco.

Y he aquí el prólogo:

 

"PERICÓN" A DOS VERTIENTES
Por Fernando Quiñones. Publicado en el libro 'Las mil y una historias de Pericón de Cádiz, de José Luis Ortiz Nuevo. 

Juan Martínez, 'Pericón de Cádiz', difiere en mi recuerdo de todos los otros cantaores a quienes conozco, he tratado o visto, en cuanto que él queda inscrito en un marco especial, el marco memorable de la infancia, y encuadrado entre sus imágenes dentro de un contexto casi familiar, ya que mi padre, médico del barrio gaditano de La Viña, le ha contado entre su clientela durante años, lo ha atendido profesionalmente más de una vez y han sido muchas las referencias interesantes, curiosas o divertidas que ha oído de sus labios sobre el arte y el mundo flamencos. Por ejemplo, sabiéndolo aficionado al 'bel canto', Pericón le dijo un día:

-Don Manué, pues no crea usté que hay tanta diferencia entre la Ópera y el Flamenco. Lo que pasa es que en la Ópera tó va p'arriba, y en el Flamenco, tó p'abajo.

Creo que Pericón aludía con esas palabras a un concepto -harto personal- acerca de la colocación de la voz, a sus registros altos y bajos, pero creo también entender, voluntarias o subconscientes, y por detrás de esa insólita e inesperada explicación, ciertas percepciones muy peculiares en torno al status natural de ambos géneros: el esplendor social, el medio acomodado, la 'high life' de la Ópera, y el humilde universo, popular, abajado, propio de las artes folklóricas gitano-andaluzas, siempre con una mano atrás y otra alante, pero aún más en aquellos años de general y exacerbada canina, un término que Pericón emplea con frecuencia y que, aunque la picaresca clásica no lo usara, viene muy de lejos, del Buscón y del Alfarache y del Lázaro de Tormes.

En aquel Cádiz luminoso y canijo, tiritando al menesteroso sol de la posguerra -eran los primerísimos cuarenta-, un Pericón aún joven, aunque ya con los aledaños tocados por el bordón de alguna cana y con ese aire un poco ducal o cardenalicio que no le ha abandonado, siempre muy bien vestido y afeitado contra viento y marea, pausado y casi ritual, aunque sin pérdida del "ángel" que también le ha acompañado de continuo, impresionaba la imaginación del niño que fui, y era peñón eminente, primer y legendario hito de un mundo, el del arte popular andaluz, al que mi despierta sensibilidad, por cuajar aún, ya intuía y amaba en cierta forma.

La mano de mi padre apretaba la mía ligeramente antes de saludar al hombre que venía por todas las piedras de la calle arriba, digno y encorbatado, reluciente y planchado el pelo, y llevando consigo para mí a las espaldas, aunque sin él saberlo, toda una venerable y mayestática representación de muchas cosas adivinadas, viejas y todavía presentes.
-Ese es Pericón , el cantaor -me indicaba mi padre.

Y de algún modo, al contemplarlo en alas de aquel anuncio entre admirativo y afectuoso, y como en la canción de Alberti sobre el cometa Halley, "ya era yo lo que no era", ya latía en uno el calor de una afición que el tiempo solo iba a acrecentar.

Pero entonces nunca lo oí cantar. Fue mucho más tarde, a los diecisiete o dieciocho años, cuando una noche, y en unión del Pontífice Aurelio, me deslicé no sé cómo en "La Privadilla", y recibí -para siempre- el doble aletazo de gracia y prestancia juntas con que Pericón adobaba sus cantes, aparte una impresión complementaria, más racional que emotiva: la de su maestría, su oficio, sus saberes, imponiéndose quizá a todo.

No podría enumerar cuántas veces, luego, he escuchado a Pericón, como a su gran coterráneo y casi coetáneo Manolo Vargas, cantar en reuniones privadas entre "cabales", en concursos, escenarios, tablaos y ocasiones particulares, íntimas, o tan resonantes y emotivas como la de la noche de su homenaje, en el Teatro de Verano de Cádiz y en agosto del 69, aparte la copiosa discografía que de él conozco, gusto y poseo. Pero nunca quedaron desmentidas, en mi valoración de sus interpretaciones, aquellas primeras estimaciones de la remota noche en "LA Privadilla", sobre todo la de sus excelentes técnica, maestría y bien decir.

José Luis Ortiz Nuevo, el "alma pater" de la ya más que consolidada y conocida "Porra de Archidona" y autor de algunos trabajos y exégesis sobre el mundo flamenco, ha redactado ahora este libro sobre Pericón. Creo que Ortiz Nuevo, valiéndose sabiamente de un procedimiento actual que ya ha rendido largos y sonados frutos en todos los campos, intenta sustraerse al máximo de su presencia en el libro como tal autor, convertirse en una suerte de magnetófono, librando exclusivamente al protagonista de sus páginas la tarea de volcarse directamente en ellas, de reflejar no solo lo acaecido, sino también lo deseado o lo legítimamente imaginado por él y aun por muchos. En este último sentido, la imaginación de Pericón no goza fama de corta. Hay que aclarar con toda urgencia que, en un hombre como el que nos ocupa, imaginar no es nunca o casi nunca mentir. Jorge Luis Borges ha sugerido más de una vez la imposibilidad de diferenciar tajantemente a la literatura realista de la literatura fantástica, ya que nada puede haber más "fantástico", inesperado e inesperable que la vida misma, y que todo cuanto nos transmita la cabeza, el corazón o el sentimiento también forma parte de la vida, puesto que lo forma de la nuestra. La caudalosa, más bien torrencial, fantasía de Pericón proveerá al lector de este libro, en numerosas ocasiones, de lances y pasajes más o menos difíciles de creer según los cánones -por otra parte, falibilísimos, como a diario podemos comprobar- que rigen nuestros razonamientos cotidianos. Pero no hay que olvidar que, así como en las leyendas más inverosímiles existe un fondo de realidad ocurrida y transformada por el tiempo, en los relatos y memorias de Pericón se mezclan indisolublemente lo que fue y lo que pudo ser, lo que para él fue así. Por ejemplo, nadie puede ni debe entender al pie de la letra la anécdota en la que un perro despojado de su dinero (!) por las necesidades del cantaor, le reprochó, "hablando en voz de perro", su conducta y lo insultó. Pero andaría bastante descaminado el listo que no apreciase, a través de la "presentación" del asunto, un episodio seguramente vivido, en el que existió cierto sentimiento de culpa hacia un animal por parte de un hombre, una secuencia "surrealista" de auténticas estrecheces materiales y la constatación de un episodio humano, dotado de un evidente fondo de realidad y ternura, aunque elaborado luego por la fantasía y la gracia de un artista popular, cuya capacidad creativa y cuyo vuelo de imaginación necesitan ir, y van, más allá de su escueta dedicación profesional.

Quien, aparte la fácil apreciación del buen contenido biográfico y flamencológico de este libro, no conecte inmediatamente con esos otros matices, personalísimos, de su biografiado, mejor será que lo suelte y se entregue a otros textos capaces de repetirle una vez más que dos y dos son cuatro. La doble vertiente de fuerte realismo y poderosa fantasía contenida en estas páginas exige -por otra parte, sin mayor esfuerzo del lector- una flexible actitud de inteligente comprensión, que ha de discernir justamente cada uno de sus instantes y datos, a tenor de sus distintas, cambiantes y a veces complejas significaciones, las cuales traslucen unas pautas sociológicas correspondientes a un tiempo ido, desolado y cruel, el de la Andalucía trágica, sumida en increíbles empobrecimiento y atraso incluso en la ciudad de la gracia, la de la "salada claridad". En tal sentido, la veracidad y la inocencia testimoniales de Pericón nos deparan, en sus "Mil y Una Historias", pasajes o momentos muy diversos: llenos de gracia estos, toscos y aun brutales aquellos, dotados otros de una arbitraria, inconcebible capacidad de fábula, y cabal reflejo todos de una época y unas situaciones andaluzas por cuya desaparición no cabe verter lágrimas.

Esta es la historia objetiva de un hombre, unas regiones, un modo y un tiempo, y es también la historia subjetiva, interior, de una mentalidad sincera, fogosa, crédula y realmente un tanto mágica: todo el extrovertido paisaje de una larga vida en y para el arte. De algún modo, sociología y poesía, flamencología y narrativa, verdad y sueño, se dan la mano en estas singulares páginas.