El movimiento de las aspas de los molinos de viento es casi hipnótico y Rafael no puede evitar que su mente divague y viaje a su infancia mientras los contempla en la distancia.

Está sentado en la terraza de su pequeña casa, con la urbanización de la que forma parte a sus pies, leyendo el último correo electrónico que su hijo Marcos le ha enviado desde Tallin, la capital de Estonia.

“Vaya si da vueltas la vida”, dice Rafael como si hablara directamente con los aerogeneradores que se yerguen en la seca y calurosa noche almeriense.

Y verdaderamente podría estar hablando con ellos, confianza no falta, ya que son sus compañeros de trabajo desde hace 5 años, aunque hayan estado siempre presentes en su vida de una forma u otra.

“Las cosas por aquí ya no están tan bien como al principio y estamos pensando seriamente la posibilidad de volver. ¿Crees que podrías enterarte de si hay alguna posibilidad de