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Un rincón teñido de violeta en nuestras bibliotecas contra la ceguera del cíclope

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Elisa Constanza Zamora Pérez
Escritora y docente, miembro del Equipo Responsable de la Biblioteca Escolar del IES Santa Isabel de Hungría (Jerez de la Frontera)

Para quienes amamos los libros, la biblioteca de un centro educativo es un espacio absolutamente necesario, pero también es un lugar mágico que nos abre sus puertas hacia actividades creativas e infinitas posibilidades a través de ese invento magnífico que es el libro. A pesar de que tantas veces se ha augurado su muerte, el libro sigue siendo un invento perfecto, como la rueda.

Desde niña, sentía respeto por las bibliotecas, me daba cierto reparo entrar en ellas. Para mí eran algo desconocido que me llamaba con la misma intensidad que la aventura prometida de correr entre árboles frutales y palmeras durante muchas horas de juego. Pero ahí estaba la voz de mi abuela Teresa que me hablaba de la biblioteca de su padre y de un supuesto robo, que le llevó a perder a su mejor amigo y muchos libros. Ella amaba leer y, con insistencia, me recordaba las ventajas de ser una buena lectora, porque en los libros —según decía— se aprende todo. Mi abuela me regaló mis primeros cuentos.

Poco a poco empecé a acercarme a la lectura, y las bibliotecas se convirtieron en espacios casi sagrados que colmaban mi necesidad de aprender. Y así, los libros fueron mis aliados. A partir de entonces, estar entre libros largas horas me ha dado tanto placer y felicidad como perderme en plena naturaleza. Transmitir el amor por las bibliotecas y los libros es la gran misión del profesorado, porque los libros nos hacen libres, desarrollan nuestra capacidad crítica y nos enseñan a mirar desde diferentes puntos de vista.

Cuando en una biblioteca nos paseamos, pausadamente y en silencio, acariciando las baldas de los estantes, y elegimos un libro, este se convierte en una ventana abierta hacia otra realidad que a través de la lectura nos envuelve.

Leer es el arte de encajar, como la pieza de un puzle, un texto en su contexto; y con cada libro incrementamos nuestra capacidad de pensar, oxigenamos nuestra mente y nuestro vocabulario se ensancha porque, con todo ello, ahondamos en lo humano. Leer, desde luego, es un proceso artístico y no mecánico, y un arte que nos vuelve a enraizar en la vida y que debemos enseñar a nuestro alumnado.

Una biblioteca debe presentar un amplio espectro de libros sobre la vida hecha ficción. Con la literatura se imaginan mundos posibles, o son reescritas historias más acordes a nuestros valores; pero también en ella hallamos los avatares de la Historia de la Humanidad, sus logros científicos y artísticos… Como señalara Virginia Woolf: “…en cualquier cosa escrita se halla la forma de una existencia humana”.

A lo largo de muchos siglos, los libros escritos por mujeres eran casi algo anecdótico, a pesar de que la memoria de la Humanidad no se compone sólo de lo que han escrito los hombres. Afortunadamente, los lectores y lectoras de hoy día pueden encontrar obras de todo tipo, escritas por hombres y mujeres. Pero durante miles de años el patriarcado nos negó a las niñas y a las mujeres la lectura y la escritura. Se nos cerró la puerta al conocimiento. Todavía recuerdo con horror, cuando leí Reato di vita de Alda Merini, la autora italiana confesaba que desde muy pequeña tenía que entrar a hurtadillas en la biblioteca de su padre porque su propia madre la castigaba si la veía leyendo un libro, lo cual le acarreó graves trastornos que la llevaron a un psiquiátrico. Para esa madre, imbuida en el modelo de mujer sumisa e inculta que imponía el fascismo italiano, que su hija leyera era casi un crimen. Y la madre de Alda Merini no era una excepción, pues las mujeres sabias han sido denostadas durante siglos, valgan como ejemplo algunas obras de nuestro teatro barroco, donde se nos narra la dificultad de casar a hijas más dadas al latín y a la poesía que a preparar el ajuar.

Sin embargo, mirar la Historia con “gafas violeta”, como nos recomendó, hace décadas, Gemma Lienas, sigue siendo un ejercicio de sana inteligencia. Pues fue y es un proceso ciertamente apasionante, el ver cómo las mujeres fueron abriéndose camino en la vida cultural y, en consecuencia, han ido engrosando los espacios con los títulos de sus obras, en las estanterías de bibliotecas y librerías.

De este modo reclamaron su derecho a subir a la tribuna como hizo Olimpia de Gouges; o vindicaron una educación de calidad y la necesidad de tener independencia económica, tal como defendiera Mary Wollstonecraft; o simplemente abogaron por su derecho a escribir, como hicieran las hermanas Brönte, George Sand/Aurora Dupin, Carolina Coronado o Emilia Pardo Bazán; porque triunfar en el mundo de la ciencia, la pintura, la fotografía y un largo etcétera, no fue tarea fácil para las mujeres, cuyas obras hoy ya son indispensables.

Ellas nos fueron abriendo el camino y así escribieron también la “otra Historia”, la escrita en femenino que había sido olvidada, silenciada o en el peor de los casos despreciada y perseguida. En la medida en que sus escritos fueron siendo desempolvados y sus libros fueron apareciendo, comprendimos la necesidad de conocer en profundidad las obras y los pensamientos de nuestras antecesoras y de las mujeres sabias que conviven en nuestra época, porque contienen las semillas de un futuro escrito en igualdad.

Por eso es tan importante que en nuestras bibliotecas haya un espacio teñido de violeta, un rincón en donde sepamos que encontraremos libros sobre biografías de mujeres, hasta ahora desconocidas, así como sus obras literarias y científicas; ensayos sobre la necesidad de crear un mundo en el que florezcan nuevas masculinidades; otros que denuncien la violencia machista y abran caminos para enseñar a niños y hombres valores tan femeninos como la ternura, la empatía y el cuidado; cuentos en el que las protagonistas tomen la iniciativa y triunfen.

Un espacio que las visibilice, que ponga de manifiesto la potente genealogía de mujeres que nos ha precedido y con cuya lucha y saber nos ha marcado el nuevo rumbo que ha de tomar la Historia es necesario. Ya hace décadas que algunos CEIP e IES crearon por iniciativa del profesorado con conciencia de género estos espacios coeducativos o “rincones violeta”. Algunas Delegaciones de Igualdad han respaldado la idea y han ayudado a que estos espacios también estén en las bibliotecas públicas. A pesar de que algunas voces descreídas no veían la necesidad de tener en la biblioteca un lugar de referencia de la Historia de las mujeres, la igualdad, la coeducación y el feminismo. Este a mi parecer es un espacio imprescindible, en el que el alumnado pueda leer y asomarse para conocer la realidad completa, intencionadamente desdibujada por las trampas de la razón patriarcal, pues apenas unos nombres de mujer descansaban en las empolvadas estanterías. Este espacio violeta agrupa y visibiliza lo escrito por la otra mitad de la Humanidad.

Creo que es de imperiosa necesidad que habilitemos estos espacios como faros que nos interpelan y nos hacen entender que no siempre ha habido igualdad entre hombres y mujeres, tal como estamos consiguiendo en las sociedades democráticas; pues las bibliotecas de escuelas e institutos deben ser un espacio igualitario, que trace los caminos, para que los hombres y las mujeres del mañana vivan en un mundo donde la igualdad sea un hecho. De momento, la igualdad real es todavía un objetivo muy noble, sin conseguir y por el que debemos trabajar cada día.

Estos “rincones violeta”, en los que agrupamos el saber que han aportado las mujeres, serán como las esculturas de la diosa Hécate, colocadas en las encrucijadas. Serán una antorcha, que como las de la diosa, iluminarán nuestro camino y nos alentarán a conseguir uno de los retos más necesarios de la sociedad del siglo XXI: leer a las mujeres para tener otra visión necesaria, que desterrará para siempre “la mirada del cíclope” a la que tan acostumbradas nos tiene la cultura patriarcal.

Al quedar delimitado este espacio, atraerá más la atención y los ojos de nuestro alumnado lector se posarán sobre los volúmenes escritos por mujeres. Aunque como dijera Amelia Valcárcel, no se trata de hacer, “un santoral paralelo”, sino de devolver a estas mujeres y a sus obras, el sitio que la historia patriarcal les negó.

Finalmente, cuando de verdad haya desaparecido de nuestra sociedad la violencia contra las mujeres, el techo de cristal, los currículos asimétricos…y las editoriales incorporen, con naturalidad, a las mujeres y sus logros en los libros de texto, en esa sociedad futura en la que los valores tradicionalmente femeninos no serán despreciados, se recordará con cierto asombro esta iniciativa que destaca, como si fuera una faro, un “espacio igualitario teñido de violeta” en las bibliotecas, creado para echar luz sobre los textos de las mujeres que la Historia escrita desde el androcentrismo había opacado.

Y puede que esos lectores y lectoras del futuro nos dediquen una sonrisa cómplice, pero también sorprendida, como la que se nos escapa cuando leemos que, precisamente, también se nos mintió con el estereotipo de la bibliotecaria timorata, escondida tras sus gafas de miope e iluminada por la mortecina luz de un flexo. Pues hubo intrépidas bibliotecarias que a lomos de un caballo atravesaron Los Apalaches para llevar la ilusión de la lectura a las gentes de pueblos olvidados, en Estados Unidos, en plena depresión, tal como hizo entre otras Nam Milan. Y, según nos cuenta Irene Vallejo, la afluencia de libros “mejoró la salud y los hábitos de higiene”. Quizás no tan arriesgado, pero de gran importancia también fue la labor de nuestra Gloria Fuertes, bibliotecaria motorizada, que repartía libros en los barrios del extrarradio de Madrid, a lomos de su vespa, allá por los años 50, también del pasado siglo. Así que, poner el foco en lo escrito por las mujeres, en nuestras bibliotecas, es un acto de mínima justicia histórica, para que alumnas y alumnos se reconozcan también en una genealogía cultural femenina y crezcan en un ambiente de respeto mutuo.

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