La importancia de ser emocionalmente inteligente

Mª Esperanza Gómez Muñoz
Maestra especialista en Inglés en Educación Infantil y Primaria
Coordinadora de biblioteca en el C.E.I.P Juan Alfonso de Baena (Baena, Córdoba)

Desde que un niño o una niña pone un pie en un aula por primera vez, aprende una premisa muy clara que le acompañará toda la vida: cuanto mejor estudiante sea, más posibilidades tendrá de triunfar en la vida. Así, se van sucediendo etapas educativas donde el alumnado acaba concluyendo que el más inteligente es el que más conocimientos tiene; que aquellos que tienen altos puestos en grandes empresas son la definición del éxito y la plenitud.

Con éxito o sin él, todos nuestros alumnos y alumnas acaban enfrentándose a la vida laboral. Y enfrentarse a la vida laboral conlleva, por supuesto, no solo trabajar, sino lidiar con todo tipo de personas, ya sean clientes, compañeros, alumnos o pacientes. María lleva un mes trabajando en una empresa puntera a 200km de su casa, y ha observado muchos comportamientos y actitudes en cada uno de sus compañeros de trabajo. ¿Cómo puede Pepe ser el subdirector de su sección si trata a sus compañeros con prepotencia y condescendencia? ¿Por qué Marta nunca habla con nadie en las 8 horas que pasan en la oficina? ¿Escuchará alguna vez Ana las propuestas que tiene María para hacerle, o seguirá interrumpiéndola cada vez que no le interese lo que está diciendo?

En una sociedad como la que nos ha tocado vivir, es imprescindible desarticular la red que hemos tejido alrededor de la inteligencia cognitiva, que no es la única ni la más importante inteligencia que existe, sino que se alimenta de otra que sí es crucial: la inteligencia emocional.

Hasta el momento la inteligencia cognitiva (conocimientos y aprendizajes que se adquieren) era la única base que utilizábamos para medir la inteligencia general de una persona: hemos realizado innumerables test de coeficiente intelectual, hemos crecido sabiendo que Einstein tenía un coeficiente intelectual de 162, y que la mayoría andábamos más o menos en la media con 90-110. Pero, ¿era Albert Einstein feliz? ¿Cómo resolvía sus problemas con otras personas, si es que los resolvía? ¿Era una persona déspota y prepotente, o escuchaba y entendía a los demás?

Cuando hablamos de éxito personal nunca pensamos cómo actúa o se comporta esa persona en su día a día. No pensamos cómo se relaciona con otros, si es capaz de tomar el control en situaciones difíciles o cómo reacciona ante situaciones imprevistas. Y, aunque cueste creerlo, el verdadero éxito de una persona radica en su capacidad para manejar estas situaciones, o lo que es lo mismo, en su inteligencia emocional.

Según Arrabal Martín (2018), la inteligencia emocional es la “capacidad de la aceptación y la gestión consciente de las emociones”. De esta manera, se reescribe el concepto de inteligencia: es el resultado de cultivar nuestra inteligencia emocional, contribuyendo así al mejor desarrollo de la inteligencia cognitiva. No son dos inteligencias igual de importantes, ni es la inteligencia cognitiva más importante que la emocional; es esta última la base sobre la que se puede construir una personalidad estable pero evolutiva, íntegra y con valores, una base excelente sobre la que la inteligencia cognitiva puede desarrollarse con mucha más rapidez y calidad.

Sabemos muy bien qué habilidades componen la inteligencia cognitiva, pues nos hemos centrado exclusivamente en ellas a lo largo de nuestra vida: la memoria, la atención o la manera de comunicarnos. Sin embargo, poco conocemos sobre qué destrezas se trabajan cuando hablamos de inteligencia emocional.

Según Goleman (1995), la inteligencia emocional se divide en 5 aspectos diferentes:

  • Auto-conciencia: es la habilidad para reconocer nuestros propios sentimientos, así como nuestras fortalezas y debilidades. Personas con una buena autoconciencia se caracterizan por tener una buena autoestima y seguridad en sí mismas.
  • Auto-regulación: muy relacionada con la anterior, ésta se centra más concretamente en la habilidad para controlar las emociones, tanto positivas como negativas, con el objetivo de mantener un comportamiento adecuado en las diferentes situaciones sociales, personales o laborales que puedan sucederse.
  • Motivación: es la capacidad para retarse, superarse a uno mismo, tener entusiasmo, empuje y ambición, independientemente de los obstáculos que aparezcan por el camino.
  • Empatía: llevado a muchas malinterpretaciones a lo largo de los años, este aspecto según Goleman (1995):

“No significa adoptar las emociones de otras personas como propias y tratar de complacer a todo el mundo […] la empatía es un antídoto. Las personas que la tienen están en sintonía con sutilezas en el lenguaje corporal; pueden escuchar el mensaje detrás de las palabras que se pronuncian. Más allá de eso, tienen una profunda comprensión de la existencia e importancia de las diferencias culturales y étnicas”.

Empatía es, pues, comprender intuitivamente las necesidades de la otra persona y saber responder y comunicar la comprensión de las mismas. Es la importancia de respetar, y sentirse respetado, de escuchar y sentirse escuchado.

  • Habilidades sociales: subraya la capacidad para lidiar con diferentes situaciones sociales, siendo capaz de influenciar, de manera positiva, las interacciones que se produzcan, a través de la simpatía, confianza y respeto.

Entonces, ¿De qué maneras puede manifestarse en el ámbito laboral, educativo o social la presencia de una buena inteligencia emocional? ¿Es verdad que la educación emocional puede ser tan crucial en nuestras vidas? Mucha información sobre estas cuestiones ha arrojado David Goleman, padre de la inteligencia emocional y creador de numerosos estudios donde subraya la importancia de las habilidades no-técnicas en el ámbito laboral. Para él, la inteligencia emocional está directamente relacionada con la capacidad de liderazgo:

“No es que las habilidades intelectuales y técnicas sean irrelevantes. Ellas son importantes, pero sobre todo como ‘capacidades de umbral’, es decir, que son los requisitos de nivel de entrada para los cargos ejecutivos. Pero mi investigación, junto con otros estudios recientes, muestra claramente que la inteligencia emocional es la condición ‘sine qua non’ del liderazgo. Sin ella, una persona puede tener la mejor formación en el mundo, una mente incisiva y analítica, y una fuente inagotable de ideas inteligentes, pero aún así no será un gran líder”.

Y si bajamos al escalón previo al laboral, y nos centramos en el ámbito educativo, ¿Cómo puede mejorar específicamente la educación emocional el desarrollo integral de nuestro alumnado? Numerosos estudios realizados a lo largo de las últimas décadas han mostrado evidencias reales de las ventajas de la educación emocional. Uno de los más importantes pertenece a Marcelino Botín (2008), cuyo estudio “Educación Emocional y Social. Análisis Internacional” menciona qué consecuencias positivas tiene el desarrollo de esta inteligencia en el alumnado. Bisquerra (2009), las resume así:

a) Mejora significativa de las competencias emocionales y sociales.

b) Reducción de problemas de exteriorización (absentismo, comportamientos disruptivos, violencia, consumo de drogas, vandalismo, conducta antisocial, etc.).

c) Reducción de problemas de interiorización (ansiedad, estrés, depresión, trastornos mentales, salud mental, etc.).

c) Mejora de actitudes y conductas positivas hacia sí mismo y hacia los demás (autoestima, conducta prosocial, participación escolar y comunitaria, etc.).

d) Mejora de las calificaciones escolares y resultados académicos.

Por tanto, ahora que conocemos un poco mejor el concepto de inteligencia emocional, su impacto en nuestras vidas y en la de nuestro alumnado, es momento de ponerla en práctica más que nunca. ¿Puede la inteligencia cognitiva desarrollarse sin trabajar la inteligencia emocional? Por supuesto que sí, del mismo modo que Pepe puede haber llegado a ser el subdirector de María sin tener ningún tipo de habilidad para el liderazgo y el trabajo en equipo. Pero, observando el momento en el que se encuentra nuestra sociedad actualmente, podemos darnos cuenta de qué tipo de habilidades queremos potenciar en nuestro alumnado. ¿Queremos que nuestro alumnado sea competente en idiomas, o matemáticas, o vamos a potenciar también su capacidad para trabajar en equipo y resolver diferentes situaciones? ¿Vamos a centrarnos exclusivamente en adquirir los contenidos o en reconocer y manejar las diferentes emociones? Y como padres, ¿Premiaremos solamente el resultado académico o valoraremos los momentos en que nuestros hijos resuelvan problemas del día a día adecuadamente?


Bibliografía:

Arrabal Martín, E (2018). Inteligencia emocional. Málaga: Editorial Elearning, S.L.

Bisquerra, R. (Coord.). (2009). La educación emocional en la práctica. Barcelona: ICE-Horsori.

Córdoba Navas, D. (2018). Desarrollo cognitivo, sensorial, motor y psicomotor en la infancia (2a. ed.) Málaga: IC Editorial.

Goleman, D. (1995). Working with emotional intelligence. London: Bloomsburg.

Revista UtecNoticias | Nº 49 | La Inteligencia Emocional como un componente del liderazgo. (2019). From https://www.frbb.utn.edu.ar/utec/utec/49/la-inteligencia-emocional-como-componente-del-liderazgo.html

Saporito, A. (2019). Exploring the Dimensions of the Nonprofit Leader. From https://socialinnovationsjournal.org/sectors/90-leadership/1501-exploring-the-dimensions-of-the-nonprofit-leader