Mascarilla, protección; máscara, ocultamiento

En este tiempo de confinamiento, Javier Almodóvar, profesor de lenguas clásicas, ha usado su cuenta de Facebook para publicar diariamente unas efemérides (en el sentido etimológico de la palabra, "diario o memorial en que se refieren los hechos notables de cada día") en las que encuentra relaciones entre la situación que vivimos y el mundo clásico, la historia o la mitología. La serie concluye el pasado 3 de mayo, día 51 de la cuarentena, aunque confiamos en que aún nos alivie el confinamiento con alguna otra entrega. Elegimos para publicar en Andalucía Educativa una de estas entradas, a modo de ejemplo, sin dejar de invitar a la lectura de cualquiera de ellas, todas son una delicia.


Javier Almodóvar
Departamento de Lenguas Clásicas - IEDA (Instituto de Enseñanzas a Distancia de Andalucía)

DÍA 42

La máscara es constante en la historia de la humanidad; un rostro se superpone a otro; esconde el rostro verdadero y sus emociones, pero también despoja de la propia individualidad.

En la Antigüedad la máscara estaba vinculada a rituales y mitos profundamente espirituales y no tenía como función la representación jocosa o trágica que derivó de uno de estos ritos y que se desarrolló como teatro. Volvemos al juego de las palabras: el griego πρόσωπον (‘prósopon’, “delante de la cara”, al igual que antifaz) y el latín “persona” (“per sonare”, para que resuene) acaban por designar la esencia del ser, la persona; como si se hubieran transustanciando en aquella función que permitía a los hechiceros y a los actores identificarse con las potencias sobrehumanas que evocaban. De hecho, la palabra latina que está en su origen, “masca”, significaba “bruja, demonio o espíritu de un difunto, espectro”; un ser, pues, intermedio entre este mundo y el de los espíritus. Sea como fuere la máscara induce a una visión, a una interpretación monstruosa del ser que la lleva que, sin dejar de ser un hombre, se convierte en algo distinto, en algo más.

Y llegamos a la impostura, al uso de la máscara para ocultar y transgredir: en los carnavales se subvierte el orden social; en la escena de un atraco, en la vida política, la máscara oculta una identidad que no quiere ser descubierta.

Cuando nos acercamos a las pinturas rupestres, nos sorprende la representación detallada y naturalista de los animales; y también el esquematismo con el que son dibujados los seres humanos, apenas unos trazos (en cambio, sí existen estatuillas labradas con precisión). Y cuando las figuras humanas adquieren esa finura plástica en épocas posteriores, suelen mostrarse enmascaradas. Con el tiempo, se ha olvidado el significado de la máscara; el símbolo ha desaparecido porque carece de sentido. Solo nos queda la interpretación; y si la máscara es ridícula, la observación del fantoche creado. Por cierto, fantoche es una palabra de origen italiano que denomina al pelele, al títere presumido que habla y habla (del latín “fari”; como también la “infancia” que no habla, que pronto recuperará parcialmente su libertad).

Vivimos tiempos de mascarillas y, lo que es peor, de máscaras.

Hombre pájaro. Cueva de Lascaux. 17000-15000 a.n.e.

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