Redes Creativas de Formación

 

Samuel Ruiz

CEIP Los Molares (Málaga)

 

Antes de nada me gustaría dejar claro de que parto de la premisa de que el asignar a un docente el título de mejor maestro de España, o de cualquier otro país, es inviable. Podemos decir que merece la pena conocer su práctica educativa en el aula, que ha realizado con su alumnado algún proyecto digno de tener en cuenta, pero pensar en que un docente es el mejor en comparación con el resto hace que entremos en una dinámica que personalmente considero peligrosa, sobre todo tratándose de una profesión en la que debe primar la cooperación y el aprender unos de otros (de nuestro alumnos y compañeros) y no la competición.

Hace unos meses alguien me nominó para los Premios Educa Abanca al Mejor Maestro de Educación Infantil y al final de todo el proceso fui el elegido como el ganador de tan alto título. Aún defendiendo lo expuesto arriba, tengo que decir que este galardón realmente lo aprecio y valoro y el motivo es porque he sido nominado por familiares de mi alumnado y por otros compañeros de profesión, es decir, no fui yo quién me presenté al premio, por lo tanto sería un error por mi parte no agradecer que se valore mi trabajo.

La pregunta que surge ahora es qué se ha valorado en mí para ser el “mejor” maestro de Educación  Infantil. Supongo que uno de los factores, además de mi práctica educativa, será mi currículum. Soy Maestro de Educación Infantil, Licenciado en Psicopedagogía, Experto Universitario en Educación Social y Familiar y Doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Málaga (UMA), también soy el Presidente de la Asociación Equilibrio Compartido cuyo objetivo es hacer visibles las buenas prácticas educativas de todas las etapas educativas, miembro del grupo de Investigación Educación Infantil y Formación de educadores de la UMA, colaboro con varios Centros del Profesorado de Andalucía asesorando a centros educativos e impartiendo cursos sobre: T.I.C., creatividad, ABP, etc, he impartido charlas en la titulación de Grado de Maestro en Educación Infantil de la UMA y soy miembro del equipo docente en el Curso de Extensión Universitaria: La creatividad en el aula de Infantil. A parte de esto he formado parte del Comité Organizador del IV, V y VI Congreso Mundíal de Educación Infantil, he sido Colaborador en dos ocasiones en las Jornadas de Innovación Pedagógica de Antequera y he Coordinado las Jornadas de Orientación e Innovación Educativa de Universidad Nacional de Asunción (UNA), he sido Profesor Colaborador, en la asignatura de Administración Educacional, en la UNA, además de tener varias publicaciones en revistas y libros que versan en su mayoría sobre la creatividad en Educación Infantil. También administro y colaboro  en varios blogs educativos: Relatos de aula, Equilibro Compartido y Lluvia de letras; y durante el curso que se ha tenido en cuenta para la concesión de los Premios al Mejor docente de Educación Infantil mis niños y yo hemos conseguido las siguientes distinciones:

 

  • Premio Espiral: Primer premio, Peonza de oro, en la categoría de Maestros que comparten: Educación Infantil. Por el blog Relatos de aula.
  • Premio Eduteca al Mejor blog de Educación Infantil. Por el blog Relatos de aula.
  • Primer Premio en el IV Concurso Bianual Andaluz de Videocreación Educativa en la categoría de Infantil, Primaria y Secundaria. Por el corto de animación realizado con su alumnado: México. Los sentimientos.
  • Mención Especial en el Concurso de Ilustración Literaria “La poética de Gloria Fuertes". Por el Stop Motion: Vídeo-poesía: Homenaje a Gloria Fuertes.
  • Reconocido como Buena Práctica Educativa, el proyecto de El cine en la escuela, por la Red andaluza, Escuela: espacio de Paz.

 

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Al ganar este premio me siento muy agradecido y contento, por un lado porque se valore tan positivamente  mi trabajo diario en el aula, sobre todo, teniendo en cuenta el alto nivel que existía entre los nominados en mi categoría y, por otro, halagado e impresionado por todos los mensajes de enhorabuena que he recibido desde que se supo la noticia; nunca antes había recibido tantos mensajes en las redes sociales en tan poco tiempo. Incluso han contactado conmigo familiares de alumnos que tuve hace más de diez años, compañeros de centros en los que he trabajado y amigos del colegio, el instituto y la universidad de los que ya no sabía nada (a parte de periódicos, revistas y otros medios de comunicación).

De todas formas, creo que el ser el ganador de este evento es sólo un punto y aparte. El verdadero premio, y éste se cumple cada día, es poder trabajar en algo que realmente me llena y que, sin duda alguna, es un hobby  con el que disfruto cada día. 

Mi práctica docente

Ahora mismo me encuentro desarrollando el cuerpo teórico-práctico de la metodología que guía mi quehacer diario en el día a día y que denomino  Aprendizaje En y Para la Creatividad (AEPC). A parte de esto tengo que decir que sería muy largo explicar cómo trabajo en el aula, por eso invito a cualquier persona interesada en ver cómo  trabajo  a que entre en mi blog de aula. En él se puede comprobar cómo realmente considero que debe ser el día a día en un aula de infantil. Como ya he mencionado antes, en clase trabajo a través de la metodología de AEPC, robótica, la inclusión de las TACs  desde un punto de vista crítico, creativo y reflexivo, las Inteligencias Múltiples, etc.

Ser un buen docente

Decía Tolstói, que es necesario elegir entre una escuela en la que sea fácil a los maestros enseñar y una en la que sea fácil a los alumnos aprender.

En cierta forma, un buen docente piensa más en sus alumnos que en él mismo, en cómo hacerle más atractivo esa aventura que es aprender, por lo que el primer paso es, sin duda alguna, saber escuchar al alumnado y dar respuesta a sus inquietudes y necesidades en el  aula. La cuestión que surge ahora es sí es posible aprender a escuchar a nuestro alumnado cuando tenemos un libro de texto que nos indica qué pasos seguir en el aula.

Otra característica que creo que tiene que tener todo buen maestro es que debe gustar a sus alumnos y de eso no hay duda. Si no agradamos al alumnado no aprenderán de nosotros y con nosotros. Algunos pensarán que no hace falta caer bien a su alumnado para que aprendan, pero si nos ponemos a pensar ahora mismo en aquel maestro que nos marcó en nuestra infancia o adolescencia posiblemente lo hagamos con alegría y cierta añoranza; además, seguro que surge alguna anécdota que nos acercó a ese docente y ese acercamiento es el que hizo que dejara huella en nosotros. Normalmente un buen maestro deja huella en su alumnado, incluso hay muchos docentes hoy día que se dedican a esta profesión porque siendo niños se sintieron inspirados por ese maestro y querían ser en un futuro como ellos.

Otro aspecto esencial es que un buen maestro también disfruta con su trabajo. Si no disfrutamos en el aula cada día, difícilmente contagiaremos el deseo de aprender; pero además necesitamos escuelas alegres en las que se ría, se disfrute y saboree cada momento, esa escuela llena de alegría y emociones es la que hará posible el aprendizaje.

Otro ingrediente de un buen maestro es el tiempo, la espera. El tiempo se convierte en una variable esencial en la labor docente. El maestro debe respetar los ritmos de los niños, lo que implica saber esperarlos, respetando y escuchando su propio tiempo. Además de este saber ver, esperar y escuchar, es necesaria la transparencia en la relación profesor-alumno, así como con el resto de la comunidad educativa.

 

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La función del profesor en el aula debería ser la de facilitar la aparición de un contexto de comprensión común, aportando instrumentos y realidades procedentes de la ciencia, la cultura y las artes, con el propósito de enriquecer dicho espacio de conocimiento compartido, sin sustituir el proceso de construcción dialéctica por la imposición de las propias representaciones del maestro. Esto requiere la creación de un espacio común de comprensión sustentado por un compromiso de participación por parte de los alumnos y el maestro en un proceso abierto de comunicación. Para esta construcción es necesario que los alumnos participen en el aula aportando sus conocimientos -que los tienen- y sus concepciones, así como sus intereses y deseos. Esto será imposible llevarlo a cabo cuando la programación de aula se vea supeditada por un libro de texto, ya que deja de lado la construcción del conocimiento así como las tareas que realmente merecen la pena ser llevadas al aula.

Un buen maestro trabaja en equipo. Parafraseando a Freire, en Pedagogía del Oprimido, “los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra...”; pero en la palabra como colectivo. Una de las respuestas que el profesorado puede dar a la necesidad de la mejora de la escuela, es la creación de grupos de discusión o, lo que yo llamaría, redes creativas de formación.

No podemos olvidar que el maestro ideal es un maestro creativo y para hacer posible esto se requiere vencer dificultades como la rutina, entendida ésta como lo monótono y repetitivo, y a su vez creer en dicha creatividad, buscando la construcción del aprendizaje y no la transmisión.

Para mí educar no es un proceso de instrucción sino de construcción. El reto del maestro del siglo XXI es tener la responsabilidad de formar parte en la construcción de la personalidad de los alumnos e incluso de ellos mismos. El profesor entonces no es el saber, sino un mediador del saber, el cual sabe dónde encontrarlo, contagia y aviva la curiosidad de los niños, la necesidad de discutir, profundizar, hallar soluciones, buscar caminos nuevos y ponerlos en práctica. Para ello es esencial cambiar la mirada con la que ve al niño. En función de cómo los veamos actuaremos de una forma u otra. Si son conscientes de que deben cambiar y transformarse, será más fácil que dicha mirada cambie de verdad; pero para que eso ocurra son ellos los que tienen que cambiar. Son los maestros quienes facilitan un tipo de educación u otra, lo que los obliga a conocer y confiar en el niño que aprende, hacer que el alumnado disfrute de la práctica del día a día y prestarles el cuidado que requieren.

El profesor creativo debe ser un investigador, un teórico, un práctico reflexivo, un estratega crítico y un artista creador. Podríamos decir que debe convertirse en un filósofo de su tiempo y en un facilitador de democracia dentro y fuera del aula siendo coherente con los principios e ideas que defiende tanto dentro como fuera de la institución escolar. Para ello, es necesario tiempo y dedicación, toparse más de una vez con el fracaso y el error y comprometerse con una enseñanza de calidad que cambie la forma de comprender la educación y la práctica educativa, ya que la práctica se modifica cambiando la manera de comprenderla.

El trabajo cooperativo entre docentes es vital, como he dicho, para apostar por la mejora de la calidad de la educación (tanto a nivel de centro como intercentros). La actuación aislada e individual rompe con el espíritu de una escuela de calidad que creemos que se debe fomentar, ya que las dificultades que emergen al querer llevar al aula una enseñanza de calidad son difícilmente abarcables por un único profesional. Tal como nos recuerda Stenhouse: "El poder de un profesor aislado es limitado. Sin sus esfuerzos jamás se puede lograr la mejora de las escuelas; pero los trabajos individuales son ineficaces si no están coordinados y apoyados".

 

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¿El docente como colectivo?

En cuanto a cómo deberían ser esas redes creativas que buscan la calidad educativa destacaría:

  • Responden a la formación permanente del profesorado. Una de las ideas principales sería la necesidad de una reinterpretación de los principios que sustentan  la educación teniendo en cuenta la realidad sociocultural en la que nos encontramos, además de desaprender para volver a aprender la práctica y teoría educativa, desde un espíritu reflexivo, crítico y creativo. Debemos evitar que la formación del profesado se convierta en la copia de actividades sin reflexión crítica sobre la práctica y la teoría que las sustenta. Es esencial conocer buenas prácticas educativas y darlas a conocer como modo incluso de reflexión personal y profesional, además es una forma de confrontar ideas y cooperar en el ámbito educativo.
  • Facilitan el intercambio de experiencias. Hay que romper con el círculo vicioso en el que se ve inmerso el profesor, ya que desde que entra en el sistema educativo como estudiante, no sale hasta que se jubila como profesor, lo que implica que no vea a veces desde fuera, y críticamente, el proceso educativo ni los “vicios” que en ella se dan. Parece necesario que la profesión docente se abra y se empiece a crear una tela de araña que permita una afluencia de experiencias creativas que faciliten y provoquen el debate y la reflexión. Se debe facilitar a los maestros la oportunidad de dedicarse a la investigación con otros compañeros –si es necesario sin ejercer la docencia–, visitar en otros países nuevas experiencias educativas (facilitando su movilidad), etc. A su vez es necesario que estas contribuciones se den a conocer para conseguir transformaciones no sólo locales, sino también globales, facilitando así la transformación de la escuela y haciendo de sustento a un currículum alternativo. El proceso nos llevaría a estimular, evaluar y dar a conocer aquellas prácticas que se consideren más significativas (como puede ser la publicación de dichas experiencias).
  • Honestidad. Es necesario ser transparentes para que el diálogo al que he hecho referencia cristalice en actuaciones y prácticas posteriores. Esto hace preciso que no se maquillen las prácticas educativas como si de hechos idealistas se trataran. Esto invita a plantear las dificultades, las fisuras, lagunas, inquietudes y errores que han surgido durante las experiencias y no sólo el carácter idealizado de las mismas. Requiere de la dialéctica crítica del trabajo realizado para así poder verlo desde fuera y ello implica asumir riesgos.
  • Reflexionan sobre qué merece la pena tratar en el aula, teniendo en cuenta los retos reales ante los que nos encontramos y las necesidades imperantes en la sociedad del siglo XXI. Dando así significado a la acción educativa.
  • Deben tener un compromiso pedagógico y social, sin dar por supuesto nada que no haya sido antes confrontado con una práctica reflexiva y crítica (sin olvidar el sustento teórico). Debe buscar la creación de una escuela comprometida con la realidad social y los retos de su tiempo (tanto morales, sociales, éticos como científicos), lo que implica conocer lo que sucede en otros campos del conocimiento.
  • Deben ser espacios democráticos y, por lo tanto, abrir las puertas a todos los implicados en la educación (instituciones sociales y educativas que tengan algo que decir en el proceso de socialización del conjunto de la ciudadanía). Es primordial apostar por la inserción e implicación (activa) de otros sectores sociales en el debate del cambio educativo. Apostando así por la cooperación y la confianza mutua.
  • No deben quedarse en lo establecido como lo correcto pedagógicamente hablando, deben reflexionar y criticar cada una de sus actuaciones y verlas, comprenderlas, desde arriba. Ese adjetivo de red creativa se debe, por tanto a la necesidad de ir siempre más allá y de convertirse en espacios de construcción creativa y transformación (transformación que debe apostar por cambios continuos y graduales). Como decía Rodari, desarrollemos la creatividad de todos, para que el mundo cambie. Se busca la innovación, no la adaptación.
  • Desde ese matiz reflexivo y crítico de dichas redes parece esencial que se haga explícito lo implícito; es decir, plantear el qué hacemos y cómo lo hacemos y por qué lo hacemos, sacar fuera las hipótesis de nuestra labor como docentes para poder indagar más en la propia práctica desde la teoría, y viceversa (no sólo la teoría debe cambiar la práctica, sino que la práctica puede cambiar la teoría). Esto permite hacer emerger nuestras lagunas, conflictos e ignorancias.
  • Deben convertirse en un centro dinamizador en el que confluyan inquietudes, opiniones, preocupaciones, prácticas, teorías, etc. , teniendo como propósito la creación de redes de trabajo conjunto, ya sean coordinando personas, centros como otras redes o colectivos.

En definitiva, un buen maestro es aquel que desarrolla un estilo propio y se caracteriza por lo que hemos denominado como un eterno cuestionamiento. Es un profesional que no deja de preguntarse el porqué de las cosas, su práctica educativa, cómo mejorar y lo establecido como pedagógicamente correcto, lo obvio, busca ir más allá, desde el punto de vista ético y tranformador; y a su vez es capaz de contagiar su gozo y amor por lo enseñado y el aprendizaje y  fomenta el espíritu investigador en los niños, usando la curiosidad como semilla estimuladora.