Rocío Huertas, directora de LA ALAMEDA 2018

Siempre comprometida con los movimientos sociales de su ciudad, desde la adolescencia Rocío Huertas se mueve entre artistas, rockeros, teatreros y cineastas sin alejarse mucho de la Alameda de Hércules. Una noche de verano proyectaron en la pared del bar Las Sirenas el documental de Juan Sebastián Bollaín “La Alameda” y descubrió que en Sevilla se hacía cine experimental desde 1978. Más de 40 años después acaba de estrenar en el SEFF, dentro de la sección Panorama andaluz, su largometraje “La Alameda 2018”, donde homenajea a la película de Bollaín entremezclando entrevistas a algunos emblemáticos vecinos del barrio (Déborah Santa Cruz, Manolo Solo, Fernando Mansilla…) con sus recuerdos personales en forma de collages animados. Rocío alterna su producción artística con la docencia, desde talleres de stop motion para alumnado de Primaria (a través del programa Aula de Cine) a cursos dirigidos al profesorado. Empezamos hablando sobre las referencias a los colegios donde estudió que aparecen en su película:


Recuerdo de pequeña soñar con terminar Primaria en el colegio de monjas que estaba en la calle San Vicente, en la frontera con la Alameda, pero mi conflicto llegó al salir de allí, cuando me metieron un colegio de BUP que estaba al lado. Yo iba a ir al instituto San Isidoro, que estaba allí en la calle Amor de Dios, pero por sorpresa me matricularon en un colegio de corte muy conservador, incluso hubo denuncias de fascismo, el profesorado duraba poquísimo. Como yo no quería ir allí y no me hacían caso pues… no entraba, me quedaba en la puerta. Así hasta que me echaron, mi objetivo era que me echaran para ir al San Isidoro. Pero bueno, al final no...

No lo conseguiste...

No había plaza con el curso empezado. Después de muchas batallas, mis padres me propusieron que estudiase en la escuela de Artes Aplicadas. No tenía especial interés, mi plan era estudiar periodismo, es lo que me gustaba en aquella época. Habíamos tenido tantas trifulcas y tantas peleas que dije: “mira, lo que queráis, yo ya no puedo más…” Entonces ahí fue cuando conocí a toda mi pandilla relacionada con la música y empezó la aventura de la Alameda, los locales de ensayo y los conciertos estaban entre la Alameda y la plaza del Pumarejo.

¿En la escuela hiciste algo relacionado con imagen y sonido?

Lo que descubrí entonces fue el teatro, fue cuando vi por primera vez a Mansilla en La Imperdible, ya a los 15 años conocí a parte de la pandilla teatrera de Sevilla. Ahí fue cuando me empecé a interesar por el teatro y la escenografía. Mi padre tenía un plan inicial, que era Artes Aplicadas y después Diseño Textil en Barcelona. Justo cuando llegó esa etapa fue cuando abrieron la especialidad de Escenografía en el Instituto del Teatro de Sevilla y me matriculé. Habían traído un a un profesor checo muy bueno, se llamaba Milan David. Nos hablaba todo el tiempo del DAMU, su escuela de teatro en Praga, y decía que perdíamos el tiempo aquí, que no había cultura de teatro. Entonces pedí una beca y me fui un año a Praga. Allí descubrí el cine de animación, conocí a Svankmajer y FAMU, la facultad de cine, en la que empecé a estudiar cine de animación ese año. Después a Londres, al Central Saint Martins College of Arts a hacer un master en artes escénicas.

Pero la escenografía nunca la has dejado ¿verdad? ¿O la has sustituido por el cine? 

En los primeros años sí que estuve trabajando en escenografía. Cuando volví de Londres, trabajé mucho el flamenco, con Javier Barón, hice bastantes cosas de teatro independiente, sobre todo en el norte, con La Machina Teatro, mientras preparaba mi primer corto de muñecos animados, los diseños escenográficos de los cortos los hacía yo. Al final integré la parte visual, estética y espacial en mis propias películas, no he vuelto a hacer proyectos de escenografía para otros proyectos.

Y bueno, no es la única faceta artística, porque también está tu faceta musical, en la película sales con un grupo de chicas...

Sí, ese es el que teníamos antes de la pandemia, se llama Las Tru. Ahora no ensayamos por el virus. Y también la canción de los créditos es de Las Janes, nuestro grupo anterior. También aparece una foto de Las niñas, nuestro grupo de hace 28 años.

Fotogramas de La Alameda 2018 - Las Tru

Volviendo al barrio y al tema de la transformación social, si ponemos en una balanza en un plato la alameda de tu juventud y en el otro la alameda actual ¿con cuál te quedas?

Yo es que, claro, mi parte de descubrimiento de todo, del mundo, de las artes, de la amistad, de la política, de todo... ha estado vinculada a la Alameda antigua, esos recuerdos son lo único que tengo de la Alameda. Pero claro, como dice Déborah en la película, la Alameda antigua también tenía una violencia descomunal, se veían cosas muy duras. Yo recuerdo haber separado a prostitutas de sus chulos. Había una parte muy de lumpen, de un mundo al que no pertenecíamos. Es lo que decía también Mansilla: era un grupo de gente que vivía allí que admitía a todo el mundo mientras no te metieses en sus asuntos. Pues yo he llegado a meterme porque no podía entender que le estuviesen pegando a una mujer. Lo que me queda son los recuerdos, la memoria del micromundo que construimos, de intercambio artístico y de pensamiento que conformó las personas que ahora somos.

Ahora que está el toque de queda a las seis, he vuelto a ver la Alameda más como era antes de que estuviese tan masificada con los bares y las franquicias… que parece un sitio sin identidad. Ahora mismo, a partir de las seis, la Alameda está llena de niños y niñas jugando a la pelota, con las bicicletas, de familias, de gente charlando sin necesidad de consumir.

“Lo que me queda son los recuerdos, la memoria del micromundo que construimos, de intercambio artístico y de pensamiento que conformó las personas que ahora somos”

Tu pelicula parte del documental de Juan Sebastián Bollaín, te confieso que todo un descubrimiento para mí... ¿Has tenido trato con él? 

Tuve trato a raíz de empezar esta película, porque la historia con Bollaín fue que en el 98 él había hecho su segunda Alameda, una que le encargó el ayuntamiento y que también iba sobre el tema de la especulación. Pero estuvo muy restringido porque era un encargo, no era tan libre como cuando lo hizo por su cuenta en el 78. Entonces la pasó a vídeo, se preocupó por que le llegase a la gente. Entre esta gente llegó a una amiga, María Rodríguez, que forma parte de Intermedia Producciones. En aquella época la gente de Intermedia eran María Rodríguez, Mariano Agudo y Julio Sánchez, que habían abierto en paralelo la productora y el bar Las Sirenas. En ese bar era donde nos reuníamos para todo, teníamos una tertulia literaria, un taller de gastronomía, todo en la trastienda, y también ponían películas de vez en cuando. Entonces la proyectaron en el bar una noche de verano del 98… Y nos quedamos todo el mundo a cuadros: “¿¡Pero esto que es!?” Porque ya muchos habían empezado a hacer cosas de audiovisual. Yo ya había empezado con mi primer corto, eso nos cambió el chip, a mí por lo menos. Yo nunca he intentado imitar esa película, ni continuarla, ni en mi inconsciente pretendía ir más allá, pero cuando empecé a escribir sobre esta historia de recuerdos, de infancia, en modo de no ficción, dije: “Bueno, ¿cómo puedo ilustrar esa Alameda? Pues con la película de Bollaín, que me preste las imágenes…” Y ahí fue cuando me puse en contacto con él. Eso fue años después, en el 2013 o 2014, a través de su hijo... Porque empecé a estudiar Filosofía en la Universidad de Sevilla cuando volví de Londres, coincidí con su hijo Felipe y hacíamos de vez en cuando cosas juntos. Cuando le pregunté a su padre, Juan Sebastián Bollaín, si me prestaría imágenes para esta película de no ficción me dijo que por supuesto, que encantado, porque íbamos a hacer un intercambio. Me dijo: “como tú vas hacer esta película sobre la Alameda y yo hago una película sobre la Alameda cada 20 años, entonces cuando yo haga mi Alameda del 2018 te pediré imágenes de tu película para la mía”. Y yo, muy contenta, le dije que claro que sí. Pero eso fue en el 2013 o 2014. Luego tardé un montón de años en terminarla. La he acabado en el 2020 y él no pudo hacer la Alameda del 2018. Por eso le he puesto “La Alameda 2018”, para que haya una continuidad de 20 años.

Cartel de La Alameda 2018

¿Y sabes si Bollaín padre ha visto tu peli?

Sí, eso sí me enorgulleció mucho. Una de las experiencias más bonitas, que más me ha gustado de todo el proceso, es cuando él vio la peli. Porque durante años estuve intentando darle forma lineal. Entonces se me ocurrió esta manera de presentarlo, que era cine expandido al espacio público. A través de unos azulejos la gente iba viendo trozos de vídeo relacionados con esos lugares donde ocurrió la acción. Ahí monté una especie de narrativa lineal dentro de la no linealidad y fue entonces cuando se la envié, todos los trocitos por orden sin terminar de montarse, sin música ni nada. Se la envié y le encantó, me dijo que le había parecido fascinante, que menos mal que ha llegado alguien a continuar su obra de una manera valiente y arriesgada, de la única manera que se puede hacer el arte, con una estética... empezó a decir una cantidad de halagos que hasta me puse a llorar. Porque a él incluso le extrañaba que nadie hubiera continuado su obra.

Bueno, además que no solo continuarla sino que la has rescatado y gracias al estreno de la tuya también muchos hemos descubierto esa película.

Pues yo me alegro, porque mucha gente me lo ha preguntado también, no sabían que estaba en Youtube.

Sí, sí, eso es lo que más me llamó la atención, está en Youtube y nosotros sin saberlo.

Y yo encantada de que la gente la descubra. 

Carteles

Porque es verdad que parecía que aquí en Andalucía en aquella época no se hacía cine y ya ves si se hacía. Además qué modernidad, es una de las películas más modernas que he visto últimamente. 

Totalmente, junto con Val del Omar… Además me interesa muchísimo el cine experimental, estuve dos años en un grupo de cine experimental en Berlín en la Universidad de las Artes, la UDK. Me fui para seis meses con una beca y me quedé dos años. Fue en el 98 cuando me empezó a interesar el cine experimental, en realidad tres años después en Nueva York descubrí el Anthology Film Archive, con todas las películas experimentales de los años 60, Jonas Mekas, Stan Brackage y la pionera 20 años antes Maya Deren, pero no había pensado... ¡Ostras, la Alameda de Bollaín es una película experimental! Todos estos años buscando cosas andaluzas de cine experimental y cuando até cabos: ¡Pero si Bollaín es lo más experimental y más cercano! Yo creo que lo que me despertó el chip experimental fue la Alameda, aquella noche en la Alameda.

Y lo proyectasteis en Las Sirenas.

Sí, en el Sirena, en una pared blanca que hay allí.

¿Ese es el concepto de cine expandido? 

Sí, cine expandido al espacio público. El cine expandido es cine multimedia, cine que sale de las salas de cine. Un investigador de la universidad de Sevilla estaba analizando la obra que hice el año pasado en el festival y me preguntaba también que cuáles eran mis referentes de cine expandido. Yo le llamé así porque íbamos a ver las películas donde habían ocurrido los hechos. En ese  espacio, en esa calle, y tenía que ver también con la especulación inmobiliaria,la prostitución. A través de una ruta andada en la que veías esos trozos de películas en el móvil. También había acciones a lo largo del recorrido. Pero no tenía ningún referente en mente, lo más cercano a esto fue la proyección de aquella noche en Las Sirenas.

Fotogramas de La Alameda 2018

También allí conectaste con toda una generación de cineastas sevillanos.

Nos conocíamos de antes, éramos pandilla desde la adolescencia. Empezamos las aventuras en  la Alameda, a la vez, menos los más mayores que la conocieron antes.

¿Crees que se puede hablar de una escuela sevillana o escuela andaluza de cine?

Yo creo que sí, de lo que no creo que se pueda hablar es de industria.

Me refiero sobre todo a un estilo.

Hay distintos estilos, no sé si por interés o por necesidad, cada cual ha ido abrazando un estilo, interesándose por una cosa o por otra. Lo mío lo veo más como una mezcla, siempre me he interesado más por el tema de la animación y el cine experimental.

Yo creo que se le pueden encontrar algunos rasgos comunes.

A lo mejor desde fuera se ve más... todos hemos vivido casi lo mismo.

Lo veo quizá en los personajes, quizá porque me resulta tan familiares muchos de ellos. Tú misma, por ejemplo, estás también muy involucrada en movimientos sociales, con el tema de la transformación inmobiliaria, y lo reflejas en tu película.

En realidad yo siempre he sido simpatizante en los movimientos sociales, es decir, no participaba ni organizaba las asambleas, no voy a llevarme un mérito que no es mío, pero solíamos esperar en el bar a que terminasen. Por ejemplo, a Ibán Díaz Parra (que aparece en la película) lo conozco de eso. Ahora es un geólogo muy importante, catedrático de la Universidad y es el que escribe los libros más gordos de Geografía y tratados importantes en revistas especializadas... y yo lo conocí en una casa okupa, en Casas Viejas. Allí iba a fiestas y organicé un par de ciclo en el cine de verano que llevaban Agustín Toranzo y él. Un ciclo fue de cine de animación checo y otro de documentales cubanos con cintas de VHS.

Y tenía 15 años cuando conocí a Mariano Agudo, a Julio Sánchez Veiga y a María Rodriguez que montaron Las Sirenas. Estaban todo el tiempo en espacios de transformación social, por ejemplo en la casa ocupada en la calle Cruz Verde. Ellos hacían cursos allí para los niños y niñas del barrio, a los que ninguna institución atendía. La gente que veníamos más del rock y las artes plásticas esperábamos en el bar del okupa, y cuando salían de las asambleas nos lo contaban todo. Me quedaba con la boca abierta escuchando a Mariano Agudo hablar de los conflictos del mundo... desde chica el periodismo me fascinaba. Me leí a Kapuściński. Escuchar a Mariano Agudo era como escuchar a Kapuściński. Y él estaba todo el día que si el Kurdistán, el Vacie, Irak, América Latina, el pueblo saharaui... Años después me fui a hacer una película sobre el Sáhara, todo esto me parecía fascinante entonces. Lo que pasa es que me interesaba también la música... bueno, y las artes plásticas...  Pero me empapé de toda esta cultura de acción directa... Cuando querían hacer el parking en la Alameda, al final de los 90, se hizo una cosa que se llamaba Villardilla y se organizó un curso de escalada para dormir en los árboles, y allí estamos Enrique de Justo y yo, los primeros y únicos del grupo de escalada y en la lista para dormir en el árbol. Luego ya a mucha gente le pareció divertido y había listas de espera para apuntarse a dormir allí.

Escenas del rodaje de La Alameda 2018

En tu película también tienen bastante protagonismo personajes como Fernando Mansilla o Manolo Solo...

Iba a la imperdible con 15 años a ver a Mansilla, él no me conocía a mí, porque mi amigo era Manolo Solo. Primero hice una historia de ficción inspirándome en personajes de la vida real, pero al no conseguir la financiación completa no pudimos seguir adelante. Entonces fue cuando dije: ¿por qué no vuelvo a los personajes que inspiraron la ficción? Manolo iba a actuar en esa película, era uno de los actores. Luego a Déborah la conocía desde la época de la Alameda, ella iba a Las Sirenas. El chaval es amigo de mi hermana del colegio, era su compañero de clase. En fin, que si yo quiero contar la historia no tiene que estar ficcionada. Entonces decidí entrevistar a la gente de los personajes que inspiraron de esta historia. 

No es que directamente Fernando Mansilla o Manolo Solo, la inspirase, pero sí que había trocitos de mucha gente que podrían representar esos personajes de la ficción. Manolo Solo era mi amigo desde los 15 años, porque tocaba con Santi Amodeo en Los Relicarios. A Alberto Rodríguez, Paco Baños, Dani de Zayas, Ana Rosa Diego también les conocimos de aquella época. Cuando apareció Manolo en nuestras vidas, que era mayor que nosotros, todos nos quedamos fascinados con él. Cantaba bien, ¡hacía teatro! Descubrí el teatro independiente por él. Empecé a ir a La Imperdible sola, cuando la gente no me quería acompañar, antes de irme al Fun Club. Iba a la 8 al teatro y después ya me iba para la Alameda, para los conciertos, y allí me encontraba la gente más rockera. Algunos me decían: “¿pero tú eres teatrera o rockera?” Con Fernando, ya cuando nos hemos ido haciendo mayores, empecé a coincidir en los mismos sitios y mi pareja tocaba con él en el grupo, entonces le hice la entrevista...

Es un poco triste pero que al final es bonito también que tu película haya quedado como una especie de homenaje, ¿verdad?

Nada más lejos de mi intención, cómo iba a imaginar yo que iba a pasar esto. En cualquier caso funciona más de homenaje para la gente que lo conoció.

Claro, cómo iba a imaginar nadie. En fin… Y entrando en tu faceta docente, das clases a distintos niveles de edad, a niños pequeños a profes, a adolescentes... ¿qué te gusta más?

Pues yo nunca me imaginé que iba a tener esa conexión tan directa con la educación, no era mi intención. El primer taller que di era de escenografía, para gente de teatro, después ya me empezaron a llamar de festivales, a finales de los noventa y a principios de los 2000 en el festival de Granada Cines del Sur. Me acostumbré a dirigirme a gente muy interesada en el tema porque o bien estudiaban Bellas Artes o bien estudiaban Teatro. Entonces me parecía muy fácil y muy divertido, nunca fallaban los talleres. Los del profesorado, también maravillosos, porque son gente mayor, con mucho interés. Pero entonces fue cuando empecé a hacer talleres para la gente más pequeña, cuando tuve a mi hija. Me desconecté un poco del mundo profesional y por otro lado me volqué mucho en el tema educativo. No la llevamos a guarderías sino que montamos una especie de escuelita-guardería, empecé a estudiar todo tipo de cosas de pedagogía... Cuando ya se hizo un poco mayor y no dependía tanto de mí, dije: también puedo dar talleres infantiles. Y así empecé con el cole suyo.

Ella está en el Huerta de Santa Marina ¿verdad? 

Sí, ese, el Huerta de Santa Marina. El caso es que ahí fue la primera vez que me empezó a costar trabajo y me enfrenté por primera vez al fracaso, porque es muy difícil. Ahora ya llevo como seis años de experiencia y otra vez estoy contenta, ahora sé que su atención es diferente, que necesitan hablar, moverse. Procuro darles libertad y actividades motivadoras, divertidas, que no duren mucho, rotando de mesa... He ideado un sistema en el que otra vez no fallo.

¿Qué edades tienen tus alumnos?

Estoy enseñando sobre todo a Primaria. En Secundaria hice una gira por institutos con la Asociación de Mujeres en los Medio Audiovisuales combinada con la Asociación de Mujeres Periodistas, ahí también tuve que cogerle el punto e investigar hasta que di con la tecla, o sea, me ha costado más captar la atención de Primaria y de Secundaria... Después hice un montón de cursos online de coeducación y de dinámicas. 

¿Y piensas seguir en este mundo? ¿Lo haces realmente porque te gusta o porque hay que comer?

Al principio empecé porque había que comer, esa era mi única motivación, lo que pasa es que después le empecé a coger el gusto. Ahora por ejemplo, este año de pandemia, que además estaba terminando la película, ya tenía demasiadas cosas entre manos, aparte de que era difícil montar los talleres y todo eso. Al principio me alegré porque tendría tiempo para dedicarme más a mis películas, a mis proyectos. Después pensé que era una buena oportunidad para dejar el grupito de cine experimental que tenemos montado en el cole pero a diario me preguntan que cuándo vamos a volver. Llevo dos años intentando dejarlo, pero me da pena... Y ahora que ya estaba convencida de que este era el último año, pienso que me voy a desconectar de la gente de la edad de mi hija, porque esto me facilitaba también la labor para arreglar las cosas dentro de mi familia, porque entendía lo que le pasaba. Sigo con el Aula de Cine que este año es online y con los cursos en centros de profesorado.

Para hacer cine, qué formato te gusta más: dirigir un largometraje, un corto, un videoclip, la animación... 

Escribir en el ordenador me agota mucho y lo tengo que alternar con algo manual, me relaja hacer cosas manuales aunque canse, porque cansa, me duele mucho la espalda animando, termino con el lumbar destrozado, pero me relaja pensar en una escena con las manos, tocando materiales, recortando, haciendo una escultura, eso me quita tensión, pero como lo hago todo a la vez, mientras estoy escribiendo la nueva historia, estoy editando la anterior y en medio recorto, hago animaciones, una maqueta nueva… Creo que lo hago para ordenar mi caos, porque soy muy organizada, pero también quiero abarcar más de lo que puedo, tengo que ir alternando tareas para no estresarme.

También suelo trabajar con cero presupuesto o muy poco, lo hago casi todo. Esta película me ha sorprendido que saliese al final porque la había abandonado dos veces, hasta que de pronto encontré la manera, había editado con una compañera editora profesional, pero ya llegó un momento que dije: mira, si no estamos cobrando, esto es cine pobre, cine experimental —que es lo mismo— pues vamos a demostrarlo. Entonces es cuando me puse a cortar en plan burdo, a enseñar las costuras, digamos, para demostrar que esto es tan precario como todo de lo que estamos hablando en la película.

Esta es mi segunda experiencia de largometraje y las dos han sido colectivas, muy largas en el tiempo, poco remuneradas y gratificantes, por otro lado. La primera fue la del Sáhara, la que hicimos 10 mujeres andaluzas retratando a 10 mujeres saharauis, también fue un proceso colectivo distinto a este, completamente, porque aquel fue de mucha gente colaborando a la vez y en esta elaboramos pequeños trozos, a lo largo de mucho tiempo. Entonces para mí básicamente la manera de trabajar es la misma, ha sido como hacer muchas piezas cortas que después se han unido, como un collage. Lo que intento es probar cosas que me interesan en ese momento. 

Y de cara al futuro...

He empezado a trabajar con Ana Johnson y con Greta García Johnson. Ana Johnson es artista plástica, hace escultura y también hace videoarte. Greta es su hija, que aparte de bailarina y coreógrafa escribe muy bien. Estamos preparando una obra de teatro y arte digital, en la que el público hace un recorrido por un espacio. En ese espacio encuentras pequeñas escenas de recortables y esculturas o de videojuegos animados, juegos de mesa que nos estamos inventando...

¿Pero hablamos de cine, de teatro o de una mezcla de todo?

Es teatro de objetos.

¿Un espectáculo para hacerlo en vivo?

Sí, de artes vivas. Como también estamos haciendo cosas de plastilina, Ana está haciendo un montón de esculturas de plastilina para animarlas, habrá interpretación en escena, partes pregrabadas y animaciones… No descartamos que todo esto termine siendo una película lineal en el futuro, pero vamos a ir poco a poco, primero por la precariedad de la que hablamos, hay muy pocas ayudas... También hay un proyecto de largometraje de ficción que trata temas parecidos, relaciones madre hija y miedos.

¿Cómo ves el futuro del mundo de la cultura en medio de la pandemia?

A mí personalmente me ha venido mejor que nunca, es la primera vez en un montón de años que me puedo dedicar a mis proyectos y que tengo trabajo, como muchas de las cosas se hacen online no estoy tan estresada, tengo más tiempo, puedo trabajar en cosas que se relacionan con el audiovisual y a la vez desarrollar mis proyectos... Tanto que hasta he terminado la película.

Si no fuera por esto igual no la habrías terminado...

Claro, la he terminado por esto. Además, como había ayuda a autónomos podía trabajar en mi película sin tener que salir corriendo a buscar un trabajo. A quienes peor estoy viendo pasarlo es a la gente que se dedica a la música o al teatro, cuánto tiempo pasará hasta que haya de nuevo espectáculos con aforo suficiente… La gente de las artes vivas, del teatro, de la música, lo están pasando mal.

 

Con este recuerdo a la gente del espectáculo finalizamos nuestra conversación. Una pregunta se queda en el aire: ¿habrá una “Alameda 2038”?