La voz del otro yo
- Título: La voz del otro yo
- Autor: Calixto Torres
- Editorial: Detorres Editores (Colección Alma)
Delegación Territorial de Desarrollo Educativo de Córdoba
En cada palabra existe una respuesta, existe una esperanza, un intento por expandir todo aquello que amamos y se hace difícil alcanzar. Esta podría ser la tarjeta de presentación del poemario La voz del otro yo, del poeta y editor cordobés Calixto Torres. Se trata de un compendio de cincuenta y nueve poemas, divididos en tres bloques, aparentemente independientes, pero intensamente complementarios, de veinte, dieciséis y veintitrés poemas respectivamente, que muestran la voz de un poeta auténtico. El paso indescifrable de los misterios del pensamiento, la sustancia del tiempo —junto con los recuerdos— y los embelecos del amor... hacen de este libro un ejemplar que testimonia cómo la poesía, al decir de Gabriel Celaya, sigue siendo un arma cargada de futuro.
Y todo ello desde una poética provocadora —rompedora, desafiante, antiacadémica, iconoclasta, inconformista y lúdica— que no deja a nadie indiferente: todos encontrarán en alguno de sus poemas algo que les pertenezca, o bien algo que les intranquilice, pero siempre desde la óptica de un poeta que escribe con honestidad, para quien la poesía es la piedra angular de su vida, que quiere vivir para ella y no de ella.
Calixto Torres concibe la poesía como una obra de lenguaje por encima de cualquier otra consideración, aun de carácter personal, y lo que de verdad cuenta finalmente para él es la eficacia expresiva o, al menos, su búsqueda. Creo que esa es la clave para entender su idiolecto poético: el interés por la investigación idiomática y la experimentación formal, sin olvidar la dislocación del ritmo fluyente provocada por la ausencia de mayúsculas y signos de puntuación. Hagamos un breve recorrido por los tres bloques de este poemario.
I. La voz del otro yo
Dos citas de Octavio Paz y Claudio Rodríguez nos adentran en un tupido bosque de sentimientos, emociones y reflexiones, sobre todo en torno a la creación poética y la búsqueda de un estilo más personal. Del primero tomará Calixto algunas ideas en la búsqueda de ese estilo, por ejemplo la luz, que se erige como símbolo clave: el poeta injerta la naturaleza en el arte y aprehende, percibe el saber poético. Del segundo asume la verosimilitud de la creación literaria, por medio de la cual se genera un canto que, como la claridad, es un don, esto es, no supone esfuerzo ni oficio por parte del poeta, tan solo despojamiento hasta ser capaz de acompasar sus pasos, como su corazón, al ritmo de la naturaleza, de percibir con claridad el canto de las cosas y de expresarlo no con su voz de hombre, sino con la voz de las cosas mismas, para al final sentir cómo el canto se va haciendo cada vez más perceptible.
Leyendo estos versos de Calixto Torres, llego a la conclusión de que solo en el poema encuentra el creador la verdad desnuda, la esencia de la vida: la palabra rendida al papel; se acumulan las palabras en busca de respuestas a interrogantes supremos. Y de la palabra surge la voz, que inspira el aliento vital del poeta y desmantela la insolente osadía del tono hueco... Es la esperanza de la creación poética y, en definitiva, de la existencia, aportando ánimo a la extrema soledad.
Sin embargo, aún no ha salido todo, quedan resquicios por decir, por experimentar, por sentir... Es otra palabra, otro discurso, regenerador de otra realidad latente, quizás paralela a la realidad vivida por el poeta: ...almacenas en la sombra / la verdad de otra mirada... Y surge la discrepancia del poeta ante esa naturaleza impulsiva..., ante la verdad oculta, ante la mirada ausente y vacía. El poeta al encuentro de la verdad: esa es la razón de escribir, superando la virginidad de las horas y bebiendo del vaso de las ilusiones.
El poeta no cierra nunca los ojos en su búsqueda anhelante de la sinceridad. La duda sosegada es también una manera de crear... como un antídoto para el orgullo depravado y la cobardía del mundo, haciendo frente a la realidad: ...engullo la esencia ingrata; ... intenté gritar: la voz del poeta no se apaga nunca, ni siquiera en los momentos más álgidos de la soledad o la nostalgia. La memoria es su mejor arma para afrontar la adversidad del paso del tiempo, de las horas que se fueron... Pero se acaba el ahora, llega la nada... En la línea de Quevedo (“Ah de la vida”): soy un fue, y un será, y un es cansado... Comparemos estos versos con los de Calixto: ...quizá exista / un momento sin presente y / un futuro sin momentos... Podemos decir que la realidad, que es soporte de lo expresado, es el "ahora" del autor. Tomando el presente como eje o punto de partida, el poeta va hacia el pasado y el futuro. La realidad es hoy, el presente, pero el poeta vuelve su mirada hacia un ayer de nostalgia, que se supone mejor que hoy. Asimismo, existe desaliento en ese mirar hacia un futuro que se ve como imposible de llegar. La idea es clara. Todo conduce a centrarnos en un ahora vaciado de aspectos positivos, carente de valores.
La soledad y los recuerdos martillean la mente del poeta: ...la soledad como liberación, ligero de equipaje (vuelve Machado); ...esas mieles del ayer que tanto escuecen... Vuelven los recuerdos, el paso del tiempo. El silencio de otro yo asume la transfiguración del poeta, por medio de la creación. Escribir poesía supone, en cierta forma, asumir un compromiso con la soledad, en el que hay que buscar la voz escondida en la ausencia...
El penúltimo poema de este bloque viene encabezado por la máxima de Borges “el tiempo es la sustancia de la que estoy hecho”. El tiempo y sus posibilidades lúdicas constituyen uno de los pilares centrales de la obra de imaginación, poética y ensayística de Jorge Luis Borges, en esta misma línea, hablar del tiempo en este primer bloque de poemas es decir que la vida tiene "n" dimensiones, que cada uno vive a su manera y por muy próximo que sea a otra persona, percibe las cosas desde otro punto de vista, desde ese tiempo interior que transcurre por su otro yo, pues el poeta siente que muere la espera de la espera que / amasa el delirio del eterno intuir / rendido al tiempo.
Termina la primera parte con una constatación de “equipaje ligero” que llevará el poeta, en ese trance que Juan Ramón Jiménez llamó “El viaje definitivo”: ... lo mejor queda en depósito / la sensibilidad de las tardes nutridas de espera...
II. Vestigios de casi todo
Dos citas del poeta cubano Eliseo Diego, que definió el malestar y su correlato afectivo, y del argentino Roberto Juarroz, nos orientan en la línea temática de la primera parte. La una idea inicial que llama nuestra atención es la de que hay como una falta de adecuación entre el poeta y el entorno... La infamia, la dignidad, la razón, los sueños, la discordia... conceptos con los que se va esenciando la copa poética y aromando los versos con sus tintes reflexivos. La terapia del recuerdo choca con la contemplación de una realidad huidiza, deshumanizada, como por ejemplo, cuando en el poema que comienza estaba recordando / algo... el poeta nos invita a mirar a través de la ventana, para contemplar una cigüeña que ha anidado en una grúa, sobre un bloque de okupas.
Pese a que la mente se somete a la rutina del cotidiano vivir, queda precisamente la única ilusión de haber vivido. Todo abismo es caída, no hay retorno, ni siquiera al paraíso. El horóscopo, el sino, el antojo, estamos sometidos a la ley universal del Πάντα ῥεῖ (‘panta rei’), del que hablaba el filósofo griego Heráclito. Todo fluye. O la vida es un continuo cambio, con nuestras complejidades y personalidad, la vida fluye, cambia, continúa, nos lleva, siempre alrededor de cada uno de nosotros. Y esto es así porque ...el fin no admite pertenencias en su ingrata soledad... / no tener nada de tanto... Hay un cierto aroma machadiano en estos versos (me encontraréis ligero de equipaje, casi desnudo...). En este sentido, Calixto Torres no expresa ningún tipo de angustia por la muerte, ni siquiera la cita directamente en este libro, simplemente asume sus recuerdos.
Sin embargo, debe de haber un pecado que inyecte cordura / propósito de enmienda de la postura menos privilegiada: solo hay una salida en lo que nos ha sido vedado éticamente. Hay en estos versos de la segunda parte una espita, una salida hacia una nueva ética, más humanizada, que se encuentra en la poesía: por fin, la liberación a través de la poesía, la identificación con la poesía, tal vez soy uno —verso—de ellos... rubricada por una cita de Roberto Juarroz: Quizá debamos aprender que lo imperfecto es otra forma de perfección... Para Calixto Torres, la perfección está precisamente en su misma imperfección, pues no quiere a alguien que no tropiece, a alguien que nunca llore, a alguien que sea autosuficiente, ese alguien no necesita de nadie para existir y eso precisamente no es lo que desea el poeta. Hay que entender que la perfección está en los ojos de quien mira y en la humildad de saberse un igual a todos los que le rodean.
Pese a esa liberación, el poeta presiente que la caja de Pandora está vacía; en medio de tanta desdicha, el poeta solo anhela una caricia... Poema este sublimado a partir de los versos de Blas de Otero: Un mundo como un árbol desgajado. / Una generación desarraigada. / Unos hombres sin más destino que / apuntalar las ruinas… Blas de Otero, como es sabido, pretende huir del famoso lema de Juan Ramón Jiménez “A la minoría siempre” o “A la inmensa minoría”, y se dirige “A la inmensa mayoría” (dedicatoria que estampa al frente de uno de sus libros), a esa inmensa mayoría de hombres que, tal como manifiesta Calixto Torres, nacen, viven, aman, sufren y mueren, en un mundo... como un árbol desgajado. Precisamente este poemario, tras la primera lectura produce la impresión de que va destinado a esa inmensa minoría, pero, paulatinamente, después de una segunda lectura, cuando afloran con mayor intensidad los sentimientos y emociones, deja entrever que la meta final que persigue es llegar a esa otra inmensa mayoría. Más adelante volveremos brevemente sobre esta cuestión.
Y otra vez la historia que se repite, las miserias de una guerra: confrontaciones de discordia... miradas cargadas de un odio desatinado... el amargo veneno del recuerdo... Otro día de escombros: la mente está atrapada entre ejemplos, consejos, palabras, discursos... No hay salida. Los dos últimos versos de esta segunda parte nos devuelven al tema del recuerdo, a partir de la angustia que provoca el paso del tiempo, como el vacío que deja una ausencia, en donde se desdibuja hasta el entendimiento. Pese a ello, nuestro poeta ha comprendido lo esencial, y esto se podría resumir en la conservación de las energías y la relatividad de todo. Como el tiempo unidireccional, la nave ha llegado a su destino. La certeza del paso del tiempo es la única que le queda al poeta, pero le ha conducido irremediablemente a la soledad...
III. Menos que nada
Principia este eje poemático un fragmento de la Canción desesperada “Emerge tu recuerdo” de Pablo Neruda: este canto de amor contrariado que cierra el libro representa un grito de dolor del hombre, del poeta, del viajero eterno, a quien, en el momento de partir, le asalta un recuerdo que le obliga a reflexionar...
No sabemos si consciente o inconscientemente —más bien lo primero—, el eje central de esta tercera parte la ha reservado el poeta para el amor. Por fin el amor, que llega como la voz que le inspira, refrendado por el testimonio sincero de unos labios, es la locura de amor, amar hasta límites insospechados, casi hasta perder la noción de la existencia. Una cita del “monólogo de Casandra”, del Agamenón de Esquilo, nos pone en la pista de este amor, pero también de la ira, de la contradicción, del desenfado, del desenfreno... del desencanto. Una infinidad de sentimientos y sensaciones habitan a la vez en complejas personalidades y convergen en una sola fuerza creadora. Así, la vida y la obra se confunden y entremezclan, se vive para crear, se crea lo vivido, como si fuera una premonición.
El beso como colofón y meta de una mirada ciega de amor, con aroma a primavera, lo que hace resurgir los sueños. El deseo es como un desfiladero de la pasión, el poeta vuelve una y otra vez sobre el deseo apacible que fermenta un beso, símbolo de la proximidad, no hay distancia entre los amantes, pero se trata de amar arrebatadamente; y perder el amor es como un sorbo asfixiante de whisky, no hay amanecer.
El momento culminante del amor, también en el sexo: el instante después de ese instante,... / cuando el corazón demora su pálpito / logrando desactivar todos todos los sentidos / a la vez. Amar exclusivamente: no sé acariciar a nadie que no seas tú... La sensualidad conduce al poeta a un estadio adolescente del amor, ardiendo en las ascuas más lujuriosas. Todo me sabe a ti, eres toda tú, en la realidad y en los recuerdos.
A veces también los besos nos aportan insomnio, cuando son anodinos, quizás por la displicencia furtiva de los labios. Inquietud, susurros, el universo de lujuria. Dirigiéndose a la mujer amada: amar hasta adueñarme de ti, como temiendo un quebranto denunciado por tus ojos. No sé si soy si seré si he sido, pero, parafraseando a Neruda, es como si el poeta afirmara con rotundidad: “confieso que he amado”. Y es que a nuestro poeta le ha tocado padecer y luchar, amar y cantar; le tocaron en el reparto del mundo el triunfo y la derrota, ha probado el gusto del pan y el de la sangre. ¿Qué más quiere un poeta? Y todas las alternativas, desde el llanto hasta los besos, desde la soledad hasta el pueblo, perviven en su poesía, actúan en ella porque vive para la poesía, y su poesía sustenta sus luchas. Su vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta.
Además, por más que sea intenso el sentimiento del amor, siempre queda un deseo no alcanzado. A veces el rechazo también provoca tensión... húmeda de ansias y confusas apariencias... El amor se hizo río... / desplomando su humanidad / por el cauce de la indiferencia... Y el río se hizo llanto, mientras dejaba las marcas, los arañazos de la desesperanza. Te quise retener tan dentro de mí que solo me quedaron tus pétalos disecados. Y me alejé, para refugiarme en la soledad. Pero el deseo aflorará, lo sabe el poeta, como retoña la hierba, aunque se haya alejado la sonrisa. Y esto lo hace Calixto en la línea poética de José Ángel Valente: el yo poético se sitúa ante la sombra, ante la ausencia de la imagen reflejada.
Persiste la impaciencia por ver renacer el amor, refugiado en el deseo, en el silencio de los besos, en la caricia más temprana. La mente está agotada, hay demasiadas cavilaciones. El poeta no desespera, intenta luchar a contracorriente, aunque esté convencido de que todo es intento. Sí, renace el amor, con nuevos bríos, con tintes de un CARPE DIEM axiomático y palmario: el futuro engendrará el renacer del beso... el final de la tercera parte nos devuelve, de alguna manera, a la primera, como queriendo constatar que el poemario tiene un final doble, a saber, abierto y circular al mismo tiempo...
IV. A modo de conclusión
Posee Calixto Torres una capacidad idiomática condensadora, en la línea de aquella famosa sentencia de Paul Valéry: “la poesía no se hace con el sentimiento, sino con las palabras”. La poesía significa, para nuestro poeta, una labor de sumergimiento en la psique colectiva, de poner el dedo en las llagas que padece y sufrirlas con ella, de manera que así despierte y comience a levantar las ruinas, de despertador de la conciencia humana, de apelación a la íntima verdad. Es, por demás, un poeta demasiado exigente consigo mismo; corrige mucho sus versos y ha publicado con parquedad y con lentitud, porque él sabe mejor que nadie que escribir es necesario, publicar no. Lentitud, firmeza, trabajo y reflexión son los conceptos que desde un principio informan su quehacer poético. A destacar, entre los recursos más habituales de este poemario, los siguientes:
- La dislocación del ritmo fluyente provocada por la ausencia de mayúsculas y signos de puntuación, técnica evidentemente vanguardista, en connivencia casi siempre con recursos visuales de especial distribución gráfica de los versos.
- La intensificación expresiva obtenida con la reiteración del mismo elemento léxico y-o sintáctico o con el desarrollo de variaciones sobre un mismo tema.
- El ritmo insistente, reiterador y tenaz que producen las formas paralelísticas.
- El aprovechamiento del “valor poético” de esos largos adverbios en –mente y de las reduplicaciones de otros adverbios, sobre todo los de tiempo.
- El aprovechamiento expresivo del material fónico.
- El regreso a la imagen poética, no como un recurso literario, sino como un hecho contemplativo (el poeta-observador).
- ...
No podemos aplicar a este poemario los esquemas propios de la métrica tradicional o académica, puesto que estamos ante un caso de versificación libre. Más concretamente, cada poema de este libro está compuesto por versículos, como es sabido, forma de verso adoptada por muchos poetas contemporáneos. Con él se suprime todo elemento rítmico externo: metro (varía mucho el número de sílabas de versículo a versículo), rima, acentos fijos y pausas. El versículo obedece a un ritmo interior que el poeta le va imponiendo según lo exige el curso de sus sentimientos. La ametría de los versículos es, pues, evidente, como el hecho de la libre combinación de los mismos. Pero esta libertad con la que opera el autor no es imagen del caos. Además, en el caso de La voz del otro yo, bajo esta aparente libertad total en la disposición de los versículos, se transparenta una manera de estructura clásica o, por lo menos, de sólida apoyatura rítmica y orquestal, un estudiado sistema de columnas —por decirlo así— sobre el que se asienta toda la arquitectura del libro.
Al igual que ya hiciera Vicente Aleixandre en la segunda parte de su Historia del corazón, en donde el hombre-poeta se vuelve hacia su entorno, huye de la soledad, busca la compañía, la proximidad de otros para encontrarse y reconocerse en ellos, Calixto Torres escribe con la "mirada extendida", y habla al "corazón" de todos los seres humanos; se trata de una poesía cuya expresión goza de una elaboración cuidada y nada artificiosa, pero con un ansia de universalidad. Anteriormente, al referirme a esta cuestión, aludía no solamente al hecho de dedicarse unos poetas —Blas de Otero, Gabriel Celaya— "a la inmensa mayoría" y otros —Juan Ramón Jiménez— "a la inmensa minoría", sino también a la existencia de dos concepciones antagónicas del fenómeno poético que, en buena medida, presiden el panorama de la producción poética española contemporánea. Desde este punto de vista, La voz del otro yo comparte ambas direcciones, pues en tanto que su autor despliega ante los lectores sentimientos universales (la muerte, el amor, el paso del tiempo, la memoria, los recuerdos...) encamina su mirada hacia la inmensa mayoría; por otro lado, en tanto que el poeta aporta novedad y tradición en la imagen, una sintaxis rompedora de la lógica, la expresión gráfica del poema, mucho más que el brillo erudito, pues su lenguaje aspira a erigirse en un nuevo "decir", tenemos que referirnos forzosamente a esa otra inmensa minoría. Al fin y al cabo, esta doble vertiente obedece a las diferentes concepciones que unos y otros mantienen acerca de la relación poeta-público. Ahora bien, la diferencia entre ambos puntos de vista, según nuestro criterio, no es cuantitativa, sino cualitativa, es decir, no estriba en si son muchos o pocos los que leen poesía, sino en quiénes la leen.
No es la primera vez que tengo la oportunidad, convertida en privilegio, de escribir sobre Calixto Torres. Ya sé que es un tópico, pero hoy, en esta sociedad que avanza en tecnología tan rápidamente como retrocede en igualdad social, los esfuerzos del poeta por salir adelante, como un nadador contracorriente, son verdaderamente dignos de todo elogio. Y esta máxima se cumple a la perfección en el caso del editor y poeta Calixto Torres. Hace ya bastantes años que conozco a Calixto, tiempo más que suficiente para valorarlo y reconocerlo como un poeta y editor serio y comprometido.
Salta a la vista que hay un tema de referencia en su universo creador, el amor, como una influencia positiva de las lecturas de sus poetas favoritos: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Lorca, Whitman, Pessoa, entre otros. Pero su poesía trasciende a otros temas de un mayor calado social y vivencial, como es el caso de la violencia de género, el campo, los recuerdos... Él no escribe por mero capricho o divertimento, sino todo lo contrario, el arte de escribir versos supone, para Calixto, toda una filosofía de la existencia, aireando y compartiendo esos sentimientos que bullen en su mente, y, sobre todo, escribe para encontrarse a sí mismo.