
En el fondo, fueron buenos tiempos para nosotros, los olivos, ya que nuestra dureza para adaptarnos a las condiciones de calor y escasez de agua que aún soportamos ha logrado que hoy seamos protagonistas en muchos aspectos que jamás habríamos imaginado. ¡Quién iba a decirme cuando no era más que un pequeño brote que algún día mis aceitunas podrían convertirse en combustible para automóviles!
Pero otros, viejos compañeros, no corrieron la misma suerte. El Pinsapo, andaluz antiguo como yo y los míos, no soportó la repentina falta de lluvias en algunos de sus principales reductos, la Sierra de Grazalema fue el caso más claro, y hoy no es más que un recuerdo. Su lugar, como tantos otros, ha sido ocupado por el bosque mediterráneo, cuando no ha sido pasto de la desertificación, por supuesto.