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Discursos

Intervención de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, en el coloquio organizado por la Cadena SER

17/10/2013
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Ante todo, Ángels Barceló, permíteme que agradezca tu presentación. Confieso mi admiración por una periodista tan comprometida con la información y especialmente con la información que tiene como protagonistas a los más vulnerables, los más desprotegidos, los más abandonados e incluso los más olvidados.

Si prestigias la comunicación, lo haces porque ejerces tu profesión con compromiso y honestidad.

Cuando te pedí que me presentaras recordé que hace tres años oí una entrevista tuya al escritor uruguayo Eduardo Galeano. Hablabais de fútbol y él, en un momento dado, te dijo: "El fútbol es como la vida: una alegría que duele". De alguna manera, Ángels, eso es lo que haces tú al contarnos la vida que acontece en este país, que es una alegría que muchas veces está doliendo.

Gracias de nuevo, a ti y, por supuesto, a la Cadena SER por invitarme a este foro cuando se cumplen los primeros 40 días al frente del Gobierno, la cuarentena a la que se refería Ángels Barceló. Lo agradezco porque es la primera vez que me dirijo a los andaluces desde esta tribuna.

Estimados amigos y amigas,

No creo que les descubra nada extraordinario si les digo que soy una mujer de izquierdas, muy de izquierdas, y que en la izquierda anida lo más profundo de mis convicciones.

Dicho esto, y dicho con rotundidad, permítanme añadir mi compromiso de gobernar para todos, esto es, para los que me han votado y para los que no. He dado mi palabra a los andaluces y a las andaluzas y voy a cumplirla.

Creo que gobernar para todos es la mejor manera, tal vez la única, de generar confianza en todos los ciudadanos, en todos los sectores sociales, en todos los ámbitos, en toda la sociedad. Confianza en nuestra capacidad de crecimiento, de generación de riqueza, de generación de igualdad de oportunidades y desde luego confianza en capacidad de creación de empleo.

Yo sé que nada hace más libre a una persona que contar con un empleo digno, que le permita desarrollar junto a su familia un proyecto de vida, realizar sus sueños y luchar por sus ilusiones.

Para generar esa confianza y para propiciar las condiciones adecuadas para que Andalucía avance, tengo que tejer alianzas, alcanzar acuerdos y lograr complicidades, buscando no sólo la recuperación económica, sino también cambiar el modelo productivo en Andalucía.

Nadie cabalmente puede pensar que esto último puedo hacerlo sin las empresas, sin los trabajadores, sin la universidad. Tengo que hacerlo con todos y sin duda contra nadie. Por eso hablo de trenzar alianzas de largo aliento y  con una perspectiva ambiciosa de lo que queremos que sea.

Una redefinición de nuestro modelo productivo, un cambio estratégico que sobrepasa la labor de un Gobierno y de una legislatura.

Porque, detrás de esta estrategia, y detrás de la estrategia por recuperar la confianza y la dignidad de la política, se esconde una ambición mayor: recuperar la alianza entre la política y la sociedad.

A ese objetivo responden los primeros pasos que está dando mi Gobierno desde que asumí la Presidencia de la Junta de Andalucía.

Muy poco tiempo, ciertamente, pero desde luego muy intenso y en el que hemos venido trabajando en los cuatro grandes ejes de mi programa de investidura:

En primer lugar, la recuperación de la política como instrumento en el que confíen los ciudadanos para la gestión de los asuntos públicos.En segundo lugar, una política económica al servicio de las personas comprometida con el crecimiento y el empleo como fines prioritarios. En tercer lugar, la cohesión social.Y en cuarto lugar, pero no por ello menos importante, en la defensa de los intereses de Andalucía y de su papel en España.

En todos estos campos hemos hecho bastantes cosas. No es el foro hoy para hacer un recorrido por la gestión realizada. Pero sí quisiera detenerme en algunos hitos de este camino emprendido que entiendo pueden ser útiles para comprender cómo se va concretando en hechos el nuevo tiempo al que he venido haciendo referencia últimamente.

Un nuevo tiempo que, como he tenido ocasión de explicar, no consiste en un mero cambio en la Presidencia de la Junta de Andalucía. Al contrario, cuando decimos un nuevo tiempo expresamos lo que queremos que pase: que las cosas cambien y que cambien para mejor.

Como les decía, uno de mis propósitos fundamentales es recuperar el valor de la política como instrumento democrático de la ciudadanía. Lamentablemente, hace tiempo que los políticos dejamos de ser la solución y nos convertimos en un problema que copa los lideratos de la opinión pública.

Es una opinión, un estado de ánimo, al que hay que dar la vuelta, porque no hay democracia sin política y, en consecuencia, sin políticos.

El alejamiento de los ciudadanos de la política no es un fenómeno nuevo. Pero nadie, sensatamente, puede desconocer que en los últimos años se ha agudizado hasta convertirse en un riesgo para la propia salud democrática de la sociedad. Simplificando mucho, por no alargarme, creo que hay tres razones fundamentales por las que se ha producido ese notable aumento de la llamada desafección pública y de la pérdida de prestigio de las instituciones.

Una primera tiene que ver con un mensaje que, a veces implícitamente, a veces descaradamente, se traslada a los ciudadanos. Me refiero al hecho de que se pretende hacerles ver que se opine lo que se opine por parte la sociedad, incluso se vote lo que se vote, no hay otro camino posible que el trazado por otros poderes no democráticos que hacen demostración permanente de su capacidad de influencia en la política.

Una influencia que sobrepasa ampliamente a la que tiene y puede ejercer la sociedad en su conjunto, eso que en otros momentos hemos llamado el pueblo, y que es, y debe ser, el fundamento de toda soberanía.

La segunda razón de la desafección, en mi opinión, y que está íntimamente ligada con la anterior, es la ruptura o, por ser más suaves, el deterioro del vínculo de confianza entre los administrados y los administradores.

La confianza es un factor intangible pero imprescindible para que la vida social tenga seguridad y despeje incertidumbres. Pero la confianza no se predica: se tiene, porque se ha ganado, o no se tiene, porque no se ganó nunca o porque se ha perdido. Lo vengo diciendo desde el primer día que me presenté a las primarias: basta de pedir confianza a la gente, lo que hace falta es que devolvamos la confianza a las personas.

A nadie se le puede ocultar que una de las causas del daño producido en esa necesaria relación entre la sociedad y sus representantes es la pérdida de credibilidad de las ofertas políticas. Eso de "se dice pero no se hace; se hace, pero no se dice".

Parece como si nos hubiésemos acostumbrado a que las promesas están para no cumplirlas, a que los compromisos electorales se olviden o a que se viole con demasiada frecuencia el pacto con la ciudadanía que se establece al recibir el voto de ésta. Y no olvidemos que el voto es, esencialmente, un depósito de confianza que recibimos y que, como acabo de decir, tenemos que devolver a los ciudadanos.

La tercera causa de la desafección, claro está, es la corrupción.

Cuando el ciudadano ve que se malversa el dinero que tanto cuesta entregar al Estado, cuando observa cómo algunos se aprovechan de lo que es de todos con fines de enriquecimiento personal, lo que se produce es un daño que cuesta mucho reparar.

La suma de todos los casos que conocemos ha dado lugar, con razón, a una enorme alarma social que amenaza con convertirse en un pozo en el que queden enterradas muchas de las palabras y de las acciones orientadas al bien común procedentes de la política.

Pues bien, ante esta situación hay que sacar la cabeza, hay que empezar a respirar aire limpio y hay que cambiar el estado de las cosas. Por eso, y para oír a la gente de la calle, me he propuesto desde el primer día gobernar con las ventanas abiertas en todas las instituciones de Andalucía.

Frente a la idea de la inutilidad de la política por la falta de alternativas, nosotros, desde el Gobierno andaluz, demostramos que se puede gobernar de otra manera, que la izquierda puede y debe hacer cosas distintas a la derecha y que, además, la opinión de los ciudadanos cuenta y su voto es decisivo que para que pueda hacerse una política distinta y más favorable a sus intereses.

Frente a la resignación y a la idea de que no se cumple lo prometido, nosotros tenemos un compromiso firme de hacer lo que decimos y vamos a establecer los mecanismos de transparencia, participación y rendición de cuentas ante la ciudadanía, día a día, durante los cuatro años.

Y frente a la corrupción, he empeñado mi palabra de que voy a ser implacable y puedo asegurarles a los ciudadanos de Andalucía que voy a ser implacable en la lucha contra la corrupción.

Las cosas son simples y, para mí, muy claras: o los políticos cumplimos con nuestra obligación y nos ponemos decidida y sinceramente al frente de la lucha contra la corrupción en todos los ámbitos y con todos los instrumentos que están a nuestro alcance, o, los que no lo hagan, faltarán a su deber y, lo advierto, serán arrastrados por la ola de la indignación ciudadana que pasará por encima de ellos.

Se trata de un problema no de tal o cual partido, no de tal o cual institución, sino de todos, y por eso ofrecí y pedí al presidente del Gobierno de España que liderara un pacto nacional para la regeneración política.

Un pacto no para tapar nada; al contrario, para combatir la corrupción, sus causas y sus efectos.

Yo puedo decirles que estamos haciendo nuestra tarea, de manera que estamos ya trabajando en la batería de medidas que anuncié en mi investidura, en la ampliación de la capacidad fiscalizadora y sancionadora de la Cámara de Cuentas o la propuesta de una iniciativa legislativa ante el Congreso de los Diputados para prohibir las donaciones privadas a los partidos políticos. No me cansaré de recordar que quien da un euro a un partido político espera algo a cambio, si es que no lo ha recibido ya.

Vamos a seguir de forma persistente en este empeño. Lo haremos por razones éticas, políticas y también porque no debemos olvidar que uno de los efectos más perniciosos del actual clima de desafección política es la desconfianza.

La desconfianza es un factor que constituye un obstáculo para movilizar todos los recursos y todos los esfuerzos de la sociedad en torno al que ha de ser el gran objetivo de todos: superar la crisis económica, crecer y crear empleo.

En este sentido, no podemos caer en el voluntarismo, y menos en la propaganda. Los Presupuestos Generales del Estado no son, como se pretende hacer ver, los presupuestos de la recuperación. Si acaso, los de la preocupación de millones de familias, empresarios y trabajadores.

El último informe del FMI sostiene que España será el país europeo que menos crezca el año próximo, excepción hecha de Chipre y Eslovenia, que seguirán en recesión. Y más pesimista se muestra aún en cuanto al medio plazo, puesto que dentro de cinco años el PIB real de España crecerá solamente el 1,2%, el menor crecimiento de toda la zona Euro.

Se trata del resultado de una política económica que ha decidido que el camino más rápido para salir de la crisis no es favorecer nuestra capacidad de innovación, la competencia de nuestra gente o el atrevimiento de nuestros emprendedores, sino devaluar el nivel de vida de la gran mayoría en un proceso que, por lo demás, está provocando la asfixia financiera de las pequeñas y medianas empresas.

Y está claro que las décimas de mejora en las previsiones no se deben a la política de ajustes y devaluación interna, sino a la aportación del sector exterior y a los cambios en el contexto europeo. Unos cambios como la amenaza de intervención del BCE que ha relajado las tensiones financieras y la flexibilización del ajuste fiscal que habían sido reiteradamente demandados por muchos de nosotros desde hace mucho tiempo.

Lamentablemente, esa flexibilización de los objetivos del déficit no se refleja en la atención a las comunidades autónomas.

Una  vez más, el esfuerzo de consolidación fiscal que vuelve a exigírsenos a las autonomías es brutal de cara al año 2014: un déficit del 1%, tres décimas menos que en 2013, mientras que la Administración central, sin contar la Seguridad Social, se compromete con un esfuerzo infinitamente inferior en términos absolutos, con un déficit del 3,7% y también en términos relativos, con solo una décima menos que en 2013.

Ello sin olvidar que los ajustes en el gasto de las comunidades autónomas son más complejos, ya que se concentran en el núcleo duro del sistema de Estado de bienestar: educación, sanidad y protección social.

La suma de este mayor esfuerzo, de la disminución de las transferencias y del Fondo de Compensación Interterritorial hace que Andalucía necesite hacer un ajuste adicional de 1.200 millones de euros, lo que, evidentemente, nos ha complicado sobremanera la elaboración del presupuesto.

1.200 millones de euros con los que no podremos contar para sostener los servicios públicos fundamentales que reclaman y necesitan los andaluces y las andaluzas y que sobre todo aseguran la cohesión social en nuestra tierra.

Y a todo ello hay que sumar los efectos de una opaca e injusta aplicación del sistema de financiación.

Andalucía tiene unos ingresos per cápita provenientes del sistema de financiación 125 euros por debajo de la media, lo que viene a significar unos mil millones menos cada año.

Esto significa que hemos de incrementar los ingresos en la medida de lo posible, reforzando la equidad y la eficacia de nuestro sistema tributario.

Al mismo tiempo, buscaremos ingresos por la mejora de los fondos europeos y, también, tratando de hacer efectiva la operación de venta de activos que, por las dificultades del mercado financiero, aún no ha podido desarrollarse.

En todo caso, y pese a todas estas dificultades, vamos a sacar adelante un buen Presupuesto para Andalucía, un buen Presupuesto para los andaluces y las andaluzas.

Y yo no quiero ocultarles, todo lo contrario, las serias dificultades con la que nos estamos encontrando para cerrar nuestros presupuestos. Pero sí puedo decirles que frente a la actitud de renuncia que significan los Presupuestos Generales del Estado, los Presupuestos de la Junta de Andalucía son de desafío ante la crisis, de reto para sostener el Estado de Bienestar y de apuesta por el empleo.

Sin duda, unos Presupuestos de desafío ante la crisis que se basarán en unos principios claros: mantener las políticas de creación de empleo y de transformación del modelo productivo; blindar los servicios fundamentales, preservando al máximo el empleo público; y seguir apostando por la cohesión social de nuestra tierra.

En esta hoja de ruta se incluye el apoyo decisivo a las empresas andaluzas. Lo he dicho y lo repito: son las empresas andaluzas las que crean empleo y van a ser esas empresas, las que innovan, las que buscan aumentar su tamaño, van a tener en el Gobierno Andaluz su mejor aliado.

En esa filosofía se inscribe el programa de reindustrialización de pymes, que aprobaremos próximamente y que tendrá como objetivo ayudar a las empresas del sector a ganar tamaño, mediante la mejora de la capitalización empresarial, propiciando la inversión y la revitalización del tejido y del empleo industrial. Tengamos en cuenta que son estas empresas del sector industrial las que se han visto más afectadas por la crisis, con un descenso del 24,3% desde 2008.

Este programa, dotado inicialmente con 150 millones de euros supone también un avance en dos de mis compromisos desde el inicio de la legislatura.

Por un lado, en la medida en que no se trata de dar subvenciones sino de incentivos reembolsables que van a complementar los fondos propios de las empresas. Y además se concederán en régimen de concurrencia competitiva.

Por otro, porque, mediante la puesta en marcha de este instrumento financiero de capital riesgo, se viene a suplir desde el sector público y en condiciones muy favorables las carencias de crédito que hoy por hoy están estrangulando las posibilidades de crecimiento de muchas de nuestras pymes andaluzas.

Como señalaba anteriormente, la cohesión social es un elemento fundamental de nuestra acción de gobierno. Y no sólo porque la aspiración a una mayor igualdad forme parte del ADN de los partidos que formamos parte y que apoyamos este Gobierno. Es que, al día de hoy, se trata de una necesidad vital para nuestra sociedad.

En efecto, caben ya pocas dudas de que la subordinación de la política económica a la consolidación fiscal y la forma de alcanzar este objetivo por parte del Gobierno de España está provocando un aumento brutal en las desigualdades sociales. La bajada de sueldos, el aumento de impuestos  sobre el consumo, el encarecimiento de la educación y la sanidad, la supresión de becas, ayudas de comedor, o las ayudas a la dependencia afectan de manera directa y lacerante a quienes menos tienen.

Un aumento que puede observarse en todos los informes que se hacen públicos, los últimos de los cuales han sido el de Cáritas, que señalaba que más de tres millones de españoles estaban en situación de pobreza extrema, con menos de 300 euros de ingresos mensuales, y el de la Cruz Roja que ha de atender en sus necesidades vitales a 2,4 millones de pobres cuando hace apenas cuatro años no superaban 900.000.

Y esto es así porque, lamentablemente, la desigualdad avanza a galope tendido y lo hace en muchos frentes.

Un informe recientemente conocido  sitúa a España como el octavo país en el que más ha crecido el número de personas con un patrimonio igual o superior al millón de dólares, número que ha crecido en un 13% en el último año. Aunque la mayoría lo habrá leído en prensa, déjenme decirles que este informe es del Banco Credit Suisse, poco sospechoso, creo yo, de izquierdista.

Y con el mismo respeto habría que traer a colación los datos ofrecidos esta misma semana por el presidente de La Caixa, el señor Fainé, que reflejaba que los salarios en España han retrocedido al nivel de 1999, esto es, un salto atrás de casi 15 años.

Mientras, las clases medias trabajadoras, los pequeños y medianos empresarios, los autónomos, los funcionarios y los pensionistas seguirán atravesando su particular calvario. Por no hablar de los enfermos crónicos, las personas dependientes o los estudiantes.

Soy consciente de que este avance de la desigualdad no se reduce a España. Toda Europa se incorpora a este retroceso en la injusticia social que se extiende como la globalización de la pobreza.

La desgracia de Lampedusa es la expresión más cruel de un mundo cada vez más injusto y disparatado y la respuesta, por increíble que parezca, es la militarización del Mediterráneo. Y perdonen que lo diga con tanta crudeza, pero la detención y deportación de una chica kosovar cuando se encontraba de excursión escolar con sus compañeros en Francia, es una ignominia que recuerda los peores tiempos del Viejo Continente.

En Andalucía, con toda modestia, decimos que ése no puede ser nuestro camino. De hecho, no lo es: estamos haciendo un esfuerzo titánico para preservar los logros del Estado del bienestar y un gran esfuerzo para contrarrestar cuantos embates que viene sufriendo.

Así, Andalucía no aplicará el copago de farmacia hospitalaria, una medida cruel que hemos recurrido. Vamos a aumentar en 800 el número de profesores en la enseñanza pública y así se va a recoger en los presupuestos. Seguiremos siendo una comunidad de vanguardia en la atención a la dependencia o en políticas de igualdad. Continuaremos con nuestros programas contra la exclusión social.

Este compromiso lo puse de manifiesto, en el día de ayer, en la reunión que mantuve con la Mesa del Tercer Sector, dejando claro que asumimos la responsabilidad pública ante las graves situaciones por las que atraviesan muchas familias andaluzas.

En este ámbito, estoy en condiciones de anunciarles que en el Presupuesto de la Junta de Andalucía para 2014 se van a mantener los fondos destinados a una partida tan sensible y tan necesaria como la relativa a la dependencia.

En definitiva, tengan la seguridad de que la preocupación por aquellos que peor lo están pasando en estos momentos y la atención a sus necesidades serán la guía y el norte de todo lo que hagamos desde este gobierno.

De todo lo que hagamos y de todo aquello a lo que, desde una posición razonada, tengamos que rechazar. Permítanme, en este sentido, que les haga antes de concluir una doble referencia.

En primer lugar, en este avance de la desigualdad hay que incluir la reforma de la Administración local, que hoy mismo ha comenzado su tramitación parlamentaria en el Congreso de los Diputados.

Una reforma que rompe la igualdad entre los españoles, situándola en función del tamaño del municipio en que residan; que pone en peligro las prestaciones sociales que reciben millones de ciudadanos y que amenaza con liquidar decenas de miles de empleos sólo en Andalucía.

Una reforma a la que nos oponemos en todos los frentes: en el político, en el institucional y, si llega el caso, también en el judicial.

Y una segunda referencia tiene que ver con lo que creo que es, ante todo, un intento de coartada para justificar la subida de un nuevo peldaño en la escalera insufrible de la desigualdad. Me refiero a las balanzas fiscales.

Como intento siempre, seré clara también en este aspecto. No me opongo a que se publiquen las balanzas fiscales. Las que hagan unos expertos y las que hagan otros. Ya recordarán ustedes que las últimas que se publicaron en España, hace ya varios años, se daban hasta seis cifras distintas para cada comunidad autónoma.

A lo que sí nos vamos a oponer en el Gobierno de Andalucía, y con todas nuestras fuerzas, es a que las balanzas fiscales sean la coartada perfecta para justificar un trato desigual a los ciudadanos dependiendo del territorio en el que vivan.

No pueden ser que las balanzas fiscales se conviertan en un arma política disfrazada de falsa tecnocracia para beneficiar a unos españoles o perjudicar a otros. Por ahí, sencillamente, no vamos a pasar.

Porque aunque es una obviedad, parece que hay que repetirlo: que no son las comunidades autónomas las que pagan impuestos. Son los ciudadanos quienes pagan los impuestos. Más quienes más tienen. Y menos los que cuentan con menores ingresos.

Y no son las autonomías las que son más o menos solidarias unas con otras. Lo somos todos los españoles con quienes más lo necesitan. Éste es un principio que no podemos olvidar y que nosotros los andaluces y las andaluzas vamos a encargarnos de que no se olvide. Con ello no sólo defendemos los valores de igualdad y cohesión social que nos resultan irrenunciables, sino también los intereses de Andalucía y su papel en una determinada idea de la España solidaria a la que tampoco queremos ni podemos renunciar. No se entiende Andalucía sin España como tampoco se entiende España sin Andalucía

Les hablé al principio de mi objetivo de recuperar una alianza entre la política y la sociedad. Siento que detrás de esta alianza, y de la generación de confianza que debe conllevar, está el secreto del éxito que necesitamos para la superación de las grandes dificultades que ahora afrontamos en Andalucía y en España. Se puede, naturalmente que se puede y que vamos a superar ese gran reto.

Creo que esa ambición, que es la de una Andalucía más justa, cuyas instituciones y servicios públicos sencillamente funcionen bien, haya igualdad real de oportunidades y donde los andaluces y andaluzas puedan llevar una vida digna y desarrollar sus proyectos vitales con alegría e ilusión, nos obliga a todos.

Y no diré que nos obliga, pero sí que nos estimula nuestro compromiso con España, un país hermoso, con futuro y con ganas al que todos nos debemos, mucho más en estos momentos de dificultad. Para que en el futuro puedan decir de nosotros: aquellos andaluces y andaluzas enfrentaron una gran dificultad y lograron superarla.