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Discurso de la presidenta de la Junta durante el acto institucional del Día de Andalucía

28/02/2017
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Celebramos el 28 de Febrero un año más, y acabamos de escuchar la intervención en nombre de los distinguidos de hoy en la persona de Luis García Montero. Es uno de los representantes más brillantes, más lúcidos y comprometidos de la cultura andaluza.

La Andalucía y el mundo que él describe y anhela es también nuestra Andalucía y nuestro mundo: el del arte, la ciencia, el conocimiento, los principios morales y las aspiraciones ampliamente compartidas de progreso, justicia, igualdad y libertad.

Las palabras de Luis sugieren algo muy importante: la amplitud de miras que caracteriza a cualquier cultura digna de ese nombre y, desde luego, a la nuestra.

Blas Infante, que siempre consideró la cultura elemento esencial de nuestra identidad, afirmaba que "una sociedad puede estar frente a otra, pero una cultura no puede estar frente a otra sin dejar de ser cultura".

Así es, porque la cultura es lo que somos; es una forma, la mejor, de expresarnos nosotros mismos y, al mismo tiempo, de incluir y entender a los demás; es un medio para fomentar el respeto, la tolerancia y, sobre todo, la convivencia entre las personas y los pueblos.

Es también, tengámoslo presente, un modo excelente de preservar y poner en valor nuestro patrimonio material e inmaterial, de crear riqueza y empleo y, sobre todo, de empoderar a las personas y mejorar la vida de cada ciudadano o ciudadana en particular y la del conjunto de la sociedad.

La cultura trabaja para ampliar nuestros márgenes de libertad y para crear nuevos espacios que den sentido a nuestra vida. Para comprender nuestro pasado, para asimilar el presente que nos ha tocado vivir y encarar el futuro.

Los andaluces estamos muy orgullosos de nuestro legado. Un legado que nos ha dejado la historia gracias a la labor y la creatividad de cientos de generaciones de andaluces a través de los siglos.

Andaluces fueron los que construyeron la Alcazaba de Almería, la Itálica romana o la Córdoba califal;

andaluces los barcos y los marineros que fueron al encuentro de un nuevo mundo desde Huelva;

andaluces los que levantaron las ciudades renacentistas de Jaén;

andaluza es la Granada de García Lorca y la Málaga de Picasso;

andaluza es la primera Constitución española, la de Cádiz, de la que en unos días celebraremos el 205 aniversario.

Andaluz es el Flamenco, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, que fluye de la garganta de Arcángel y de las cuerdas de la guitarra de Paco Cepero. Enhorabuena, Andalucía no le falla al Flamenco y el Flamenco no puede fallar ni faltar en la cita del Día de Andalucía.

Pero esa extraordinaria herencia cultural que es fruto del trabajo, del ingenio y del esfuerzo de nuestra tierra y nuestra gente es también el cimiento que nos permite a los andaluces de hoy estar en mejores condiciones para ver las cosas con una mirada abierta y cosmopolita para poder entender mejor la realidad del mundo en que vivimos.

Un mundo cada vez más relacionado, más interdependiente.

Se equivocan aquellos que piensan que el futuro va a estar hecho de aislamientos, proteccionismos y nacionalismos de vía estrecha.

El mundo del futuro va a transitar por otras vías muy distintas: las de la apertura y el intercambio fructífero para todos; un mundo con economías más abiertas y más integradas. Un mundo más interconectado y con más movilidad, que es tanto como decir un mundo con más libertad.

En ese mundo, Andalucía sabe moverse y sabrá hacerlo aún mejor. Si algo nos ha caracterizado siempre es nuestra capacidad para asimilar influencias diversas y para integrarlas de forma constructiva y positiva. Porque uno de los elementos constitutivos de nuestra identidad, de nuestro ADN como pueblo, es nuestra vocación universalista.

Como dejó también escrito Blas Infante: "Andalucía por sí, por España y la Humanidad no es una fórmula arbitraria. Es una expresión síntesis de la Historia de Andalucía".

Esa vocación incluyente de Andalucía está muy presente en nuestra trayectoria como comunidad autónoma.

Se han cumplido diez años de la Reforma de nuestro Estatuto. Una reforma que, en su momento, se planteó para poner a punto nuestra principal herramienta de autogobierno, para que pudiera responder mejor a las nuevas necesidades y también para responder a las nuevas expectativas y ambiciones de la sociedad andaluza.

Estoy convencida, señoras y señores, de que, en la vida en general y, seguro en la política, no hay peor compañero que la autocomplacencia, que nos impide ver las cosas en su justa dimensión y nos quita energías para cambiar y mejorar. Conozco perfectamente las carencias y problemas de nuestra tierra, los que vienen del pasado y otros que han surgido como fruto de las circunstancias.

Y ese conocimiento profundo de sus carencias y de sus problemas es un acicate para la autoexigencia. Me gustaría señalar que nos equivocaríamos si solo reconociéramos esos problemas y no fuéramos capaces de ver sus oportunidades y sus fortalezas. Si no reconociéramos el inmenso cambio estructural que ha experimentado nuestra tierra en los años de democracia y autonomía.

Un cambio que nos ha permitido construir una sociedad hoy más libre, más fuerte, más justa y más cohesionada social y territorialmente. Un camino de autogobierno y autonomía que nos ha permitido insertarnos plenamente en las corrientes de modernidad, como se ha visto en el día de hoy, propias de esta Europa de la que formamos parte.

Nos queda mucho camino por recorrer, pero quisiera señalar, simplemente, tres indicadores de ese cambio estructural al que hacía referencia.

En educación: En 1981, la población activa cualificada formada en Andalucía era solo del 22%. Uno de cada cinco andaluces. Hoy es el 87%.

En apertura al exterior: En 1981 Andalucía exportó por valor de mil millones de euros. El año pasado lo hemos cerrado con 25.000 millones y ha sido el primer año en el que Andalucía ha vendido más en el exterior de lo que ha comprado.

En igualdad: En 1981 sólo había 362.000 mujeres trabajando en nuestra tierra. El año pasado, a pesar de la crisis y del paro que todavía nos azota, había 1.223.000 mujeres con un puesto de trabajo.

Ninguna Constitución ni ningún Estatuto resuelven por sí mismo los problemas existentes, pero sí puede decirse que la autonomía que hoy celebramos nos ha permitido hacer frente a los atrasos seculares de nuestra tierra y desarrollar, desde el protagonismo de la sociedad, el proyecto de una Andalucía más justa, más próspera y más avanzada.

Para que siguiera cumpliendo esa misión, también para que los andaluces de hoy, los que no vivimos aquel 28 de Febrero, se pudieran sentir protagonistas de su elaboración y aprobación, y para reconocer nuevos derechos de la ciudadanía, esos que llamamos de la tercera generación, reformamos el Estatuto hace una década.

Lo hicimos por consenso de todos, desde la normalidad democrática, desde la confianza plena, como bien decía nuestro Hijo Predilecto, en el buen hacer, en el buen funcionamiento de las instituciones. Demostramos hace diez años que las cosas se pueden cambiar; las normas se pueden mejorar, siempre que lo hagamos desde el respeto a las reglas del juego de nuestra democracia.

Hemos seguido nuestro propio camino, con nuestro propio modelo y también nuestros propios valores, que son además mayoritarios en la sociedad, es decir, los valores de libertad, de paz, de justicia y de pluralismo político. Y, por supuesto, la igualdad, principio esencial, constitutivo de la identidad de nuestro camino autonómico.

Una Andalucía más fuerte es necesaria para una España más fuerte. Creo que en esto estamos prácticamente de acuerdo casi todos los andaluces. Por decirlo así, es uno de esos consensos básicos que tenemos entre todos. De este y de otros consensos hablaré después.

Andalucía es parte sustancial de España por razones históricas y culturales, pero también porque los intereses andaluces casan sin ningún esfuerzo con el interés del Estado. Un Estado más cooperativo y por tanto, más respetuoso de las propias autonomías, más cohesionado, con instrumentos como un sistema de financiación justo, que es el que puede permitir garantizar la igualdad de los ciudadanos y el equilibrio territorial.

Hace 37 años, en el 28 de Febrero, los andaluces demostramos que se podía cambiar una determinada visión de la Constitución. Una visión que en ese momento contemplaba una España asimétrica. Una visión que nos dividía a las comunidades en el conjunto del país.

Nosotros, los andaluces, apostamos, con los votos y con la razón, por una visión enraizada en la igualdad, en la igualdad de todos los ciudadanos, pero también entre todas las comunidades.

Sin embargo, no podemos desconocer que en los últimos años, como consecuencia de la devastadora crisis económica y de las recetas aplicadas con la excusa de la crisis, se ha puesto en indudable riesgo buena parte de esos valores fundamentales en los que se reconoce la sociedad andaluza. Entre ellos destaca la legítima aspiración a una sociedad justa y en igualdad de oportunidades.

La desigualdad es un lastre muy pesado para nuestra convivencia, una carga para nuestro presente y una sombra para nuestro futuro.

Es un problema que afecta a toda España: hace apenas unos días, Bruselas alertaba del alza de la exclusión social en nuestro país y la OCDE ha señalado a nuestro país como aquel en el que más ha aumentado la desigualdad en estos años de crisis económica.

Pero no necesitamos ninguna estadística, basta con tener ojos y un poco de sensibilidad y ver lo mal que lo están pasando muchísima gente en nuestro entorno. Y las secuelas de la crisis, que todavía queda mucho camino para hacerlas desaparecer.

Revertir esta situación es un reto de toda España y también de toda Europa. Como andaluces, nos corresponde un esfuerzo para ser fieles al legado del 28 F que fue, en definitiva, una muestra pacífica de rebeldía ante la injusticia y ante la lacerante desigualdad a la que en ese momento se enfrentaba nuestra tierra.

La generación de andaluces que salió a votar el 28 de febrero de 1980 lo hizo, sin duda, guiada por la convicción de que era posible y necesario que la Andalucía que vivieran sus hijos e hijas fuera mejor que la Andalucía que a ellos les tocó vivir o, incluso, padecer.

No vamos, de ninguna manera, a renunciar ahora a construir una Andalucía mejor. Y no vamos, de ninguna manera, a interiorizar como inevitable que el retroceso social es lo único que podemos esperar. Eso sería tanto como renunciar al espíritu del 28 de Febrero.

Cuando hablamos de igualdad no sólo debemos hacerlo desde la perspectiva de los valores, de la ética, de los principios, de la moral.

Porque cuando hablamos de igualdad, nos referimos también a la economía. El bienestar, la igualdad, los equilibrios sociales son esenciales para un auténtico progreso económico sostenible y de largo aliento.

Por el contrario, la persistencia de bolsas de exclusión y el empobrecimiento de las clases medias suponen un gran obstáculo para el desarrollo del conjunto de la sociedad.

Antes hacía referencia a algunos parámetros que muestran el progreso de nuestra tierra a partir del 28 de Febrero que hoy conmemoramos.

Podríamos citar muchos más, pero también limitaciones.

No es el momento, ni ocasión, de hacer repaso concreto de las justas demandas de nuestros conciudadanos, pero permítanme que cite algunas: no es de recibo que hoy una capital como Granada esté incomunicada por vía férrea desde hace dos años.

Tampoco es concebible hoy las carencias que tiene Almería en infraestructuras ferroviarias.

Y tengo que añadir que resulta sencillamente incomprensible que, contando en Andalucía con uno de los puertos más importantes de Europa y del Mediterráneo, nuestro país no esté apostando por una conexión moderna y eficaz con los mercados europeos.

Son muchos los avances materiales que ha experimentado nuestra sociedad, pero ninguno tan importante como los que tienen que ver con el factor humano. En Andalucía contamos con gente muy preparada, valiosa y con ganas, y que están dispuestos a escribir páginas brillantes de nuestra historia.

Brillantes, sí. Andalucía no es una región atrasada, no es una región marginada, no es una región sumida en la postración o la indiferencia.

Andalucía no se parece a la tierra de la que tuvieron que emigrar los padres de Manuel Molina Lozano, un empresario turístico muy comprometido con nuestra tierra pero que ha desarrollado su enorme potencial lejos de Andalucía.

Hoy, empresas de todo el mundo vienen a Andalucía a disputarse a nuestros ingenieros e ingenieras. De eso saben bien el jiennense Francisco Herrera, uno de los científicos más influyentes en el campo de la informática, o el almeriense Ramón González, una eminencia, a su corta edad, en robótica.

Es un orgullo para todos el prestigio mundial de nuestros investigadores o de nuestros ingenieros. Pero debemos hacer un esfuerzo para que el talento y la fuerza de los jóvenes de Andalucía contribuyan al desarrollo de nuestra tierra y no tengan que salir fuera de ella.

Los avances en los últimos años son una base sólida que nos obliga a ser exigentes con nosotros mismos. Hemos acumulado un importante número de factores que nos asimilan a regiones avanzadas, dinámicas y modernas.

Hemos modernizado sectores como la agricultura, uno de los más pujantes de toda Europa. Hemos mejorado la calidad de nuestros productos. Hemos mejorado nuestra capacidad de transformación y comercialización. Hemos apostado y alcanzado un lugar notable entre los polos de industrias avanzadas como la aeronáutica.

Pertenecemos a ese reducido número de comunidades autónomas capaces de generar conocimiento: somos la tercera región de España en términos de productividad científica y la innovación ocupa cada vez más un papel relevante en los distintos sectores, desde el empleo de drones en la agricultura y el medio ambiente a la realidad aumentada en la promoción turística y del patrimonio.

Uno de nuestros embajadores, el chef y medalla de Andalucía Ángel León, ha asombrado al mundo llevando la luz del mar hasta las cocinas.

Nuestras patentes se aplican en los países más avanzados del mundo y nuestra red de universidades y campus tecnológicos ofrecen un terreno abonado para ir dando cabida a los investigadores que aún no han encontrado en Andalucía y en España un lugar acorde con sus capacidades.

Es necesario, pues, que reconozcamos cabalmente nuestros activos y también nuestras carencias. Sin autocrítica no se progresa y nada ganaríamos desconociendo aquello que falla, como nuestra tasa de desempleo, insoportable. La hemos reducido en casi ocho puntos en los últimos tres años, pero soy plenamente consciente de que hay que seguir avanzando y a más velocidad, porque con el empleo se obtiene la dignidad.

Se trata de un reto colectivo en el que nadie, y menos que nadie el Gobierno que presido, va a eludir su responsabilidad.

Decía nuestro Hijo Predilecto que a todos nos corresponde ese trabajo. A todos nos corresponde comprometernos, generar ilusión, ofrecer confianza a empresarios, emprendedores y autónomos, dar seguridad a las familias, dignidad y calidad en el empleo a los trabajadores, facilitar la creación de riqueza y la generación de puestos de trabajo.

Para favorecer este esfuerzo, creo que, como señalaba antes, debemos anudar algunos consensos básicos que ya existen en nuestra tierra.

Un primer consenso básico tiene que ver con la estabilidad de nuestra sociedad, con la solidez de nuestro sistema democrático, con el respaldo a nuestras instituciones.

La inestabilidad es un factor incompatible con el avance social. Debemos ser conscientes de ello, no engañarnos ni confundir a la gente, no poner en riesgo lo mucho que hemos avanzado, en Andalucía y en España, bajo el paraguas del Estatuto de Autonomía y de la Constitución de 1978.

La reforma de la Constitución es necesaria para dar respuesta a las nuevas necesidades que España tiene. Pero debemos abordar estos cambios siendo conscientes de que la actual Constitución dio paso al período de libertades y progreso más amplio y más profundo de la historia de España.

Creo que es una evidencia que nos une a la inmensa mayoría de los españoles y de los andaluces, un consenso sobre el que deberíamos avanzar juntos.

Un segundo consenso básico tiene que ver con esa apuesta por la igualdad y la solidaridad que siempre estuvo presente en la base del 28 de Febrero. Igualdad y solidaridad que debemos proyectar hacia dentro de nuestra tierra y también hacia afuera.

Hacia afuera, porque Andalucía puede y debe ejercer una influencia benefactora en los cambios que se acometan en España, ahuyentando la tentación de asimetrías y discriminaciones.

El reconocimiento de la diversidad de nuestro país no es, ni remotamente, incompatible con el reconocimiento de la igualdad de todos los ciudadanos y de todos los territorios de España.

Y hacia dentro, porque debemos ser conscientes de que la igualdad de los andaluces se garantiza a través de la prestación de servicios públicos accesibles, sin restricción, a todos los ciudadanos.

Ya he señalado anteriormente que, en mi opinión, la equidad no sólo es una cuestión de justicia social, sino un factor de competitividad de primer orden. Pero, además, las prestaciones públicas relacionadas con la educación, la sanidad o la atención a la dependencia ya forman parte de nuestro modo de vivir y convivir.

Antonio Caño es el director de unos de los principales referentes informativos de la comunicación en habla hispana. Como periodista, ha desarrollado su labor en distintos países del mundo, incluido el más poderoso, Estados Unidos.

Allí, como en la mayoría de los países de la tierra, sucede lo que hoy sinceramente creo que no soportaríamos los andaluces y andaluzas: que haya gente que padezca enfermedades, incluso que muera, sin recibir la atención médica que necesita por el mero hecho de no tener dinero con el que pagarse ese tratamiento.

¿Queremos una sociedad en la que en la puerta de los hospitales se discuta el precio de los tratamientos y después la atención a la persona, al paciente?

Conviene que algo tan desgarrador lo tengamos siempre presente cuando abordemos la cuestión de la sanidad pública.

La sanidad pública es la garantía fundamental que tienen los ciudadanos nada menos que ante la frontera que separa en ocasiones la vida de la muerte, o una vida sana de otra lastrada por el dolor y las limitaciones.

Porque cuando decimos sanidad pública hablamos de que en Andalucía se pongan medios para investigar y que un niño pueda vivir gracias a que los médicos acceden a su corazón a través del hígado.

Hablamos de que llegue un corazón a un hombre o una mujer que lo necesita, y todo eso gracias a un entramado de servicios, métodos e investigaciones del que se responsabilizan gente tan abnegada y valiosa como las que componen la Coordinación Autonómica de Trasplantes.

En los últimos años 15.000 personas, 15.000 andaluces, se han beneficiado de un trasplante y otras 45.000 han recibido el implante de un tejido. La sanidad pública salva vidas, y además mejora vidas.

Pero no siempre fue así, a lo largo de la historia de Andalucía y de nuestro país. Aquí no importa la cuenta corriente de los enfermos. Andalucía está a la cabeza mundial de trasplantes y todo eso, gracias, además, a la enorme generosidad de nuestro pueblo, donante por encima de la media europea.

Presten atención a esta frase:

"No donas por Pablo Ráez, donas por la vida, por un mundo más solidario. Donas por las miles de personas que la necesitan. Despierta. #Dona".

Son las palabras fijadas en el twitter de ese joven malagueño, Pablo Ráez. Falleció hace solo unos días. Ayer hablaba con su padre, con Paco, de esa Andalucía por la que él peleó y que todos tenemos la obligación de seguir trabajando y construir. Su cuerpo no pudo más, pero sí nos dejó la herencia maravillosa de la solidaridad. Y su ejemplo.

Para mí, el ejemplo de Pablo es un estímulo para seguir trabajando en la defensa de una sanidad pública, universal, de calidad, avanzada y absolutamente para todos y para todas.

Y digo que no siempre fue así, y bien lo saben los representantes de la Asociación de Víctimas de la Talidomida, que hoy han recibido igualmente el reconocimiento de todos los andaluces.

Apenas he leído o escuchado algo sobre esta medalla en los últimos días. Pero se trata de víctimas que lo fueron desde que estaban en el vientre de sus madres, víctimas de la codicia llevada al campo de la sanidad, víctimas del descontrol en los medicamentos, víctimas de la falta de un sistema sanitario público como el que tenemos ahora en Andalucía. Víctimas que han padecido la falta de ética, la invisibilidad, el olvido y que, además, no han logrado la reparación que con justicia han reclamado y que todavía hoy merecen.

No siempre fue así. No siempre hubo una sanidad pública para proteger a las personas.

Andalucía, pues, a la cabeza de la solidaridad, con un sistema sanitario público, universal, entre los más avanzados del mundo.

Hace unos días le oí al hijo predilecto del pasado año, el doctor Ángel Salvatierra, repetir -"a boca llena", decía él- unas palabras en las que yo creo a pies juntillas: la sanidad pública es la joya de la corona de Andalucía. Claro que sí.

Es mi obligación hablarles, además, con claridad: una cosa es criticar, denunciar, proponer para mejorar y otra bien distinta es olvidar que en nuestra sociedad hay quien preferiría que este auténtico derecho a la vida que garantiza la sanidad pública no existiera, con el único propósito de hacer más negocio a costa del sufrimiento de la gente. Algo que, con franqueza, creo incivilizado. Tenemos que seguir dando pasos para blindar este derecho.

Creo que mantener la igualdad de todos los seres humanos ante el derecho a seguir viviendo y a hacerlo con calidad, es también un consenso básico de esos que necesita nuestra sociedad y que no deberíamos enturbiar.

Como debemos proteger la educación pública, la fuente que nos nutre, desde la infancia; nos permite oportunidades de progreso, de bienestar, de conocimiento y, en definitiva, de futuro.

Raro es el día de Andalucía que no hacemos reconocimiento a la educación pública.

Hoy lo hemos hecho en la figura del IES Vicente Espinel, un referente de la formación en Andalucía desde los tiempos en los que la instrucción pública no era más que una aspiración solo al alcance de unos pocos.

Hoy, Andalucía representa el más numeroso sistema educativo público de España. La educación es la primera puerta a la igualdad de oportunidades, lo saben muy bien los mayores que en estos momentos nos estén oyendo.

Creo que mantenerla e impulsarla, dedicarle los recursos necesarios, reconocer el papel de los docentes, cuidar el sistema, educar en igualdad a niños y niñas, ofrecerles las herramientas para que se abran paso en la vida con dignidad también constituye otro de esos consensos básicos entre los andaluces.

Al igual que ocurre con la sanidad, ofrecer un servicio público de calidad, adaptado a las necesidades de la población supone un reto económico y social de gran envergadura.

Hacer efectivo el principio de igualdad de oportunidades no está exento de serias dificultades:

si no queremos una sociedad excluyente, hay que afrontar la diversidad en las aulas;

si no queremos una educación obsoleta, hay que afrontar la incorporación de nuevos métodos e innovaciones tecnológicas;

si queremos una educación abierta al mundo, hay que afrontar el bilingüismo;

si queremos que el profesorado cuente con el respeto y la consideración que merece dentro y fuera de las aulas, hay que destinar también a este fin recursos materiales y humanos.

Y hacer todo esto al mismo tiempo que levantamos nuevas infraestructuras y que mejoramos aquellas que van quedando antiguas.

Dificultades y retos, pues, todos los que podamos imaginar. Pero parto de la convicción de que, sin educación pública, cientos de miles de andaluces y andaluzas carecerían hoy de una oportunidad para abrirse paso en la vida.

La educación es el auténtico corazón de los derechos humanos y abre la puerta al talento que atesoran desde tiempo inmemorial, las mujeres y los hombres de nuestra tierra.

Defender la educación pública es, en mi opinión, otro de los grandes acuerdos que caracterizan a nuestra comunidad. Bandera común que no podemos arriar.

María, María Galiana: es posible que, como se decía aquí, para muchas personas dentro de Andalucía y en el conjunto de España piensen que estamos homenajeando a esa abuela entrañable de 'Cuéntame'. Incluso que otros hayan pensado en el papel que desempeñó en esa muestra brillante del cine andaluz como fue 'Solas'.

Pero permítanme que, además de reconocer su genio como actriz tardía pero impresionante, hoy, junto a esa faceta artística, en ella y en Julia Pino homenajeemos a esos miles de profesores y profesoras, maestros y maestras, que cultivan todos los días a nuestros niños en el conjunto de Andalucía.

Hombres y mujeres que han entregado su vida a enseñar. Hombres y mujeres de la instrucción pública, que abren cada mañana ante nuestros niños y niñas un universo de conocimiento, que les ayudan a ser y a convertirse en ciudadanos y ciudadanas críticos, dispuestos a tener oportunidades y el futuro que merezcan.

Así que, junto a la actriz de cine, teatro y televisión, rendimos hoy tributo a la profesora de Bellavista, de Ciudad Jardín o del Instituto Velázquez.

Y, a la vez, en María, como en Julia, en Elena, en Lourdes, en India o en Antonina queremos homenajear también a todas las mujeres andaluzas. Las tres últimas han desatado su pasión por la música o el deporte, en una etapa bien distinta a la que les tocó vivir a María y Antonina.

Antonina ha dedicado buena parte de su vida y de su obra a investigar sobre mujeres. Algunas conocidas, que para conseguir algo en la vida tuvieron que fajarse el doble que sus compañeros varones. Y otras muchas, mujeres olvidadas, cuyo trabajo y esfuerzo quedaron sepultados por la historia. Unas y otras son mujeres que se vieron ante obstáculos derivados exclusivamente de su condición femenina.

A veces decimos, y con razón, que poco tiene que ver la España de los años 30, la de exilio o la de la dictadura con la de ahora.

Pero, tristemente, ese "poco" en lo que la España de hoy se parece a aquella España siempre tiene que ver con la persistencia de discriminaciones hacia la mujer en prácticamente todos los órdenes de la vida.

Un machismo que alcanza su rostro más terrible en las expresiones de violencia, que han costado en nuestro país, desde el año 2003, más víctimas -asesinando a casi 900 mujeres- que cualquier otro tipo de terrorismo. Hemos vivido hace unos días que en 72 horas fueron asesinadas seis mujeres y que en solo dos meses que llevamos de año ya han sido asesinadas 16.

Tenemos que combatir cuanto antes, de manera urgente, lo que se ha convertido en una lacra en nuestra sociedad. Es una responsabilidad colectiva. Hay que hacerlo con determinación, mirando a los ojos a esa bestia que ha engendrado nuestra sociedad.

Necesitamos un pacto de Estado, sí, y saben que lo he reivindicado como presidenta de Andalucía. Pero también un pacto con nosotros mismos para acabar con la infamia de la violencia hacia nuestras mujeres.

El machismo hunde sus raíces en la cultura de la desigualdad con la que nunca se puede ser comprensivo ni complaciente. Y menos aún en el ámbito educativo, cuando hombres y mujeres empiezan a formarse.

Debemos ir a la raíz del problema, desterrando cualquier tipo y forma de discriminación. Cada año, el Día de Andalucía coincide con las vísperas del Día de la Mujer y se denuncia la brecha salarial, simbólicamente cifrada en el 23 por ciento que las mujeres cobran de media menos que los hombres por desempeñar la misma tarea.

Pero podríamos hablar también de las carencias de representación femenina, que son evidentes en los más altos niveles de responsabilidad en nuestro país, desde el Tribunal Constitucional a las fiscalías, de los sindicatos a las empresas, de los medios de comunicación a la Universidad.

500 años para contar con una rectora en la Universidad de Granada, seguramente las generaciones del futuro ni siquiera se lo crean.

Esta situación nos exige un esfuerzo, una acción decidida que no sólo compete a las mujeres sino a todos aquellos que consideren inaceptable toda discriminación de un ser humano.

Sí, creo que este es otro consenso básico en la sociedad y en el que deberíamos actuar en consecuencia.

Sé que corren tiempos difíciles, lo decía también nuestro Hijo Predilecto, dentro y fuera de nuestra Comunidad.

La incapacidad para afrontar problemas derivados de la globalización, las guerras y la violencia que nacen de las profundas desigualdades que asolan el planeta, los fundamentalismos y los fanatismos además nos están llenando de inseguridad e incertidumbre ante el futuro.

Asistimos atónitos ante el surgimiento de líderes y movimientos en todo el mundo que hacen bandera de la intolerancia, que levantan muros y barreras que desprecian el sufrimiento de millones de seres humanos que solo buscan una vida mejor o muchos de ellos solo buscan sobrevivir.

Un pueblo como el andaluz, crisol de civilizaciones y forjado en el encuentro de culturas, no puede permanecer impasible ante el drama de los refugiados que se están agolpando a nuestras fronteras pidiendo poder sobrevivir. No nos acostumbremos, ni caigamos jamás en la indiferencia ni en el falso egoísmo que sólo nos garantizará un futuro más triste para toda la humanidad.

A lo largo de mi intervención he tratado de señalar algunos de las principales carencias y retos que tenemos por delante. También nuestras fortalezas, el indudable balance positivo que supone el camino recorrido por la Andalucía democrática, la Andalucía del autogobierno que cogió gran fuerza aquel 28 de Febrero hace 37 años.

Pero quizás nuestro mayor mérito como comunidad, el principal legado de nuestra historia, el rasgo que más y mejor caracteriza el ser de Andalucía hoy, es que una abrumadora mayoría de andaluces y andaluzas compartimos los valores de igualdad y unidad con el resto de España, de justicia social, de solidaridad, de respeto y de amor a la libertad.

Basta echar un vistazo al mundo para contemplar que no todas las regiones y países del planeta cuentan con ese activo fundamental que he querido destacar en esos consensos básicos que existen en Andalucía.

Luis García Montero advierte que a veces podemos caer en la tentación de echar a los sueños de casa y sucumbir a esa enfermedad que es el cinismo, que nos impide solidarizarnos con nadie ni tener un gramo de piedad.

Luis también dice que hay que vivir con los sueños vigilados por una conciencia crítica. Vivir con los sueños, sí, bajo el mismo techo, pero en habitaciones separadas.

Ningún pueblo, tampoco el nuestro, puede vivir sólo de los sueños. Pero a la vez no debemos vivir sin ellos. Creo que todos soñamos con una Andalucía mejor y a esa tarea dedicamos nuestros esfuerzos, nuestro trabajo, nuestra pasión.

Andalucía merece una mirada sincera. Una mirada que combine sabiamente la autocrítica con la autoestima.

Andalucía merece nuestra generosidad y nuestro compromiso.

Andalucía merece ser amada cada día de nuestra vida.

Y creo que a todos nos gusta celebrar este 28 de Febrero cantando nuestro himno y gritando todos juntos "Viva Andalucía".