15.- Días de indeleble trans-formación

 

José R. Esteban Marín

CEP de Jaén


José R. Esteban Marín es licenciado en Humanidades por la Universidad de Jaén y profesor de Geografía e Historia en el IES Auringis de Jaén, donde ha tenido la oportunidad de ser docente bilingüe de la citada asignatura, así como participar en la coordinación del bilingüismo en el centro. En la actualidad, es asesor de la red de formación en el Cep de Jaén, centrado en el área cívicosocial de Secundaria. También trabaja como profesor del Máster Universitario de Profesorado en Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas. Apasionado de su trabajo como educador y de la buena gente que encuentra por doquier en este ámbito.

Sin duda, bajo el paraguas del CO-RAZÓN, cuán acertado estuvo José María Toro al hallar esa fórmula mágica de la expresión verbal, se agolpan las sensaciones y los sentimientos a la hora de empezar este artículo. Mi pretensión es sintetizar, en lo personal -corazón- y lo profesional -razón-, los últimos lustros de este que escribe; se me antoja ya algo difícil la tarea...

El que estas líneas suscribe no es otro más que un maestro de Geografía e Historia en Secundaria. No descubro nada si describo mi incorporación al cuerpo de funcionarios docentes como un intenso y algo prolongado, ¡ay!, esfuerzo de acumulación de saberes teóricos de cara a cumplimentar razonablemente un examen de máximas rivalidad y competencia en el que estos primaban por encima de los pedagógicos. ¿Para qué saber cómo dar una clase si lo verdaderamente importante es tener a buen recaudo el conocimiento para transmitirlo en el aula? Ya aprendería cómo hacerlo por el camino era la máxima a la que acudía con fervor en el momento en el que reflexionaba un ápice sobre ello; máxima que muchos me repetían como absolutamente cargada de sentido común...

Mi enorme fortuna, lo sé, cuento con ella desde hace un tiempo..., ha sido encontrarme con centros en los que se ha confiado en mis posibilidades y en los que no he hecho más que encontrarme con buena disposición de mis compañeros y compañeras para que esa aspiración pudiera convertirse en realidad. Insisto en agradecer esto a los que me han acompañado porque, desafortunadamente, son muchos los que llegan al sistema que, de noveles, se encuentran con unos horizontes que asustarían al más experto y curtido de los profesionales y que, sin embargo, ellos deben asumir con entereza y dignidad a pesar de la enorme herida que para ellos puede abrirse de cara a su futuro como docentes. Cuán necesaria sería la solidaridad con los recién llegados al sistema, bien lo hagan en calidad de funcionarios, bien en calidad de interinos itinerantes.

Digresiones aparte, debo anotar que he estado en dos centros únicamente y en ellos las sensaciones siempre han sido fabulosas. En el IES Fernando III, sito en Martos, Jaén, centro en el que permanecí durante dos cursos y en el que debuté rodeado de un ambiente de cordialidad máxima y de respeto a la comunidad escolar. Todo un lujo para los tiempos que corren y una inercia que sé de muy buena tinta que se mantiene en la actualidad de la mano de unos excelentes profesionales. Tras dos años en éste, me encaminé al IES Auringis, sito en Jaén capital, al que me siento enormemente unido y al que, sin duda, he de volver con renovado espíritu para seguir siendo uno más de esa poderosa comunidad escolar que ha cogido una inercia bien vertebrada y que ha de perdurar por muchos años. En algún lugar de mi bio en redes sociales dice que este centro está ligado a mi felicidad, qué gran verdad.

Algunos deben pensar si en este artículo mi aspiración es aburrir con lo que ha sido mi periplo en la educación por las tierras jaeneras… Nada más lejos, simplemente trataba de crear un contexto sobre el que situar al amable lector que haya llegado hasta este tramo del artículo. No desesperen, ya nos adentramos en el trasunto que hasta aquí nos ha traído.

Un buen día, por esos siempre inesperados pero certeros vericuetos del camino, me encontré con la posibilidad de dinamitar todo ese amable horizonte por un poco de rock and roll, de sacudir esa hermosa estabilidad en nombre de la formación del profesorado; recuerdo que mis primeras sensaciones fueron la de rechazo y la de no considerarme uno de esos profes que salen del aula por no sé qué historias de que no les gusta estar en clase. Desertores de la tiza los llamamos en el argot docente...

 

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De este modo, a comienzos de septiembre todo es radicalmente diferente, acudo a mi nuevo puesto de trabajo y no encuentro un elemento tan cotidiano de los centros, no me encuentro con ruido por los pasillos ni tampoco con la vorágine de inicio de curso tan típica de las primeras semanas de septiembre. Me hallo ante un nuevo oficio, repleto de retos en el que, en primer lugar, debo asimilar un nuevo lenguaje que se me escapa en gran medida y sobre el que no tengo la sensación de que pueda controlar con facilidad; mi suerte, nuevamente, fue encontrarme con un equipo de asesores que se renovaba en gran medida y que trataba de sostenerse a flote en estas procelosas aguas. Para nuestro recuerdo quedan las reuniones en las que apenas un escaso porcentaje del equipo asesor se enteraba plenamente de por dónde iban exactamente los tiros en la reunión.

Aún recuerdo los comentarios de muchos compañeros y compañeras que no estendían que pudiera dar ese salto, innecesario para muchos, y sobre todo, recuerdo la cara de una compañera que, sin ambages, me dijo con su firme expresión facial que no debían andar perdiendo el tiempo por esos lares. Desgraciadamente, éste es el concepto que prima en muchos de los docentes acerca de la formación.

Una vez superados los trances iniciales y las ganas de salir corriendo en dirección al patio del instituto, que no anda excesivamente lejos, me sumerjo en el mejor de los mundos, en el complemento ideal y trascendente que todo docente necesita, la FORMACIÓN, el ingrediente que nos habilita para ser los docentes que esta sociedad necesita, la sociedad que sigue los rasgos que tan brillantemente ha definido Zigmunt Bauman y que se caracteriza por su liquidez, por su enorme facilidad para asumir transformaciones a un ritmo endiablado y que tanto se contrapone al paradigma industrial en lo que a educación -y a la sociedad en general- se refiere.

Aunque la sociedad actual es, impepinablemente, heredera inmediata de la anterior, sus caracteres per se hacen que la plataforma desde la cual trabajan los docentes sea completamente nueva: educamos a los ciudadanos de principios del XXI para una sociedad que aún no es plenamente consciente de los cambios que ya debía de haber asumido como síntomas del giro copernicano que ésta ha dado.

Ante este horizonte, me sumerjo en una nueva rutina en la que, a poco de comenzar, ya nos toca estrenarnos con la preparación de alguna actividad formativa que otra (menudas mariposas en el estómago...) y ante alguna reunión que otra de cuestionable valor, hasta que llegamos a los momentos diversos y amplios en los que me zambullo, junto con muchos de mis compañeros y compañeras, en una de las vertientes más poderosas de nuestro trabajo en la formación: la de acudir a las sesiones formativas en las que el aula se hace presente con un protagonismo incuestionable y en las que el papel preponderante es, a no dudarlo, para el alumnado, aquel que debe sentirse protagonista de su aprendizaje en todo momento ante la atenta observación de su maestro o maestra, quien ha de ser el guía que alumbre su caminar, el acompañante sereno y lúcido que apunta, desde el conocimiento y la entrega, cuáles son los caminos adecuados para que ese futuro ciudadano o ciudadana se siente con mayor margen de confianza y de conocimiento cultural exógeno y endógeno para conducirse de forma segura por la senda que tan bien reflejara Machado en sus famosos versos.

En este sentido, mi crecimiento personal en todo este conjunto de nuevas alternativas, tan dispares a las tradicionales, y mucho más cargadas de evidencias y trascendencia de cara al aprendizaje, ha sido verdaderamente incuestionable; admito desde esta tribuna, agradeciendo a quien me ha dado margen para ello, que la formación ha cambiado para siempre mi manera de entender la educación, admito que he sufrido días de indeleble trans-formación que me han hecho cambiar en unas cuantas percepciones mi visión de lo que debe hacerse o no en el aula como docente y en el centro como un miembro más de una comunidad escolar.

 

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Quizá se sorprendan porque he usado el término sufrir, pero creo no marrar cuando me veo en muchas de estas actividades padeciendo por las variables que he empleado en el aula y que tan alejadas se encuentran de lo que verdaderamente supone aprendizaje.

Desde la acumulación de formación que ahora mismo puedo tener, yo me acuso -rememorando al clásico decimonónico- de haber trabajado en ocasiones de forma incorrecta y de necesitar de la formación para crecer como docente y tener un mejor perfil profesional, que haga crecer a mi alumnado, y por ende a mí, de forma más certera. En mi descarga, debo también proclamar que la formación inicial que llevaba como bagaje al entrar en aula era tan escasa y fútil que casi no me quedaba otra que errar como ahora entiendo que he hecho.

Comulgo con José Antonio Marina en su idea de que en pedagogía en las últimas décadas se ha elaborado una hamburguesa teórica en la que se entremezclan, solapan y amalgaman muchas teorías en las que no siempre la evidencia científica es el ingrediente
fundamental. Por ello, lo que ahora viene no es más que la hamburguesa “marinada” de fabricación propia que este humilde asesor de la red de formación ha ido forjando a lo largo de este curso; espero que no me consideren arrogante si consideran que es precipitado proponer algo con tan escaso periplo y también espero que no se me indigesten...

Sin duda, todo empieza con una moneda al aire, la moneda del cambio que tiene dos caras, la de Ken Robinson (El elemento, 2009) y su trascendente discurso acerca de la creatividad en el ser humano y cómo esa creatividad es aniquilada una y otra vez en la escuela de forma sistemática. Sin duda, su charla TED constituye un elemento de nuestra devenir teórico que todo docente debía enmarcar en el frontispicio más conspicuo de su realidad de aula. Su TED ya cuenta con treinta y largos millones de visualizaciones, todo un respaldo de su impacto en la maravillosa red que nos define en la actualidad.

La otra cara de la moneda, para mí, es la teoría de las Inteligencias Múltiples (1983), enfoque científico de Howard Gardner, que viene a avalar la enorme diversidad que en clase nos encontramos todos los días y cómo, desde ella, podemos plantear respuestas sólidas a nuestro alumnado sobre sus debilidades y fortalezas. De este modo, en el enfoque de la educación de la personalización, avalado por Gardner y todo lo que desde Project-0 de Hardvard que de él se deriva, podemos adentrarnos en un modo de trabajo en el que contemos con identidades que crecen en el camino adecuado de su desarrollo personal.

¿Cómo intentar que toda esta conciencia pedagógica aterrice en el aula?

Sin duda, mi apuesta pasa por instaurar el aprendizaje cooperativo, herramienta indispensable de cara a combatir la consistente competencia individualista que se ha instaurado en las clases de forma tan rotunda como invisible para muchos. De la mano de esta metodología, podemos fomentar e incorporar como un aprendizaje más de nuestro desempeño docente la implantación de modelos solidarios de desarrollo personal y de fomento de las interacciones como moneda habitual de trabajo en aula.

Como referencias teóricas para este modelo, podemos plantear la lectura de los hermanos Jonhson (1994), que es enriquecedora y muy válida para la práctica, a Robert Slavin (1983), quien hace un interesante recorrido por las evidencias científicas que acompañan al cooperativo, y al tristemente desaparecido Pere Pujolás (2008), un maestro de maestros, quien, en sus escritos, nos habla con una enorme cercanía pedagógica.

Con este modelo, comenzamos a cambiar muchos presupuestos. El que más podemos destacar, y el que más me ha sorprendido, es aquel que produce aprendizaje en clase sin que el profesor tenga que transmitir los conocimientos; no me negarán que se trata de un cambio trascendente en las inercias habituales que podemos observar en muchas clases habitualmente y del que muchos docentes no sé si se encontrarán dispuestos a afrontarlo. De la mano de lo cooperativo, no podemos obviar los importantes progresos educativos que desde el enfoque dialógico se ha hecho en la promoción y consolidación de las interacciones en el aula; sin duda, una clave de éxito en el aprendizaje de nuestro alumnado. Ramón Flecha y todo lo el cuerpo científico que le acompaña es una referencia que no debe pasar desapercibida.

Otro elemento de la hamburguesa que planteo es el de fomentar las altas expectativas en nuestro alumnado, altas expectativas en sus posibilidades de todos los niveles, asumiendo que, desde esta realidad, podemos concederles protagonismo, desarrollo personal y encaminarlos a sus competencias ciudadanas, la de una ciudadanía activa que debe trabajar, entre otras, el respeto a sí misma, el saber escuchar y ser comprensiva, tener equilibrio emocional, ser honesta y leal, que inspire confianza, que se implique en la resolución de conflictos y un largo etcétera para que, desde el aula, con estos elementos, el aprendizaje efectivo y competente no se produzca una vez que hayan terminado la secuencia académica de su vida.

Asumo que son importantes los cambios que deben afrontarse, pero también entiendo que esas modificaciones deben hacerse de forma pausada, teniendo muy claro el horizonte de cambio, sabiendo dónde queremos llegar pero sin forzar la marcha, exactamente como nos cuenta Kavafis en su inmarcesible “Viaje a Ítaca”.

Soy consciente de que me puedo dejar cosas importantes en el tintero, pero estimo que la intención del artículo que me había planteado queda resuelta; nos quedaría hablar de cómo programar en aula todo este cambio, de cómo hacerlo desde la óptica de la ejecución de actividades con repercusión en el contexto de nuestro alumnado (teniendo en cuenta los diversos impactos que los diversos contextos tienen), de trabajar con tareas que supongan retos cognitivos, etcétera.

Tiempo ya para ir concluyendo y para establecer alguna que otra conclusión: a no dudarlo, este asesor plantea que el cambio es posible, desde la formación, que son muchos los que ya se han iniciado en esa senda y que se brinda como acompañante para todo aquel que sea consciente de la necesidad de cambio en su aula.

Me despido haciendo una pequeña reflexión sobre la enorme maravilla que un aula supone y cómo hay días en los que la añoranza del factor humano que siempre acompaña a esta es casi punzante y agradeciendo infinitamente a mis compañeros y compañeras en el Cep de Jaén la labor que a diario hacen en sus respectivos centros y la labor humana que a diario depositan en mí. Sin ellos y ellas, nada de este proceso imparable, al menos en mí, sería posible.