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Discursos

Discurso del presidente de la Junta, José Antonio Griñán, durante el Acto Institucional del Día de Andalucía

28/02/2012
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La celebración del Día de Andalucía es un momento especial que nos invita, como hicimos hace 32 años, a fortalecer nuestro sentimiento de identidad y, a la vez, de igualdad y solidaridad. A reiterar nuestra voluntad colectiva de conseguir una Andalucía autónoma en una España sin fronteras y sin egoísmos.

Conmemoramos el nacimiento de un proyecto común, inspirado e iluminado por el Padre de la Patria Andaluza, Blas Infante, y asumido por todo el pueblo andaluz. Sabiendo que sólo es imposible lo que no se intenta.

Y lo hacemos hoy, una vez más, mirando cara a cara a la realidad. Una realidad que persiste en mostrarnos su rostro menos amable en esta crisis económica, la más honda y prolongada que hemos padecido desde los inicios de nuestra autonomía.

Andalucía se enfrenta a esta situación con entereza y confianza, empleando todas las herramientas que tiene a su alcance para apoyar a quienes han perdido su empleo y a quienes lo buscan sin encontrarlo. A todos cuantos siguen padeciendo una prolongada paralización de muchos de sus proyectos. A quienes ven que muchas de las soluciones que se están proponiendo y poniendo en práctica por la Unión Europea, lejos de dar resultado, han venido a provocar nuevas y constantes recaídas. La crisis no ha de socavar la fortaleza del pueblo andaluz para seguir luchando por la recuperación, sin sacrificar en esta lucha ni la solidaridad ni la igualdad de oportunidades.

Hoy, 28 de febrero, es un buen día para reforzar nuestro compromiso con todos los andaluces y andaluzas que trabajan a diario para combatir las dificultades.

Tenemos mucho que agradecer a los empresarios que mantienen con gran esfuerzo miles de puestos de trabajo; a los emprendedores que ponen en marcha sus proyectos, a pesar de los obstáculos financieros; a los trabajadores y a los empleados públicos que con su desempeño están contribuyendo también a la salida de la crisis. A aquellos andaluces y andaluzas que buscan nuevas oportunidades en la formación. Todos ellos son un ejemplo de entereza y responsabilidad y nos marcan el camino a seguir muy en línea con el espíritu que inspiró nuestra lucha por la autonomía plena.

En 1980 los andaluces asumimos el desafío histórico de construir una sociedad de derechos. Desde entonces y durante todo este tiempo lo hemos hecho con la guía de nuestro Estatuto de Autonomía, regla de convivencia y principio de integración que ha democratizado la vida pública y ha abierto cauces para el diálogo y la participación colectiva.

Nuestras instituciones democráticas cumplen ahora treinta años al servicio de los andaluces y del interés común.

Esta vocación de servicio de las instituciones autonómicas quedó expresada en la sesión constitutiva del primer Parlamento de Andalucía. Su presidente, D. Antonio Ojeda Escobar, apeló, en aquella ocasión histórica, a la responsabilidad y a la imaginación de todos para construir un Estado democrático y autonómico. Con una idea clara de lo que habría de ser España, concluyó: "el éxito de esa noble empresa depende, en gran medida, de cuanto los andaluces hagamos o seamos capaces de hacer en nuestra autonomía".

El presidente Ojeda supo situar al pueblo andaluz, sus hombres y mujeres, como el motor fundamental de la transformación.

La igualdad, como principio rector de la vida en democracia, estuvo en la base de nuestra voluntad autonómica y se convirtió, a partir del referéndum andaluz, en el eje central de la configuración del Estado constitucional que ha venido asegurando una forma de convivencia entre los españoles.

España se ha hecho desde la diversidad en la igualdad. Y ese es un camino que, aunque no haya estado libre de tensiones, ha servido para alcanzar metas de progreso. Hemos fortalecido nuestra convivencia con esos dos grandes consensos que se alcanzaron en la Constitución de 1978: el modelo de Estado y el modelo económico.

Así las cosas, creo no equivocarme al decir que, en tiempos de crisis como el actual, lejos de impugnar las bases sólidas de nuestra convivencia, deberemos ser capaces de fortalecernos profundizando en ellas.

No se trata de resistir, sino de conservar. Se trata de consolidar nuestro modelo de convivencia actualizando el consenso pero sin romper sus fundamentos más profundos.

Estado autonómico y economía social de mercado nos han permitido crear una España rica, europea, competitiva, cohesionada que cree en sí misma y es capaz de estar al nivel de los países de su entorno.

Los tiempos de crisis son tiempos para reformar. Pero en esta voluntad de abrir caminos nuevos no deberíamos caer en el error de hacerlo sin grandes consensos sociales. Los Pactos de la Moncloa y, un año más tarde, la Constitución de 1978 nos enseñaron que solo las reformas que se han llevado a cabo con el consenso de todos han sido capaces de perdurar con éxito en el tiempo.

El Estado Autonómico necesita adaptarse a los tiempos y buscar fórmulas eficaces para resolver los problemas de los ciudadanos sin duplicidades pero también sin crear un nuevo e indeseable centralismo.

Por otro lado, el Estado de bienestar es una de las grandes conquistas históricas de la humanidad. Un logro que es la suma de esfuerzos colectivos por promocionar el desarrollo económico, corregir situaciones de desigualdad y superar los desequilibrios internos.

Este modelo económico ha sido el que, desde la segunda mitad del siglo pasado, consiguió romper esa dialéctica entre libertades formales y libertades reales que tanto daño hizo a la consolidación de las democracias europeas. Ha sido además el que ha servido para la construcción de una economía sólida y competitiva, pero también para construir sociedades más justas y cohesionadas.

Y por eso creo que solo manteniendo esta dirección, sólo con reformas que consoliden y no destruyan el modelo social, seremos capaces de superar la crisis, crear empleo y mantener un sistema que siga garantizando la igualdad de oportunidades.

Las dificultades actuales, no deberían pues, apartarnos del objetivo de combinar equidad y competitividad. Porque solo así hemos sabido convertir el conflicto en paz social, las desigualdades en igualdad de oportunidades y el desistimiento social en ciudadanía activa.

Sabemos que la consolidación de las democracias se ha hecho en un tempo histórico lento. Conviene recordarlo en el año en que vamos a celebrar el Bicentenario de la proclamación de la primera constitución española.

La Constitución de Cádiz de 1812 nos dio una patria común de libertad, tal y como la definió el diputado Argüelles. Con ella se abría la política al territorio de la ciudadanía al garantizar los derechos civiles de los españoles. Unos derechos que "la Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas " (art.4).

Tomás y Valiente atribuyó a la Constitución del 12 su triple condición de "origen, modelo y mito". De hecho, la soberanía nacional y la división de poderes formuladas en ella, son hoy pilares del modelo constitucional.

Pero, al conmemorar este Bicentenario de la primera constitución española, debemos también recordar la vida efímera y atormentada que tuvo. De ahí que la Pepa se hiciera también mito en tantos años de plomo y privación de libertades como sufrió, desde 1812, nuestro pueblo.

Porque la lucha entre libertad y tiranía, primero; luego, entre moderantismo y progresismo; más tarde entre dictadura y democracia,  se olvidaba siempre de crear las bases de espacios democráticos donde el pueblo pudiera sentirse protagonista de su propio destino.

Se olvidaba que, además de escribirse en un texto constitucional, el capítulo de las libertades y los derechos fundamentales, era necesario crear un estado social donde los poderes públicos asumieran el compromiso de hacer efectivos esas libertades y esos derechos.

Desde la Constitución de 1812 hasta 1978 transcurrieron 166 años y de ellos apenas una décima parte se vivieron por los españoles en libertad y democracia. Con sufragio universal, solo cinco.

Con ello no trato de hacer una reseña histórica sino constatar que solo la Constitución de 1978 que apostó por un determinado modelo social, ha conseguido un periodo tan próspero y continuado de paz, democracia, progreso y modernidad.

Y es que la Constitución de 1978 no solo dio respuesta acertada a esa realidad histórica que es España sino que fue el fruto más precioso de un gran consenso nacional para la convivencia que se sostuvo sobre tres decisiones políticas fundamentales: El principio de soberanía del pueblo español; la unidad de la nación española y el reconocimiento de la existencia de regiones y nacionalidades cuyo derecho a la autonomía se garantiza; y, por último, el modelo basado en una economía social de mercado con un compromiso de los poderes públicos para hacer reales y efectivos los derechos y libertades constitucionales. Al legado de la libertad sumamos el de la igualdad de oportunidades.

Y podemos añadir también que ese equilibrio entre libertad e igualdad que marca la Constitución de 1978, es el que movió a Andalucía en su lucha por la autonomía plena. Porque, como he dicho en distintas ocasiones, la lucha por la autonomía andaluza fue, sobre todo, una lucha contra cualquier tipo de discriminación y privilegios: Una forma de garantizar la igualdad de todos los españoles vivieran donde vivieran que, además, coincidió en el tiempo con la implantación en nuestro país del Estado de bienestar.

De esta forma, Andalucía ha sido el escenario donde se han librado dos batallas fundamentales en la historia democrática de nuestro país: la lucha por la libertad en el Cádiz constitucional y la lucha por la igualdad en la Transición, usando la Constitución de 1978 y el Estatuto de 1981, como palancas de cambio.

En 1980, los andaluces hicimos de la solidaridad entre los pueblos de España el camino para preservar la paz social y política en el marco de una democracia representativa. Y creo, sinceramente, que el Estado autonómico no es un camino agotado sino una senda en la que perseverar.

Hoy los países europeos nos enfrentamos a una encrucijada decisiva en defensa de los valores de la libertad y los del estado del bienestar. En defensa de un modelo de convivencia que, como ya he dicho, ha tenido un enorme éxito en términos históricos.

No podemos destruir sus valores fundamentales. La globalización ha conferido a los mercados una fuerza capaz de determinar la orientación de la economía a nivel mundial. Pero los mercados no pueden imponer decisiones que afectan a nuestra convivencia. Y por eso creo importante que la política expresada en términos democráticos mantenga su hegemonía a la hora de tomar las decisiones que afectan a los grandes consensos sociales. El Estado es la única institución que puede mediar eficazmente entre las fuerzas del mercado y las necesidades reales de los ciudadanos.

Si echamos la vista atrás, comprobamos que las decisiones que hemos tomado colectivamente nos han servido para progresar. Es tiempo, pues, para fortalecer consensos en Europa, en España y en Andalucía.

La madurez de una sociedad tiene su más vivo reflejo en la participación, en la vertebración social y la capacidad de organización en torno a intereses y retos colectivos.

En Andalucía hemos aprendido a abordar los problemas desde el diálogo y el espíritu de colaboración. De este modo, hemos hecho, de la concertación con empresarios, sindicatos y Gobierno el instrumento más eficaz para elaborar nuestras políticas económicas y sociales y anudar con fuerza el lazo social.

Todo ello ha redundado en una Andalucía más competitiva, más innovadora y más cohesionada social y territorialmente.

Los trayectos históricos solo pueden medirse por los cambios en las tendencias y las actitudes. Por la jerarquización de los objetivos y por los valores dominantes.

En el espacio de una sola generación Andalucía ha cambiado, obligada a hacer el camino de modernización más tarde y más deprisa. Esa es la principal causa de que nos encontremos con una realidad dual: con luces, y también, con sombras.

La Andalucía de hace treinta y dos años era una tierra desarticulada, sin apenas infraestructuras del transporte ni equipamientos sociales. Uno de cada cuatro andaluces trataba de encontrar su sustento en la agricultura y el 15% de la población andaluza mayor de 16 años era analfabeta. Solo dos de cada diez mujeres en edad de trabajar formaba parte de la población activa y buena parte de nuestra gente había abandonado su tierra para encontrar oportunidades que aquí no tuvieron.

Hoy afortunadamente aquella realidad ha cambiado y también las actitudes del pueblo andaluz.

Pero el cambio cualitativo más importante de Andalucía en estos años de autonomía es, sin duda, el que tiene que ver con las personas, con la formación y la autoestima de los andaluces. Aumentando ambas, hemos conseguido cambiar estructuras sociales. El ejemplo más sobresaliente es la incorporación de la mujer a la actividad económica, social y cultural.

Hoy tenemos entre nosotros ejemplos de mujeres excelentes en diversos ámbitos de la vida pública: desde la investigación y la universidad, el mundo de la judicatura, la empresa, la acción solidaria y la creación artística.

Sus trayectorias tienen un denominador común: la dura y constante lucha por la igualdad real entre hombres y mujeres. Una dinámica en la que Andalucía no puede retroceder ni un solo paso. Sin igualdad una sociedad no puede prosperar. La desigualdad no es solo inicua; es, además, ineficiente.

Y en esta lucha por la igualdad estamos todos obligados a terminar con el atentado más despreciable contra la dignidad personal, que es la violencia de género. Nuestra sociedad no puede tolerar esa forma de dominación de un ser humano sobre otro. Por eso es tan importante el recuerdo de las mujeres víctimas de esta forma de terror; la denuncia y la condena; el compromiso institucional y la implicación de la sociedad para erradicarla.

Mi felicitación al general José Fernández Ortega y a la jueza Inmaculada Montalbán por su compromiso contra el maltrato a las mujeres usando las mejores herramientas que tenemos a nuestro alcance, como son la educación y la atención a las víctimas.

La dureza de la crisis económica que atravesamos y su persistencia tienen una especial repercusión en el acceso al empleo de los más jóvenes. Hablo de la primera generación andaluza que ha tenido plena igualdad de oportunidades en educación, y su atrevimiento y su capacidad han de ser el motor de la  Andalucía de futuro. Estoy convencido que así será.

José Luis García-Pérez representa a una generación formada en la universidad andaluza y que lucha a diario por abrirse camino en un mundo cada día más competitivo en el que el conocimiento es la principal herramienta de trabajo. Con su dedicación ha conseguido situarse entre los 30 investigadores en biomedicina más excelentes del mundo.

Esto no es casual. En Andalucía la investigación biomédica es una seña de identidad. Un campo que genera esperanzas aporta salud y calidad de vida, pero que también contribuye a potenciar un modelo productivo basado en el conocimiento, la innovación y la tecnología.

Con toda seguridad, ni el más optimista de los andaluces que asistieron con ilusión a la jornada histórica del 28 de febrero de 1980 pudo imaginar avances tan significativos como los que ha protagonizado Andalucía en investigación médica y calidad asistencial.

Para lograr todo esto, el fundamento es la educación. No es un camino fácil. Todo lo contrario, nos exige responsabilidad y no tiene resultados inmediatos. Pero es el único que nos garantiza un futuro más próspero para todos.

La educación pública ha sido, y es, la auténtica palanca de modernización de un país. El instrumento que nos da a todos las mismas oportunidades. Hay que seguir invirtiendo en educación, aunque cueste mucho dinero, porque no es sólo un gasto sino sobre todo una inversión.

Para avanzar hacia una economía más competitiva y con capacidad de generar empleo, Andalucía se ha dotado de un entorno de innovación que apoya el desarrollo de una cultura emprendedora y promueve la generación e incorporación de conocimiento a la actividad productiva.

La universidad andaluza realiza una investigación competitiva y comprometida con la sociedad y el tejido empresarial de su entorno. Incluso en esta época de crisis, mientras el resto de España reducía inversiones en I+D, Andalucía las aumentaba. Quiero felicitar a la rectora Adelaida de la Calle, una de las protagonistas de este éxito compartido.

La economía se mueve con ideas, con atrevimiento y con financiación. Este último, el de la financiación empresarial, sigue siendo el principal problema económico que aún no se ha resuelto. Para sostener el emprendimiento, el desarrollo tecnológico, la economía social, la investigación, la protección medioambiental es necesario que el crédito vuelva a fluir.

Por ello hoy reconocemos la labor de una entidad financiera comprometida con el desarrollo de la economía productiva de su entorno. Mis felicitaciones a Antonio Pérez Lao. Sin su labor al frente de Cajamar sería difícil entender el espectacular avance que ha experimentado el sector agroalimentario almeriense.

También reconocemos la trayectoria de hombres y mujeres con gran capacidad de emprender, de buscar nuevas oportunidades en el medio rural y de incorporar la innovación a sus empresas para mejorar lo que hacen y cómo lo hacen, y así poder competir en mercados exteriores. Enhorabuena a Juan Ramón Guillén y Francisca García. Sois el reflejo de una Andalucía que se renueva con conocimiento y que sabe que en la agricultura y la ganadería está también no solo una fuente de riqueza sino la preservación del medio rural, la lucha contra el cambio climático y el equilibrio de nuestra población.

Innovar es aplicar los conocimientos a la vida de las personas para mejorar la sociedad. En Andalucía tenemos empresas comprometidas con la sociedad. Que crean riqueza y empleo y llevan a cabo una importante acción social. Que trabajan por la integración y dan oportunidades a las personas en riesgo de exclusión. Mis más sinceras felicitaciones, por todo ello, a Concepción Yoldi y a su dedicación para conseguirlo.

Una Andalucía en la que se integran todas las personas es una Andalucía más competitiva, con mayor capacidad de progreso y mayores oportunidades de futuro.

La creatividad nos enriquece como pueblo y abre Andalucía al mundo. Hoy premiamos tres formas diferentes de hacer cultura y que condensan la capacidad expresiva de esta tierra. Felicidades a Rafael Álvarez, un creador en su forma de interpretar pero sobre todo en la formulación del arte escénico en todas sus manifestaciones. A Florencio Aguilera, sucesor y antecesor de pintores que sirve de punto de encuentro entre tres generaciones de artistas andaluces. Y a Miguel Poveda que ha sabido profundizar en nuestras raíces para hacerse un intérprete excepcional de nuestro cante, de lo más nuestro.

Nuestros Hijos Predilectos representan ese afán de renovación, de modernización, de vanguardia de Andalucía. Josefina Molina y Luis Gordillo pertenecen a una generación de creadores que con todo en contra afrontaron el riesgo de apostar por lo nuevo sin renunciar a su identidad. En sus biografías hay vocación, tenacidad y conocimiento. Y, sobre todo, atrevimiento. Josefina es mujer que ha llegado a ser un ejemplo en muchas de sus creaciones, en la lucha por la igualdad de género, pero, sobre todo, una artista inigualable en su forma de mirar y enseñarnos a mirar. Y Luis Gordillo nos ha mostrado, como hicieran otros grandes pintores andaluces, que ésta es tierra de vanguardias y de abrir caminos innovadores.

Los creadores son la avanzadilla de una sociedad que lucha por abrirse camino y reivindicar la libertad y la justicia. Necesitamos más que nunca esta capacidad de inventar nuevos horizontes. Vivimos un tiempo decisivo, una encrucijada histórica. Para hacerle frente, hemos de hacer valer nuestras conquistas históricas y saber mirar el futuro con confianza, sabiendo que el futuro que ambicionamos depende de nuestra voluntad de conquistarlo, la de todos y cada uno de nosotros.

Ya termino. Quiero hacerlo haciendo mías unas palabras que tomo prestadas de quien fuera el líder político que impulsó en nuestra tierra la autonomía plena para Andalucía.

Me refiero, naturalmente a Rafael Escuredo cuyas palabras pronunciadas el pasado 24 de este mes en su investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Almería asumo plenamente:

"Repensar Andalucía, levantarse, renacer y trabajar para nuestro propio engrandecimiento es la tarea común a la que todos los hombres y mujeres de nuestra tierra estamos convocados. Por ello entiendo que debemos seguir laborando por un Estado autonómico que sea fiel a los principios de igualdad, justicia social y solidaridad entre todas las Comunidades Autónomas, ya que ello supondrá el progreso de España, y todo lo que sea bueno para ella, lo será también para Andalucía. Y que debemos hacerlo en el marco de un mundo donde la economía esté al servicio del hombre, y no de los mercados. Donde la política vuelva a ser lo que siempre fue: el ágora donde mujeres y hombres libres, elegidos democráticamente, que no tecnócratas suplantadores de la voluntad popular, alcen su voz en beneficio de la ciudadanía en su conjunto".

Así dijo Rafael Escuredo y así lo habrían dicho también Plácido Fernández Viagas, José Rodríguez de la Borbolla y Manuel Chaves, a quienes tanto debe la autonomía andaluza.

Feliz Día de Andalucía.